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¿Inventor o visionario?
por Ariel Pérez

¿Fue Julio Verne el más incomprendido de los visionarios del siglo XIX o uno de los inventores más grandes de la pasada centuria? La pregunta continúa aún sin respuesta y los defensores de ambas teorías siguen aportando continuamente nuevos elementos con el objetivo de demostrar la equivocación del bando contrario. Para los primeros el autor francés fue un visionario a la altura de Nostradamus, un hombre capaz de prever con visión de largo alcance muchos de los adelantos científicos que nos traería el siglo XX, un hombre que, por inspiración divina o, como dicen muchos de ellos, por la información suministrada por seres extraterrestres, fue capaz de adelantarse en el tiempo de una forma asombrosa. Los defensores de la segunda teoría son menos osados y más conservadores y afirman que Verne no hizo más que inventar sus máquinas a partir de la información científica de la época.

En un plano más neutral, desde la tribuna de lo imparcial, les propongo un recorrido a través del cual analizaremos las interioridades de las “visiones” o los “inventos” que comenzaron bien pronto desde su primera novela publicada.

Conquistando los cielos

Se dice que la historia de la aerostación empezó a finales del siglo XVIII, en Francia cuando los hermanos Montgolfier fueron los primeros en construir un globo de papel. Utilizando un gas mucho más ligero que el aire, consiguieron que éste se elevara, en su primera ascensión, hasta los quinientos metros. ¡Habían inventado el globo aerostático! En el año siguiente, en 1783, los hermanos Montgolfier, en una demostración en el Palacio de Versalles, colgaron un cesto del globo y metieron dentro a una oveja, un pato y un gallo y estos fueron, por consiguiente, los primeros pasajeros de la historia del globo. El primer vuelo con personas se realizó ese propio año y en esta ocasión el intrépido fue Pilâtre de Rosiers que ascendió hasta los mil metros de altura, durando el vuelo unos veinticinco minutos, y recorriendo unos diez kilómetros. El globo confeccionado por los hermanos Montgolfier, llevaba una cesta de mimbre en la que se había colocado un horno de leña con el fin de mantener el aire caliente dentro del globo. La historia también recoge que fue en 1785 cuando se llevó a cabo el primer vuelo sobre el Canal inglés, en 1821 el primer viaje de larga duración que duró dieciocho horas, recorriéndose la distancia de quinientas millas entre las ciudades de Londres y Weiburg en Alemania y en 1849 el primer viaje a través de los Alpes recorriendo la distancia entre Marsella y Turín. No se podría completar la historia sin decir además que hacia finales del siglo XVIII se inventaron también los globos de gas y los dirigibles, siendo estos últimos los grandes protagonistas del aire durante el siglo XIX.

Portada de "Cinco semanas en globo"Ochenta años después del invento de los hermanos Montgolfier, un compatriota, el escritor y novelista francés Julio Verne publicaba Cinco semanas en globo donde describe un viaje sobre África a través del cual el Doctor Fergusson y sus acompañantes asisten a la confirmación de la existencia de varios lugares descritos por los primeros exploradores del continente africano. Muchos consideran que Verne hizo en esta novela su primera gran predicción, la referente a los viajes en globo. Si bien podemos tomar en consideración que ya con anterioridad los viajes en globo propiamente dichos eran realidad, también se puede significar que en la época en que Verne escribe su viaje sobre África, el hecho de que se pudiese viajar en globo a través de largas distancias era algo más que una hipótesis. Verne simplemente describe un viaje de una duración mucho más larga que la usual, detallando además un novedoso método que permite el ascenso y descenso del globo, además de la posibilidad de dirigirlo. El mismo autor expresa en una entrevista: “Puedo decirle que tanto en el momento en que escribí la novela como ahora, no tengo fe en la posibilidad de dirigir globos, a excepción de que se estuviera en una atmósfera completamente estancada como, por ejemplo, en esta habitación. ¿De qué manera se puede construir un globo que logre enfrentar corrientes de seis, siete u ocho metros por segundo? Es sólo un sueño, aunque creo que si la pregunta alguna vez fuera resuelta esta sería con una máquina que fuera más pesada que el aire, siguiendo el principio del pájaro que puede volar aun cuando es más pesado que el aire.

Verne recrea la idea de utilizar una máquina más pesada que al aire con el objetivo de dominar el espacio aéreo en Robur el conquistador. El Albatros es descrito de la siguiente manera: “Todo el aparato volante del ingeniero Robur participaba o ejercía ambas funciones. He aquí la descripción exacta, que podía dividirse en tres partes esenciales: la plataforma, las máquinas de suspensión y de propulsión y la maquinaria. La plataforma: era una construcción de treinta metros de longitud por cuatro de anchura, auténtico puente de nave con proa en forma de espolón. En la parte inferior quedaba colocada en forma redonda un casco, sólidamente encajado, que encerraban los aparatos destinados a producir la potencia mecánica, el pañol o depósito para las municiones, los aparatos, los útiles, el almacén general para las provisiones de toda especie, incluyendo los depósitos para agua. (…) Las máquinas de suspensión y de propulsión: encima de la plataforma aparecían verticalmente treinta y siete ejes, de los cuales quince iban en la parte delantera a ambos lados, y los siete restantes, más elevados, se hallaban en el centro. A primera vista, parecía el aparato un buque con treinta y siete mástiles. Sólo que todos aquellos mástiles, en lugar de velas, llevaban cada uno dos hélices horizontales, de un paso y de un diámetro bastante pequeños, sin que esto fuera obstáculo para que se les pudiera imprimir una rotación prodigiosa. Cada uno de aquellos ejes tenía un movimiento independiente del movimiento de los otros, y además, de dos en dos, cada eje giraba en sentido inverso; disposición necesaria para que el aparato no emprendiera un movimiento giratorio. De esta manera las hélices, continuando su elevación sobre la columna de aire vertical, mantenían el equilibrio contra la resistencia horizontal. (…) La maquinaria: no era al vapor de agua u otros líquidos, ni al aire comprimido u otros gases elásticos, ni a mezclas explosivas capaces de producir una acción mecánica, a quienes Robur había pedido la potencia necesaria para sostener y mover su aparato, sino a la electricidad, a este agente que, andando el tiempo, habrá de ser el alma del mundo industrial. Por otra parte, no empleaba ninguna máquina electromotriz para producirlo. Solamente pilas y acumuladores.

La descripción de esta máquina, de hecho, bastante ingeniosa, puede llevarnos a pensar en algo similar a los modernos helicópteros. Pero, ¿fueron las ideas originales de Verne las que dieron lugar a la descripción de semejante máquina? Recientes descubrimientos apuntan a decir que, mucho antes de escribir su novela, Julio conoció, en 1863, a los ingenieros Gabriel de Landelle y Gustave Ponton d’Amecourt quienes eran miembros del club de aviación fundado en ese mismo año por Nadar. Ponton d’Amecourt había creado con anterioridad maquetas de helicópteros propulsados por vapor y había creado además un modelo de aeronave muy parecida al Albatros de Robur. Algo que sí parece original es la idea del uso de la electricidad como fuerza motora del aparato, algo en lo cual Verne no se limitó sólo al Albatros, puesto que muchas otras de sus máquinas usan la misma fuente de energía.

Si se toma en consideración que el primer intento de vuelo vertical del cual se tiene conocimiento fue realizado por Paul Cornu el 13 de noviembre de 1907 y que la historia reconoce que los primeros modelos de helicópteros fueron diseñados por el ruso Igor Sikorsky en 1908, se debe concluir entonces que Verne se adelantó algunos años a describir algo parecido a lo que luego sería un helicóptero. Por ultimo, es interesante decir que algo nunca imaginado vino a incitar la opinión pública cuando, varios años más tardes, Igor en su autobiografía declaró que su lectura juvenil de Robur el conquistador le inspiró directamente a trabajar en la idea del helicóptero. Había jurado que algún día construiría una máquina como el Albatros.

El ciclo verniano del dominio de los cielos terrestres terminó unos años después, cuando el genial autor francés volvería a excitar la imaginación de millones de lectores en el mundo entero con la descripción de una nueva máquina más ingeniosa y más asombrosa que la descrita en Robur el conquistador. Se trataba del Terror, tal era el nombre que le daba su creador, que no era otro que el mismo Robur que años antes había secuestrado a Uncle Prudent y lo había llevado a recorrer el mundo a bordo del Albatros. Esta nueva máquina tenía la propiedad de comportarse bajo cuatro aspectos diferentes: como barco, avión, submarino y automóvil. Este aparato luego de conquistar el aire, el agua y la tierra es destruido por el fuego, el cuarto elemento, lo que constituye algo en extremo simbólico y muy propio de las historias de Verne. De acuerdo a Pierre Versins en su artículo “El sentimiento del artificio”, Verne pudo haberse inspirado en la novela Los devoradores de fuego de Jacolliot, publicada en 1887, para fabricar el prototipo del Terror.

Las sorpresas de un viaje submarino

El capitán NemoVeinte mil leguas de viaje submarino ha sido una de sus novelas más polémicas y a la vez más populares, sobre todo para la industria del cine y la televisión. Si bien no se puede afirmar que Verne se antepone con su imaginación a lo que sería un siglo después el submarino, sí se pueden extraer de esta novela algunas otras anticipaciones interesantes. Según expresó el propio Verne en una entrevista, el submarino - o al menos una idea de lo que era - ya existía en su época, por lo que él solo recreó su uso, dotándolo en la novela de ciertas características finamente descritas que le proporcionaban al lector la idea de encontrarse a bordo del Nautilus navegando hacia lo desconocido.

En efecto, aun cuando se ha dicho, redicho y propagado como un mito que Verne tuvo a su cargo la primera descripción de los modernos submarinos, lo cierto es que no fue así. Hacia finales del siglo XVIII había sido presentado en el Directorio de París por Robert Fulton, un inventor norteamericano, un prototipo de submarino, que casualmente llevaba el mismo nombre que el de la novela de Verne. La prueba de este submarino fue realizada con éxito en Francia entre los años 1800 y 1801, cuando Fulton y tres mecánicos descendieron a una profundidad de 25 pies. Es necesario dejar claro además que la historia del submarino se remonta a muchos años antes de esta presentación cuando en 1620 fue construido el primer submarino que sirvió de base para los futuros, siendo esta invención obra de Cornelis Drebbel, que había diseñado un vehículo sumergible de madera forrado en cuero. Podía llevar a 12 remeros y un total de 20 hombres. ¡Todo un acontecimiento para la época! El aparato podía zambullirse a la profundidad de 20 pies y tener un recorrido de 10 kilómetros.

Pero existen elementos en la novela que sí constituyen ideas de anticipación. El uso de las escafandras en el siglo XIX le posibilitaba al buzo mantenerse bajo las aguas. En los trabajos submarinos el individuo iba provisto de un traje impermeable y con la cabeza protegida por un casco metálico, mientras que recibía el aire para poder respirar a través de unos tubos de goma que lo unían a la fuente de entrada y salida de este fluido en la embarcación. El capitán Nemo invita al profesor Aronnax a un paseo submarino. Al mostrarse sorprendido es entonces cuando Nemo dice: “…En estas condiciones el hombre no goza de libertad de movimientos. Está prendido por un tubo de goma que lo une a la tierra como una verdadera cadena…de ese modo no sería mucha la distancia que podríamos recorrer…”. A la pregunta del profesor Nemo responde con la existencia de un aparato que “…se compone de un fuerte receptáculo de metal, en el cual se almacena el aire a una presión de cincuenta atmósferas. Este recipiente va fijado a la espalda mediante unas correas similares a las que usan los soldados…”. Este sencillo aparato no es otra cosa que el conocido tanque de aire que llevan los buzos, y que le aseguran largas estancias en el mar y libertad de movimientos a través del mundo subacuático. Verne había descrito la escafandra autónoma que hizo su aparición en el siglo XX.

Otro de los elementos a notar radica en el uso que el capitán Nemo le da a la electricidad. No sólo le proporciona iluminación al submarino, sino que además es utilizada como fuerza motriz del aparato, además de tener otros usos. El propio Nemo afirma: “Existe un agente poderoso, dúctil, rápido, sencillo, que se adapta a todas las aplicaciones y que reina como dueño absoluto a bordo de mi máquina. Todo se hace gracias a él. Me ilumina, me proporciona calor, es el espíritu de mis aparatos mecánicos. Ese agente es la electricidad…”. Pero más sorprendente aún resulta el hecho de que instantes después Nemo argumenta que es el propio mar quien le proporciona los medios necesarios para generar la electricidad y explica: “¿Conoce usted la composición del agua de mar? En mil gramos hay noventa y seis centésimas y dos tercios, más o menos, de cloruro de sodio, y después, en menores cantidades, cloruros de magnesio y de potasio, bromuro de magnesio, sulfato de magnesio, sulfato y carbonato de cal. Como usted ve, el cloruro de sodio figura principalmente en esta composición. Ahora bien, este sodio es el que yo extraigo del mar para construir mis elementos…”.

Aparecen las máquinas de guerra y las intenciones bélicas

En el año 1879, Verne publica una de sus novelas más escalofriantes. Se trata de Los quinientos millones de la Begún, donde posiblemente se hace la descripción de una de las más impactantes y controvertidas “predicciones” vernianas. Sus palabras anticipadoras adquirieron carácter de trágica profecía. En esta obra mostró a las generaciones futuras lo que sería en el siglo XX, el ascenso del fascismo y su tristemente célebre caudillo, Adolfo Hitler, el cual guarda una asombrosa similitud con el Herr Schultze de su novela. Este individuo formaba vastos proyectos para destruir a todos los pueblos que rehusasen fusionarse o someterse al pueblo germánico. Herr Schultze estaba decidido a conquistar el mundo. Su única obsesión consistía en difundir la idea de que la raza germánica tenía que absorber a todas las demás, las cuales naturalmente debían desaparecer para dar paso a la vencedora, y eso por una razón sencilla: la raza  germánica era superior a las otras. Muchos lectores se burlaron ante la creación de un hombre tan siniestro. A pesar de ello diez años después nacía, en la localidad austriaca de Braunan, Adolfo Hitler.

La discusión fundamental en torno a esta “profecía” radica en un punto. Se conoce que fue Pascal Grousset (que escribía bajo el seudónimo de André Laurie) quien escribió gran parte de esta novela, por tanto cabría preguntarse ¿quién concibió el personaje de Herr Schultze? ¿Fue Verne o Pascal? Los especialistas no han podido dar una respuesta acertada sobre este punto, pues no se tiene referencia de las partes que cada uno de ellos escribió para la novela. En cualquier caso, aunque la “predicción” es asombrosa, los especialistas vernianos han querido guardar silencio en cuanto a proclamar ésta como una de sus posibles anticipaciones.

Otra posible anticipación bien controvertida es la que propone a Julio Verne como el primer ser humano en hablar de la bomba atómica. En Ante la bandera, publicada en 1896 se describe una terrible arma. Un sabio enloquecido por la soberbia pone en manos de un inescrupuloso un potente explosivo: “el fulgurador Roch”. Verne lo describe en los términos siguientes: “…consistía en una especie de aparato autopropulsivo de fabricación muy especial, cargado con un explosivo compuesto de sustancias nuevas… Este aparato al ser dirigido de cierta manera, estallaba no al chocar contra el objeto, o sea el blanco de la puntería, sino a una distancia de cientos de metros y su acción sobre las capas atmosféricas era tan enorme, que toda construcción, ya fuera una fortaleza o un buque de guerra, debía quedar aniquilado dentro de una zona de diez mil metros cuadrados…”.

Los defensores de la “profecía” argumentan que las bombas atómicas norteamericanas lanzadas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en 1945 destruyeron en su totalidad las edificaciones en un área cercana a la cifra proporcionada por Verne en su novela. Por otra parte, los detractores de tal teoría afirman que “el fulgurador Roch” era un explosivo muy poderoso, pero que de manera alguna puede compararse con la bomba atómica y agregan además que fue a partir de la versión de Veinte mil leguas de viaje submarino llevada al cine por los Estudios Disney que se comenzó a creer de forma extendida que era Verne el que había profetizado con muchos años de antelación el uso de la bomba atómica en el siglo XX.

En La casa de vapor, el autor galo describe una inmensa fortaleza rodante, en la cual un grupo de personas viajan a través de la India. La descripción de este gigante de acero nos da una imagen muy semejante a los actuales tanques de guerra que hicieron su aparición en la Primera Guerra Mundial. Comienza Verne su descripción de la siguiente manera: “En el amanecer de aquel día se puso en marcha desde uno de los arrabales de la capital de la India la más extraña que la inteligencia humana haya podido concebir. Era una especie de tren que subía a orillas del río Hugli llevando a la cabeza un enorme elefante de 20 pies de alto por 30 de largo, con la trompa medio enroscada y con la punta al aire… Aquel monstruo tiraba de una especie de tren compuesto de dos inmensos vagones, que eran más bien dos casas o bungalows rodantes, montados sobre cuatro ruedas cada uno, las cuales tenían estrías en las llantas, los cubos y los rayos. El primer coche estaba unido al segundo por medio de un puentecillo articulado…”.

Luego, en los párrafos siguientes se dedica a describir detalladamente el interior del gigante: “El maquinista iba en la torrecilla que había sido hecha a prueba de balas y en la que, en caso de necesidad, podían refugiarse los pasajeros… No había miedo de que patinasen las ruedas, pues no sólo eran estriadas como ya se dijo, sino que, además, el peso estaba perfectamente repartido entre ellas, y, en caso de necesidad, el maquinista tenía a su disposición frenos automáticos. El aparato estaba construido de tal modo que le era fácil subir pendientes hasta de diez y doce centímetros de inclinación por metro… Y aun tenía aquel aparato otra particularidad, y es que podía flotar y atravesar un río, pues el vientre del elefante y la parte inferior de los dos coches formaban barcos de fina chapa de metal…”.

El tanque de guerra propiamente dicho hizo su primera aparición en 1908 cuando un ingeniero inglés apellidado Roberts se presentó en las afueras de Londres conduciendo un vehículo blindado que, en lugar de ruedas, tenía planchas giratorias a modo de orugas. En 1912 al austriaco Gunter Bursyn se le ocurrió dotarlo de un cañón, y así nació el primer tanque de guerra. La idea no fue aceptada por ningún ejército hasta que, tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial (1939-45), la guerra de trincheras impuso la necesidad de desplazarse con un vehículo ligero, todo terreno, poderoso e indestructible a través del frente. En este caso, Verne se adelanta a la invención del tanque.

Para completar sus descripciones de aparatos o invenciones relacionados con la guerra, Julio nos describe en El castillo de los Cárpatos las características de las alambradas electrificadas que se usarían mucho más tarde en la Primera Guerra Mundial. Nick Deck intentaba penetrar en el castillo del barón de Gortz y Verne describe el intento de la siguiente forma: “Nick se adelanto hasta la poterna… Se agarró a una cadena del puente levadizo y subió por ella hasta lo más alto del muro…en aquel momento se oyó un grito…Pero ¡que grito!…Lo había dado Nick Deck. Sus manos agarradas a la cadena, la suelta de pronto y cae al fondo del foso como herido por una mano invisible…

En ruta hacia el espacio exterior

Nuestro autor no solo quería conquistar los cielos terrestres; también quería que el hombre se lanzase a la conquista del espacio extraterrestre, algo que comenzó a ver la luz en pleno siglo XX en la carrera por el dominio del espacio protagonizada principalmente por los Estados Unidos y la ex Unión Soviética, las dos potencias más poderosas del mundo en el pasado siglo.

Imagen de "De la Tierra a la Luna"Desde su publicación, De la Tierra a la Luna, se erigió en la más impresionante de sus novelas, a la vez que se convertía en la más errónea desde el punto de vista científico. Sin dudas, sus más conocidas predicciones proceden de esta novela, en la cual Verne describe con asombrosa exactitud lo que sería en 1969, el lanzamiento del primer viaje tripulado a nuestro satélite natural: la Luna. Asombrosa resulta la descripción del lugar desde donde partiría la expedición. Es precisamente Barbicane, el presidente del Gun Club quien dice: “…Este sitio está situado a trescientas toesas sobre el nivel del mar a los veintisiete grados siete minutos de latitud norte y cinco grados siete minutos de longitud oeste; me parece que por su naturaleza árida y pedregosa presenta todas las condiciones que el experimento requiere…desde aquí, desde la cúspide…nuestro proyectil volará a los espacios del mundo solar...”. Con gran intuición Verne ubica el lanzamiento en un lugar del estado de la Florida. Estas medidas convertidas al sistema métrico decimal y llevadas al meridiano de Greenwich, nos dan la situación geográfica, casi exacta, de Cabo Cañaveral, la gran base espacial norteamericana, desde donde despegó la tripulación de Apolo XI más de cien años después de escrita la novela.

Otro de los detalles descritos en la novela sorprendentemente ocurrió un siglo después. Resulta que el proyectil lanzado por el cañón gigantesco en la novela del francés contenía una tripulación de tres hombres. A la tripulación de Impey Barbicane, Michel Ardán y el capitán Nicholl se opuso luego la de Neil Armstrong, Edwin “Buzz” Aldrin y Michael Collins, tripulantes de la misión Apolo XI. Quizás los hechos más precisos al compararlos con la realidad son: que la bala enviada a la Luna es de la misma altura y peso que el del cohete enviado a la misión del Apolo VIII, que ambos artefactos son lanzados desde la Florida y observados por medio de un telescopio gigante desde las Montañas Rocosas, y que al igual que Apolo VIII –y no Apolo XI, como erróneamente se dice– la bala cae en el Pacífico a un punto que se encuentra cuatro kilómetros distante del lugar donde aterrizó Apolo VIII en su regreso a la Tierra.

Ante estas evidencias, el mundo científico tuvo que admitir que la anticipación de Verne era impresionante. A tal efecto, los especialistas vernianos no muy dados a creer en las llamadas predicciones aseguran que fue Henri Garcet, su primo y profesor de matemáticas además, quien hizo todos los cálculos necesarios para que la novela tuviese un trasfondo matemático creíble y que por demás había mucha literatura anterior que esbozaba la idea del viaje a la Luna, incluida entre ella una de las historias de Edgar Allan Poe que trataba el tema.

Por otra parte, Verne escribe algunos años después la continuación de su novela a la cual da el título de Alrededor de la Luna. Es considerada por muchos una novela aburrida y llena de descripciones y es a la vez la historia que nos proporciona el conocimiento del final de la misión del Gun Club, así como nos da una lección total y autorizada de todo lo referente a los paisajes lunares, para lo cual, sin lugar a dudas, Verne consultó las cartas lunares existentes en su época.

En De la Tierra  a la Luna convergen otras posibles invenciones. Muchos suelen decir que el hecho de que se haya empleado un gran cañón para lanzar una bala a la Luna significa una predicción de lo que sería en el siglo XX el uso de los cohetes espaciales. Sin embargo, en esta novela también convergen una buena cantidad de errores científicos y el más grande de todos es que el hombre y los materiales no pueden ser lanzados desde un cañón y alcanzar la velocidad de escape, ya que la forma de alcanzar esta velocidad es con el uso de cohetes durante un período relativamente largo en tiempo. Sin embargo, no es menos cierto que aun cuando Verne probablemente conociese esta circunstancia debió usar un cañón debido al estado tan atrasado de la cohetería en su época. Sin dudas, el uso de otro tipo de medio de transporte para abandonar la Tierra pudiera haber hecho poco creíble su historia sobre el viaje al espacio exterior. Al crédito de Verne se reserva sin embargo la apreciación del hecho que los cohetes funcionarían en el vacío.

Pero Verne no sólo se limita a escribir sobre el viaje a la Luna. Algunos años después de escribir su “novela de la Luna”, escribe Héctor Servadac donde describe un viaje interplanetario cuando varios habitantes del globo terráqueo son “arrancados” por el cometa Gallia, al paso de éste por la Tierra. Luego, todos estos viajeros descubren que se encuentran a bordo de un cometa, que han salido de la atmósfera terrestre y que comienzan a viajar por el espacio. Aun cuando Verne nos haya impresionado con la descripción de un viaje interplanetario lo cierto es que el hombre, más que hacer de astronauta o turista en el entorno de la Tierra, desearía poder hacer viajes interplanetarios, interestelares y, por qué no, algún día, intergalácticos. Los inmensos espacios que separan los astros y el tiempo limitado de nuestra vida son inconvenientes muy difíciles de superar con cualquier tecnología actual o previsible sin violar las leyes físicas que rigen el Universo. Por tanto, mientras no se logre viajar a otros planetas quedará en un compás de espera la opinión sobre la recreación verniana del viaje interplanetario.

¿Computadoras e Internet en el siglo XIX?

Es tan vasta la obra del autor galo que no resulta extraño que en ella se encuentren muchos pasajes en los que se puede leer, más de un siglo después, las descripciones primitivas de muchos de los adelantos tecnológicos con que contamos hoy. Tomemos como punto de partida las descripciones tecnológicas hechas por Verne en tres de sus obras, conocidas mundialmente por contener la exposición de tecnologías propias del pasado siglo tales como: la computadora, la calculadora, el fax, el sintetizador y la red Internet. Pero, ¿qué hay de cierto en todo esto? ¿Existían algunas ideas con relación a algunos de estos dispositivos en la época en que Verne vivió?

La aparición a finales del año 1994, en Francia, de París en el siglo XX, una novela “perdida”, que durante aproximadamente ciento treinta años se mantuvo en el anonimato y el auge que, en la década de los noventa del pasado siglo, tomó, a escala mundial, la red Internet dieron lugar a la publicación de un sinnúmero de trabajos sobre las nuevas “predicciones” aportadas por Verne, aprovechándose además la oportunidad para rescatar del olvido otras anticipaciones provenientes de obras anteriores.

La computadora es uno de los tantos dispositivos modernos que le han sido atribuidos a la pluma de Verne y es en el quinto capítulo de París en el siglo XX donde el lector asiste al encuentro de un novedoso aparato cuando el escritor nos habla de que “…la casa Casmodage poseía verdaderas obras maestras; sus instrumentos se asemejaban, en efecto, a vastos pianos; presionando las teclas de un teclado se obtenían instantáneamente las sumas, las restas, los productos, los cocientes, las reglas de proporción, los cálculos de amortización y de intereses compuestos por períodos infinitos y a todas las cuotas posibles. ¡Había notas altas que daban hasta un ciento cincuenta por ciento! Nada más maravilloso que estas máquinas…”. De esta forma nos indica el autor la existencia de ciertas máquinas que los partidarios de la idea de Verne como profeta han querido ver como la predicción de la existencia de las modernas computadoras. Los más conservadores han manifestado que no hay nada en las obras del francés que indique que pudo predecir la aparición de las computadoras, o sea el modelo de la máquina binaria de Von Neumann, en la cual están basadas todas las computadoras personales actuales. Afirman además que la historia ubica el nacimiento de la computación en una fecha tan remota como 1852, cuando Charles Babbage hizo los planos de la Máquina Analítica, una segunda versión de la Máquina de Diferencias ya anteriormente diseñada por él. En defensa de estos últimos se pudiera argumentar que si bien es cierto que las ideas de Babbage eran primitivas y rudimentarias, ya en la época en que Verne vivía se habían hecho algunos esfuerzos por construir una máquina que pudiese hacer cálculos aritméticos, que es la base de las operaciones de las computadoras actualmente existentes.

En La isla con hélice, Verne nos presenta un gran cúmulo de adelantos tecnológicos enmarcados en una historia singular en la cual los protagonistas viajan desde San Francisco hasta San Diego a bordo de una inmensa isla artificial diseñada para moverse a través de las aguas del Océano Pacífico. Uno de los fragmentos de esta novela resulta muy llamativo. En él se habla de una biblioteca que “…contiene también un cierto número de libros fonográficos; para evitarse el trabajo de leer, se aprieta un botón y sale la voz de un excelente lector que lee con tal perfección, que sería algo así como la “Fedra”, de Racine, leída por Legouvé…”. Realmente estamos en presencia de una de las descripciones más impresionantes dentro de la novela, la cual nos lleva a pensar en algo tan común hoy en el mundo informático como las aplicaciones multimedios a través de las cuales podemos escuchar el texto de lo que vemos en pantalla. No se conoce aún qué información previa pudiese haber tenido el escritor galo para el desarrollo de semejante descripción con más de un siglo de adelanto.

Es en este mismo libro donde Verne se refiere además al uso de la corriente eléctrica para transportar información, datos, voces e imágenes. La tecnología se describe en estos términos: “la isla está al tanto de las novedades por las comunicaciones telefónicas con la bahía Magdalena, donde se unen los cables sumergidos en las profundidades del Pacífico…”. Muchos han querido ver en esto la descripción de lo que es hoy la red mundial de computadoras Internet. En el relato, un cable conecta a la isla flotante con la costa Este de Estados Unidos. Los detractores del mito de Verne como profeta aseguran que ya en la época en que Verne vivió se disponía del conocimiento científico primario para poder imaginar algo así y reconocen que es muy atrevido admitir que esta descripción pueda asemejarse al funcionamiento de la actual red de redes.

Aun cuando París en el siglo XX y La isla con hélice fueron novelas pródigas en descripciones de adelantos tecnológicos, no lo fue menos el cuento En el siglo XXIX: la jornada de un periodista americano en el 2890, publicada por primera vez en inglés en el periódico The Forum de la ciudad de Nueva York bajo el título In the year 2889. Entre las anticipaciones del relato destaca una que resulta ser de particular interés y es la que se refiere a un aparato que nombra telefoto. Se describe de la siguiente manera: “El teléfono complementado por el telefoto, una conquista más de nuestra época. Si desde hace tantos años se transmite la palabra mediante corrientes eléctricas, es de ayer solamente que se puede transmitir también la imagen. Valioso descubrimiento, a cuyo inventor Francis Bennett no fue el último en agradecer aquella mañana, cuando percibió a su mujer, reproducida en un espejo telefótico, a pesar de la enorme distancia que los separaba”. Nada más parecido a la descripción de lo que se conoce como tele conferencia. Pero es, al llegar a este punto, donde surgen entonces las dudas sobre la autenticidad de esta historia que se presume fue escrita originalmente por su hijo Michel. Aparentemente, un año después, Julio tomó el texto escrito por el hijo, lo mejoró y lo recirculó en algunos periódicos franceses.

Los exploradores del globo

Otra de las más renombradas “predicciones” de Verne lo es, sin dudas, el descubrimiento del emplazamiento de las fuentes del río Nilo . Uno de los objetivos del doctor Samuel Fergusson -el personaje principal de su novela Cinco semanas en globo- era llegar a comprobar la veracidad de la existencia de las fuentes del río Nilo, y en su viaje aéreo sobre el África la buena fortuna le da la posibilidad de corroborar la información de sus antecesores. La alegría del doctor llega a extremos insospechados cuando afirma: “¡Miren!, las referencias de los árabes eran exactas. Hablaban de un río, por el que desaguaban hacia el norte el lago Ukerené, y ese río existe, vamos siguiendo su cauce…Ese caudal que se desliza bajo nuestros pies va, seguramente a confundirse con las ondas del Mediterráneo. ¡Es el Nilo!… ¡Si, es el Nilo! Es ese río cuyo origen etimológico ha apasionado a los sabios tanto como el origen de sus aguas… ¡Poco importa después de todo, puesto que al fin y al cabo ha entregado el misterio de su nacimiento!…

Para los que afirman que Verne predijo el lugar exacto en su novela, se le opone la historia, ya que fue en el año 1859 (3 años antes que Verne escribiese esta historia) cuando el explorador inglés John Hanning Speke –que había viajado al África junto a Richard Burton– regresó a Europa e hiciera público su descubrimiento de que el lago Victoria era la fuente principal del río Nilo. De hecho, Verne en su libro hace mención de la expedición efectuada por Speke y Burton. Si algo se le puede achacar a Verne es el hecho de confirmar que el lago Victoria era una de las fuentes principales del Nilo, como después se comprobó.

Los Polos siempre constituyeron una obsesión para Verne y en varias de sus novelas y cuentos hace alusión a la llegada y los viajes del hombre a los Polos. Es en Aventuras del capitán Hatteras, donde expone su teoría acerca del momento de la llegada de los humanos al Polo Norte. La expedición del Forward, dirigida por el capitán John Hatteras tiene como objetivo llegar a toda costa al Polo. El Forward no puede avanzar más allá de los 83 grados, 35 minutos de latitud. Esta latitud que indica Verne en su libro solo diferiría unos kilómetros con respecto al sitio donde más de cuarenta años después, en 1909 detuvo su barco el norteamericano Robert Edwin Peary, para lanzarse hacia la conquista del Polo Norte. En 1911, el explorador noruego Roald Amundsen se convirtió en el primer hombre en llegar al Polo Sur. Cuarenta y cuatro años antes el mítico capitán Nemo, creación de nuestro conocido autor, pisaba el suelo polar.

Su obsesión con los Polos lo llevaría a situar allí, a lo largo de su vida, partes de relatos o historias completas, llevadas a los lectores a través de libros como: El país de las pieles, César Cascabel, La esfinge de los hielos y Una invernada entre los hielos, entre otras, en los cuales la acción principal se desarrolla indistintamente en cualquiera de los dos Polos.

Definitivamente, ¿fue Julio Verne un profeta o un escritor imaginativo?

Julio VerneEl tema de las “predicciones” de Julio Verne es inagotable. Los estudiosos de la obra verniana recomiendan no leer tan profundamente en los textos y no exagerar lo que allí se encuentre. Un misil autopropulsado no es lo mismo que un misil autoguiado, el delirio de un científico que exagera el poder de su explosivo no es necesariamente equivalente a una predicción de la bomba atómica, la proyección a través de potentes reflectores de una imagen que no se mueve no es en modo alguno algo parecido a la descripción del cine que conocemos actualmente.

Se puede notar que las más atrevidas “anticipaciones” ocurren en sus últimas obras con descripciones notables de: un helicóptero (Robur el conquistador), un cañón gigante para corregir el eje de la Tierra (El secreto de Maston), reproducción audiovisual (El castillo de los Cárpatos), una vía férrea trans-siberiana (Claudio Bombarnac), una isla flotante motorizada (La isla con hélice). En La asombrosa aventura de la misión Barsac –nuevamente aquí subyace el problema de la autenticidad– describe el láser, el control remoto, la lluvia artificial y la tortura por medio de descargas eléctricas. Muchas de ellas llegan ya junto al precario avance de la tecnología de finales del siglo XIX.

Por otra parte, muchas de las ideas para sus “predicciones” no son originales de él. El propio autor dice que sus lecturas de los desarrollos científicos contemporáneos eran la fuente de la gran mayoría de sus ideas. En cualquier caso, virtualmente todas las ideas que Verne usaba habían aparecido de una forma u otra en ficción. En el siglo XXIX probablemente sea un plagio de El siglo XX (Le vingtième siècle) de Albert Robida, escrito en 1882, aunque esta afirmación aun necesita ser sustentada. En línea general, los estudiosos vernianos afirman que en al menos tres de los treinta y un “libros de anticipación”, la idea básica no había sido usada con anterioridad en obras de ficción: los fósiles vivos en Viaje al centro de la Tierra, la satelitización alrededor de la Luna, y la unión de partes de la Tierra a un cometa y su viaje posterior alrededor del sistema solar en Héctor Servadac.

Para muchos las “predicciones” que se le atribuyen al autor galo no son más que extrapolaciones hechas a partir de técnicas emergentes o de especulaciones a partir de cosas conocidas teóricamente (la electricidad, por ejemplo) o imperfecciones (las exploraciones por ejemplo). No se debe olvidar que Verne reunía muchos documentos geográficos y científicos antes de escribir sus novelas y que leía muy regularmente un gran número de revistas científicas y geográficas. Lo cierto es que el gran talento de escritor de Julio Verne lo llevó a incluir en sus novelas todas estas “anticipaciones” que casi cien años después de su muerte –aun cuando muchas de ellas son ya algo común en nuestro siglo– siguen cautivando y encantando a las generaciones actuales e inspirando a otros artistas.

Usted, estimado lector, ¿de que bando se encuentra? ¿Está entre los que piensa que nuestro autor recibió conocimientos por inspiración divina y se convirtió en un profeta del porvenir? o ¿es de los que afirman que el autor de La vuelta al mundo en ochenta días no hizo más que desarrollar en su imaginación la incipiente tecnología del siglo XIX y llevarla un poco más adelante en el tiempo? Después que se declare partidario de uno de los dos bandos entonces podrá responder definitivamente a la pregunta inicial: ¿fue Julio Verne inventor o visionario?

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Bibliografía consultada

  • Mensajes del foro internacional Julio Verne disponibles en el sitio de Zvi Har’El
  • El sentimiento del artificio de Pierre Versins, en la antología de ensayos vernianos de distintos autores, Verne: un revolucionario subterráneo, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1968.
  • Jules Verne: A Reappraisal, escrito por William Butcher.

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