Había escrito desde París
solicitándole al veterano novelista el honor de una entrevista y
me fue gratificante el hecho de que a mi retorno a Amiens para
encontrar su respuesta me esperaba una tarjeta con la simple
inscripción "Mañana jueves, a las diez". De
acuerdo con la hora fijada, me presenté en su residencia situada
en el No. 44 Bulevar Longueville, una casa grande, pero modesta,
típicamente francesa con pesadas ventanas. Al darle mi nombre a
la sirvienta, fui guiado inmediatamente hacia la sala.
Unos minutos después el
señor Verne entró y después de unas atentas
palabras de bienvenida se sentó en un gran sillón y
amablemente comenzó la conversación.
En apariencia el autor de Cinco semanas en globo es un hombre
formado para el estudio. Físicamente, su estatura está un
poco por debajo de la media, sus ojos son azules con un aire bondadoso
y tiene una corta barba plateada. Siempre viste con un modesto traje
negro y cuando está dentro de su casa usa una gorra puntiaguda
de tela fina, la cual le es necesaria debido a los frecuentes ataques
de un viejo enemigo, el reumatismo.
No hay sobre su persona el rastro
más ligero de ostentación. En discurso y modales mantiene
una modestia singular y su vida se desarrolla, como cualquier habitante
de la ciudad pudiera contarle, en un ambiente callado y de total
retiro. Es la típica vida de un hombre del sector rural.
Raramente hace visitas, en muy pocas ocasiones recibe personas en su
casa y solo se consagra a su familia y a sus libros.
Mi primera pregunta fue naturalmente con
respecto a su vista, debido a las noticias contradictorias que han
aparecido recientemente en los periódicos ingleses.
"Sí" - dijo, en
contestación a mi pregunta -, "es verdad que mi vista se ha
dañado considerablemente en los últimos tiempos, pero no
tanto como algunas de las noticias sugieren. Todavía puedo ver
casi tan bien como siempre con mi ojo izquierdo, pero en el derecho una
catarata se está formando y los doctores recomiendan una
operación, a la cual no estoy determinado a someterme tomando en
cuenta que a mi edad el resultado podría ser bastante
serio."
¿Por supuesto, bajo tales
circunstancias, su trabajo literario es bastante interferido? -
pregunté.
"Naturalmente, no puedo trabajar
como solía hacerlo" - contestó Verne -. "Yo he
estado produciendo dos volúmenes en los últimos
años y en estos momentos tengo otro libro en preparación.
Esta última producción será mi número cien
y supongo" - continuó él, con una sonrisa -,
"que ya a estas alturas puedo decir que me he ganado mi derecho a
descansar."
¿Cuándo empezó su
carrera como autor? - pregunté.
"Esa es una pregunta que
podría responderse de forma doble" - contestó -.
"Ya a los doce o catorce años, siempre estaba con una pluma
en mi mano y durante mis días de escolar me encontraba
continuamente escribiendo; mis escritos eran principalmente
poéticos. Durante toda mi vida he sentido gran pasión por
el la obra poética y la dramático. Prueba de esto es que,
en mi juventud, publiqué un número considerable de
piezas, algunas de las cuales encontraron un cierto éxito. Mi
segunda y principal carrera comenzó cuando tenía
más de treinta años y fue provocada por un súbito
impulso. Se me ocurrió, un buen día, que quizás
podría utilizar mi educación científica para
mezclar la ciencia y la novela juntos en una historia que atrajera al
público. La idea tomó tanta forma dentro de mí que
decidí sentarme a escribir para llevarla a efecto. El resultado
de aquel intento devino en la novela Cinco semanas en globo. El
libro encontró un éxito asombroso, y rápidamente
sus ediciones impresas se agotaron. Mis editores me consultaron sobre
la posibilidad de que pudiera producir más volúmenes con
el mismo estilo. Aunque no me agradó totalmente la idea,
accedí a sus demandas, y el resultado de todo eso es ampliamente
conocido desde entonces. Comoquiera que mis trabajos publicados
están siendo leídos he desechado completamente el viejo
amor y he consagrado todas mis energías y atención al
nuevo."
Es un hecho afortunado para la juventud
de hoy que la inspiración de un momento pueda haber forjado este
cambio duradero en las escrituras de Verne. ¿Qué muchacho
o muchacha de esta generación habría preferido, por un
momento, el verso más glorioso a los extraordinarios viajes de
hombres tales como el capitán Nemo o Robur y su inigualable
Albatros?"
El lado poético del
carácter del señor Verne es, sin embargo, frecuentemente
visible en muchas de sus descripciones. Por ejemplo, tal como ocurre en
su encantadora novela, Las indias
negras, donde encontramos ese cuadro descriptivo tan encantador
de la pequeña Nell, quienas después de ser sacada de la
prisión subterránea donde había estado toda su
vida ve por primera vez, desde la montaña cercana a la mina, las
glorias del alba escocesa.
Con su modestia usual, Verne
desaprobó completamente la idea de ser considerado un
inventor.
"Sólo he hecho
sugerencias" - comentó -, "sugerencias que,
después de una debida consideración, pensé que
descansaban en una base práctica, luego las elaboré de
una manera más o menos imaginativa para satisfacer los
propósitos que perseguía."
Pero muchas de sus sugerencias que
hace veinte años fueron rechazadas y declaradas como imposibles
son ahora hechos reales - abundé.
"Sí, es así" -
contestó Verne -. "Pero estos resultados son meramente el
desarrollo natural de la tendencia científica del pensamiento
moderno y, como tal, muchas de estas cosas han sido previstas
indudablemente por muchos otros además de mí. Su llegada
era inevitable, aún si se hubiera o no anticipado, y lo
más que puedo decir es que quizás he mirado un poco
más lejos en el futuro que la mayoría de mis
críticos."
Al llegar a este punto de la
conversación apareció ante nosotros la señora
Verne, una encantadora dama de cabellera plateada, quien disfruta con
el mayor placer los triunfos de su marido. Le pregunté si debido
a su ayuda su esposo había podido elaborar alguna novela.
"Oh, no" - contestó
ella, "yo no tomo parte alguna en las creaciones de mi marido;
todo lo que hago es leerlas cuando están terminadas y cuando
finalmente estén impresas es que llego a conocer algo de ellas.
Supongo que habrá notado" - continuó la
señora Verne - "que muchos de los personajes principales de
las novelas de mi esposo son ingleses. Él siente una gran
admiración por sus compatriotas y ha declarado que ellos se
prestan maravillosamente bien para sus novelas."
"Sí" - intervino Verne
-. " Su independencia y su propia naturaleza hacen de los
ingleses, héroes admirables; especialmente cuando, como
ocurrió en el caso del señor Phileas Fogg, la trama de la
historia les exige que se enfrenten a cada momento con dificultades
completamente imprevistas."
Me aventuré a recordarle al
señor Verne que este cumplido hacia nuestra nacionalidad no era
ignorado en este lado del canal y que dificilmente existía un
joven británico que no hubiera, al menos, pasado algunas horas
de deleite en compañía de una u otra de sus maravillosas
aventuras.
"Estoy orgulloso de saber que es
así" - contestó Verne -. "Nada me da más
placer que conocer que mis libros han sido medios para proporcionar
interés e instrucción - ya que siempre he tratado de que
ellos sean instructivos en cierto modo - a los jóvenes, que, de
otra manera, nunca podría contactar. Durante mi infortunio
actual he recibido innumerables telegramas y mensajes de
simpatía provenientes de mis lectores ingleses y algunos meses
atrás quedé encantado al recibir un hermoso bastón
de uno de mis jóvenes amigos en esa nación."
¿Por supuesto, usted ha
visitado Inglaterra?
"Sí, hace muchos años,
cuando era relativamente un hombre joven. Hice el viaje a
Southampton1 en mi yate y
después de visitar Londres y ver muchos de los sitios de la
ciudad, fui a Brighton2, el cual resultó para mí
un lugar encantador, con sus malecones y magníficos paseos. Sin
embargo, la ciudad que mejor conozco de Inglaterra es
Liverpool3 y
cuando estuve por allá durante algún tiempo con algunos
amigos tuve la oportunidad de estudiarlo, sobre todo sus muelles y el
Mersey4,
apariencia esta última que he tratado de reproducir en
Una ciudad flotante."
¿Ha hecho alguna visita a
Escocia o a Irlanda?
"Sí, tuve una gira muy
agradable en Escocia y entre otras excursiones visité un lugar
conocido como Fingal's Cave en la isla de Staffa. Esta
inmensa caverna, con sus sombras misteriosas, sus cámaras
oscuras y cubiertas de hierba y sus maravillosos pilares
basálticos me produjeron tal impresión, al extremo de que
ese fue el origen de mi libro El...,El..." Verne hizo una pausa.
"Realmente olvidé el nombre" - dijo -.
"¿Lo recuerdas?" - preguntó él
dirigiéndose a su esposa.
"El
rayo verde, creo que era el título" - hizo notar la
señora Verne.
"Oh sí, ese es, por supuesto,
El rayo verde. Uno debe ser perdonado" - agregó
él, riéndose - "si entre tantos títulos, se
le olvida alguno de ellos en un momento determinado."
Muchos de los libros de Verne deben su
principio a algún hecho del momento.
Además de Cinco semanas en
globo y El rayo verde, la novela llamada Una ciudad
flotante, fue completamente ideada cuando el autor viajaba hacia
América en el transatlántico Great Eastern.
La vuelta al mundo en ochenta
días fue quizás el más famoso de todos sus
trabajos y la idea de la historia fue extraída de un anuncio
turístico visto por casualidad en las páginas de un
periódico.
Le pregunté a Verne cuál de
sus libros era su favorito.
"Esa pregunta me la han hecho varias
veces" - contestó. "En mi opinión, un autor, al
igual que un padre, nunca debe tener favorito. Todos sus trabajos deben
ser iguales en valoración personal, puesto que ellos son el
producto de sus mejores esfuerzos, y aunque naturalmente cada uno de
ellos fueron producidos bajo diferentes condiciones de humor y
temperamento, cada uno representa el límite de pensamiento y
energías en el momento de su creación."
"Aún" - continuó
- "cuando yo no tengo preferencia alguna, esto no quiere decir que
mis lectores no deben tener una. Indudablemente usted, por ejemplo,
puede decirme cuál es el que más le agrada de
todos."
Contesté que Veinte mil leguas de viaje submarino me
produjo gran atracción, aunque Miguel Strogoff, que ha sido dramatizada
y se está escenificando ahora en el Teatro Chatelet en
París, también era mi gran favorito.
Verne se mostró interesado al
oír que yo había estado en el teatro la noche anterior y
levantándose de su silla me cuestionó con
animación.
"Dígame, ¿fue bien
presentada? - dijo - "¿Fue bien recibida?"
Le aseguré que había sido
bien recibida por el público. De hecho, la inmensa escena del
Teatro Chatelet permite la representación de la pieza a
una escala magnífica y en una oportunidad había
más de trescientos actores en escena, muchos de ellos montados
en caballos.
"Desde hace unos años a la
fecha, raramente visito París" - dijo Verne -, "aunque
tengo un palco - que frecuentemente ocupo - reservado en el teatro de
aquí. Estoy contento con la ciudad de Amiens; su
atmósfera callada me satisface admirablemente. He perdido toda
la inclinación de viajar fuera de la ciudad para ver nuevas
cosas. Hemos estado en esta casa desde hace más de veinte
años y es aquí donde la mayoría de mis libros han
sido redactados. Algunos años atrás nos habíamos
mudado a otra residencia situada en la esquina de Rue Charles
Dubois, pero era demasiado grande para nuestras necesidades, de
manera que volvimos aquí."
¿Supongo que cuando usted
está escribiendo sus ideas no fluyen a menos que esté
completamente concentrado?
"Al contrario" - interpuso la
señora Verne -, "esa no es una dificultad para mi esposo.
No se toman precauciones especiales en ese sentido. El trabaja
calladamente arriba en el segundo piso y los ruidos parecen no
perturbarlo en lo más mínimo. Mis hijas y yo podemos
hacer lo que queramos sin tener miedo a protestas de su
parte."
¿Y cuál es su
método de trabajo, señor? - pregunté.
"¿Mi método de
trabajo? Bien, hasta hace algunos meses atrás, invariablemente
me despertaba a las cinco y escribía durante tres horas antes de
desayunar. El gran volumen de mi trabajo siempre se hizo a estas horas
y en algunas ocasiones cuando ya el día estaba avanzado
volvía a sentarme durante un par de horas; casi todas mis
historias han sido escritas cuando la mayoría de las personas
están durmiendo. Siempre he sido un lector empedernido, sobre
todo de periódicos y revistas y es mi costumbre recortar y
conservar para referencia futura cualquier párrafo o
artículo que me interese. Es de esta manera que acumulo mis
ideas y al mismo tiempo me mantengo completamente actualizado con
respecto a las materias de interés científico. La tarea
es verdaderamente laboriosa, pero el resultado reembolsa el esfuerzo y
si todo esto es cuidadosamente etiquetado nunca será un problema
encontrar alguno de estos textos, aún después de que
hayan transcurrido varios años."
Sorprenderá a muchos lectores el
hecho de que éste es el método adoptado por Charles
Reade. El método ha sido vigorosamente defendido por él,
al decir que es el único medio satisfactorio que un autor pueda
tener para lidiar con los progresos calidoscópicos de los
eventos modernos.
¿Lee usted, entre otros, los
trabajos de muchos escritores ingleses?
"He leído una gran cantidad
de ellos, de hecho muchos de los de sus escritores más
conocidos, incluyendo a sus poetas, pero siento decir que sólo
lo he hecho a través de traducciones. Siento que he perdido la
buena oportunidad que hubiera significado haber aprendido el idioma
inglés. Con el paso de los años nunca me preocupé
por hacerlo y ahora es demasiado tarde para empezar."
¿Quién es su autor
favorito?
"¿Vivo o muerto?"
Bien, digamos muerto.
"No hay una segunda respuesta para
esa pregunta" - dijo Verne con entusiasmo. - "Para mí
los trabajos de Charles Dickens se mantienen por sí solos,
empequeñeciendo todos los otros por su sorprendente poder y
facilidad de expresión. ¡Qué humor y qué
exquisito sentimiento pueden ser encontrados en sus páginas!
¡De que forma parecen que los personajes de sus novelas viven,
son tan reales, y sus palabras impresas parecen transformarse en
discursos perfectamente audibles! He leído y releído sus
obras maestras una y otra vez, al igual que mi esposa. David
Copperfield, Martin Chuzzlewit, Nicholas Nickelby,
La vieja tienda de curiosidades. Las hemos leídos todas,
¿no es así?."
"¡Ah, sí!" -
contestó la señora Verne, con sentimiento.
Es un hecho agradable el oír a un
autor hablando en términos de tal admiración con respecto
a otro, especialmente cuando, como en el caso que nos ocupa, ellos
están separados, no sólo por diferentes tipos de estilo,
sino también por la barrera de la nacionalidad.
Y entre los escritores vivos ¿a
quién prefiere? - pregunté.
"Esa es una pregunta más
difícil" - dijo Verne reflexivamente -, "y debo hacer
una pausa antes de contestarle. Creo que puedo decidir" - dijo,
después de un minuto. "Hay un autor cuyo trabajo me ha
atraído muy fuertemente teniendo en cuenta su posición
imaginativa. He seguido sus libros con considerable interés. Me
refiero al señor Herbert George Wells. Algunos de mis amigos me
han dicho que su trabajo se parece mucho al mío, pero creo que
se equivocan. Lo considero como un escritor completamente imaginativo y
es merecedor de un gran aprecio, pero nuestros métodos son
completamente diferentes. En mis novelas siempre he basado "mis
invenciones" fundamentadas en algún hecho real y uso en sus
construcciones métodos y materiales que no están
completamente lejos del alcance del conocimiento y la habilidad de la
ingeniería contemporánea.
"Tome, por ejemplo, el caso del
Nautilus. Cuando se considera el asunto en toda su dimensión
tenemos que admitir que es sólo un submarino y sobre esto no hay
nada totalmente extraordinario, ni más allá de los
límites del conocimiento científico real. El submarino
flota o se sumerge debido a procesos absolutamente factibles y muy
conocidos, los detalles de su guía y propulsión son
absolutamente racionales y comprensibles. Su fuerza motriz ni siquiera
es un secreto. El único aspecto novedoso implícito y en
el cual he acudido a la ayuda de la imaginación del lector
está en la aplicación de esta fuerza, y aquí he
dejado intencionalmente un espacio en blanco para que el lector forme
sus propias conclusiones. Es un mero hiato técnico, el cual una
mente entrenada y completamente práctica es muy capaz de
llenar.
"Las creaciones del señor
Wells, por otro lado, pertenecen a una edad y grado de conocimiento
científico bastante lejano del presente, aunque no diría
que está completamente más allá de los
límites de lo posible. No sólo elabora sus construcciones
completamente extraídas del reino de la imaginación, sino
que también elabora los materiales en los que se desarrolla su
historia. Por ejemplo, en su novela Los primeros hombres en la
Luna se recordará que introduce una substancia
antigravitatoria completamente nueva, de la cual no conocemos ni la
pista más ligera sobre su modo de preparación o su
composición química real. Tampoco hace referencia al
conocimiento científico actual permitiendo así por un
momento que el lector pueda predecir un método por el cual se
pudiera lograr semejante resultado. En La guerra de los mundos,
que es un trabajo por el cual siento gran admiración, nuevamente
uno queda completamente en la oscuridad acerca de qué tipo de
criaturas son los marcianos, o de qué manera ellos producen el
maravilloso rayo de calor con el cual causan gran estrago sobre sus
atacantes.
"Que se tenga en cuenta" -
continuó Verne -, "que al decir esto no estoy cuestionando
en modo alguno los métodos del señor Wells; al contrario,
siento un gran respeto por su genio imaginativo. Sólo estoy
exponiendo los contrastes que existen entre nuestros dos estilos y
estoy señalando las diferencias fundamentales que existen entre
ellos y deseo que se entienda claramente que no expreso ninguna
opinión sobre la superioridad de uno o del otro. Pero
ahora" - agregó él levantándose de su silla
-, "me temo que estoy empezando a cansarlo. Los minutos pasan tan
rápidamente en una conversación, y ya ve, hemos estado
hablando desde hace más de una hora."
Le aseguré al señor Verne
que pasarían muchas horas antes de que alguien pudiera cansarse
estando en su presencia. Con un agradecimiento por el tiempo que me
había dedicado decidí poner fin a mi visita.
Con encantadora cortesía, Verne y
su esposa insistieron en acompañarme hasta la entrada, y al
vislumbrar la puesta del sol, mi último recuerdo del famoso
autor fue el de una figura de cabellera blanca que se encontraba de pie
en la puerta del vestíbulo, y que me despidió con un
alegre 'Hasta luego'. Esta silueta me persiguió a
través de las pavimentadas calles y su voz aún la
escuchaba en mis oídos, después de haber dejado
atrás por unas cuantas millas el pueblo de Amiens, montado sobre
las veloces ruedas del expreso de Dieppe.
1.
Ciudad de Inglaterra situada en la costa del canal de la Mancha. Gran
puerto comercial.
2. Ciudad de Inglaterra, situada en el
condado de Sussex.
3. Ciudad de Inglaterra, situada en el
condado de Lancaster, en la costa occidental de la Gran Bretaña,
a orillas del estuario del río Mersey.
4.Río situado al noroeste de
Inglaterra.