Imagen que identifica al sitio Nombre del sitio Proponer un intercambio de vínculos
Línea divisoria
Página de inicio

Imagen de identificación de la sección


La vuelta al mundo en 80 días
Editado
© Ariel Pérez
8 de noviembre del 2001
Indicador Capítulo I
Indicador Capítulo II
Indicador Capítulo III
Indicador Capítulo IV
Indicador Capítulo V
Indicador Capítulo VI
Indicador Capítulo VII
Indicador Capítulo VIII
Indicador Capítulo IX
Indicador Capítulo X
Indicador Capítulo XI
Indicador Capítulo XII
Indicador Capítulo XIII
Indicador Capítulo XIV
Indicador Capítulo XV
Indicador Capítulo XVI
Indicador Capítulo XVII
Indicador Capítulo XVIII
Indicador Capítulo XIX
Indicador Capítulo XX
Indicador Capítulo XXI
Indicador Capítulo XXII
Indicador Capítulo XXIII
Indicador Capítulo XXIV
Indicador Capítulo XXV
Indicador Capítulo XXVI
Indicador Capítulo XXVII
Indicador Capítulo XXVIII
Indicador Capítulo XXIX
Indicador Capítulo XXX
Indicador Capítulo XXXI
Indicador Capítulo XXXII
Indicador Capítulo XXXIII
Indicador Capítulo XXXIV
Indicador Capítulo XXXV
Indicador Capítulo XXXVI
Indicador Capítulo XXXVII

La vuelta al mundo en ochenta días
Capítulo VIII
Donde Picaporte habla quizá algo más de lo que convendría

En pocos instantes, Fix tropezó con Picaporte, que todo lo examinaba y miraba, no creyéndose obligado a no hacerlo.

-Pues bien, amigo mío -le dijo Fix saliéndole al encuentro-,¿ha visado el pasaporte?

-¡Ah! Es usted -respondió el francés-. Muchas gracias. Estamos completamente en regla.

-¿Y se está conociendo al país?

-Sí; pero andamos tan de prisa, que me parece viajar en sueños. ¿Es cierto que estamos en Suez?

-En Suez.

-¿En Egipto?

-En Egipto, precisamente.

-¿Y en África?

-En África.

-¡En África! -exclamóPicaporte-. No puedo creerlo. ¡Figúrese usted, caballero, que yo me imaginaba no ir más allá de París,y me he tenido que contentar con ver esa famosa capital, desde las siete y veinte de la mañana hasta las ocho y cuarenta, entre la estación del Norte y la de Lyon, a través de los cristales de un coche y lloviendo a mares! ¡Lo siento! ¡Me hubiera agradado ver de nuevo el cementerio de Père Lachaise y el circo de los Campos Elíseos!

-¿Conque tanta prisa tiene usted? -preguntó el inspector de policía.

-Yo no, pero mi amo sí. A propósito, ¡tengo que comprar calcetines y camisas! Nos hemos marchado sin equipaje; tan sólo con un saco de noche.

-Le llevaré a un bazar donde encontrará todo lo que les hace falta.

-Es usted muy complaciente -respondió Picaporte.

Y ambos echaron a andar. Picaporte no cesaba de charlar.

-Sobre todo, es preciso no faltar para la hora de salida del buque.

-Aún tiene tiempo -respondió Fix-. No son más que las doce.

Picaporte sacó su gran reloj.

-¿Las doce? ¡Vaya! ¡Si no son más que las nueve y cincuenta y dos minutos!

-Ese reloj se atrasa -afirmó Fix.

-¡Mi reloj! ¡Un reloj de familia que procede de mi bisabuelo! No discrepa ni cinco minutos al año. ¡Es un verdadero cronómetro!

-Ya comprendo lo que es -respondió Fix-. Ha conservado usted la hora de Londres, que va atrasada unas dos horas con la de Suez. Debe ajustar su reloj con el mediodía de cada país.

-¡Yo tocar mi reloj! -exclamó Picaporte-. ¡Jamás!

-Entonces, no marchará con el sol.

-¡Peor para el sol, caballero! No será él quien tenga razón.

Y el buen muchacho se guardó el reloj en el bolsillo con soberbio ademán.

Algunos instantes después, Fix le decía:

-¿Conqué han salido de Londres precipitadamente?

-¡Ya lo creo! El miércoles último a las ocho de la noche, mister Fogg, contra su costumbre, volvió de su círculo, y tres cuartos de hora después nos habíamos marchado.

-¿Pero a dónde va su amo?

-Siempre adelante. ¡Está dando la vuelta al mundo!

-¿La vuelta al mundo? -exclamó Fix.

-Sí, señor. ¡En ochenta días! Dice que es una apuesta; pero, dicho sea entre nosotros, no lo creo. Eso no tendría sentido común. Debe de ser por algún otro motivo.

-¡Ah! Es muy original ese mister Fogg.

-Ya lo creo.

-¿Luego es rico?

-Ciertamente, y lleva consigo una bonita suma en billetes de Banco nuevecitos. Y no escatima en nada el dinero! ¡Como que ha prometido una prima magnífica al maquinista del Mongolia si llegaba a Bombay con buen adelanto!

-¿Y hace mucho tiempo que conoce usted a su amo?

-¿Yo? -respondió Picaporte-. Entré a servirle precisamente el día de nuestra marcha.

Imagínese el efecto que semejantes respuestas debían producir en el ánimo ya sobreexcitado del inspector de policía.

Aquella precipitada salida de Londres poco después del robo; la fuerte suma con que se hacía el viaje; la prisa en llegar a países remotos; el pretexto de una apuesta excéntrica, todo confirmaba y debía confirmar a Fix en sus ideas. Aún hizo hablar más al francés, y adquirió la convicción de que aquel mozo no conocía a su amo; que éste vivía aislado en Londres; que se le suponía rico sin conocerse el origen de su fortuna; que era hombre impenetrable, etc. Pero, al propio tiempo, Fix pudo cerciorarse de que Fogg no desembarcaba en Suez y se iba a Bombay directamente siguiendo sus planes.

-¿Está lejos Bombay? -preguntó Picaporte.

-Bastante lejos -respondió el agente de policía-. Todavía deberán navegar unos doce días.

-¿Y dónde está Bombay?

-En la India.

-¿En Asia?

-Naturalmente.

-¡Diantre! Es que, le diré... Hay una cosa que me trastoma... Mi mechero.

-¿Qué mechero?

-Mi mechero de gas que se me olvidó apagarlo y está ardiendo por mi cuenta. He calculado que sale a dos chelines cada veinticuatro horas, justo seis peniques más de lo que gano, y ya comprenderá usted que por muy poco que el viaje se prolongue...

¿Comprendió Fix el negocio del gas? No es muy probable. Ya no escuchaba nada y estaba tomando una resolución. El francés y él habían llegado al bazar. Fix dejó que su compañero hiciera sus compras, le recomendó que no faltase a la salida del Mongolia, y volvió con premura a la oficina del agente consular.

Fix, ya firme en su convicción, había recobrado toda su serenidad.

-Señor -dijo al cónsul-; ya no abrigo duda ninguna. Tengo a mi hombre. Se hace pasar por un excéntrico que intenta dar la vuelta al mundo en ochenta días.

-Entonces es un ladino que cuenta con regresar a Londres después de haber hecho perder su pista a todas los policías habidos y por haber de ambos continentes?

-Eso lo veremos -respondió Fix.

-¿Pero no se equivoca usted? -repitió nuevamente el cónsul.

-No me equivoco.

-Entonces, ¿por qué ha tenido ese ladrón el empeño de visar su pasaporte en Suez?

-¿Por qué?... Lo ignoro, señor cónsul -contestó el agente-, pero présteme atención.

Y en pocas palabras refirió los más importante de su conversación con el criado del susodicho Fogg.

-En efecto -admitió el cónsul-, todas las presunciones están contra él. ¿Y qué va usted a hacer?

-Expedir un despacho a Londres con petición urgente de una orden de arresto, embarcarme en el Mongolia, seguir al ladrón hasta la Indias, y ya en aquella tierra inglesa salirle al encuentro cortésmente con mi orden en una mano y la otra sobre su hombro.

Después de pronunciar estas palabras fríamente, el agente se despidió del cónsul y se dirigió al telégrafo, para expedir al director de la policía metropolitana el despacho ya mencionado.

Un cuarto de hora más tarde, Fix, con un ligero equipaje en la mano y bien provisto de dinero, se embarcó en el Mongolia, y, poco después, el rápido buque surcaba a todo vapor las aguas del mar Rojo.

Línea divisoria

Ir al próximo capítuloIr al capítulo anterior

SubirSubir al tope de la página


© Viaje al centro del Verne desconocido. Sitio diseñado y mantenido por Ariel Pérez.
Compatible con Microsoft Internet Explorer y Netscape Navigator. Se ve mejor en 800 x 600.