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La familia Ratón

Editado
© Juan Suárez
11 de marzo del 2003
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La familia Ratón
Capítulo IX

¿Dónde nos hallamos, queridos niños? Continuamos, en uno de esos países que yo no conozco, y cuyo nombre no podría decir. Pero éste, con sus vastos paisajes y sus árboles de la zona tropical, se asemeja un tanto a la India, y a los hindúes sus habitantes.

Penetremos en esa casa, una especie de posada abierta para todo el que llegue. Allí se encuentra reunida toda la familia Ratón, que, siguiendo los consejos del hada Firmenta, se ha puesto en camino. Lo más seguro, en efecto, era abandonar Ratópolis, con objeto de escapar a la venganza del Príncipe, mientras no fueran lo bastante fuertes para defenderse. Ratona, Ratana, Ratina, Rata y Raté no son todavía más que simples volátiles; cuando se truequen en fieras, ya tendrán buen cuidado de meterse con ellos.

Sí, simples volátiles, entre los cuales Ratana ha sido la menos favorecida; por eso se pasea ella sola por el corral de la posada.

-¡Ay, ay, después de haber sido una trucha elegante -exclama-, una rata que supo agradar, heme aquí convertida en un ganso, un ganso doméstico, uno de esos gansos de corral, al que cualquier cocinero puede rellenar con castañas!

Y suspiraba ante esta idea, añadiendo:

-¿Quién sabe si hasta a mi propio marido se le ocurrirá el pensamiento de hacerlo? ¡Ahora, él me desdeña! ¿Cómo queréis que un pavo tan majestuoso tenga la menor consideración por un ganso tan vulgar? ¡Todavía, si yo fuese pava...! Pero no. ¡Y Rata no me encuentra de su gusto!

Y esto sucedió, en verdad, cuando el vanidoso Rata entró en el corral. Pero, en realidad, ¡qué pavo real tan hermoso! ¿Cómo era posible que aquella admirable ave se rebajase hasta aquel ganso tan torpe y tan feo?

-¡Mi querido Rata! -dijo ella.

-¿Quién se atreve a pronunciar mi nombre? -replicó el pavo real.

-¡Yo!

-¡Un ganso! ¿Quién es este ganso?

-Soy vuestra Ratana.

-¡Uf, qué horror...! ¡Seguid vuestro camino si gustáis!

Verdaderamente, la vanidad hace decir muchas necedades.

Y era que el ejemplo le venía de arriba a aquel orgulloso. ¿Mostraba, por ventura, su ama a Ratona más buen sentido? ¿Acaso no trataba ella tan desdeñosamente a su esposo?

Y, precisamente, hela ahí que hace su entrada acompañada de su marido, de su hija, de Ratín y del primo Raté.

Ratina está encantadora como paloma, con su plumaje de color ceniza con reflejos azulados, el cuello verde dorado y las delicadas manchas blancas de sus alas.

¡Por eso Ratín la devora con los ojos! ¡Y qué melodioso ron-ron deja ella oír revoloteando en torno del hermoso joven!

El padre Ratón, apoyado en su muleta, contemplaba a su hija con admiración. ¡Qué hermosa la encontraba! Pero la verdad es que la señora Ratona se encontraba más bella todavía.

-¡Ah, qué bien había hecho la Naturaleza en metamorfosearla en cotorra! ¡Cómo se engallaba y se ufanaba de sus encantos! Movía y removía su cola hasta el extremo de causar celos al propio don Rata. ¡Si la hubieseis visto cuando se colocaba ante los rayos solares para hacer brillar los maravillosos colores de sus plumas y de su cuello! Era, en realidad, uno de los más admirables ejemplares de las cotorras de Oriente.

-¿Y bien, estás contenta de tu destino, bobona? -le preguntó Ratón.

-¿Qué es eso de bobona? -respondió ella en tono seco-. ¡Os ruego que midáis vuestras expresiones y que no olvidéis la distancia que actualmente nos separa!

-¡Yo...! ¡Tu marido!

-¡Un ratón el marido de una cotorra...! ¡Estáis loco, querido mío!

Y la señora Ratona volvió a engallarse, en tanto que Rata se pavoneaba cerca de ella.

Ratón hizo una leve señal de amistad a su criado, que no había desmerecido a sus ojos, y luego se dijo para sus adentros:

-¡Ah, las mujeres, las mujeres...! ¡Pero seamos filósofos!

Y mientras tenía lugar aquella escena de familia, ¿qué era del primo Raté, con aquel apéndice que no pertenecía a su especie? ¡Después de haber sido ratón con una cola de pescadilla, ser garza con cola de rata! Si aquello continuaba así, a medida que se iba elevando en la escala de los seres, ¡resultaba verdaderamente deplorable! Así es que permanecía en un rincón del corral, apoyado sobre una pata, como lo hacen las garzas cuando piensan hondamente, mostrando la parte delantera de su cuerpo, cuya blancura se realza con pequeñas láminas negras, su plumaje cenizoso, y su copete melancólicamente inclinado hacia atrás.

Se trató entonces de continuar el viaje, a fin de admirar el país en toda su belleza.

Pero ni la señora Ratona ni don Rata se admiraban más que a sí mismos. Ninguno de ellos miraba aquellos incomparables paisajes, prefiriendo las villas y ciudades, con objeto de desplegar en ellos todas sus gracias.

Hallábanse en lo más empeñado de la discusión, cuando un nuevo personaje se presento a la puerta de la posada.

Era uno de esos guías del país, vestido a usanza hindú, y que acudía a ofrecer sus servicios a los viajeros.

-Amigo mío -le díjo Ratón-, ¿hay algo curioso que ver aquí?

-Una maravilla sin igual -respondió el guía-: la gran efigie del desierto.

-¿Del desierto? -dijo desdeñosamente la señora Ratona.

-No hemos venido nosotros aquí para visitar un desierto -añadió don Rata.

-¡Oh! -repondió el guía-. Un desierto que no lo será hoy, porque es la fiesta de la esfinge y vienen a adorarla de todos los puntos del globo.

Esto último era bastante para inducir a nuestros vanidosos volátiles a visitarla. Poco, por lo demás, importaba a Ratina y a su novio el sitio adonde se les condujera, con tal de ir juntos. Por lo que hace al primo Raté y a la buena Ratana, en el fondo de un desierto era precisamente donde hubieran deseado refugiarse.

-En marcha -dijo la señora Ratana.

-En marcha -respondió el guía.

Un instante después todos abandonaron el albergue, sin pensar siquiera en que su guía fuese el encantador Gardafur, imposible de reconocer bajo su disfraz, y que trataba de atraerles a una nueva emboscada.

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