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Los forzadores de bloqueos
Editado
© Ariel Pérez
6 de agosto del 2002
Indicador El Delfín
Indicador El aparejo
Indicador En el mar
Indicador Astucias de Crockston
Indicador Las balas del Iroques
Indicador El canal de la isla...
Indicador Un general sudista
Indicador La evasión
Indicador Entre dos fuegos
Indicador San Mungo

Los forzadores de bloqueos: De Glasgow a Charleston
Capítulo II
El aparejo

El armamento del Delfín se llevaba a cabo con mucha rapidez: el aparejo estaba listo y sólo hubo que ajustarlo. El Delfín llevaba tres palos de goleta, lujo poco menos que superfluo, pues no contaba con el viento para escapar a los cruceros federados sino con las potentes máquinas encerradas en sus costados. Y hacía bien.

A fines de diciembre el Delfín verificó sus pruebas en el golfo del Clyde. Sería difícil decir si quedó más satisfecho el constructor que el capitán. El nuevo steamer cortaba el agua admirablemente y el patentlog1 marcó una velocidad de 17 millas por hora2 , velocidad nunca alcanzada por un barco inglés, francés o americano. Evidentemente el Delfín, luchando con los buques más rápidos, habría ganado muchos cables de delantera en un match marítimo.

El 25 de diciembre comenzaron las operaciones del cargamento. El steamer fue atracado al steam-boat-quay, un poco más abajo de Glasgow Bridge, en el último puente, tendido sobre el Clyde antes de llegar a su desembocadura. Allí los vastos wharfs contenían una inmensa provisión de víveres, armas y municiones que pasaban rápidamente a la sentina del Delfín. La naturaleza del cargamento denunció el misterioso destino del buque, y la casa Playfair no pudo guardar por más tiempo el secreto. Por otra parte, el Delfín no había de tardar en hacerse a la mar. En las aguas inglesas no se había señalado ningún crucero americano, y, además, ¿hubiera sido posible formar el rol y guardar silencio sobre el destino de la tripulación? No se podía embarcar a los hombres sin decirles adónde se les quería llevar, pues cuando uno arriesga su pellejo, quiere saber por qué lo arriesga.

Sin embargo, el peligro no retrajo a nadie El salario era bueno y a cada tripulante se le reconocía una participación en los beneficios; así es que fueron muchos los marineros que quisieron figurar en el rol del Delfín. Jacobo Playfair pudo, pues, elegir bien y a su entera satisfacción, de manera que a las veinticuatro horas la lista de la tripulación era de treinta nombres de marineros que hubieran hecho honor al yate de Su Muy Graciosa Majestad. Se fijó la partida para el 3 de enero.

El 31 de diciembre el Delfín estaba ya listo. Sus sentinas se hallaban abarrotadas de municiones y víveres y su bodega de carbón. Nada le retenía ya.

El 2 de enero el skipper se hallaba a bordo dando el último vistazo a la nave para asegurarse de que todo estaba en orden, cuando se presentó en la escalera del Delfín un hombre diciendo que deseaba hablar con el capitán. Uno de los marineros le condujo a la toldilla.

Era un hombrón de anchas espaldas, coloradote, de aire sencillo, que no ocultaba, empero, cierta sagacidad e inteligencia. No parecía estar muy al corriente de las costumbres marítimas y miraba en torno suyo como el que no está habituado a pisar las cubiertas de los buques.

Sin embargo, se daba la importancia de un viejo lobo de mar y balanceaba el cuerpo al modo de los marineros.

Cuando llegó a presencia del capitán, le miró fijamente preguntando:

-¿El capitán Jacobo Playfair?

-Yo soy -respondió el skipper -. ¿Qué desea?

-Embarcarme a bordo de su buque.

-Ya no hay puesto; la tripulación está completa.

-¡Bah! un hombre más no estorba, al contrario.

-¿Eso crees? -preguntó el capitán mirando con fijeza a su interlocutor.

-Estoy seguro de ello -respondió el solicitante.

-¿Quién eres? -interrogó el capitán.

-Un rudo marinero, un hombre fuerte y decidido, se lo aseguro. Dos brazos vigorosos como los que tengo la dicha de poseer, no son de despreciar a bordo de una nave.

-Pero hay más buques que el Delfín y otros capitanes que no son Jacobo Playfair; ¿por qué has venido, pues, aquí?

-Porque sólo a bordo del Delfín y a las órdenes del capitán Jacobo Playfair quiero yo servir.

-Pues no te necesito.

-Siempre se necesita un hombre vigoroso; sí quiere usted probar mis fuerzas con tres o cuatro hombres de los más robustos de la tripulación, estoy dispuesto.

-No es necesario. ¿Cómo te llamas?

-Crockston, para servirle.

El capitán retrocedió un paso para examinar mejor aquel hércules que se le presentaba de una manera tan curiosa. Su complexión, su figura, su aspecto, no desmentían sus palabras y sus alardes de robustez.

Debía estar dotado de una fuerza poco común y a la primera ojeada se comprendía que era hombre de pelo en pecho.

-¿Por dónde has navegado? -le preguntó Playfair.

-Un poco por todas partes.

-¿Sabes lo que va a hacer el Delfín?

-Por eso precisamente he venido.

-Pues bien, que Dios me condene si dejo escapar a un hombre de tu temple. Ve a buscar al segundo de a bordo, el señor Mathew, y que te inscriba.

Dicho esto, Jacobo Playfair esperaba ver a su hombre girar sobre sus talones y dirigirse a la proa, pero se engañó: Crockston no se movió.

-¿No me has entendido? -le preguntó el capitán.

-Sí, señor -repuso el marinero -; pero todavía no he concluido: tengo algo que proponerle.

-No me fastidies más -dijo bruscamente. Playfair -; no tengo tiempo que perder en baldías conversaciones.

-No lo molestaré mucho -replicó Crockston -. Con dos palabras despacho. Quería decir a usted que tengo un sobrino.

-¡Valiente tío tiene ese sobrino! -exclamó Playfair.

-¿Eh? ¡Cómo! -dijo Crockston.

-¿Acabarás? - dijo el capitán con impaciencia.

-Enseguida. Quién enrola al tío debe enrolar también al sobrino.

-¿De veras?

-Sí señor; es la costumbre el uno no puede ir a ninguna parte sin el otro.

-¿Y quién es tu sobrino?

-Un muchacho de quince años, un novato, al que estoy enseñando el oficio. Tiene muy buena voluntad y promete ser un excelente marinero.

-¿Crees acaso, maestro Crockston, que el Delfín es una escuela de grumetes? -exclamó Jacobo Playfair.

-No hable usted desdeñosamente de los grumetes, pues uno de ellos llegó a ser el almirante Nelson y otro el almirante Franklin.

-¡Voto a sanes! Tienes una manera de hablar que me hace gracia -repuso Jacobo -. Trae también a tu sobrino, y acabemos; pero te advierto que si el mozo no es como lo pinta el tío, el tío tendrá que habérselas conmigo. Vuelve antes de una hora.

Crockston no se lo hizo repetir dos veces: saludó torpemente al capitán del Delfín y bajó al muelle. Una hora después estaba de regreso a bordo, acompañado de su sobrino, un muchacho de catorce a quince años, flaco y pálido, tímido y asombrado, que no tenía de su tío ni sombra, de las cualidades morales y físicas del robusto Crockston. Este tuvo que animarle con algunas palabras.

-¡Vamos -le dijo -, un poco de valor! ¡No nos comerán, muchacho! Además, todavía estamos a tiempo de irnos.

-¡No, no! -replicó el chiquillo -. ¡Que Dios nos proteja!

Aquel mismo día el marinero Crockston y su sobrino Juan Stiggs fueron inscriptos en el rol de la tripulación del Delfín

Al día siguiente, a las cinco de la mañana, activáronse los fuegos del buque y de nuevo retembló el puente bajo las vibraciones de la caldera, y el vapor se escapaba silbando por las válvulas. Había llegado el momento de zarpar.

A pesar de la hora intempestiva, una muchedumbre inmensa se agrupaba en los muelles y en Glasgow Bridge. Iban a saludar por última vez al atrevido steamer. Vicente Playfair fue también para abrazar a su sobrino, pero, en aquella circunstancia, se portó como un viejo romano de los buenos tiempos. Su continente fue heroico: los dos sonoros besos que dio al joven capitán indicaban un alma de gran temple.

-Anda, Jacobo - le dijo -; anda ligero y vuelve más ligero aún.

Sobre todo no dejes de aprovechar la ocasión: vende caro, compra barato y merecerás aún más la estimación de tu tío.

Después de esta recomendación, tomada del Manual del Perfecto Comerciante, el tío y el sobrino se separaron y todos los visitantes abandonaron el buque.

En aquel momento, Crockston y Juan Stiggs, se hallaban reunidos en el castillo de proa, y el primero decía al segundo:

-¡Esto marcha! ¡esto marcha! Antes de diez horas estaremos en alta mar, y auguro bien de un viaje que empieza de esta manera.

Por toda respuesta, el muchacho estrechó la mano a Crockston.

Jacobo Playfair daba entretanto las últimas órdenes para la partida.

-¿Tenemos presión? - preguntó a su segundo.

-Sí, capitán -respondió mister Mathew.

-Está bien: larguen las amarras.

La maniobra fue ejecutada inmediatamente. Las hélices se pusieron en movimiento. El Delfín se puso en marcha, pasó por entre las naves del puerto y desapareció bien pronto a los ojos de la multitud que lo saludaba con sus últimos hurras.

La bajada del Clyde se verificó fácilmente. Se podría decir que aquellas riberas habían sido hechas por la mano del hombre, y hasta por mano maestra. Después de sesenta años, gracias a las dragas y a un trabajo constante, había ganado el río quince pies de profundidad y triplicado su anchura entre los muelles de la ciudad. No tardó en perderse entre los humos y la bruma el bosque de chimeneas y de mástiles.

La distancia apagó el ruido de los martillos de las fundiciones y de las hachas de los astilleros que se perdía en lontananza. A la altura del pueblo de Partick, las casas de campo y de recreo substituyeron a las fábricas. El Delfín, moderando su marcha, navegaba entre los diques que contienen el río encajonándolo a veces en pasos muy estrechos, inconveniente de poca importancia, pues en un río navegable importa mucho más la profundidad que la anchura. El steamer, guiado por la mano de un excelente piloto del mar de Irlanda, se deslizaba sin vacilar entre las boyas flotantes y las columnas de piedra y de los biggings3 coronados por fanales que marcan el canal. Pronto dejó atrás el anejo de Renfrew. El Clyde se ensanchó entonces al pie de las colinas de Kilpatrick y delante de la bahía de Bowling, en el fondo de la cual se abre la boca del canal que une a Edimburgo con Glasgow.

Por fin, a cuatrocientos pies, en los aires, el castillo de Dumbarton dibujaba su silueta, apenas perfilada, entre la bruma, y pronto, en la orilla izquierda, las naves del puerto de Glasgow oscilaron bajo la acción de las olas agitadas por el Delfín. Algunas millas más allá quedó atrás Greenock, la patria de Jacobo Watt. El Delfín se hallaba en la desembocadura del Clyde, a la entrada del golfo por el cual vierte sus aguas en el canal del Norte.

Allí sintió las primeras ondulaciones del mar y ganó las costas pintorescas de la isla de Arran. Por último, dobló el promontorio de Cantyre, que atraviesa el canal, reconoció la isla de Rathlin y el práctico volvió en el bote a su pequeño cutter que cruzaba al largo. El Delfín, devuelto a la autoridad de su capitán, tomó por el norte de Irlanda una ruta poco frecuentada por las naves y no tardó en perder de vista las últimas tierras europeas: se hallaba en medio del Océano.

Línea divisoria

1. Instrumento que por medio de agujas que se mueven sobre cuadrantes graduados marcan la velocidad de un buque.
2. 7 leguas y 87/100. La milla marina equivale a 1.852 metros.
3. Pequeños montículos de piedras.

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