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A propósito del “Gigante”

Editado
© Ariel Pérez
15 de abril del 2002

A propósito del “Gigante”

Parece que la cuestión de los globos ha experimentado un nuevo progreso desde las audaces tentativas de Nadar. La ciencia aerostática parecía abandonada desde hacía largo tiempo; y, por así decirlo, no había hecho grandes progresos desde finales del siglo XVIII; los físicos de la época habían inventado todo: el gas hidrógeno para inflar el globo, la red para contener el tafetán y sostener la barquilla, y en fin la válvula para dejar ir el gas; los medios de ascenso y de descenso por el abandono del gas o del lastre fueron igualmente encontrados. Por tanto, en ochenta años, el arte de los aeronautas permaneció estacionario.

¿Se puede decir que las tentativas de Nadar hayan traído un nuevo progreso? Quizás; estoy tentado de decir: evidentemente. Y he aquí el porqué:

Primeramente, este corajudo e intrépido artista ha reavivado el tema olvidado; se ha aprovechado de su simpática situación en la prensa y enfrente de los periodistas para así atraer la atención pública sobre el tema. Al comienzo de los grandes descubrimientos, siempre hay un hombre de temple, buscador de dificultades, enamorado de lo imposible, que intenta, trata, tiene éxito más o menos, pero finalmente da el impulso; los científicos se reúnen entonces; hablan, escriben, calculan, y, un buen día, el éxito se nos presenta ante nuestros ojos.

Es esto lo que trajeron las audaces ascensiones de Nadar; que el arte de elevarse y de dirigirse en el aire se convierta para siempre en un medio práctico de locomoción, y la posteridad, si es justa, le deberá una gran parte de su reconocimiento.

No voy a narrar aquí los viajes del Gigante; otros lo han hecho, los cuales, habiéndolo acompañado en su vuelo, han estado mejor ubicados para ver, por tanto para contar. Sólo quiero, en algunas líneas, indicar la dirección que tiende a tomar la ciencia aeronáutica.

Primero, según Nadar, el Gigante debe ser el último globo; las dificultades de sus descensos demuestran ampliamente cuánto un vasto aparato como este es peligroso de guiar, imposible de conducir.

Se quiere entonces llegar a eliminar el globo simplemente; ¿es esto posible? El señor Babinet lo cree así, como si la idea viniese de él; Los señores de Ponton d'Amécourt y de La Landelle afirman haber vencido la dificultad y resuelto el problema.

Pero antes de entrar en los detalles de su invención, finalicemos con los globos, y permítanme hablarles del aparato del señor de Luze. Lo he visto funcionar en pequeño, y es sin duda lo más ingenioso que se ha hecho para dirigir un aerostato, si un aerostato es algo dirigible; además, el inventor ha obrado lógicamente: en lugar de buscar cómo empujar la barquilla, ha buscado cómo empujar el globo.

Para hacerlo, le ha dado la forma de un cilindro alargado: sobre este cilindro ha dispuesto las paletas de una hélice; ha unido las dos extremidades del cilindro a la barquilla por medio de cables enrollados sobre poleas; estos cables están destinados a dar, a través de un motor ordinario, un movimiento de rotación al cilindro, y el globo se enrosca literalmente en el aire.

Es cierto que el aparato funciona, y funciona muy bien; no podrá ciertamente remontar las corrientes extremadamente fuertes; pero, en los vientos moderados, creo que se podrá dirigir; además el aeronauta tendrá a su disposición unos planos inclinados que, desarrollados en un sentido u otro, le permitirán hacer reales ascensiones verticales.

Su globo debe estar construido en cobre, de manera tal que evite la salida del gas hidrógeno puro, que es muy ligero, y el señor de Luze espera producir los movimientos de ascenso y de descenso por medio de una bolsa ubicada en el interior del globo, y en el cual reciclará el aire por medio de una bomba.

He aquí muy resumida su invención; se puede ver lo que la hace más ingeniosa, es el globo propiamente actuando como hélice. ¿Tendrá éxito el señor de Luze? Lo veremos, ya que se propone viajar durante dos días por encima de París.

Pero vuelvo al proyecto de los señores de Ponton d'Amécourt y de La Landelle; hay en él algo muy serio; solo resta saber si su idea es practicable con los medios que la mecánica actual pone a su disposición.

Usted conocen esos juguetes de niños hechos de paletas a los cuales se les comunica una viva rotación por medio de una cuerda rápidamente desenrollada; el objeto vuela y planea en el aire, mientras que la hélice conserva su movimiento giratorio; si este movimiento continuase, el aparato no caería; imaginen un resorte que actúe incesantemente, y el juguete se mantendrá en el aire.

Es sobre este principio que ha sido construido el helicóptero del señor de Ponton d'Amécourt; el aire ofrece un punto de apoyo suficiente a la hélice, que lo corta oblicuamente; todo esto es físicamente verdadero, y he visto con mis ojos funcionar los pequeños aparatos fabricados por estos señores; un resorte tensado, soltado de repente, se elevaba con la hélice.

Pero evidentemente la columna de aire expulsada por la hélice le daría al aparato un movimiento de rotación inverso; fue necesario entonces prevenir este inconveniente, debido a que el aeronauta hubiera sido rápidamente atrapado por este vals aéreo. También, por medio de dos hélices superpuestas girando en direcciones opuestas, el señor de Ponton d'Amécourt ha podido recuperar la completa inmovilidad.

Con una tercera hélice, vertical, dirige su aparato como desea. Por tanto, por medio de las dos primeras, se sostiene en el aire; por medio de la tercera, se impulsa como si estuviese en el agua.

He aquí entonces teóricamente el medio encontrado, el helicóptero; pero, prácticamente, ¿tendrá éxito? Todo dependerá del motor empleado para mover la hélice; es necesario que sea a la vez poderoso y ligero. Desafortunadamente, hasta aquí las máquinas de aire comprimido o de vapor, de aluminio o de hierro, no han dado resultados completos.

Sé bien que los experimentadores trabajan en pequeño, y que, para tener éxito, es necesario operar en grande, debido a que en la medida que el volumen del aparato crezca, su peso relativo disminuye; en efecto, una máquina de veinte caballos de fuerza pesa mucho menos que veinte máquinas de un caballo de fuerza. Esperemos, pues, pacientemente por las experiencias más decisivas. Los inventores son gentes instruidas y resueltas; ellos irán hasta el fin de su descubrimiento.

Pero necesitan dinero, y quizás mucho; Nadar se ha dedicado por completo a obtener este dinero; es por esto que ha convocado a la muchedumbre a venir a ver sus audaces ascensiones. Los espectadores no han acudido en gran número, porque no sueñan quizás más que en un placer presente; si Nadar vuelve a comenzar, y ellos piensan en la utilidad futura, el campo de Marte será muy pequeño para contenerlos.

No se trata más, así lo vemos, de planear o de volar por los aires, sino de navegar.

Un científico ha dicho muy humorísticamente: “El hombre hará grandes cosas mientras se transforma en volátil y no será más que una víctima.”

Recomendemos entonces el helicóptero, y tomemos como consigna la dicha por Nadar:

Todo lo que es posible se hará.

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