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Una invernada entre los hielos
Editado
© Ariel Pérez
11 de diciembre del 2002
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Una invernada entre los hielos
Capítulo V
La isla Liverpool

El brick bogaba entonces por un mar casi completamente libre. Sólo en el horizonte una luz blancuzca, sin movimiento en esta ocasión, indicaba la presencia de llanuras inmóviles.

Juan Cornbutte seguía dirigiéndose hacia el cabo Brewster y se acercaba a regiones donde la temperatura es excesivamente fría porque los rayos del sol no llegan sino muy debilitados debido a su oblicuidad

El 3 de agosto el brick volvió a encontrarse en presencia de hielos inmóviles y unidos entre sí. Los pasos no tenían a menudo más que un cable de anchura, y La joven audaz se veía forzada a dar mil rodeos que a veces la colocaban contra el viento.

Penellan se ocupaba con una solicitud paternal de María, y a pesar del frío, la obligaba a subir todos los días para pasear dos o tres horas por el puente, porque el ejercicio se convertía en una de las condiciones indispensables de la salud.

Por otro lado, el valor de María no se debilitaba. Alentaba incluso a los marineros del brick con sus palabras, y todos sentían por ella verdadera adoración, André Vasling se mostraba más solícito que nunca y buscaba todas los ocasiones para hablar con ella; pero la joven, por una especie de presentimiento, no acogía sus servicios más que con cierta frialdad. Fácilmente se comprenderá que el futuro, más qué el presente, era el objeto de las conversaciones de André Vasling, que no ocultaba las pocas probabilidades que ofrecía el salvamento de los náufragos. Él pensaba que su pérdida era ahora un hecho confirmado y que la joven debía poner en manos de algún otro el cuidado de su existencia.

Sin embargo, María no había comprendido todavía los proyectos de André Vasling, porque, para gran disgusto de este ultimo, estas conversaciones no se prolongaban mucho. Penellan siempre encontraba un medio de intervenir y destruir el efecto de las conversaciones de André Vasling con las palabras de esperanza que dejaba escapar de sus labios.

Por lo demás, María no permaneció sin hacer nada. Siguiendo los consejos del timonel, preparó sus ropas de invierno, y fue preciso cambiar por entero su vestimenta. El corte de sus vestidos de mujer no era apropiado para aquellas latitudes frías. Se hizo, por tanto, una especie de pantalón de piel, cuyos pies estaban guarnecidos de piel de foca, y sus estrechas faldas sólo le llegaban a media pantorrilla a fin de que no estuvieran en contacto con las capas de nieve con que el invierno iba a cubrir las llanuras de hielo. Una capa de piel, estrechada por la cintura y provista de un capuchón, le protegía la parte superior del cuerpo.

En el intervalo de sus trabajos, los hombres de la tripulación se confeccionaron también ropas capaces de resguardarles del frío. Hicieron gran cantidad de botas altas de piel de foca, que debían permitirles atravesar impunemente las nieves durante sus viajes de exploración. De este modo, trabajaron todo el tiempo que duró esta navegación por los pasos.

André Vasling, tirador muy diestro, abatió varias veces aves acuáticas, cuyas numerosas bandas daban vueltas en torno del navío. Una especie de eiderduks y de ptarmigans proporcionaron a la tripulación una carne excelente que les permitió descansar de las carnes saladas.

Al fin el brick, tras mil rodeos, llegó a la vista del cabo de Brewster. Echaron al mar una chalupa. Juan Cornbutte y Penellan ganaron la costa, que estaba absolutamente desierta.

En seguida, el brick se dirigió a la isla de Liverpool, descubierta en 1821 por el capitán Scoresby, y la tripulación lanzó gritos de jubilo al ver a los nativos acudir a la playa. Pronto se estableció comunicación entre ellos, gracias a algunas palabras que Penellan conocía de su lengua y a algunas frases usuales que ellos mismos habían aprendido de los balleneros que frecuentaban estos parajes.

Aquellos groenlandeses eran pequeños y regordetes, su estatura no pasaba de los cuatro pies y diez pulgadas; tenían la tez rojiza, la cara redonda y la frente baja; su pelo, liso y negro, les caía sobre la espalda; sus dientes estaban estropeados, y parecían afectados por esa especie de lepra particular de las tribus ictiófagas1.

A cambio de trozos de hierro y de cobre, por los que sienten gran avidez, aquellas pobres gentes entregaban pieles de oso, pieles de becerros marinos, de perros marinos, de lobos marinos y de todos esos animales generalmente comprendidos bajo el nombre de focas. Juan Cornbutte obtuvo a muy bajo precio todas estas pieles que iban a resultarle de gran utilidad,

El capitán hizo comprender entonces a los nativos que estaba buscando un navío naufragado y les preguntó si no tenían alguna noticia de él. Uno de ellos trazó inmediatamente sobre la nieve una especie de navío e indicó que un barco de aquella clase había sido arrastrado, hacía tres meses, en dirección norte; indicó también que el deshielo y la ruptura de los campos de hielos les habían impedido salir en su búsqueda, y, en efecto, sus piraguas, muy ligeras, que maniobraban con pagayas, no podían afrontar el mar en aquellas condiciones.

Aunque imperfectas, estas noticias devolvieron la esperanza al corazón de los marineros, y a Juan Cornbutte no le costó ningún esfuerzo adentrarlos en el mar polar.

Antes de abandonar la isla de Liverpool, el capitán compró un tiro de seis perros esquimales, que pronto se aclimataron a bordo. El navío levó anclas el l0 de agosto por la mañana y con una fuerte brisa se hundió en los pasos del norte.

Aun no habían llegado a los días más largos del año, es decir, bajo esas elevadas latitudes, el sol, que no se ponía, alcanzaba el punto más alto de las espirales que describía por encima del horizonte.

Esta ausencia total de noche no era, sin embargo, muy sensible, porque la bruma, la lluvia y la nieve rodeaban a veces al navío entre verdaderas tinieblas.

Decidido a ir lo más adelante que pudiese, Juan Cornbutte comenzó a tomar medidas de higiene. El entrepuente fue cerrado por completo y por la mañana se preocuparon de renovar el aire mediante corrientes. Se instalaron estufas, y los tubos se dispusieron de tal forma que dieran el mayor calor posible. Se recomendó a los hombres de la tripulación que no llevasen más que una camisa de lana encima de su camisa de algodón, y que cerrasen herméticamente su casaca de piel. Por lo demás, todavía no encendieron las calderas, porque importaba reservar las provisiones de madera y de carbón para los grandes fríos.

Regularmente se distribuyeron a los marineros, mañana y tarde, bebidas calientes, como el café y el té, y corno era útil alimentarse de carnes, se dedicaron a la caza de patos y cercetas, que abundan en esos parajes.

También en la cima del mástil mayor instaló Juan Cornbutte un «nido de cornejas», especie de tonel hundido por un extremo, en el que siempre había un vigía para observar las llanuras de hielo.

Dos días después de que el brick hubiera perdido de vista la isla de Liverpool, la temperatura refrescó súbitamente bajo la influencia de un viento seco. Se percibieron algunos indicios del invierno, La joven audaz no tenía un momento que perder, porque pronto la ruta debía quedar absolutamente cerrada. Avanzó, pues, a través de los pasos que dejaban entre sí unas llanuras que tenían hasta treinta pies de espesor.

En la mañana del 3 de septiembre, La joven audaz llegó a la altura de la bahía de Gaël-Hamkes. La tierra se encontraba entonces a treinta millas a sotavento. Aquella fue la primera vez que el brick se detuvo ante un banco de hielo que no le ofrecía ningún paso y que medía por lo menos una milla de ancho. Hubieron de emplear, por tanto, las sierras para cortar el hielo. Penellan, Aupic, Gradlin y Turquiette se dedicaron al trabajo con aquellas sierras, que se habían instalado fuera del navío. El trazado de los cortes se hizo de tal modo que la corriente pudo llevarse los hielos desgajados del banco. Toda la tripulación reunida tardó casi veinte horas en aquella tarea. Los hombres hacían terribles esfuerzos para mantenerse sobre el hielo; con frecuencia se veían forzados a meterse en el agua hasta la cintura, y sus ropas de piel de foca no les preservaban sino muy imperfectamente de la humedad.

Por otro lado, bajo estas elevadas latitudes, todo trabajo excesivo muy pronto va seguido de una fatiga absoluta, porque falta la respiración y el más robusto se ve obligado a detenerse con frecuencia.

Por último, pudieron navegar libremente y el brick fue remolcado al otro lado del banco que durante tanto tiempo le había retenido.

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1. Que se nutren exclusivamente de peces.

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