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Una invernada entre los hielos
Editado
© Ariel Pérez
11 de diciembre del 2002
Indicador El pabellón negro
Indicador El proyecto de Juan...
Indicador Destello de esperanza
Indicador En los pasos
Indicador La isla Liverpool
Indicador El terremoto de hielos
Indicador La instalación para la...
Indicador Plan de exploración
Indicador La casa de nieve
Indicador Sepultados vivos
Indicador La nubecilla de humo
Indicador Regreso al buque
Indicador Los dos rivales
Indicador Suprema angustia
Indicador Los osos blancos
Indicador Conclusión

Una invernada entre los hielos
Capítulo VIII
Plan de exploración

El 9 de octubre Juan Cornbutte mantuvo consejo para trazar el plan de operaciones, y al fin de que la solidaridad aumentara el celo y valor de cada uno, admitió en la asamblea a toda la tripulación. Con el mapa en la mano, expuso con claridad la situación presente.

El lado oriental de Groenlandia avanza perpendicularmente hacia el norte. Los descubrimientos de los navegantes han proporcionado el límite exacto de estos parajes. En ese espacio de cinco leguas que separa, Groenlandia del Spitzberg, aun no se había explorado ninguna tierra. Una sola isla, la isla Shannon, se encontraba a un centenar de millas al norte de la bahía de Gael-Hamkes, donde iba a invernar La joven audaz.

Por tanto, si el navío noruego, según todas las probabilidades, había sido arrastrado en aquella dirección, suponiendo que no hubiera logrado alcanzar la isla Shannon, Luis Cornbutte y los náufragos habían debido buscar asilo allí para el invierno.

Prevaleció esta opinión, a pesar de la oposición de André Vasling, y se decidió que dirigirían, las exploraciones al lado de la isla Shannon.

Inmediatamente se iniciaron los preparativos. En la costa de Noruega se habían procurado un trineo hecho a la manera de los esquimales, construidos con tablas curvadas por delante y por detrás, y que servía para deslizarse por la nieve y el hielo. Tenía doce pies de largo por cuatro de ancho, y, por tanto, podía llevar provisiones para varias semanas en caso necesario. Fidele Misonne pronto lo puso en situación de ser utilizado. Trabajo sobre él en el almacén de nieve al que habían sido trasladadas las herramientas. Por primera vez se montó una estufa de carbón en aquel almacén, porque sin ella todo trabajo hubiera sido imposible. El tubo de la estufa salía por una de las paredes laterales mediante un agujero excavado en la nieve; pero de esta disposición resultaba un grave inconveniente porque el calor del tubo hacía que se fundiese poco a poco la nieve en el lugar en que el tubo entraba en contacto con ella, y la abertura crecía a ojos vistas. A Juan Cornbutte se le ocurrió rodear esa porción de tubo con una tela metálica, cuya propiedad consiste en impedir la salida del calor. Y resultó perfecto.

Mientras Misonne trabajaba en el trineo, Penellan, ayudado por María, preparaba las ropas de recambio para la ruta. Afortunadamente abundaban las botas de piel de foca. Juan Cornbutte y André Vasling se ocuparon de las provisiones; cogieron un pequeño barril de alcohol, destinado a calentar un hornillo portátil; tomaron en cantidad suficiente reservas de té y de café; una pequeña caja de galletas, doscientas libras de pemmican y algunas cantimploras de aguardiente completaron la parte alimentaria. La caza debía proporcionar cada día provisiones frescas. Cierta cantidad de pólvora fue repartida en varios saquitos. La brújula, el sextante y el catalejo fueron puestos al abrigo de cualquier choque.

El 11 de octubre el sol no reapareció sobre el horizonte. Se vieron obligados a tener encendida continuamente una lámpara en el lugar de la tripulación. No había tiempo que perder, debían iniciar las exploraciones, y he aquí por qué:

En el mes de enero, el frío sería tal que resultaría imposible poner fuera los pies sin peligro para la vida. Durante dos meses como mínimo, la tripulación se vería condenada al acuartelamiento más completo; luego comenzaría el deshielo, que se prolongaría hasta la época en que el navío debiera abandonar los hielos. Ese deshielo impediría forzosamente cualquier exploración. Por otro lado, si Luis Cornbutte y sus compañeros todavía vivían, no era probable que pudiesen resistir los rigores de un invierno ártico. Por tanto era preciso salvarlos antes, o se perdería la ultima esperanza.

André Vasling sabía todo esto mejor que nadie. Por eso decidió aportar numerosos obstáculos a la expedición.

Los preparativos del viaje concluyeron hacia el 20 de octubre. Entonces hubo que escoger a los hombres que participarían en él. La joven no debía quedar sin la guarda de Juan Cornbutte o de Penellan. Pero ninguno de los dos podía faltar en la caravana.

El problema fue entonces saber si María soportaría las fatigas de semejante viaje. Hasta entonces había pasado por rudas pruebas sin sufrir mucho, ya que era hija de marino y estaba habituada desde su infancia a las fatigas del mar. Realmente Penellan no se asustaba al verla, en medio de aquellos climas horribles, luchando contra los peligros de los mares polares.

Tras largas discusiones decidieron que la joven acompañaría a la expedición, y que, llegado el caso, se reservaría un sitio en el trineo, sobre el que se construyó una pequeña cabaña de madera herméticamente cerrada. En cuanto a María, vio todos sus deseos colmados, porque le resultaba muy desagradable la idea de separarse de sus dos protectores.

La expedición, por tanto, quedó formada de la siguiente manera: María, Juan Cornbutte, Penellan, André Vasling, Aupic y Fidele Misonne. Alain Turquiette quedo especialmente encargado de la guardia del brick, en el que permanecerían también Gervique y Gradlin. Se prepararon nuevas provisiones de todo tipo porque Juan Cornbutte, a fin de conducir la exploración lo más lejos posible había decidido hacer depósitos a lo largo del camino, cada siete u ocho días de marcha. Cuando el trineo estuvo preparado, lo cargaron inmediatamente, y fue recubierto con una tienda de pieles de búfalo. El conjunto formaba un peso de unas setecientas libras, que un tiro de cinco perros podía arrastrar con facilidad sobre el hielo.

El 22 de octubre, y siguiendo las previsiones del capitán, se produjo en la temperatura un cambio repentino. El cielo se aclaró, las estrellas lanzaron un resplandor muy vivo y la Luna brilló encima del horizonte para no dejarlo ya durante una quincena de días. El termómetro había descendido a veinticinco grados bajo cero. La partida se fijó para el día siguiente.

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