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Las indias negras
Editado
© Ariel Pérez
9 de febrero del 2002
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Las indias negras
Capítulo VIII
Una explosión de dinamita

El experimento anunciado por el antiguo capataz había salido bien. El hidrógeno precarbonado, como es sabido, no se desarrolla sino en los depósitos hullíferos. No podía pues ponerse en duda la existencia de un filón del precioso combustible. ¿Cuál era su importancia y su calidad? Eso se determinaría después.

Tales fueron las consecuencias que el ingeniero dedujo del fenórneno queacababa de observar; y estaban en un todo conformes con las que había sacado Simon Ford.

"¡Sí", se dijo Jacobo Starr, "detrás de esta pared se extiende una capa carbonífera que nuestras exploraciones no han podido descubrir! Es bien triste, porque es necesario rehacer todo el material de la mina abandonada por espacio de diez años. ¡Pero no importa! ¡Hemos encontrado la vena que se creía agotada; y esta vez la explotaremos hasta el fin!"

-Y bien, señor Starr -preguntó Simon Ford-, ¿qué piensa de nuestro descubrimiento? ¿He hecho mal en hacerle venir? ¿Siente usted haber hecho esta última visita a la mina Dochart?

-¡No, no, mi antiguo compañero! -respondió Jacobo Starr. No hemos perdido el tiempo; pero lo perderíamos ahora si no volviéramos en seguida a la choza. Mañana volveremos aquí. Haremos saltar esta pared con la dinamita. ¡Descubriremos la superficie del nuevo filón y después de sondearle, si tiene importancia, formaré una sociedad de la Nueva Aberfoyle, con grandísima satisfacción de los antiguos accionistas! ¡Antes de tres meses es preciso que hayamos extraído las primeras toneladas de hulla!

-¡Muy bien dicho, señor Starr! -exclamó Simon Ford. ¡La vieja mina va a rejuvenecer, como una viuda que se vuelve a casar! ¡La animación de los antiguos días volverá a empezar con los golpes de los picos, palas y azadones, la explosión de los barrenos, el arrastre de los vagones, los relinchos de los caballos, el crujido de las cubas y el ruido de las máquinas! ¡Yo volveré a ver todo eso! Espero, señor Starr, que no creerá que soy demasiado viejo para volver a mi oficio de capataz.

-¡No, querido Simon, no ciertamente! ¡Usted es aun mas joven que yo!

-¡Y que Dios nos proteja! ¡Usted es todavía nuestro viewer! ¡Ojalá la nueva explotación dure muchos años, y yo tenga el consuelo de morir sin ver su fin!

La alegría del pobre minero se desbordaba. Jacobo Starr participaba de ella; pero dejaba que Simon Ford se entusiasmase por los dos.

Sólo Harry permaneció pensativo. En su memoria estaban presentes las circunstancias extraordinarias, inexplicables, en que se había descubierto el nuevo depósito, lo cual no dejaba de inquietarle para el porvenir.

Una hora despues Jacobo Starr y sus dos compañeros estaban de vuelta en la choza. El ingeniero comió con gran apetito, aprobando con el gesto todos los planes que desarrollaba el anciano, y si no hubiese sido por el impaciente deseo de que llegara el día siguiente habría dormido mejor que nunca en la tranquilidad absoluta de la choza.

Al día siguiente, después de un suculento almuerzo, Jacobo Starr, Simon Ford, Harry, y la misma Margarita, tomaban el camino que habían recorrido la víspera. Todos iban como verdaderos mineros. Llevaban herramientas y cartuchos de dinamita para hacer saltar la pared. Harry llevaba además de un gran farol, una lámpara de seguridad que podía durar doce horas. Era más de lo necesario para ir y volver, contando el tiempo preciso para una exploración, si es que era posible.

-¡A la obra! -gritó Simon Ford, cuando llegaron a la extremidad de la galería.

Y blandió con vigor una pesada palanca.

-¡Un instante! -dijo entonces Jacobo Starr. Observemos si ha habido alguna variación y si el gas sale siempre por entre las capas de la pared.

-Tiene razón, señor Starr -respondió Harry. ¡Lo que estaba tapado, ayer, puede estarlo también hoy!

Margarita sentada en una roca observaba atentamente la excavación, y la muralla que se trataba de derribar.

Se cercioraron de que todo estaba como lo habían dejado. Las grietas de los extractos no habían sufrido ninguna alteración. El hidrógeno protocarbonado se desprendía, aunque lentamente; lo cual dependía, sin duda, de que desde la víspera tenía libre el paso. Pero esta emisión era tan poco importante, que no llegaba a formar con el aire exterior la mezcla detonante. Jacobo Starr y sus compañeros no tenían, pues, nada que temer. Por otra parte este aire se purificaba poco a poco ganando las altas capas de la galería; y el carburo extendido en toda esta atmósfera no podía producir ninguna explosión.

-¡Manos a la obra! -volvió a decir Simon Ford.

Y en breve, bajo la acción, de la palanca vigorosamente manejada, saltaron pedazos de la roca.

Esta pared se componía principalmente de pudingas, interpuestas entre el gres y el esquisto, tales como se encuentran casi siempre cubriendo los filones carboníferos.

Jacabo Starr recogía los pedazos que hacía saltar la herramienta, y los examinaba con cuidado, buscando en ellos algún indicio de carbón.

Este primer trabajo duró cerca de una hora, en la cual consiguieron hacer una excavación bastante profunda en la pared.

Jacobo Starr eligió entonces el sitio en que deberían hacerse los huecos de las minaduras, trabajo que llevó a cabo Harry con el escoplo y el martillo. En seguida metieron cartuchos de dinamita en estos agujeros. Colocaron la mecha embreada y un cohete de seguridad, que terminaba en una cápsula fulminante, y la encendieron al nivel del suelo. Jacobo Starr y sus compañeros se alejaron.

-¡Ah! señor Starr -dijo Simon Ford, que era víctima de una emoción que no trataba de ocultar-, ¡nunca, nunca mi corazón ha latido tan fuertemente! Quisiera atacar el filón yo mismo!

-¡Paciencia Simon! -dijo el ingeniero. ¿No tendra usted la pretensión de encontrar detrás de esa pared una galería abierta ya?

-¡Perdóneme señor Starr! -respondió el anciano. ¡Tengo todas las pretensiones posibles! Si ha habido una fortuna en el descubrimiento de este filón, ¿por qué no ha de continuar esta fortuna hasta el fin? ...

La explosión de la dinamita se oyó en breve. Un trueno sordo se propagó por el laberinto de las galerías subterráneas.

Jacobo Starr, Margarita, Harry y Simon Ford corrieron hacia la pared de la caverna.

-¡Señor Starr, señor Starr! -gritó el viejo. ¡Se ha abierto la puerta! ...

Esta comparación de Simon Ford estaba justificada por la aparición de un agujero, cuya profundidad no podía apreciarse.

Harry fue a lanzarse por la abertura.

El ingeniero, completamente sorprendido con el hallazgo de esta cavidad detuvo al joven.

-Espera a que el aire interior se purifique -le dijo.

-Sí, cuidado con las exhalaciones mefiticas -dijo Simon Ford.

Pasaron un cuarto de hora en una ansiedad terrible esperando. El farol, colocado en el extremo de un palo, fue introducido en la excavación y siguió luciendo con un brillo inalterable.

-Anda Harry -dijo Jacobo Starr-, nosotros te seguiremos.

La abertura producida por la dinamita era más que suficiente para que pudiese pasar un hombre.

Harry, con el farol en la mano, entró sin vacilar y desapareció en las tinieblas.

Jacobo Starr, Simon Ford y Margarita esperaron inmóviles.

Un minuto -que les pareció inmenso- transcurrió. Harry no volvía, no llamaba, Jacobo Starr se aproximó al agujero y no vio ni aún el resplandor de la lámpara, que debía iluminar la sombría caverna.

¿Habría faltado el suelo de repente bajo los pies de Harry? ¿Habría caído el joven minero en alguna desigualdad de la roca? ¿No podía ya su voz llegar a sus compañeros? El viejo sin querer oir nada iba a penetrar a su vez por el agujero, cuando se descubrió un vago resplandor que fue aumentándose, y se oyeron las siguientes palabras de Harry:

-¡Venga señor Starr! ¡Ven padre mío! El camino está libre en la Nueva Aberfoyle.

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