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El testamento de un excéntrico
Editado
© Ariel Pérez
9 de diciembre del 2003
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El testamento de un excéntrico
Capítulo XII

-¡Ah, querida Lissy, qué feliz, qué maravilloso golpe de dados! -exclamó la impetuosa Jovita.

Acababa de entrar en la alcoba, sin preocuparse por saber si la enferma descansaba en aquel momento.

-Y, ¿cuál es el número? -preguntó Lissy, incorporándose en el lecho.

-Nueve, querida, nueve. Un seis y un tres... lo que de un salto nos lleva a la casilla veintiséis.

-¿Y esa casilla es?...

-Estado de Wisconsin... Milwaukee... a dos horas, dos horas solamente de Chicago. Con un cinco y con un cuatro, también nueve, se va a la casilla cincuenta y tres. Pero esta casilla es el estado de Florida. Es decir, al fin del mundo.

-En efecto, tienes razón -respondió Lissy-. La Florida está lejos.

-Todas las buenas probabilidades para ti... todas... y para los otros todas las desventajas.

-Sé más generosa.

-Bueno, exceptúo a Max Real. Pero volvamos a nuestro asunto, Lissy. El resultado obtenido nos pone en mejores condiciones que los demás. Actualmente el que iba a la cabeza era ese periodista, Harris T. Kymbale... que está en la casilla doce. Mientras que nosotras tenemos catorce puntos más. Sólo cuarenta puntos y llegamos al fin.

Lissy Wag no se ponía a su diapasón.

-Pero, ¿no te alegras?

-Sí,querida Jovita, e iremos a Wisconsin... a Milwaukee. . .

-Oh, tenemos tiempo, querida. No partiremos mañana, ni pasado... Si es preciso, podemos partir dentro de quince días. Con tal de que el 23, antes del mediodía, estemos allí...

-Bien... Me alegro, Jovita, puesto que tú estás contenta.

-¡Sí lo estoy! Tanto como el comodoro disgustado. Ese mal hombre quería dejarte fuera del concurso... ¡Y hasta se atrevió a decir que habías muerto! ¡Abominable hombre de mar! Ya sabes que a nadie quiero mal... ¡pero a ese comodoro le deseo que vaya al laberinto, a los pozos, a la prisión, y que tenga que pagar primas sencillas, dobles, triples...!

Aparte de sus habituales exageraciones, lo cierto era que Jovita Foley tenía razón. Aquel golpe de nueve, por seis y tres, era uno de los mejores para empezar. Y no solamente las hacía adelantar a los demás, sino que dejaba tiempo suficiente para que Lissy Wag se restableciera.

Aquella noche, Jovita Foley consintió en no permanecer en la alcoba de Lissy, y se instaló en la suya, dejando la puerta entreabierta. Allí, ante la mesa, donde se veía el mapa del juego de los Estados Unidos de América y la Guía del viajero, no cesó de estudiar Wisconsin, en lo referente al clima, salubridad, costumbres, como si pensara instalarse en dicho punto para toda su vida.

El día 9 no trajo cambio alguno en el estado de la enferma. De aquí dedujo Jovita Foley que ocho días bastarían para la completa curación de su amiga. Así, pues, no había que temer ninguna complicación.

La mañana del día 11 Jovita Foley entró en el cuarto de Lissy, que observó el rostro radiante de su amiga.

-¿Dónde fuiste, Jovita?

-Oh, a los almacenes Marshall Field, a darles la noticia de tu pronto restablecimiento.

-Hiciste bien, Jovita; pero ¿no fuiste a alguna otra parte?

-¿A otra parte?

-¿No estamos a 11 de mayo?

-Sí.

-Pues la sexta jugada de dados ha debido efectuarse

-Sin duda...

-Y, ¿bien?

-Pues... Jamás he experimentado una alegría más grande. ¡Deja que te abrace!... Yo no quería contártelo por no emocionarte... Pero esto es más fuerte que yo.

-Habla, Jovita.

-Figúrate que él ha sacado nueve también... pero por cuatro y cinco...

-¿Quién?

-El comodoro Urrican.

-Pues me parece una excelente jugada..

-Sí, porque el primer golpe va a la casilla cincuenta y tres, delante de todos; pero también es mal golpe.

-¿Y por qué es malo?

-Porque el comodoro ha sido enviado al otro extremo.

-¿Al otro extremo?

-¡Sí... al fondo de la Florida!

Tal era, en efecto, el resultado de la jugada de aquella mañana, proclamada con visible satisfacción por el notario Tornbrock, irritado aún contra Hodge Urrican.

-¡Al fondo de la Florida! -repetía Jovita-. ¡Al fondo de la Florida! ¡A dos mil millas de aquí!

La noticia no causó a Lissy emoción tan profunda como su amiga temía. Su natural bondad llevaba más bien a compadecer al comodoro.

-¡Pobre hombre! -murmuró Lissy.

Al día siguiente, Lissy Wag pudo tomar algún alimento. No pudo abandonar el lecho; mas como el tiempo les parecia largo a ambas, particularmente a Jovita, esta se quedó en la habitación, y, casi siempre en forma de monólogo, la conversación no languideció.

¡Y de qué hablaría Jovita sino del estado de Wisconsin, en su opinión, el más bello de los Estados Unidos! Con su guía ante los ojos, ella no callaba; y aunque Lissy Wag, por motivo de su enfermedad, no iría a dicho estado hasta el último día, y no permanecería en él más que algunas horas, lo conocería como si hubiera pasado varias semanas.

-Imagínate, querida -decía Jovita Foley con tono admirativo-, que en otra época se llamaba Mesconsin, a causa de un río de este nombre, y que en todo el país nada hay que pueda comparársele. En la parte norte se ven todavía los restos de antiguos pinares que cubrían todo el territorio. Posee fuentes termales superiores las de Virginia, y estoy segura que si tu bronquitis...

-¿Pero -objetó Lissy- no es a Milwaukee a donde debemos ir?

-Sí... a Milwaukee, la principal ciudad del estado y cuyo nombre en lengua india significa ¡hermoso país! También se la llama la Atenas germano-americana, debido al gran número de alemanes que en ella residen. ¡Ah! Cuando estemos allí, ¡qué gratos paseos daremos por la orilla del río donde se levantan hermosas casas! nada más que construcciones de ladrillo de un blanco lechoso.

Y Jovita Foley leía con voz entusiasta las páginas de su guía, y refería las diversas transformaciones de aquel país, en otro tiempo recorrido por las tribus indias, colonizado por los franco-canadienses en una época en que se le designaba aún con el nombre de Badger-State, el estado Blaireau.

En la mañana del 13 la curiosidad de Chicago aumentó. En el salón Auditorium había tantos espectadores, como el día que se leyó el testamento de William J. Hypperbone. A las ocho iba a hacerse la séptima jugada de dados a favor del misterioso y enigmático personaje designado por las iniciales X. K. Z.

En vano se había procurado deshacer el incógnito de este jugador. Los más hábiles periodistas de la prensa local no lo habían logrado. Cuando se interrogó al notario Tornbrock sobre el asunto aseguró que nada sabía, y que su única misión era la de enviar a las oficinas del Telégrafo donde él debía esperarlos, los resultados de lasjugadas que se refieran al “hombre enmascarado” expresión adoptada por el público.

No obstante, se esperaba que aquella mañana el señor X. K. Z. respondería al llamamiento que se hiciera en el salón Auditorium. Pero la pública curiosidad quedó defraudada por completo.

Ni con máscara ni sin ella, ningún individuo se presentó cuando el notario Tornbrock, después de hacer rodar, los dados sobre el mapa, proclamó en voz alta:

-Nueve por seis y tres. Casilla veintiséis, estado de Wisconsin.

Circunstancia singular: era el mismo número obtenido por Lissy Wag, producido por idéntica jugada. Pero caso grave para la joven, según la regla establecida por el difunto, sí ella se encontraba aún en Milwaukee el día en que X. K. Z. llegara allí debía cederle el puesto y volver al suyo, lo que equivalía a recomenzar la partida. ¡Y no poder marchar!... ¡Quedar retenida en Chicago!

La multitud se resistía a salir... Esperaba... Nadie. Fue preciso resignarse. Se produjo el desencanto general, que los periódicos de la noche tradujeron en artículos poco simpáticos para X. K. Z. ¡No se jugaba así con toda una población!

Transcurrieron los días. Cada cuarenta y ocho horas las jugadas se efectuaban con normalidad, y los resultados eran enviados por telégrafo a los interesados a los lugares donde debían estar en los plazos marcados.

Llegó el 22 de mayo. Ninguna noticia de X. K. Z., que aún no había aparecido por Wisconsin. Verdad que bastaría con que el día 27 estuviera en las oficinas del Telégrafo de Milwaukee. ¿No podía Lissy Wag ir inmediatamente a Milwaukee y, conforme a la regla del juego, partir de este punto antes que X.K. Z. llegara? Sí, puesto que estaba casi restablecida. Pero ahora había motivo para temer que Jovita Foley, víctima de violenta crisis de excitación nerviosa, cayera a su vez enferma. Se declaró un acceso de fiebre, y tuvo que guardar cama.

-¡Te lo había prevenido, pobre Jovita! -le dijo Lissy. No eres razonable.

-Esto no será nada, querida... Y, adernás, la situación no es la misma. Yo no forrno parte del juego; y si no pudiera partir, partirías sola.

-¡Jamás, Jovita!

-Sin embargo, sería preciso.

-¡Jamás!, te digo... Contigo, sí, aunque esto no tenga sentido común... ¡Sin ti... no!

Afortunadamente, Jovita se restableció pronto, y el día 22 por la tarde, pudo levantarse ya.

-¡Ah! -exclamó-. Daría diez años de mi vida por estar ya en camino.

Después de los diez años que había dado varias veces, y de los diez que daría en más de una ocasión en el curso del viaje no le quedaría mucho tiempo de vida.

La partida estaba fijada para el día siguiente, 23, a las ocho de la mañana, en el tren que en dos horas llega a Milwaukee, donde Lissy Wag encontraría, al mediodía, el telegrama del notario Tornbrock. Aquel último día hubiera terminado sin ningún incidente si no hubieran recibido las dos amigas, a última hora de la tarde, una inesperada visita.

Se trataba del señor Humphry Weldon, de Boston, Massachussets, que penetró decidido en la primera habitación, cuya puerta acababa de abrirle Jovita Foley dirigiéndose al cuarto en que Lissy estaba; ésta, al ver al visitante, hizo ademán de levantarse.

-No... no se moleste, señorita -dijo él-. Excusará mi inoportunidad... pero deseaba verla... ¡Oh! nada más que un instante.

Aceptó la silla que le acercaba Jovita.

-Un instante, nada más que un instante -repetía-. Sepa que tengo la intención de apostar una importante suma en su favor, pues creo en su triunfo, y quería asegurarme del estado de su salud...

-Estoy completamente restablecida, caballero -respondió Lissy Wag-, y le agradezco su confianza... Pero, realmente, mis posibilidades de triunfo...

-Cuestión de presentimiento, señorita Wag -respondió el señor Weldon, con tono decidido.

-Lo que piensa de mi amiga Lissy yo también lo pienso -exclamó Jovita-. Tengo la seguridad de que ganará.

-Yo estoy no menos seguro de ello, desde el momento en que nada se opone a su partida -dijo el señor Weldon.

-Mañana -afirmó Jovita Foley- ambas estaremos en la estación, y antes del mediodía el tren nos dejará en Milwaukee.

-Donde podrán ustedes descansar algunos días, si es preciso.

-¡Oh, no! Es preciso que no estemos allí el día que llegue el señor X. K. Z.; pues, de lo contrario, nos veríamos obligadas a recomenzar la partida.

-Es natural. Además -añadió el caballero-, veo con extrema satisfacción, señorita Wag, que no parte usted sola.

-No, me acompaña mi amiga, o, por mejor decirlo, me lleva con ella.

-Pues, señorita Foley, cuento con usted para hacer que su amiga gane.

Dicho esto, el señor Humphry Weldon se despidió de las dos jovenes.

Al día siguiente, 23 de mayo, a las cinco de la mañana, las más impaciente de las dos viajeras estaba ya de pie.

Y en aquellos momentos, inmediatos a la partida, era la misma Jovita quién se forjaba, en una última crisis nerviosa, toda una serie de pretendidos impedimentos, desgracias, retrasos y accidentes. El carruaje que iba a transportarlas a la estación podría volcar por el camino... Cualquier obstáculo podía impedir el paso... Podía haber un cambio en los horarios del tren... Éste podría, incluso, descarrilar antes de llegar a Milwaukee.

-Cálmate, Jovita, cálmate... -no cesaba de repetir Lissy

-No puedo... no puedo, querida.

-¿Vas a continuar en este estado durante todo el viaje?

-¡Decididamente!

-Entonces... me quedo.

-El coche está abajo, Lissy... Andando.

Las dos amigas bajaron y subieron al vehículo, dirigiéndose hacia la estación.

Quizás Jovita Foley experimentó cierto desencanto al notar que la partida de la jugadora número cinco no había atraído gran número de curiosos. Decididamente, Lissy Wag no era favorita en la partida Hypperbone. La modesta joven no se lamentó de esto; al contrario, prefirió dejar Chicago sin provocar la atención pública.

-¡Ni aún ese digno señor Weldon vino! -no pudo menos que decir Jovita.

Paritó el tren por la vía férrea que sigue la orilla del lago Michigan. Lake View, Evanston, Glenoke y otras estaciones fueron pasadas a toda velocidad. El tiempo era soberbio. Las aguas resplandecían, animadas por los barcos de vapor y de vela. Después de abandonar Vankegan, ciudad importante del litoral, el tren salió de Illinois, en la estación de State Line, para entrar en Wisconsin. Más tarde, dejaron atrás la importante ciudad de Racine, y, aún no eran las diez, cuando el tren se detuvo en la estación de Milwaukee.

-¡Ya estamos... ya estamos! -exclamó Jovita.

-Y con dos horas de adelanto -observó Lissy Wag, mirando el reloj.

-No... ¡con catorce días de retraso! -respondió Jovita, saltando al andén.

Las dos viajeras montaron en un coche y se dirigieron a un hotel. Cuando se les preguntó si permanecerían en Milwaukee, Jovita Foley respondió que lo diría al volver de las oficinas del Telégrafo, pero que probablemente partirían aquel mismo día.

Después preguntó a Lissy:

-¿Tienes apetito?

-Almorzaría de buena gana, Jovita.

-Pues bien; almorzaremos y luego daremos un paseíto.

-Pero ya sabes que al mediodía...

-Sí, lo sé, querida.

Se sentaron en el comedor, pero no permanecieron más de media hora a la mesa.

A las dos menos cuarto las dos viajeras entraban en las oficinas de Telégrafos, y Jovita Foley preguntaba al empleado si había llegado un despacho para la señorita Lissy Wag.

-¿Señorita Lissy Wag? -preguntó el empleado.

-Sí... de Chicago -respondió Jovita Foley.

-El telegrama está aquí -añadió el empleado, entregándoselo a Lissy.

-¡Dame... dame! -dijo Jovita-. Tardarías mucho en abrirlo y yo sufriría un ataque de nervios.

Y con sus dedos, que temblaban de impaciencia, desgarró el sobre y leyó estas palabras:

Señorita Wag, Oficinas de Telégrafos. Milwaukee. Wisconsin.

Veinte, por diez y diez, casilla cuarenta y seis, estado de Kentucky, Mammouth-Caves. Tornbrock..

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