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El testamento de un excéntrico
Editado
© Ariel Pérez
9 de diciembre del 2003
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El testamento de un excéntrico
Capítulo XVII

-No creo que haya llegado.

-¿Y por qué no?

-Porque mi periódico nada ha dicho.

-Mal informado debe estar su periódico, pues el mío publicó la noticia hace tiempo.

-Entonces dejaré la suscripción.

-Hará usted bien.

-Seguramente, pues no está permitido, cuando se tra. ta de un hecho de tal importancia, que el periódico deje a sus lectores sin noticias.

Estas frases se cambiaban entre dos ciudadanos de Cincinnati, que se paseaban. Aquel día 28 de mayo, otros ciudadanos no menos desconocidos que los anteriores, entregábanse a conversaciones por el siguiente estilo:

-¿Usted no lo ha visto?

-No... desembarcó por la noche, ya muy tarde; lo introdujeron en un carruaje cerrado y su compañero se lo llevó...

-¿A dónde?

-Eso no se sabe; ¡y sería tan interesante saberlo...!

-Pero, en fin... él no ha venido a Cincinnati para no mostrarse. ¡Supongo que se le exhibirá!

-Sí, pasado mañana, según se dice.

-En el gran concurso de Spring Grove.

-Habrá mucha gente.

-Calcule usted...

Esta manera de juzgar al héroe del día no era unánime.

-Una buena reputación -decía uno.

-Nosotros tenemos otros que valen tanto -decía otro.

-Más de seis pies, si se cree la publicidad.

-Pies que no tienen doce pulgadas tal vez.

-Será preciso verlo.

- Parece que hasta la fecha ha vencido a los demás.

-¡Bah! Eso se dice... Una manera de atraer al público. Y después se le roba.

-Aquí no nos dejaremos engañar.

-¿No viene de Texas? -preguntó un robusto mozo de anchos hombros.

-De Texas, en línea recta.

-Entonces, esperemos.

-Sí, esperemos. Ya se ha dado el caso de alguno que ha venido de fuera y que mejor hubiera sido que permaneciera en su casa,

-Después de todo, si él gana no se asombraría.

Como se ve, había divergencia de opiniones, lo que no era para satisfacer a John Milner, desembarcado la víspera en Cincinnati con el jugador número dos, Tom Crabbe, al que la segunda jugada hecha en favor suyo había obligado a ir desde la capital de Texas a la Metrópoli de Ohio.

El 17 de mayo, al mediodía, en Austin, John Milner había recibido aviso telegráfico del resultado de la jugada relativa al pabellón añil, el famoso boxeador de Chicago.

Decididamente, a Tom Crabbe le favorecía la suerte, mas quizas que a Max Real, aunque éste hubiera dado un gran avance, merced a su punto doble. El notario había sacado para él el punto doce, el mayor que se puede obtener con dos dados. Pero como a este punto correspondía igualmente una de las casillas de Illinois, había que doblarlo, y el número veinticuatro hacía pasar a Tom Crabbe de la casilla once a la casilla treinta y cinco.

Antes de dejar a Austin, John Milner recibió incontables felicitaciones. Aquel día las apuestas aumentaron. El papel Tom Crabbe subió, no solamente en Texas, sino en otros estados -principalmente en los mercados de Illinois, donde las agencias pudieron colocarse a uno contra cinco, tasa más elevada que la de Harris T. Kymbale, favorito hasta entonces.

-¡Cuídelo, cuídelo! -se decía a John Milner-. Bajo pretexto de que está dotado de constitución de hierro, y de que posee músculos de acero, no lo exponga. Es pr e¡so que llegue al final sin avería.

-Tengan confianza en mí -declaró John Milner-. Quien está en la piel de Tom Crabbe es John Milner.

-Nada de travesías por mar, ni cortas ni largas -añadían-, puesto que el mareo lo pone en tal estado de descomposición física y moral.

-Que no ha durado -replicó John Milner-. ¡No tengan ustedes miedo! ¡Nada de navegación entre Galveston y Nueva Orleans! Iremos a Ohio por ferrocarril a pequeñas jornadas, puesto que disponemos de quince días para llegar a Cincinnati.

Esta capital, en efecto, ocupaba, según la elección del testador, la casilla número treinta y cinco, y Tom Crabbe iba a avanzar sobre los demás jugadores, excepción hecha del comodoro Urrican.

Aquel mismo día, animado, cuidado, acariciado, sus partidarios lo condujeron a la estación y lo subieron a un vagon envuelto en buenas mantas, por precaución, teniendo en cuenta la diferencia de temperatura que existe entre Ohio y Texas. Después, el tren arrancó en dirección a la frontera de Luisiana.

Los dos viajeros descansaron durante veinticuatro horas en Nueva Orleans, donde fueron acogidos con mayor entusiasmo aún que la primera vez, lo que significaba que el boxeador ganaba partidarios. En todas las agencias había demanda de Tom Crabbe. Era un delirío, un furor. Los periódicos calcularon en un millón quinientos mil dólares las sumas apostadas por él en el curso de su viaje entre la capital de Texas y la metrópoli de Ohio.

-iQué éxito más enorme! -se decía John Milner-. ¡Y qué recibimiento nos espera en Cincinnati! Pues bien, es preciso que sea un verdadero triunfo. Tengo ya mi idea.

No se trataba, como se pudiera creer, de anunciar pomposamente, utilizando toda clase de propaganda, la llegada del campeón del Nuevo Mundo, ni de desafiar a los más afamados boxeadores de Cincinnati a lucha en la que Tom Crabbe btendría seguramente la victoria, para seguir el curso de sus peregrinaciones. Tal vez John Milner intentaría hacerlo algún día, si la ocasión se presentaba. Por ahora, al contrario, pretendía desembarcar en el mayor incógnito, dejar a la multitud sin noticias de su favorito hasta el último día, hacer creer que había desaparecido y que no se presentaría a tiempo el día 31... Y entonces se presentaría de pronto, para que su aparición fuera aclamada.

Precisamente, John Milner había leído en los periódicos que el 26 habría en Cificinnati una gran exposición de ganado, concurso en el que las bestias cornúpetas y otras serían honradas con grandes premios. ¡Qué ocasión para exhibir a Tom Crabbe en Spring Grove, cuando ya se hubiera perdido toda esperanza de volverlo a ver, y esto la víspera del día que debía encontrarse en las oficinas del Telégrafo de la metrópoli!

Inútil sería decir que John Milner no consultó a su compañero su idea. En la noche del 19 al 20 ambos partieron sin prevenir a nadie. .. ¿Qué había sido de ellos? Eso se preguntó la ciudad al siguiente dia.

John Milner no tomó el camino que había seguido al abandonar Illinois para dirigirse a Luisiana. Así es que, sin apresuramientos, sin que en ninguna parte se advirtiera la presencia de Tom Crabbe, viajando de noche, descansando de día, cuidando de no atraer la atención, el pabellón añil y John Milner atravesaron los estados del Mississipi, de Tennesse, de Kentucky, y el 23 al alba, se detuvieron en Covington. Desde allí no tenían más que franquear el Ohio para pisar el suelo de Cincinnati.

La idea de John Milner, pues, se realizó fácilmente. Llegaron a las puertas de la metrópoli y Tom Crabbe pasó de incógnito. Los periódicos mejor informados no sabían qué había sido de ellos. Más allá de Nueva Orleans sus huellas se perdían.

Tenía razón al contar con el efecto que la aparición del coloso produciría en Cincinnati cuando, desesperados ya sus partidarios de verlo en su puesto el 31 del corriente, particularmente los que apostaron por él sumas considerables, la víspera del día que debía presentarse en las oficinas de Telégrafos y después de haber pedido vanamente noticias de su persona por toda la Unión, lo vieran aparecer en medio del gentío, en el concurso de Spring Grove.

Y, sin embargo, ¿quién sabe Si John Milner no hubiera aprovechado mejor las dos semanas de las que podía disponer desde su partida de Texas, paseando su fenómeno por los territorios de Ohio? Tanto desde el punto de vista de su situación en la partida Hypperbone, como en el mundo de los aficionados al boxeo, ¿no había interés en llevarlo de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, exhibiéndolo en los principales lugares de Ohio?

Tales poblaciones son numerosas y prósperas, y Tom Crabbe hubiera sido muy bien recibido.

En fin, Tom Crabbe no se exhibió en las principales ciudades. Llegó a la frontera de Kentucky sin accidente ni fatiga, viajando del modo que se ha dicho. Durante su estancia en Texas recobró su habitual vigor, todo su poder físico. Nada habia perdido de ellos durante el viaje. ¡Qué triunfo, pues, cuando apareciera ante la concurrencia de Spring Grove!

Al día siguiente, John Milner quiso dar una vuelta por la ciudad; claro es que sin ir acompañado de su curiosa bestia. Al salir del hotel dijo a Tom:

-Aquí te dejo, y tú me aguardarás.

Como no se trataba de una consulta, Tom Crabbe no tuvo que responder.

-No saldrás de la habitación bajo ningún pretexto -añadió John Milner.

Tom Crabbe hubiera salido si se le mandara salir. Se le decía que no saliera y no saldría.

-Si tardo en volver -añadió John Milner-, se te subirá tu primer almuerzo, después el segundo, luego tu merienda, después tu comida y tu cena. Voy a dar órdenes sobre esto y no tendrás que preocuparte por tu alimentación.

No, Tom Crabbe no se preocuparía por tal cosa, y en aquellas condiciones esperaría el regreso de John Milner. Dirigiendo su enorme masa a una ancha mecedora, se dejó caer en ella, e imprimiendo a su silla ligero balanceo, se abismó en la oscuridad de sus pensamientos.

John Milner bajó al despacho del hotel, hizo la lista de las sustanciosas comidas que debían servir a su compañero, franqueó la puerta, cruzó las calles de Covington, atravesó el río en ferryboat, desembarcó en la rivera derecha, y con las manos metidas en los bolsillos, como un desocupado, subió al barrio comercial de la ciudad.

Advirtió que allí reinaba gran animación. También procuró sorprender al paso algunas palabras de las conversaciones. No sospechaba que ya hubiera tan gran impaciencia por la próxima llegada del jugador número dos. He aquí, pues, a John Milner vagando de una a otra calle, entre gentes notoriamente preocupadas, deteniéndose ante grupos y tiendas y en las plazas donde la animación era mayor.

John Milner quedó muy satisfecho; pero deseaba saber hasta qué punto llegaba la impaciencia por no haber visto aún a Tom Crabbe en Cincinnati. Por eso, viendo al salchichero en la puerta de su tienda, entró en ésta y pidió un jamón, que, como se supone, tendría dónde colocarlo. Despué de pagar sin haber regateado, dijo en el momento de salir:

-Mañana es el concurso.

-Sí, hermosa fiesta que honrará a nuestra ciudad -respondió el salchichero.

-¿Habrá mucha gente en Spring Grove? -preguntó John Milner.

-Toda la ciudad estará allí, caballero -respondió Dick Wolgod con la amabilidad que todo salchichero serio debe al cliente que acaba de comprar un jamón-. Calcule usted... ¡Tratándose de tal exhibición!

John Milner prestó oído. Estaba asombrado. ¿Cómo podría sospecharse que él tuviera intención de exhibir a Tom Crabbe en Spring Grove?

-Así, ¿nadie se preocupa de los retrasos que pudiera haber?

-No, señor.

Y como en aquel momento entrara en la tienda un parroquiano, John Milner salió lleno de aturdimiento. Póngase cualquiera en su lugar.

No había dado cien pasos, cuando en la esquina de la quinta calle transversal detúvose de pronto, levantó las manos y dejó caer su jamón al suelo.

En la esquina de una casa había un cartel escrito con gruesas letras que decía:

"ÉL LLEGA! ¡ÉL LLEGA!! ¡ÉL LLEGA!!! ¡ÉL HA LLEGADO!!!!"

Esto pasaba de todo límite. ¿Cómo se conocía la presencia de Tom Crabbe en Cincinnati? Se sabía que no había nada que temer respecto a la fecha asignada al campeón del Nuevo Mundo. Esta era la explicación de la alegría que en la ciudad reinaba y de la satisfacción que el salchichero, Dick Wolgod, había demostrado.

Decididamente es difícil, digamos imposible, a un hombre célebre escapar a los inconvementes de su celebridad, y era preciso renunciar a seguir echando sobre Tom Crabbe el velo de incógnito.

Otros carteles más explícitos no se limitaban a decir que había llegado, sino que venía directamente de Texas, y que figuraría en el concurso de Spring Grove.

-¡Ah! ¡Esto es demasiado! -exclamó John Milner-. ¡Se conocía mi proyecto de traer a Tom Crabbe! Habré hablado delante de Tom, y éste, que no habla nunca, habrá hablado en el camino. No puedo comprenderlo de otro modo.

John Milner regresó al barrio de Covington, entró en el hotel para el segundo almuerzo y nada dijo a Tom Crabbe de la indiscreción que seguramente había cometido; persistiendo en la idea de no mostrarlo aún al público, permaneció con él durante el resto del día.

Al siguiente, a las ocho, ambos se dirigieron hacia el río, lo atravesaron y subieron por las calles de la ciudad.

El concurso nacional de ganados iba a celebrarse en Spring Grove. La población en masa dirigíase ya hacia este sitio, sin demostrar inquietud alguna, como John Milner pudo advertir. Por todas partes acudían grupos de esa gente alegre y bulliciosa que espera ver pronto satisfecha su curiosidad.

¿John Milner pensaba tal vez que antes de llegar a Spring Grove, Tom Crabbe sería reconocido por su estatura, su aspecto y su rostro, que la fotografía había reproducido y popularizado hasta en las mas ínfimas aldeas de la Unión? Pues bien, no. Nadie se ocupó de él, nadie se volvió al verlo pasar, nadie intuyó que aquel coloso que acompañaba su paso al de John Milner fuera el célebre boxeador y jugador de la partida Hypperbone, aquel que el punto veinticuatro acababa de mandar a la casilla treinta y cinco, estado de Ohio, Cincirmati.

Esperaron en Spring Grove a que dieran las nueve. La multitud se agolpaba ya en el lugar del concurso. Al tumulto formado por los espectadores, uníanse los berridos y gruñidos de los animales, los más favorecidos de los cuales iban a figurar para gran honor suyo en las páginas del programa oficial.

En el centro se alzaba un estrado sobre el que debían ser expuestos los productos.

A John Milner le acometió entonces la idea de atravesar por entre la multitud, llegar al pie del estrado hacer subir en él a su compañero y gritar:

-¡He aquí a Tom Crabbe, el campeón del Nuevo Mundo, el jugador número dos del match Hypperbone!

¿Qué efecto causaría esta inesperada revelación a aquel público excitado?

Empujando a Tom Crabbe hacia adelante, y como arrastrado por aquel poderoso remolcador, hendió las olas del pueblo y quiso subir al estrado.

El sitio estaba ocupado. ¿Quién lo ocupaba? Un enorme cerdo, colosal producto de las dos razas americanas Polant China y Red Jersey; un puerco fenomenal de ocho pies de ancho por cuatro de alto, seis de cuello y siete y medio de cuerpo; peso actual, mil novecientas cincuenta y cuatro libras.

Ésta era la muestra traída de Texas. Su llegada era la que pregonaban los anuncios. Él absorbía aquel día la atención pública. Él era quien presentaba a los aplausos de la multitud su feliz propietario.

Ante aquel nuevo astro palidecía el de Tom Crabbe. Ante un cerdo monstruoso que iba a ser premiado en el concurso de Spring Grove, John Milner, aterrado, retrocedió. Luego, haciendo a Tom Crabbe señal para que lo siguiera, tomó de nuevo el camino de su hotel, y descorazonado, humillado, se encerró en su cuarto y no quiso volver a salir.

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