El volcán de oro (versión
original)
Primera parte - Capítulo XII De Dawson City a la frontera
En realidad, Ben Raddle y Summy Skim no tenían
un día que perder para arreglar su problema. Los fríos
árticos llegan pronto en esas latitudes. Comenzaba la segunda
semana de junio. Antes del fin de agosto vendría la época
en que los hielos bloquean los lagos y los esteros, en que la nieve y
las borrascas se asientan en gloria y majestad. La buena
estación no dura más de dos meses en esa región de
Klondike, y debían reservar el tiempo necesario para regresar de
Dawson City a Skagway por la región lacustre, o, si
decidían cambiar de itinerario, para hacer el viaje de Dawson
City a Saint Michel, descendiendo por el Yukon hasta su
desembocadura.
Desde el día siguiente de su llegada, Ben
Raddle y Summy Skim hicieron sus preparativos en previsión de
que la estancia en la parcela 129 se prolongara y no pudieran
procurarse lo que necesitaban en Fort Reliance.
No se trataba de adquirir ni de transportar
equipamiento, ya que el de Josías Lacoste se encontraba en el
lugar, ni de contratar personal, pues no iban a explotar la parcela de
Forty Miles Creek.
Sin embargo, les pareció conveniente tomar un
guía que conociera bien el país. Como el scout
había encontrado en Dawson City a otro de sus pilotos, que iba a
regresar al lago Lindeman, puso a Neluto a disposición de Ben
Raddle hasta su regreso. El indio estuvo de acuerdo. Ya sabían
lo valiosos que eran sus servicios. Era hombre poco comunicativo, pero
eficaz. Hubiera sido difícil escoger a alguien mejor para este
viaje, y los dos primos agradecieron a Bill Stell su amabilidad.
No hubo más que premunirse de víveres,
sin fijarse en el precio, que fue naturalmente muy elevado. Pero no
tuvieron problemas para procurarse carne congelada o salada, cerdo,
tocino, harina, legumbres secas, té, ginebra y whisky: su
ausencia no iba a durar más de quince días.
Por lo que se refiere al vehículo, Ben Raddle
prefirió servirse de un carro en lugar del trineo que los perros
tiran incluso cuando la nieve y los hielos han desaparecido.
Además, estos animales estaban tan caros en ese momento que se
pagaba hasta mil quinientos y dos mil francos por cabeza.
Antes de dejar Dawson City, el scout se
dedicó a buscar un carro en el que cupieran tres personas y las
provisiones.
Adquirió, por mil trescientos cincuenta
francos, un carro de dos ruedas provisto de una capota de cuero que se
podía levantar o plegar, bastante sólido como para
resistir los sacudones y los choques. El caballo que se iba a enganchar
al carro, un animal vigoroso, le costó setecientos francos. No
había que preocuparse de su alimentación, ya que en esa
estación los pastizales se sucedían a lo largo de los
caminos, y, en esas condiciones, los caballos encuentran más
fácilmente alimentación que los perros.
En cuanto a los utensilios, Neluto indicó los
que era indispensable llevar y Ben Raddle pudo asegurarse de que nada
le faltaría para el viaje.
Entretanto, Summy Skim se divertía paseando
filosóficamente por las calles de Dawson City, examinando las
tiendas, enterándose de los precios de los objetos de consumo y
de los manufacturados. Se sintió feliz de que su primo y
él hubieran hecho sus compras en Montreal.
-¿Sabes tú lo que cuesta un par de
zapatos en la capital de Klondike? -le preguntó a Ben.
-No, Summy.
-De cincuenta a noventa francos. ¿Y un par de
medias?
-No mucho.
-Diez francos. ¿Y calcetines de lana?
-Pongamos veinte francos.
-No, veinticinco. ¿Y los tirantes?
-Podemos prescindir de ellos, Summy.
-Y haríamos bien. Dieciocho francos.
-Prescindiremos de ellos.
-¿Y ligas de mujer?
-Eso no me importa.
-Cuarenta francos, y novecientos francos la ropa de
mujer confeccionada por una buena modista. Decididamente, en este
país increíble lo mejor es quedarse soltero.
-Nos quedaremos solteros -respondió Ben
Raddle-, a menos que quieras casarte con una opulenta heredera.
-Y no faltan, Ben. Tampoco faltan las aventureras que
dicen tener ricas parcelas en el Bonanza o en el Eldorado.
Pero, en fin, salí soltero de Montreal y volveré soltero.
¡Ah, Montreal, Montreal! Qué lejos estamos, Ben.
-Qué quieres, Summy -respondió Ben
Raddle, no sin cierta ironía-. La distancia que separa Montreal
de Dawson City es exactamente la misma que separa Dawson City de
Montreal.
-No lo dudo -replicó Summy-, pero eso no quiere
decir que sea corta.
Por supuesto que Summy Skim no olvidó visitar
el hospital. Las hermanas le reservaban una afectuosa acogida,
mostrándole siempre su gratitud. El, viéndolas entregadas
a sus labores, sólo sentía por ellas
admiración.
En cuanto al doctor Pilcox, conversaba a menudo con
Summy Skim, y no cesaba de darle al mismo tiempo ánimo y
consejos, elogiando incesantemente las bellezas de ese admirable
Klondike.
-Le gustará, le gustará
-repetía-; si solamente tuviera la oportunidad de verlo en
invierno...
-Espero no tener esa suerte, doctor.
-No se sabe, no se sabe.
Summy Skim, claro, no tomaba ni podía tomar en
serio esta respuesta.
A las cinco de la mañana del 9 de junio, el
carro con su caballo enganchado se encontraba frente a la puerta del
hotel Northern. Las provisiones ya habían sido cargadas, lo
mismo que el escaso material de campamento. Neluto ya estaba instalado
en su puesto de conductor.
-No hemos olvidado nada -dijo Ben Raddle, en el
momento de partir.
-Sobre todo, no hemos olvidado que debemos estar de
regreso en Montreal dentro de dos meses -añadió su
primo.
La distancia entre Dawson City y la frontera,
según estaba establecido entonces, era de ciento cuarenta y seis
kilómetros. Como la hacienda 129 del Forty Miles Creek
se hallaba junto a la frontera, harían falta por lo menos tres
días para llegar a ella a razón de doce leguas
diarias.
Neluto pensaba organizar las etapas para no agotar al
caballo. Harían dos por día: la primera, de seis a once
de la mañana, seguida de un descanso de dos horas; la segunda,
de la una a las seis, después de la cual se instalaría el
campamento para la noche. No se podía exigir más a
través de ese país desigual, siguiendo el curso del
estero.
En cuanto al campamento, sólo tenían que
levantar la tienda al abrigo de los árboles, si Ben Raddle y su
primo no encontraban un cuarto en algún albergue del camino.
Las dos primeras etapas se hicieron en condiciones
favorables, con un tiempo bastante bueno, una temperatura de unos diez
grados sobre cero, una brisa ligera que soplaba del este y nubes
elevadas, sin amenaza de lluvia. La región era accidentada,
cortada por ríos que afluían hacia el Yukon y
vertían sus aguas en sus diversos afluentes, unos corriendo
hacia el norte, hacia el Forty Miles Creek, otros hacia el
sur, hacia el río Sixty Miles. Las colinas que
encuadraban el curso de los ríos no sobrepasaban los mil pies de
altura. Anémonas, crocos y enebros en pleno florecimiento
primaveral se multiplicaban en las praderas vecinas y sobre los taludes
de los barrancos. Espinos, álamos, abedules y pinos se agrupaban
en profundos macizos.
Se le había dicho a Summy Skim que la caza no
le faltaría en el camino, y que incluso los osos frecuentaban
esta parte de Klondike. Ben Raddle y él no habían
olvidado llevar sus fusiles de caza. Pero no tuvieron la ocasión
de servirse de ellos contra los plantígrados.
La región no se hallaba desierta. Cientos de
mineros trabajaban en las parcelas de las montañas, cuya
superficie se limita a doscientos pies. Son lotes a menudo muy
productivos, como los del Bonanza, que producen hasta mil francos por
día y por hombre.
El carro llegó por la tarde a Fort Reliance, un
pueblo muy animado por entonces, situado en la orilla derecha del
Yukon, en el lugar en que éste forma un codo para dirigirse
hacia el noroeste.
Fort Reliance, lo mismo que Fort Selkirk, Fort Norman,
Fort Simpson, Fort Providence, Fort Resolution, Fort Good Hope, Fort
Macpherson, Fort Chipewyan, Fort Vermillion, Fort Wrangel, en
territorio canadiense, y que Fort Yukon, Fort Hamlin, Fort Kenay, Fort
Morton, Fort Get There en territorio alaskiense, fue fundado por la
Compañía de la bahía de Hudson para la
explotación de pieles y la defensa contra las tribus indias.
Pero la mayoría ha abandonado su función original y hoy
son almacenes de aprovisionamiento, desde el descubrimiento de las
minas de oro de Klondike. Ben Raddle había hecho bien al
proveerse en Dawson City, pues en Fort Reliance hubiera tenido que
pagar una suma muy superior por los objetos de consumo y los productos
manufacturados.
Los dos primos encontraron en Fort Reliance al
comisario general de los territorios de Yukon, que andaba en viaje de
inspección. Se dieron a conocer como caballeros conocidos de
Montreal, y, en este país donde pululan los extranjeros, estas
referencias son más útiles que ninguna otra. La acogida
que les brindó el mayor James Walsh fue extremadamente cordial y
ellos le quedaron muy agradecidos.
Walsh era un hombre de unos cincuenta años,
excelente administrador, que estaba instalado desde hacía dos
años en el distrito. El gobernador del Dominion lo había
enviado en la época en que miles de emigrantes asaltaron los
yacimientos auríferos, y este éxodo parecía que no
iba a terminar tan pronto.
La tarea no era fácil. Diariamente
surgían dificultades de todo orden con las concesiones que
había que establecer, ya fuera para los particulares, ya para
los sindicatos; con la repartición de las parcelas, las deudas
que había que cobrar y el mantenimiento del orden en esta
región cuya invasión provocaba las protestas y a veces la
resistencia manifiesta de los indios.
A las dificultades que traía consigo el
descubrimiento de nuevos terrenos auríferos se
añadía el problema del meridiano ciento cuarenta y uno,
que exigía un nuevo trabajo de triangulación.
Precisamente este asunto motivaba la presencia del mayor James Walsh en
el oeste de Klondike.
Por lo que decía, la rectificación no
dejaba de presentar ciertas dificultades, aunque su solución
fuera de tipo matemático, es decir, la solución
más exacta que se puede concebir en el mundo. El meridiano
ciento cuarenta y uno sólo podía estar allí donde
debía estar.
-¿Pero quién ha iniciado este asunto,
señor Walsh? -preguntó Ben Raddle.
-Los americanos -respondió el comisario-. Ellos
pretenden que la operación, realizada en la época en que
Alaska todavía pertenecía a Rusia, no se hizo con la
debida exactitud. La frontera, representada por el meridiano ciento
cuarenta y uno, debe correrse más al este, lo que
entregaría a los Estados Unidos la mayor parte de las parcelas
establecidas en los afluentes de la orilla izquierda del Yukon.
-Y entre otras -añadió Summy Skim-, la
parcela 129, que nos viene por herencia de nuestro tío
Josías Lacoste.
-Precisamente, señores.
-El sindicato que nos hizo proposiciones de compra
rehúsa ahora confirmarlas en tanto el problema no se haya
resuelto -dijo Ben Raddle.
-Lo sé, señores -respondió el
comisario-, y comprendo vuestra molestia.
-Pero -inquirió Summy Skim-, ¿cree
usted, señor Walsh, que el trabajo de rectificación
terminará pronto?
-Todo lo que puedo decirle -declaró el
señor Walsh- es que la comisión ad hoc que se
nombró está trabajando desde hace varias semanas, y
esperamos que la frontera entre los dos Estados quede definitivamente
determinada antes del invierno.
-¿Y a su juicio, señor Walsh
-preguntó Ben Raddle-, hay razón para creer que se
cometió un error y que sea necesario proceder a una
rectificación?
-No, señores, según las informaciones
que me han llegado. Me parece que todo esto es sólo una querella
malintencionada que algunos sindicatos americanos le hacen al
Dominion.
-Tal vez nos obligará a prolongar nuestra
estancia en Klondike más de lo previsto -añadió
Summy Skim.
-Haré todo lo que dependa de mí para
activar el trabajo de la Comisión -respondió el
señor Walsh-. Pero debo confesar que a veces su trabajo se ve
obstaculizado por la mala voluntad de algunos propietarios de parcelas
vecinas a la frontera, sobre todo el de la 127...
-¡Cerca de nosotros! -exclamó Summy
Skim.
-En efecto.
-Un texano llamado Hunter.
-Exactamente. ¿Han oído hablar de
él?
-Más que eso, señor comisario, hemos
escuchado hablar a ese grosero personaje cuando desembarcó en
Vancouver.
-Veo que lo conocen. Es un individuo violento y
brutal. Lo acompaña un tal Malone, texano como él y de la
misma calaña. Son tal para cual.
-¿Y ese Hunter es uno de los que más han
reclamado la rectificación de la frontera? -preguntó Ben
Raddle.
-Desde luego, señor Raddle. Para sustraerse a
la autoridad del Dominion, quiere que su parcela quede en tierra
americana. Ha agitado a todos los propietarios de los yacimientos
comprendidos entre la orilla izquierda del Yukon y la frontera actual.
Trasladando la frontera a la orilla del río, toda la faja
pertenecería a la Unión, y un texano se
encontraría entonces en su país. Pero, se lo repito, dudo
que los americanos vayan a ganar la causa. De todos modos les aconsejo,
en la medida de lo posible, que no tengan ningún contacto con
esos tipos, que son aventureros de la peor especie. Ya le han dado
mucho trabajo a mi policía...
-No tema, señor comisario -respondió
Summy Skim-. Nosotros no hemos venido para lavar los barriales de la
parcela 129, sino para venderla, y en cuanto lo hayamos hecho
retomaremos el camino del Chilkoot y luego el tren de Vancouver a
Montreal.
-Y bien, señores -respondió el
comisario-, sólo me queda desearles un buen viaje hasta el
Forty Miles Creek y, si en algo puedo serles útil,
cuenten conmigo.
-Muchísimas gracias, señor Walsh -dijo
Ben Raddle.
-Y si usted pudiera apresurar ese asunto del meridiano
ciento cuarenta y uno por telegrama... -añadió Summy
Skim.
-Por desgracia, eso no depende de mí
-respondió el señor Walsh.
Se despidieron del comisario, que siguió su
camino a Dawson City.
Al día siguiente, el carro se puso otra vez en
marcha. Neluto fue bordeando casi todo el tiempo el Yukon
después de haber atravesado el río en una barcaza.
El tiempo no era tan bueno como en la víspera.
Con el viento del noroeste se desencadenaron violentas ráfagas.
Pero, al abrigo de la capota, los dos primos no pasaron demasiadas
molestias.
Neluto no le exigía mucha velocidad al caballo,
pues le interesaba cuidarlo. El camino tenía cada vez más
baches. Los carriles, vaciados del hielo que los llenaba desde
hacía varios meses, hacían traquetear al carro y los
bandazos eran difíciles de evitar. En verdad, se podía
temer más por el vehículo que por el caballo.
La región estaba poblada por bosques: abedules,
álamos, pinos sobre todo. La madera no faltaría durante
mucho tiempo a los mineros, tanto para su uso personal como para la
explotación de sus parcelas. Además, si el suelo de esta
parte del distrito encierra oro, encierra también carbón.
A seis kilómetros río abajo de Fort Cudahy, en el
Coalcreek, y también a trece kilómetros de
ahí, en el Cliffecreek, y por último a
diecinueve kilómetros más lejos, en el
Flatecreek, se han descubierto yacimientos de un excelente
carbón, que deja un residuo de cenizas no superior al cinco por
ciento. Se había encontrado ya carbón en la cuenca del
Five Fingers, y este carbón reemplazará
ventajosamente a la leña, de la cual los vapores, aún los
de fuerza mediana, queman media tonelada por hora. Existe, pues, una
buena posibilidad de que este distrito siga activo si, después
de haber entregado todo su oro, atrae a los mineros interesados en
explotar sus minas de carbón.
La tarde de ese día, al cabo de la segunda
etapa, que había sido muy cansadora, Neluto y sus
compañeros llegaron a Fort Cudahy, en la orilla izquierda del
Yukon, donde se proponían pasar la noche en algún
albergue, si lo encontraban preferible a su tienda.
Fort Cudahy fue fundado en 1892 por la North
American Trading and Transportation Company de Chicago, que
quería arrebatarle a la compañía Alaska
Commercial el negocio del aprovisionamiento en los terrenos
auríferos del Yukon. El pueblo se levantó en la
desembocadura misma del Forty Miles Creek, y como se ha dicho
más arriba, el fuerte Constantine aseguraba la defensa.
Entre tanto, se descubría que los terrenos de
esta región eran muy productivos; así los del Morse, del
Davis, pequeños afluentes del Forty Miles Creek en
territorio americano, y el Miller Creek, un afluente del
río Sixty Miles. Algunos podían comparar su
rendimiento a los del Bonanza en su curso inferior.
Eran las seis de la tarde cuando el carro
completó su segunda etapa en Fort Cudahy, e inmediatamente los
dos primos se pusieron a buscar un albergue para pasar la noche.
El jefe del destacamento de la policía montada
les indicó, si no recomendó, una especie de albergue.
Este policía reside habitualmente en este pueblo, y su
acción se extiende sobre toda la parte del territorio
comprendida entre la frontera y la orilla izquierda del gran
río.
Ben Raddle y Summy Skim, deseosos de descansar algunas
horas en una cama, cualquiera que fuera, no se mostraron muy exigentes
ni en cuanto a las comodidades ni en cuanto al precio, y la noche
transcurrió de manera aceptable.
A la salida de Fort Cudahy, el Yukon continúa
subiendo hacia el noroeste hasta el punto en que corta el meridiano
ciento cuarenta y uno, tal como se dibujaba entonces en los mapas. En
cuanto al Forty Miles Creek, de cuarenta millas de largo como
su nombre indica, corre en línea oblicua hacia el sudoeste, con
un curso muy sinuoso, a través de una región en que se
suceden los bosques y las colinas. Hasta la frontera tiene una longitud
de unos setenta kilómetros, treinta en territorio
británico y cuarenta en territorio americano. Neluto pensaba
que, si partían muy de mañana, podían llegar por
la tarde a la parcela de Josías Lacoste. Había alimentado
muy bien al caballo, al que los dos días de camino no
parecían haber fatigado demasiado. Si tenía que hacer un
esfuerzo más, lo haría. Por lo demás, el vigoroso
animal reposaría todo el tiempo que los dos primos pasaran en la
parcela 129.
Ben Raddle y Summy Skim dejaron el albergue a las tres
de la mañana, y el sol ya estaba alto. Dentro de diez
días sería la época del solsticio, y el sol apenas
desaparecería algunos instantes bajo el horizonte del norte.
El carro seguía la orilla izquierda del
Forty Miles Creek, muy sinuosa, encajada entre colinas de las
que la separaban profundas gargantas. La región no se hallaba
deshabitada, desde luego. Por todas partes funcionaban las parcelas de
los ríos y las de las montañas. A cada vuelta de las
riberas, en la abertura de los barrancos, se levantaban postes que
limitaban los terrenos, cada uno con el número escrito en
grandes guarismos. El equipo no era complicado: algunas máquinas
movidas con los brazos o con la fuerza del agua de algún estero.
La mayoría de los prospectores, ellos mismos o sus obreros,
retiraban el barro de los pozos que habían cavado en la parcela
y trabajaban con platos o escudillas. Trabajaban en silencio, si no
contamos las ruidosas demostraciones, los gritos de alegría que
señalaban que algún minero había encontrado una
pepita de valor.
El primer alto duró desde las diez de la
mañana hasta el mediodía, pues el caballo, un poco
fatigado, debía descansar. Se le dejó pastar libre en la
pradera vecina. Ben Raddle y Summy Skim pudieron fumar su pipa
después de haber bebido varias tazas de café
acompañado de conservas y bizcochos.
Neluto reinició la marcha poco después
del mediodía y apuró al caballo, de manera que hacia las
siete de la tarde el carro llegaba a la parcela 129.
Sus nuevos propietarios habían dejado Montreal
el 2 de abril. El 11 de junio llegaban a su destino. El viaje
había durado apenas dos meses y medio.
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