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El volcán de oro
Editado
© René Contreras
20 de julio del 2003
Tomado de Logo de Librodot.com
Primera parte
Indicador El legado de un tío
Indicador Los dos primos
Indicador De Montreal a Vancouver
Indicador Vancouver
Indicador A bordo del Football
Indicador Skagway
Indicador El Chilkoot
Indicador Al lago Lindeman
Indicador Del lago Benett a...
Indicador Klondike
Indicador En Dawson City
Indicador De Dawson City a la...
Indicador La parcela 129
Indicador La explotación
Indicador La noche del 5 al 6 de...
Segunda parte
(click encima para ver el contenido del volumen)

El volcán de oro (versión original)
Primera parte - Capítulo XII
De Dawson City a la frontera

En realidad, Ben Raddle y Summy Skim no tenían un día que perder para arreglar su problema. Los fríos árticos llegan pronto en esas latitudes. Comenzaba la segunda semana de junio. Antes del fin de agosto vendría la época en que los hielos bloquean los lagos y los esteros, en que la nieve y las borrascas se asientan en gloria y majestad. La buena estación no dura más de dos meses en esa región de Klondike, y debían reservar el tiempo necesario para regresar de Dawson City a Skagway por la región lacustre, o, si decidían cambiar de itinerario, para hacer el viaje de Dawson City a Saint Michel, descendiendo por el Yukon hasta su desembocadura.

Desde el día siguiente de su llegada, Ben Raddle y Summy Skim hicieron sus preparativos en previsión de que la estancia en la parcela 129 se prolongara y no pudieran procurarse lo que necesitaban en Fort Reliance.

No se trataba de adquirir ni de transportar equipamiento, ya que el de Josías Lacoste se encontraba en el lugar, ni de contratar personal, pues no iban a explotar la parcela de Forty Miles Creek.

Sin embargo, les pareció conveniente tomar un guía que conociera bien el país. Como el scout había encontrado en Dawson City a otro de sus pilotos, que iba a regresar al lago Lindeman, puso a Neluto a disposición de Ben Raddle hasta su regreso. El indio estuvo de acuerdo. Ya sabían lo valiosos que eran sus servicios. Era hombre poco comunicativo, pero eficaz. Hubiera sido difícil escoger a alguien mejor para este viaje, y los dos primos agradecieron a Bill Stell su amabilidad.

No hubo más que premunirse de víveres, sin fijarse en el precio, que fue naturalmente muy elevado. Pero no tuvieron problemas para procurarse carne congelada o salada, cerdo, tocino, harina, legumbres secas, té, ginebra y whisky: su ausencia no iba a durar más de quince días.

Por lo que se refiere al vehículo, Ben Raddle prefirió servirse de un carro en lugar del trineo que los perros tiran incluso cuando la nieve y los hielos han desaparecido. Además, estos animales estaban tan caros en ese momento que se pagaba hasta mil quinientos y dos mil francos por cabeza.

Antes de dejar Dawson City, el scout se dedicó a buscar un carro en el que cupieran tres personas y las provisiones.

Adquirió, por mil trescientos cincuenta francos, un carro de dos ruedas provisto de una capota de cuero que se podía levantar o plegar, bastante sólido como para resistir los sacudones y los choques. El caballo que se iba a enganchar al carro, un animal vigoroso, le costó setecientos francos. No había que preocuparse de su alimentación, ya que en esa estación los pastizales se sucedían a lo largo de los caminos, y, en esas condiciones, los caballos encuentran más fácilmente alimentación que los perros.

En cuanto a los utensilios, Neluto indicó los que era indispensable llevar y Ben Raddle pudo asegurarse de que nada le faltaría para el viaje.

Entretanto, Summy Skim se divertía paseando filosóficamente por las calles de Dawson City, examinando las tiendas, enterándose de los precios de los objetos de consumo y de los manufacturados. Se sintió feliz de que su primo y él hubieran hecho sus compras en Montreal.

-¿Sabes tú lo que cuesta un par de zapatos en la capital de Klondike? -le preguntó a Ben.

-No, Summy.

-De cincuenta a noventa francos. ¿Y un par de medias?

-No mucho.

-Diez francos. ¿Y calcetines de lana?

-Pongamos veinte francos.

-No, veinticinco. ¿Y los tirantes?

-Podemos prescindir de ellos, Summy.

-Y haríamos bien. Dieciocho francos.

-Prescindiremos de ellos.

-¿Y ligas de mujer?

-Eso no me importa.

-Cuarenta francos, y novecientos francos la ropa de mujer confeccionada por una buena modista. Decididamente, en este país increíble lo mejor es quedarse soltero.

-Nos quedaremos solteros -respondió Ben Raddle-, a menos que quieras casarte con una opulenta heredera.

-Y no faltan, Ben. Tampoco faltan las aventureras que dicen tener ricas parcelas en el Bonanza o en el Eldorado. Pero, en fin, salí soltero de Montreal y volveré soltero. ¡Ah, Montreal, Montreal! Qué lejos estamos, Ben.

-Qué quieres, Summy -respondió Ben Raddle, no sin cierta ironía-. La distancia que separa Montreal de Dawson City es exactamente la misma que separa Dawson City de Montreal.

-No lo dudo -replicó Summy-, pero eso no quiere decir que sea corta.

Por supuesto que Summy Skim no olvidó visitar el hospital. Las hermanas le reservaban una afectuosa acogida, mostrándole siempre su gratitud. El, viéndolas entregadas a sus labores, sólo sentía por ellas admiración.

En cuanto al doctor Pilcox, conversaba a menudo con Summy Skim, y no cesaba de darle al mismo tiempo ánimo y consejos, elogiando incesantemente las bellezas de ese admirable Klondike.

-Le gustará, le gustará -repetía-; si solamente tuviera la oportunidad de verlo en invierno...

-Espero no tener esa suerte, doctor.

-No se sabe, no se sabe.

Summy Skim, claro, no tomaba ni podía tomar en serio esta respuesta.

A las cinco de la mañana del 9 de junio, el carro con su caballo enganchado se encontraba frente a la puerta del hotel Northern. Las provisiones ya habían sido cargadas, lo mismo que el escaso material de campamento. Neluto ya estaba instalado en su puesto de conductor.

-No hemos olvidado nada -dijo Ben Raddle, en el momento de partir.

-Sobre todo, no hemos olvidado que debemos estar de regreso en Montreal dentro de dos meses -añadió su primo.

La distancia entre Dawson City y la frontera, según estaba establecido entonces, era de ciento cuarenta y seis kilómetros. Como la hacienda 129 del Forty Miles Creek se hallaba junto a la frontera, harían falta por lo menos tres días para llegar a ella a razón de doce leguas diarias.

Neluto pensaba organizar las etapas para no agotar al caballo. Harían dos por día: la primera, de seis a once de la mañana, seguida de un descanso de dos horas; la segunda, de la una a las seis, después de la cual se instalaría el campamento para la noche. No se podía exigir más a través de ese país desigual, siguiendo el curso del estero.

En cuanto al campamento, sólo tenían que levantar la tienda al abrigo de los árboles, si Ben Raddle y su primo no encontraban un cuarto en algún albergue del camino.

Las dos primeras etapas se hicieron en condiciones favorables, con un tiempo bastante bueno, una temperatura de unos diez grados sobre cero, una brisa ligera que soplaba del este y nubes elevadas, sin amenaza de lluvia. La región era accidentada, cortada por ríos que afluían hacia el Yukon y vertían sus aguas en sus diversos afluentes, unos corriendo hacia el norte, hacia el Forty Miles Creek, otros hacia el sur, hacia el río Sixty Miles. Las colinas que encuadraban el curso de los ríos no sobrepasaban los mil pies de altura. Anémonas, crocos y enebros en pleno florecimiento primaveral se multiplicaban en las praderas vecinas y sobre los taludes de los barrancos. Espinos, álamos, abedules y pinos se agrupaban en profundos macizos.

Se le había dicho a Summy Skim que la caza no le faltaría en el camino, y que incluso los osos frecuentaban esta parte de Klondike. Ben Raddle y él no habían olvidado llevar sus fusiles de caza. Pero no tuvieron la ocasión de servirse de ellos contra los plantígrados.

La región no se hallaba desierta. Cientos de mineros trabajaban en las parcelas de las montañas, cuya superficie se limita a doscientos pies. Son lotes a menudo muy productivos, como los del Bonanza, que producen hasta mil francos por día y por hombre.

El carro llegó por la tarde a Fort Reliance, un pueblo muy animado por entonces, situado en la orilla derecha del Yukon, en el lugar en que éste forma un codo para dirigirse hacia el noroeste.

Fort Reliance, lo mismo que Fort Selkirk, Fort Norman, Fort Simpson, Fort Providence, Fort Resolution, Fort Good Hope, Fort Macpherson, Fort Chipewyan, Fort Vermillion, Fort Wrangel, en territorio canadiense, y que Fort Yukon, Fort Hamlin, Fort Kenay, Fort Morton, Fort Get There en territorio alaskiense, fue fundado por la Compañía de la bahía de Hudson para la explotación de pieles y la defensa contra las tribus indias. Pero la mayoría ha abandonado su función original y hoy son almacenes de aprovisionamiento, desde el descubrimiento de las minas de oro de Klondike. Ben Raddle había hecho bien al proveerse en Dawson City, pues en Fort Reliance hubiera tenido que pagar una suma muy superior por los objetos de consumo y los productos manufacturados.

Los dos primos encontraron en Fort Reliance al comisario general de los territorios de Yukon, que andaba en viaje de inspección. Se dieron a conocer como caballeros conocidos de Montreal, y, en este país donde pululan los extranjeros, estas referencias son más útiles que ninguna otra. La acogida que les brindó el mayor James Walsh fue extremadamente cordial y ellos le quedaron muy agradecidos.

Walsh era un hombre de unos cincuenta años, excelente administrador, que estaba instalado desde hacía dos años en el distrito. El gobernador del Dominion lo había enviado en la época en que miles de emigrantes asaltaron los yacimientos auríferos, y este éxodo parecía que no iba a terminar tan pronto.

La tarea no era fácil. Diariamente surgían dificultades de todo orden con las concesiones que había que establecer, ya fuera para los particulares, ya para los sindicatos; con la repartición de las parcelas, las deudas que había que cobrar y el mantenimiento del orden en esta región cuya invasión provocaba las protestas y a veces la resistencia manifiesta de los indios.

A las dificultades que traía consigo el descubrimiento de nuevos terrenos auríferos se añadía el problema del meridiano ciento cuarenta y uno, que exigía un nuevo trabajo de triangulación. Precisamente este asunto motivaba la presencia del mayor James Walsh en el oeste de Klondike.

Por lo que decía, la rectificación no dejaba de presentar ciertas dificultades, aunque su solución fuera de tipo matemático, es decir, la solución más exacta que se puede concebir en el mundo. El meridiano ciento cuarenta y uno sólo podía estar allí donde debía estar.

-¿Pero quién ha iniciado este asunto, señor Walsh? -preguntó Ben Raddle.

-Los americanos -respondió el comisario-. Ellos pretenden que la operación, realizada en la época en que Alaska todavía pertenecía a Rusia, no se hizo con la debida exactitud. La frontera, representada por el meridiano ciento cuarenta y uno, debe correrse más al este, lo que entregaría a los Estados Unidos la mayor parte de las parcelas establecidas en los afluentes de la orilla izquierda del Yukon.

-Y entre otras -añadió Summy Skim-, la parcela 129, que nos viene por herencia de nuestro tío Josías Lacoste.

-Precisamente, señores.

-El sindicato que nos hizo proposiciones de compra rehúsa ahora confirmarlas en tanto el problema no se haya resuelto -dijo Ben Raddle.

-Lo sé, señores -respondió el comisario-, y comprendo vuestra molestia.

-Pero -inquirió Summy Skim-, ¿cree usted, señor Walsh, que el trabajo de rectificación terminará pronto?

-Todo lo que puedo decirle -declaró el señor Walsh- es que la comisión ad hoc que se nombró está trabajando desde hace varias semanas, y esperamos que la frontera entre los dos Estados quede definitivamente determinada antes del invierno.

-¿Y a su juicio, señor Walsh -preguntó Ben Raddle-, hay razón para creer que se cometió un error y que sea necesario proceder a una rectificación?

-No, señores, según las informaciones que me han llegado. Me parece que todo esto es sólo una querella malintencionada que algunos sindicatos americanos le hacen al Dominion.

-Tal vez nos obligará a prolongar nuestra estancia en Klondike más de lo previsto -añadió Summy Skim.

-Haré todo lo que dependa de mí para activar el trabajo de la Comisión -respondió el señor Walsh-. Pero debo confesar que a veces su trabajo se ve obstaculizado por la mala voluntad de algunos propietarios de parcelas vecinas a la frontera, sobre todo el de la 127...

-¡Cerca de nosotros! -exclamó Summy Skim.

-En efecto.

-Un texano llamado Hunter.

-Exactamente. ¿Han oído hablar de él?

-Más que eso, señor comisario, hemos escuchado hablar a ese grosero personaje cuando desembarcó en Vancouver.

-Veo que lo conocen. Es un individuo violento y brutal. Lo acompaña un tal Malone, texano como él y de la misma calaña. Son tal para cual.

-¿Y ese Hunter es uno de los que más han reclamado la rectificación de la frontera? -preguntó Ben Raddle.

-Desde luego, señor Raddle. Para sustraerse a la autoridad del Dominion, quiere que su parcela quede en tierra americana. Ha agitado a todos los propietarios de los yacimientos comprendidos entre la orilla izquierda del Yukon y la frontera actual. Trasladando la frontera a la orilla del río, toda la faja pertenecería a la Unión, y un texano se encontraría entonces en su país. Pero, se lo repito, dudo que los americanos vayan a ganar la causa. De todos modos les aconsejo, en la medida de lo posible, que no tengan ningún contacto con esos tipos, que son aventureros de la peor especie. Ya le han dado mucho trabajo a mi policía...

-No tema, señor comisario -respondió Summy Skim-. Nosotros no hemos venido para lavar los barriales de la parcela 129, sino para venderla, y en cuanto lo hayamos hecho retomaremos el camino del Chilkoot y luego el tren de Vancouver a Montreal.

-Y bien, señores -respondió el comisario-, sólo me queda desearles un buen viaje hasta el Forty Miles Creek y, si en algo puedo serles útil, cuenten conmigo.

-Muchísimas gracias, señor Walsh -dijo Ben Raddle.

-Y si usted pudiera apresurar ese asunto del meridiano ciento cuarenta y uno por telegrama... -añadió Summy Skim.

-Por desgracia, eso no depende de mí -respondió el señor Walsh.

Se despidieron del comisario, que siguió su camino a Dawson City.

Al día siguiente, el carro se puso otra vez en marcha. Neluto fue bordeando casi todo el tiempo el Yukon después de haber atravesado el río en una barcaza.

El tiempo no era tan bueno como en la víspera. Con el viento del noroeste se desencadenaron violentas ráfagas. Pero, al abrigo de la capota, los dos primos no pasaron demasiadas molestias.

Neluto no le exigía mucha velocidad al caballo, pues le interesaba cuidarlo. El camino tenía cada vez más baches. Los carriles, vaciados del hielo que los llenaba desde hacía varios meses, hacían traquetear al carro y los bandazos eran difíciles de evitar. En verdad, se podía temer más por el vehículo que por el caballo.

La región estaba poblada por bosques: abedules, álamos, pinos sobre todo. La madera no faltaría durante mucho tiempo a los mineros, tanto para su uso personal como para la explotación de sus parcelas. Además, si el suelo de esta parte del distrito encierra oro, encierra también carbón. A seis kilómetros río abajo de Fort Cudahy, en el Coalcreek, y también a trece kilómetros de ahí, en el Cliffecreek, y por último a diecinueve kilómetros más lejos, en el Flatecreek, se han descubierto yacimientos de un excelente carbón, que deja un residuo de cenizas no superior al cinco por ciento. Se había encontrado ya carbón en la cuenca del Five Fingers, y este carbón reemplazará ventajosamente a la leña, de la cual los vapores, aún los de fuerza mediana, queman media tonelada por hora. Existe, pues, una buena posibilidad de que este distrito siga activo si, después de haber entregado todo su oro, atrae a los mineros interesados en explotar sus minas de carbón.

La tarde de ese día, al cabo de la segunda etapa, que había sido muy cansadora, Neluto y sus compañeros llegaron a Fort Cudahy, en la orilla izquierda del Yukon, donde se proponían pasar la noche en algún albergue, si lo encontraban preferible a su tienda.

Fort Cudahy fue fundado en 1892 por la North American Trading and Transportation Company de Chicago, que quería arrebatarle a la compañía Alaska Commercial el negocio del aprovisionamiento en los terrenos auríferos del Yukon. El pueblo se levantó en la desembocadura misma del Forty Miles Creek, y como se ha dicho más arriba, el fuerte Constantine aseguraba la defensa.

Entre tanto, se descubría que los terrenos de esta región eran muy productivos; así los del Morse, del Davis, pequeños afluentes del Forty Miles Creek en territorio americano, y el Miller Creek, un afluente del río Sixty Miles. Algunos podían comparar su rendimiento a los del Bonanza en su curso inferior.

Eran las seis de la tarde cuando el carro completó su segunda etapa en Fort Cudahy, e inmediatamente los dos primos se pusieron a buscar un albergue para pasar la noche.

El jefe del destacamento de la policía montada les indicó, si no recomendó, una especie de albergue. Este policía reside habitualmente en este pueblo, y su acción se extiende sobre toda la parte del territorio comprendida entre la frontera y la orilla izquierda del gran río.

Ben Raddle y Summy Skim, deseosos de descansar algunas horas en una cama, cualquiera que fuera, no se mostraron muy exigentes ni en cuanto a las comodidades ni en cuanto al precio, y la noche transcurrió de manera aceptable.

A la salida de Fort Cudahy, el Yukon continúa subiendo hacia el noroeste hasta el punto en que corta el meridiano ciento cuarenta y uno, tal como se dibujaba entonces en los mapas. En cuanto al Forty Miles Creek, de cuarenta millas de largo como su nombre indica, corre en línea oblicua hacia el sudoeste, con un curso muy sinuoso, a través de una región en que se suceden los bosques y las colinas. Hasta la frontera tiene una longitud de unos setenta kilómetros, treinta en territorio británico y cuarenta en territorio americano. Neluto pensaba que, si partían muy de mañana, podían llegar por la tarde a la parcela de Josías Lacoste. Había alimentado muy bien al caballo, al que los dos días de camino no parecían haber fatigado demasiado. Si tenía que hacer un esfuerzo más, lo haría. Por lo demás, el vigoroso animal reposaría todo el tiempo que los dos primos pasaran en la parcela 129.

Ben Raddle y Summy Skim dejaron el albergue a las tres de la mañana, y el sol ya estaba alto. Dentro de diez días sería la época del solsticio, y el sol apenas desaparecería algunos instantes bajo el horizonte del norte.

El carro seguía la orilla izquierda del Forty Miles Creek, muy sinuosa, encajada entre colinas de las que la separaban profundas gargantas. La región no se hallaba deshabitada, desde luego. Por todas partes funcionaban las parcelas de los ríos y las de las montañas. A cada vuelta de las riberas, en la abertura de los barrancos, se levantaban postes que limitaban los terrenos, cada uno con el número escrito en grandes guarismos. El equipo no era complicado: algunas máquinas movidas con los brazos o con la fuerza del agua de algún estero. La mayoría de los prospectores, ellos mismos o sus obreros, retiraban el barro de los pozos que habían cavado en la parcela y trabajaban con platos o escudillas. Trabajaban en silencio, si no contamos las ruidosas demostraciones, los gritos de alegría que señalaban que algún minero había encontrado una pepita de valor.

El primer alto duró desde las diez de la mañana hasta el mediodía, pues el caballo, un poco fatigado, debía descansar. Se le dejó pastar libre en la pradera vecina. Ben Raddle y Summy Skim pudieron fumar su pipa después de haber bebido varias tazas de café acompañado de conservas y bizcochos.

Neluto reinició la marcha poco después del mediodía y apuró al caballo, de manera que hacia las siete de la tarde el carro llegaba a la parcela 129.

Sus nuevos propietarios habían dejado Montreal el 2 de abril. El 11 de junio llegaban a su destino. El viaje había durado apenas dos meses y medio.

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