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El volcán de oro
Editado
© René Contreras
20 de julio del 2003
Tomado de Logo de Librodot.com
Primera parte
Indicador El legado de un tío
Indicador Los dos primos
Indicador De Montreal a Vancouver
Indicador Vancouver
Indicador A bordo del Football
Indicador Skagway
Indicador El Chilkoot
Indicador Al lago Lindeman
Indicador Del lago Benett a...
Indicador Klondike
Indicador En Dawson City
Indicador De Dawson City a la...
Indicador La parcela 129
Indicador La explotación
Indicador La noche del 5 al 6 de...
Segunda parte
(click encima para ver el contenido del volumen)

El volcán de oro (versión original)
Primera parte - Capítulo II
Los dos primos

De regreso en su casa, Summy Skim se ocupó de ciertas disposiciones que le imponía la muerte de Josías Lacoste, de los partes que debía enviar a los amigos de la familia y del duelo que convenía hacer. No olvidó ordenar un servicio religioso en la iglesia de la parroquia. Este servicio sería celebrado por el descanso del alma del difunto, pero sólo cuando Ben Raddle hubiera regresado de su viaje, pues tendría que asistir.

En cuanto al arreglo de los asuntos personales de su tío, a la aceptación de esa herencia que parecía reducirse a la propiedad de la parcela de Forty Miles Creek, ya habría ocasión de conversar más seriamente con el señor Snubbin cuando los dos primos se hubieran puesto de acuerdo. El notario solamente tomó la precaución de enviar al gobernador de Klondike, en Dawson City, un telegrama informándole que los herederos de Josías Lacoste decidirían sobre la aceptación de esta herencia después de que un inventario estableciese la situación financiera de su tío.

Ben Raddle sólo volvió a Montreal cinco días más tarde, en la mañana del 21 de marzo, después de una estancia de un mes en Nueva York. Allí había estudiado con otros ingenieros el gigantesco proyecto de tender un puente sobre el Hudson, entre la metrópoli y New Jersey, gemelo del que comunicaba Nueva York con Brooklyn.

Se comprenderá fácilmente que el estudio de este trabajo haya apasionado a un ingeniero. Ben Raddle se había identificado con él de todo corazón, e incluso había ofrecido entrar al servicio de la compañía Hudson Bridge. Pero no parecía que la construcción del puente pudiera realizarse pronto. Se hablaba mucho de ella en los diarios, se la estudiaba en el papel. El invierno no había terminado, y en esas latitudes de los Estados Unidos se prolonga hasta mediados de abril. Quién sabe si el verano vería comenzar los trabajos. Así, pues, Ben Raddle se decidió a regresar.

Su ausencia había parecido larga y penosa a Summy Skim. Cómo lamentaba no poder inculcar a su primo sus propias ideas y hacerle compartir su indolente existencia. Además, este asunto del Hudson Bridge no cesaba de causarle inquietud. Si Ben Raddle participaba en tal empresa, ¿no permanecería largo tiempo, años quizás, retenido en Nueva York? Entonces Summy Skim quedaría solo en la casa que compartían, solo en la hacienda de Green Valley. Pero en vano había tratado de retener a Ben Raddle. La diversidad de caracteres de los dos primos era tan grande que ninguno de ellos ejercía mucha influencia sobre el otro.

En cuanto el ingeniero estuvo de regreso, su primo le comunicó la muerte de su tío Josías Lacoste. Si no le había telegrafiado a Nueva York dándole la noticia era porque lo esperaba de un momento a otro.

La noticia afligió sinceramente a Ben Raddle. El tío Lacoste era el único que quedaba de toda la familia. Aprobó las medidas que había tomado su primo para la ceremonia fúnebre y, al día siguiente de su llegada, los dos asistieron al oficio celebrado en la iglesia de la parroquia.

Sólo ese día Ben Raddle se enteró de los negocios de su tío. El nombre de Klondike era muy resonante entonces, y que su tío poseyera una parcela allí sólo podía sobreexcitar los instintos de un ingeniero. Sin duda, ser el heredero de un yacimiento aurífero no dejaría a Ben Raddle tan indiferente como a Summy Skim, y tal vez entrevió allí un negocio. No que había que liquidar, sino que había que proseguir, contrariamente a lo que pensaba su primo.

Sin embargo, Ben Raddle no quiso decir nada todavía. Con su hábito de estudiar seriamente las cosas, deseaba reflexionar antes de pronunciarse. Parece que veinticuatro horas le bastaron para sopesar la situación, pues al día siguiente, desayunando con Summy Skim, que lo encontraba singularmente absorto, dijo:

-¿Y si habláramos un poco de Klondike?

-Ya que se trata sólo de hablar un poco, mi querido Ben, hablemos...

-Un poco... a menos que no sea mucho, Summy.

-Di lo que tengas que decir, Ben.

-¿El notario no te ha comunicado los títulos de propiedad de esa parcela 129?...

-No -respondió Summy Skim-, aunque los recibió, pero yo no creo que sea útil tomar conocimiento de eso...

-Ya veo -dijo Ben Raddle-; sin embargo yo no miro este asunto con tanta indiferencia, y mi opinión es que merece una atención seria y un estudio profundo.

Al principio, Summy Skim no contestó a este preámbulo, pero cuando su primo se hubo manifestado más claramente, dijo:

-Mi querido Ben, me parece que nuestra situación es muy sencilla: o esta herencia tiene algún valor, y nosotros la liquidaremos del modo más conveniente para nuestros intereses, o no tiene ninguno, lo que es infinitamente probable, pues nuestro tío no era un hombre hábil para enriquecerse, y nosotros no la aceptaremos.

-Eso será sensato -declaró Ben Raddle-. Pero no habrá que apresurarse. Con esos yacimientos hay tantas contingencias... Se los cree pobres, se los cree agotados, y un golpe de piqueta puede dar una fortuna.

-Y bien, mi querido Ben, eso es precisamente lo que deben saber los exploradores, los que explotan en este momento los famosos yacimientos de Klondike. Si la parcela de Forty Miles Creek vale algo, trataremos de deshacernos de ella al precio más ventajoso... Pero, lo repito, es de temer que nuestro tío se haya lanzado en un mal negocio del cual nosotros pagaremos las consecuencias. El jamás ha triunfado en su vida y no imagino que haya abandonado este mundo en el momento de hacerse millonario.

-Es lo que queda por determinar -respondió Ben Raddle-. El oficio de prospector es fecundo en sorpresas de este tipo. Se está siempre en vísperas de descubrir una dichosa veta, y con esta palabra, "veta", no quiero decir "suerte", sino filón aurífero donde las pepitas abundan. En fin, entre estos buscadores de oro hay algunos que no han tenido de qué lamentarse.

-Sí -respondió Summy Skim-, uno entre cien, y al precio de cuántas preocupaciones, cuántas fatigas, y cuántas miserias...

-En fin -respondió Ben Raddle-, no pienso contentarme con una hipótesis. Hay que hacer comprobaciones serias antes de decidirse.

Summy Skim se dio cuenta de adónde quería llegar su primo, y, si esto lo afligió, no podía causarle sorpresa. Se aferró, pues, al tema que le era familiar:

-Mi amigo, ¿no es suficiente la fortuna que nos ha dejado nuestra familia? ¿No nos asegura nuestro patrimonio independencia y bienestar? Te hablo así porque me doy cuenta de que das a este asunto más importancia que la que yo le he dado, que la que a mi juicio merece. ¿Sabemos los sinsabores que nos reserva? Veamos, ¿no somos bastante ricos?

-Nunca se es bastante cuando se puede ser más.

-A menos que uno lo sea demasiado, como ciertos multimillonarios que tienen tantos problemas como millones, y que hacen más sacrificios para conservarlos que los que hicieron para conseguirlos.

-Vamos, vamos -respondió Ben Raddle-, la filosofía es algo muy bonito, pero no hay que llevarla al exceso, y no me hagas decir lo que no digo. Yo no espero encontrar toneladas de oro en la parcela de nuestro tío Josías, pero repito que es prudente informarse.

-Nos informaremos, entendido, mi querido Ben, y quiera el cielo que una vez informados no nos encontremos en una situación embarazosa, a la cual tendríamos que hacer frente por respeto a nuestra familia. Quién sabe si allá, en la explotación de esa parcela 129, los gastos de adquisición, de instalación, de explotación no han sobrepasado los medios de nuestro tío. En ese caso, yo he asegurado al señor Snubbin...

-Y has hecho bien, Summy, y yo lo apruebo -respondió sin vacilar Ben Raddle-. Pero en cuanto a eso que dices..., ya lo sabremos cuando tengamos un conocimiento profundo del asunto. He leído todo lo que se ha publicado sobre las riquezas de esos territorios, aunque la explotación se remonta apenas a dos años. Después de Australia, después de California, después de África del Sur, se podía creer que los últimos yacimientos de nuestro globo se habían agotado... Y, precisamente, he aquí que en esta parte de Norteamérica, en los confines de Alaska y el Dominion, el azar ha permitido descubrir nuevos yacimientos... Parece, además, que estas regiones septentrionales de América son privilegiadas en este aspecto... Y no solamente existen minas de oro en Klondike, sino que se han encontrado en Ontario, en Michipicoten, en la Columbia británica, minas como War Eagle, Standard, Sullivan Group, Álhabarca, Fern, Syndicate, Sans-Poel, Caribú, Deer Trail, Georgie Reed y tantas otras cuyas acciones están en plusvalía, sin hablar de las minas de plata, de cobre, de manganeso, de hierro, de carbón... Pero, en lo que concierne a Klondike, piensa, Summy, en la extensión de esa región aurífera. Doscientas cincuenta leguas de largo por alrededor de cuarenta de ancho, y no cito los yacimientos de Alaska. Sólo los que están en el territorio del Dominion. ¿No representa eso un campo inmenso por descubrir?... El más vasto que se ha encontrado en la superficie de la Tierra. Y quién sabe si no es por millones sino por miles de millones como se contarán un día los productos de esta región.

Ben Raddle habría podido hablar largo sobre el asunto, y Summy Skim vio que lo conocía a fondo. Se contentó con decir:

-Vamos, Ben, es evidente, tú tienes la fiebre.

-Cómo que tengo la fiebre...

-Sí, la fiebre del oro, como tantos otros, y esta fiebre no se cura con sulfato de quinina, porque no es intermitente.

-Tranquilízate, mi querido Summy -respondió Ben Raddle riendo-, mi pulso no late más rápido que de ordinario... Yo no querría exponerte al contacto de un afiebrado.

-¡Oh, yo! Yo estoy vacunado -respondió en el mismo tono Summy Skim- y no tengo nada que temer. Pero vería con pena que tú te lances...

-Querido amigo, no se trata de lanzarse, se trata simplemente de estudiar un negocio y, en suma, de sacar provecho si se puede. Tú dices que nuestro tío no ha tenido éxito en sus especulaciones... Lo creo, en efecto, y es muy probable que esta parcela de Forty Miles Creek le haya producido más barro que pepitas... Es posible... Pero tal vez él no tenía los recursos necesarios para explotarla, tal vez no operaba con experiencia y método, como habría podido hacerlo...

-Un ingeniero, ¿verdad, Ben?

-Sin duda, un ingeniero.

-Tú, por ejemplo.

-Yo, ciertamente -respondió Ben Raddle-. En todo caso, actualmente no es ésa la cuestión. Antes de deshacerse de la parcela cuya propiedad tenemos por herencia, será conveniente, lo confesarás, pedir algunas informaciones en Klondike.

-Es razonable, en efecto -respondió Summy Skim-, aunque yo no me hago ninguna ilusión sobre el valor de esa propiedad...

-Lo sabremos después de habernos informado -replicó Ben Raddle-. Es posible que tengas razón como es posible que estés en un error. Para concluir, vamos a ir al estudio del señor Snubbin, le encargaremos todas las gestiones. Hará venir las informaciones de Dawson City por el medio más rápido posible, y cuando sepamos a qué atenernos sobre el valor de la parcela, veremos lo que convendrá hacer.

La conversación acabó allí. Summy Skim no podía objetar nada a lo que proponía su primo. Es natural informarse antes de tomar una decisión. Que Ben fuera un hombre serio, inteligente, práctico, no podía ser puesto en duda por Summy Skim. Pero no estaba menos afligido e inquieto al ver con qué ardor encaraba su primo el porvenir, con qué avidez se lanzaba sobre esta presa que tan inesperadamente se ofrecía a su ambición. ¿Conseguiría retenerlo? Sin duda, Summy Skim no se separaría de Ben Raddle. Sus intereses serían siempre los mismos en este asunto. Persistía en creer que todo se arreglaría pronto, y era de desear que las informaciones pedidas a Dawson City fueran de tal naturaleza que no justificaran seguir adelante.

Pero qué idea, qué mala idea había tenido el tío Josías de ir a buscar fortuna en Klondike, donde sólo había encontrado la miseria y, seguramente, la muerte.

Por la tarde, Ben Raddle fue al estudio del notario, en el que tomó conocimiento de los documentos enviados de Dawson City.

Estos documentos establecían categóricamente la situación de la parcela 129, propiedad del señor Josías Lacoste, ya fallecido. La parcela se emplazaba en la orilla derecha del Forty Miles Creek, en el distrito de Klondike. El caudal afluía a la orilla izquierda del gran río Yukon, que atraviesa Alaska después de regar los territorios occidentales del Dominion. Sus aguas, inglesas en su curso alto, se convirtieron en americanas cuando esta vasta región de Alaska fue cedida por los rusos a los Estados Unidos.

Un plano permitía determinar con exactitud la situación de la parcela 129. Se encontraba a (...)1 kilómetros de Fort Cudahy, una aldea fundada en la orilla izquierda del Yukon por la compañía de la bahía de Hudson.

Durante la conversación, al señor Snubbin no le costó mucho comprender que el ingeniero consideraba este asunto de modo muy diferente que su coheredero. Ben Raddle estudió los títulos de propiedad con el mayor cuidado. No podía apartar los ojos del gran mapa extendido ante sus ojos, que comprendía el distrito de Klondike y la parte vecina de Alaska. Remontaba con el pensamiento ese Forty Miles Creek que atravesaba el meridiano 140, escogido como línea divisoria entre los dos países. Se detenía allí, cerca de esta frontera, precisamente en el lugar donde se indicaban los jalones de la parcela de Josías Lacoste. Contaba las otras parcelas de ambas riberas del río cuyo nacimiento se ocultaba en alguna región aurífera de Alaska. ¿Por qué no podían ser estas parcelas tan favorecidas como las del río Kiondike, de su afluente el Bonanza, de sus subafluentes el Victoria, el Eldorado y otros ríos, tan productivos entonces, tan buscados por los mineros? Devoraba con la mirada esta maravillosa comarca cuya red hidrográfica arrastra con profusión el precioso metal. El oro valía (precio de Dawson City) dos millones trescientos cuarenta y dos mil francos la tonelada.

Cuando el señor Snubbin lo vio tan absorto en sus reflexiones que no pronunciaba palabra, creyó su deber decirle:

-Señor Raddle, ¿puedo preguntarle si su intención sería conservar y explotar la parcela del difunto Josías Lacoste?

-Tal vez -respondió Ben Raddle.

-Sin embargo, el señor Skim...

-Summy no tiene que pronunciarse, y yo mismo reservo mi opinión, hasta el momento en que haya verificado que estas informaciones son exactas y haya visto todo yo mismo.

-¿Piensa usted emprender ese largo viaje a Klondike? -preguntó el señor Snubbin, sacudiendo la cabeza.

-¿Por qué no? Y sea lo que sea lo que pueda pensar Summy, el negocio, a mi juicio, merece que uno se tome alguna molestia. Aunque sólo sea para vender la parcela, usted estará de acuerdo, señor Snubbin, lo mejor es visitarla.

-¿Es absolutamente necesario? -interrogó el señor Snubbin.

-Indispensable -afirmó Ben Raddle-. Y además, no basta con querer venderla. Hay que encontrar un comprador.

-Si no es más que eso -respondió el notario-, usted puede evitarse las fatigas de tal viaje, señor Raddle.

-¿Por qué?

-Tenga, he aquí el despacho que acabo de recibir hace una hora y que me disponía a enviarle cuando usted me hizo el honor de venir a mi estudio.

El señor Snubbin tendió a Ben Raddle un telegrama fechado hacía ocho días, que había llegado a Montreal después de haber sido trasmitido de Dawson City a Vancouver.

Había un sindicato americano que ya poseía ocho parcelas en Klondike, cuya explotación dirigía el capitán Healy, de la Angloamerican Transportation and Trading Co. (Chicago y Dawson).

Este sindicato hacía una oferta firme por la adquisición de la parcela 129 del Forty Miles Creek: cinco mil dólares, que serían enviados a Montreal en cuanto se recibiera el telegrama de aceptación.

Ben Raddle había tomado el papel y lo leía con el mismo cuidado con que acababa de estudiar los títulos de propiedad.

-He aquí, pues, señor Raddle -observó el notario-, lo que lo dispensará de hacer el viaje.

-No sé -respondió el ingeniero-. ¿Es suficiente el precio que nos ofrecen? ¡Cinco mil dólares por una parcela en Klondike!

-Yo no puedo responderle sobre eso.

-Usted ve, señor Snubbin: si ese sindicato ofrece cinco mil dólares por la parcela 129, es que vale diez veces más si se quiere continuar su explotación.

-Teniendo en cuenta ese precio, no parece que vuestro tío haya tenido éxito con su parcela, señor Raddle. Conviene saber, pues, si en lugar de lanzarse en ese tipo de negocios tan azarosos, no sería preferible ahorrarse preocupaciones y guardarse los cinco mil dólares.

-No es mi opinión, señor Snubbin.

-Ya veo, pero puede que sea la del señor Summy Skim.

-No después que haya conocido este telegrama; yo le explicaré mis razones y él es demasiado inteligente para no comprenderlas. Luego, cuando yo lo haya convencido de la necesidad de emprender este viaje, se decidirá a acompañarme.

-¿Él? -exclamó el señor Snubbin-, el hombre más feliz, más independiente que jamás un notario haya encontrado en el ejercicio de su profesión...

-Sí, a este hombre feliz, a este hombre independiente quiero yo darle el doble de felicidad y de independencia. ¿Qué arriesgamos, en suma, si siempre podemos aceptar el precio ofrecido por ese sindicato?

-Bueno, señor Raddle, le hará falta a usted mucha elocuencia.

-No, me bastará con tener razón. Déme ese telegrama, señor Snubbin. Voy a mostrárselo a Summy y hoy mismo se habrá tomado una decisión.

-¿Conforme a su deseo?

-Conforme a mi deseo, señor Snubbin, y habrá que ponerlo en ejecución lo antes posible.

El notario podía pensar cualquier cosa, pero Ben Raddle no dudaba de poder convencer a Summy Skim de la necesidad de hacer ese viaje.

Después de haber abandonado el estudio, optó por lo más corto. Regresó a la casa de la calle Jacques Cartier y subió inmediatamente a la habitación de su primo.

-¿Y bien? -le preguntó éste-. Has visto al señor Snubbin. ¿Hay algo nuevo?

-De nuevo, sí, Summy. Bastantes noticias.

-¿Buenas?

-Excelentes.

-¿Viste los títulos de propiedad?

-Los vi. Están en regla. En calidad de herederos de nuestro tío, somos propietarios de la parcela de Forty Miles Creek.

-Así que se va a acrecentar nuestra fortuna -respondió riendo Summy Skim.

-Es probable -declaró el ingeniero- y, sin duda, más de lo que tú piensas.

-¿Y qué novedades has sabido para hablar así?

-Simplemente lo que dice este telegrama, que llegó esta mañana al estudio del señor Snubbin y que contiene una oferta de compra de la parcela 129. Summy Skim leyó el telegrama.

-Perfecto. Vendamos la parcela lo más pronto posible.

-¿Vender en cinco mil dólares lo que sin duda vale mucho más?

-Mi querido Ben...

-Tu querido Ben te responde que los negocios no se hacen así. No hay nada como haber visto las cosas con los propios ojos.

-¿Todavía sigues con eso?

-Más que nunca. Reflexiona, Summy. Si nos hacen esta proposición de compra, es que conocen el valor de la parcela, saben que su valor es infinitamente mayor. Hay otros terrenos a lo largo de los ríos o en las montañas de Klondike.

-¿Lo sabes tú?

-Yo lo sé, Summy, y si una sociedad que ya posee terrenos quiere adquirir precisamente la parcela 129, es que tiene no cinco mil razones para ofrecer cinco mil dólares, sino diez mil, cien mil...

-En verdad, Ben, tú juegas con las cifras.

-Pero las cifras son la vida, mi querido Summy, y tú no haces bastantes cifras.

-No tengo condiciones para las matemáticas.

-No se trata de matemáticas, Summy. Créeme, te hablo muy en serio y después de haber reflexionado mucho. Tal vez yo hubiera vacilado en partir para Dawson City, pero ahora, con este telegrama, estoy decidido a llevar mi respuesta en persona.

-¿Qué? ¿Quieres ir a Klondike?

-Es indispensable.

-¿Y sin tener más información?

-Voy a informarme allá mismo.

-¿Me vas a dejar solo entonces?

-No, tú me acompañarás.

-¿Yo?

-Tú.

-Jamás.

-Sí, pues el negocio nos interesa a los dos.

-Yo te daré amplios poderes.

-No, yo te llevo.

-Pero si se trata de un viaje de dos mil leguas.

-Pongamos ciento cincuenta más.

-¿Y cuánto durará?

-Lo que tenga que durar... Sí, no tenemos interés en vender nuestra parcela, sino en explotarla.

-¿Cómo? ¿Explotarla? -exclamó Summy Skim-. Pero... Eso representará todo un año.

-Dos, si es necesario.

-Dos años, dos años -repetía Summy Skim.

-Cada mes acrecentará nuestra fortuna.

-No, no -exclamaba Summy Skim, acurrucándose, hundiéndose en el sofá, como resuelto a no abandonarlo jamás.

Ben Raddle hizo un último esfuerzo para convencerlo. Retornó al asunto en todos sus aspectos. Le probó con las más poderosas razones que su presencia era indispensable en la parcela de Forty Miles Creek, que no podía vacilar, y concluyó:

-En cuanto a mí, Summy, estoy decidido a partir para Dawson City y no creo que tú puedas rehusar acompañarme.

Summy Skim habló de la perturbación que ese viaje traería a su existencia. Antes de dos meses debería dejar Montreal para cazar y pescar en Green Valley.

-Bueno -replicó Ben Raddle-, la caza no falta en las planicies ni los peces en los ríos de Klondike, y tú cazarás y pescarás en un país nuevo, que te reservará sorpresas.

-Pero nuestros campesinos, nuestros buenos campesinos que nos esperan...

-Ya tendrán ocasión de lamentar nuestra ausencia cuando regresemos lo bastante ricos como para comprar todo el distrito. Además, Summy, tú has llevado hasta ahora una vida demasiado sedentaria. Hay que correr el mundo un poco.

-Podría visitar otras regiones de América o Europa si quisiera. Lo que no haría es empezar mis viajes hundiéndome en el corazón de ese abominable Klondike.

-Que te parecerá encantador cuando hayas comprobado por ti mismo que está sembrado de polvo de oro y empedrado con pepitas.

-Ben, mi querido Ben, me das miedo. Sí, me das miedo. Quieres embarcarte en un negocio en el que sólo encontrarás penas y desilusiones.

-Penas, tal vez. Desilusiones, jamás.

-Comenzando por esa maldita parcela que sin duda no vale un arriate de repollos o de papas de Green Valley.

-¿Por qué entonces esa compañía ofrecería, para empezar, miles de dólares?

-Cuando pienso, Ben, que hay que ir a explorar un país donde la temperatura cae a cincuenta grados bajo cero...

-Excelente, el frío. Lo conserva sano a uno.

Finalmente, después de mil réplicas, Summy Skim debió declararse vencido. No. No dejaría a su primo partir solo a Klondike. Lo acompañaría, aunque sólo fuera para traerlo de regreso lo más pronto posible.

Ese día, un telegrama que anunciaba la próxima partida de los señores Ben Raddle y Summy Skim fue enviado al capitán Healy, director del sindicato angloamericano Transportation and Trading Company, Dawson City, Klondike.

Línea divisoria

1. Dejado en blanco por el novelista.

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