Veinticuatro minutos en globo
Mi estimado Señor Jeunet,
Aquí están las breves notas que me ha
solicitado escribir sobre el viaje del "Metéoro".
Usted sabe en que condiciones la ascensión se
debía hacer: el globo relativamente pequeño, de una
capacidad de 900 metros cúbicos, pesando 270 kilogramos con su
barquilla y sus aparatos, inflado de un gas, excelente para la
iluminación, pero por la misma razón de un poder
ascensional pobre, debía llevar cuatro personas, el aeronauta
Eugéne Godard, además de tres viajeros: el señor
Deberly, abogado, el señor Merson, teniente del regimiento 14, y
yo.
En el momento de partir, imposible fue elevar a todo
el mundo. El señor Merson habiendo hecho con anterioridad
algunas ascensiones aerostáticas en Nantes con Eugéne
Godard, consintió, un poco contrariado, a ceder su lugar al
señor Deberly, que hacía, como yo, su primera
excursión aérea. El tradicional "Suelten
amarras" estaba por ser pronunciado, y nos encontrábamos
cerca de abandonar la tierra...
Pero no contábamos con el hijo de Eugéne
Godard, un intrépido chico de nueve años, que
escaló la barquilla, y por el cual fue necesario sacrificar dos
de los cuatro sacos de lastre. ¡Dos sacos solamente! Jamás
Eugéne Godard había despegado en estas condiciones. La
ascensión no podía, por tanto, durar mucho tiempo.
Partimos a las 5:24 de la mañana, lenta y
oblicuamente. El viento nos llevaba hacia el sudeste, y el cielo era de
una pureza incomparable. Sólo algunas nubes surcaban el
horizonte. El mono Jack, lanzado con su paracaídas, nos
permitió elevarnos más rápidamente, y, a las 5:28,
estabamos navegando a una altura de 800 metros, tal y como lo indicaba
el barómetro aneroide.
La vista de la villa era magnifica. La plaza
Longueville parecía un hormiguero de hormigas rojas y negras,
unas civiles, otras militares; la cúspide de la Catedral se
alejaba poco a poco, y marcaba como una aguja los progresos de la
ascensión.
En un globo, ningún movimiento, ni horizontal, ni vertical, es
perceptible. El horizonte parece siempre mantenerse a la misma altura.
Su radio se incrementa, eso es todo, mientras que la tierra, por debajo
de la barquilla, se hunde como en un entierro. Al mismo tiempo,
silencio absoluto, calma completa de la atmósfera, que solo es
perturbada por los crujidos del mimbre que nos lleva.
A las 5:32, un rayo de sol emerge desde las nubes que
cargaban el horizonte del oeste, y golpea el globo; el gas se dilata, y
sin que ningún lastre haya sido lanzado, nos elevamos a una
altura de 1 200 metros, la máxima altura que alcanzamos durante
el viaje.
Esto es lo que pudimos ver. Bajo nuestros pies,
Saint-Acheul y sus jardines oscuros, encogidos como si se les mirara a
través del grueso extremo de un telescopio; la Catedral
aplastada, cuya cúspide se confundía con las
últimas casas de la villa; el Somme, una cinta pálida y
delgada; los ferrocarriles, algunas líneas trazadas con un
pincel; las calles, sinuosos cordones; los huertos, una simple imagen
en el mercado de los hortelanos; los campos, una de esas placas de
muestras multicolores que los sastres de antaño colgaban en sus
puertas; Amiens, un montón de pequeños cubos
grisáceos; se pudiera decir que se había vaciado sobre la
llanura una caja de juguetes de Nuremberg. Después, las villas
cercanas, Saint-Fuscien, Villers-Bretonneux, La Neuville, Boyes, Camon,
Longueau, que parecían montones de piedras, dispuestas
aquí y allá como preparación para un pavimentado
gigantesco.
En ese momento, el interior del aerostato se ilumina.
Miro a través del orificio inferior que Eugéne Godard
tiene siempre abierto. Dentro, una limpia claridad, sobre la cual se
destacan los costados alternativamente amarillos y carmelitas del
"Metéoro". Nada hace descubrir la presencia del gas,
ni su color, ni su olor.
Sin embargo, descendemos, debido a nuestro peso. Es
necesario lanzar lastre para mantenerse en el aire. Los millares de
prospectos, lanzados afuera, indican una corriente más viva en
una zona más baja. Ante nosotros Longueau, pero antes de
Longueau, una sucesión de pantanosas penínsulas.
- ¿Descenderemos en este pantano? - le
pregunté a Eugéne Godard.
- No, me respondió, y, si no tenemos más
lastre, lanzaré mi bolsa de viaje. Es absolutamente necesario
franquear este pantano.
Seguimos cayendo. A las 5:43, y a 500 metros de la
tierra, un viento vivo nos atacó. Pasamos sobre la chimenea de
una fábrica, al fondo de la cual se adentraron nuestras miradas;
el globo se reflejaba, por una especie de espejismo, en las aguas de
los pantanos; las hormigas humanas habían crecido y
corrían por los caminos. Una pequeña pradera está
allí, entre les dos líneas del ferrocarril, delante de la
bifurcación.
- ¿Y bien? -dije.
- ¿Y bien? ¡pasaremos el ferrocarril,
pasaremos la villa que está más allá! - me
respondió Eugéne Godard.
El viento es vivo. Lo sabemos por la agitación
de los árboles. Atravesamos La Neuville. Ante nosotros,
está la llanura. Eugéne Godard lanza su cuerda
guía, una cuerda de 150 metros de largo, después su
ancla. A las 5:47, el ancla toca la tierra; se abre la válvula
varias veces; algunos curiosos muy amables corren, toman la cuerda, y
tocamos suavemente la tierra, sin la menor sacudida. El globo se ha
posado allí como un gran y pesado pájaro, y no como una
caza con plomo en sus alas.
Veinte minutos después, el globo fue
desinflado, enrollado, empaquetado, puesto en una carreta, y un auto
nos llevó de vuelta a Amiens.
He aquí, mi querido señor Jeunet,
algunas impresiones cortas, pero exactas. Permítame agregar que
un simple paseo aéreo, y también un largo viaje
aerostático, no ofrecen nunca peligro, bajo la dirección
de Eugéne Godard. Audaz, inteligente, experimentado, hombre de
gran sangre fría, que cuenta ya con miles de ascensiones en el
viejo y el nuevo mundo, Eugéne Godard no deja nunca cosa alguna
al azar. Él lo prevé todo. Ningún incidente puede
sorprenderle. Sabe dónde va, sabe dónde
descenderá. Selecciona con maravillosa perspicacia su lugar de
parada. Procede matemáticamente, el barómetro en una
mano, el saco de lastre en la otra. Sus aparatos están en
admirables condiciones. Nunca una falla de la válvula, nunca una
falla de la envoltura. Una "cuerda de ruptura" le permite, si
es necesario, dividir su aerostato en el caso en que el globo, a ras de
la tierra, necesitara ser instantáneamente vaciado por las
necesidades del aterrizaje. Eugéne Godard, por su experiencia,
su sangre fría, la precisión de su mirada, es
verdaderamente un maestro del aire que lo sostiene y que lo transporta,
y ningún otro aeronauta, como se sabe, puede
comparársele. En estas condiciones, un viaje aéreo ofrece
toda la seguridad. No es propiamente un viaje, ¡es algo
así como un sueño, pero un sueño siempre muy
corto!
Sinceramente suyo,
Julio Verne

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