El matrimonio del señor Anselmo
de los Tilos
Recuerdos de un alumno de
octavo
El marqués Anselmo de los Tilos había
llegado, en 1842, después de haber pasado mucho más
allá de la edad de la razón y de la pubertad, a los
veintisete años. ¡Es esta la época ultramontana de
la existencia en la cual los adolescentes terminan con las locuras de
una aprovechada juventud, a menos que no las comiencen! ¡Feliz
período de la vida, donde se puede hacer aquello que, en un
lenguaje enérgico y paternal, se conoce como
tonterías!
Para abreviar, Anselmo de los Tilos representaba un
joven de cabello rubio, extendido en las puestas del sol; sus cabellos,
en abierta rebelión con las leyes de la geometría
capilo-práctica, proponían a los barberos de las ciencias
un teorema insoluble, cuyos corolarios osados y erizados lanzaban el
terror entre un centenar de muchachas en los alrededores; pero por el
contrario, los brazos simiescos, las piernas zancudas, los ojos
irreconciliables, una boca adornada en palisandro, las orejas de
escolar de primaria, le atribuían al joven marqués un
encanto indescriptible, un atractivo inexpresable.
¡Grande de cuerpo y pequeño de ideas,
ancho de pecho, pero estrecho de cerebro, fuerte de hombros, pero
débil de espíritu, de constitución física
fuerte y pobre de inteligencia, ya fuese juntando montañas como
Encelado1, ya fuese
viviendo una existencia puramente vegetal, él debía,
indudablemente, ganar el reino de los Cielos!
Sin embargo, Anselmo de los Tilos disfrutaba de una
cierta estima cuando se le miraba desde lo lejos; como los altos
monumentos, quería la lejanía de una perspectiva
rehabilitante; a cien pasos de distancia, se hubiera dicho que era una
arquitectura piramidal, a ciento cincuenta pasos, representaba tan
exactamente al hombre agradable del gran mundo; a doscientos era un
Antinoo2, y las
jóvenes chicas sentían una palpitación desconocida
levantar sus virginales tocas; en fin, a doscientos cincuenta pasos,
las mujeres casadas lanzaban miradas siniestras sobre el esposo de sus
encantos, y se las ingeniaban para combinar los artículos
homicidas y conyugales del código civil y del código
penal.
Pero, las sinuosas calles de la ciudad de C... no le
permitían apenas al joven marqués alcanzar estas bellas
perspectivas. Además, ¿cómo comprometer a las
mujeres a semejantes distancias?, ¿cómo seducir a las
jóvenes muchachas sin un poco de proximidad?,
¿cómo satisfacer en una palabra los más dulces
sentimientos del alma de una calle a la otra?
¡También los maridos y las amantes
dormían entre las sábanas de la indiferencia! Ellos
colmaban al joven Anselmo de amistosas atenciones y para su pureza
personal, le crearon de mutuo acuerdo un pararrayos contra sus
cóleras.
De acuerdo a las observaciones hechas a la oficina de
las longitudes, el marqués de los Tilos se elevaba a un metro y
noventa y cinco centímetros sobre del nivel del mar; pero su
inteligencia no alcanzaba menos de tres metros por debajo del
más tonto de los cetáceos. La esponja sola
lucharía desfavorablemente con él desde el punto de vista
de las facultades intelectuales.
Sin embargo, el señor Anselmo de los Tilos
llegó a ser marqués, ni más ni menos, un
marqués chapado a la antigua. ¡No había más
nobleza de vestimenta que en la suya! ¡Nunca se había
bañado en las bañeras gubernamentales, que eran de poca
nobleza! Ni bribón, ni burgués, ni villano, ni mercader,
era marqués y a justo título.
Debido a que su antepasado Rigoberto, habiendo tenido
la nobleza de espíritu y la grandeza de alma necesarias para
curar a Luis el tartamudo de una indigestión avanzada, en el
año de gracia 879, por medio de las hojas de una planta de tilo
que sombreaba su pedazo de tierra, fue hecho noble inmediatamente por
la agradecida y aliviada realeza.
Desde esta época memorable, la familia de los
Tilos, había sembrado sus raíces en su madriguera, sin
preocuparse de las invasiones extranjeras, o de los eventos
foráneos, habiéndose puesto a disposición, tan
inútilmente como fuese posible, de su estimado país.
Durante la defensa de París por Eudes en el
año 885, Rigoberto de los Tilos se escondió en el
sótano de su casa.
En la época de las Cruzadas, Atanasio de los
Tilos y sus cinco hijos se cruzaron de brazos.
Bajo el reinado de Luis XI, en el momento de la liga
del bien público, Ejuperio de los Tilos solamente se
preocupó de su bien particular.
En la batalla de Pavía, Francisco I lo
perdió todo, excepto el honor. La señora Aldegonda de los
Tilos se dejó amar por un jovenzuelo y perdió un poco
más que el rey de Francia.
En el día de las barricadas, la familia de los
Tilos no hizo más que hacerla detrás de su puerta, dando
un ejemplo poco digno de imitar.
Durante el sitio de París por Enrique IV, en
medio de la gran hambre, Perefijo de los Tilos, lejos de dar de comer a
sus hijos, los alimentó con algunas pocas provisiones
cuidadosamente acumuladas en sus atestados áticos.
Bajo el reinado de Richelieu, los descendientes de
este ilustre linaje aprovecharon el desorden para vivir en una paz
profunda, y durante la guerra de Holanda, Nepomuceno de los Tilos, no
hizo más que luchar contra las ratas que le devoraban los quesos
de ese reino.
Durante la guerra de los siete años, la
señora Fredegonda de los Tilos engendró siete bellos
niños, y, a menos que se sospeche de su virtud, es necesario
creer que durante este tiempo Agliberto de los Tilos, su valeroso
esposo, no combatió al gran Federico al lado del mariscal de
Sajonia.
En fin, estos apetitosos aristócratas no eran
lo suficientemente nobles para ser sospechosos en el noventa y tres,
pero lo fueron suficientemente para que les tocase su parte en la
indemnización en el regreso de los Borbones.
Por consiguiente, Anselmo de los Tilos, último
de esta descendencia, marchaba sobre las huellas de sus ilustres
antepasados; no era ni bello, ni corajudo, ni pródigo, pero
ignorante, cobarde y simple. En una palabra, marqués, bien
marqués, ¡sólo por la gracia de Dios y la
indigestión de Luis, el tartamudo!
En 1842, tomaba lecciones de latín de un
estimado profesor, de nombre Naso Paraclet3, hombre versado en el estudio de la lengua latina,
y cuya completa inteligencia costaba trescientos escudos por
año.
Era el director espiritual del joven Anselmo, el
mentor severo de un Telémaco vestido con piel de marqués,
puesto que el pobre alumno no veía, no escuchaba, no
comprendía más allá de lo que le enseñaba
su profesor.
Los discursos de Naso Paraclet estaban impresos de esa
casta tranquilidad que distinguió al devoto Eneas4, su héroe favorito; sus
oraciones se adornaban incesantemente de fórmulas y de ejemplos
tomados de la gramática latina de Lhomond, profesor
emérito de la antigua Universidad de París5.
-¡Vientre de cierva, señor marqués
- le decía de buena fe el devoto Paraclet -, usted es de una
nobleza no menos vieja que antigua, y usted labrará su camino!
Viam facietis, porque yo no me atrevería jamás a
tutearlo en esta lengua divina, pero deshonesta.
-Sin embargo - contestó el desdichado de los
Tilos - tengo veintisiete años cumplidos; ¿quizás
sería este el buen momento para iniciarme en los secretos del
mundo?
-¡Cupidus videndi6! Sus reglas de conducta y
gramática están todas contenidas en Lhomond: ¡desde
Deus sanctus7 hasta Virtus et vitium
contraria8, los altos principios de la sintaxis y
la moral se encuentran claramente explicados y deducidos!
-Sin embargo, en fin - respondió el joven
Anselmo, ¿no es necesario que un matrimonio adecuado venga a
renovar a mi casi extinta familia?
-¡Sin duda alguna, señor marqués,
sobre usted descansa la esperanza de todo un noble linaje!
¡Domus inclinata recumbit9!
-¡Recumbit humi bos!10 - ripostó de
los Tilos para hacer gala de su conocimiento.
-Mil excusas, mi ilustre alumno, usted se confunde...
Procumbit humi bos11 significa que el buey se cae en la
tierra, y esta oración es usada por Virgilio en una
circunstancia diferente. Domus inclinata recumbit significa
palabra a palabra: domus, su familia; inclinata, que se
va a extinguir, y recumbit, descansa sobre su alma.
-¿Pero quién me querrá amar, mi
buen Paraclet?
-¿No tiene usted cuarenta mil libras de renta?
¿Desde cuando alguien se niega a casarse con cuarenta mil libras
ofrecidas por veintisiete nobles años, acompañados de un
marqués de buena familia, cuando este marqués abriga sus
riquezas bajo los vastos techos de un castillo bien defendido por un
gran torreón? ¡Habría que estar loco, o poseer
cuarenta y un mil francos de ingresos!
-A decir verdad - continuó el marqués -,
qué es el matrimonio?
-¡Señor - contestó castamente el
nombrado Paraclet -, no lo he conocido nunca! ¡Soy soltero desde
hace cincuenta y un años, y jamás mi alma, incluso en
sueños, ha vislumbrado las felicidades conyugales!
Attamen12, tanto
como le es permitido a un hombre honesto, vir bonus dicendi
peritus13, razonar
por aproximación sobre las cosas que no conoce ni de re aut
visu, aut auditu, aut tactu14, (y este último vocablo
fatiga enérgicamente mi pensamiento), responderé con mis
mejores deseos al señor marqués de los Tilos, puesto que
mi deber es inculcarle los elementales principios del mundo hasta
llegar, inclusive, a su procreación.
El profesor pensó terminar después de
esta larga oración; pero afortunadamente volvió a tomar
aire, tomó su tabaquera adornada con una imagen de Virgilio
llevando un vestido negro y la cruz de la Legión de Honor; se
introdujo el dedo pulgar, que contenía un gramo de tabaco, en su
orificio nasal y dijo:
-Soy el devoto Naso Paraclet, y le haré parte,
señor marqués, de mis opiniones personales sobre ese nudo
antigordiano que se llama matrimonio, himeneo, matrimonium.
Lhomond en su curso de moral aconsejó conjugar en primer lugar
el verbo amo, que significa yo amo. ¡Al escoger esta
palabra existe una sutileza que puede escapar a primera vista, pero que
escapa a la segunda por completo! Procedamos con un método
sintético y analítico a la vez. ¿Qué
significa amo?
-¡Yo amo! - respondió gallardamente el
joven Anselmo.
-¿Qué es esta palabra?
-¡Un verbo!
-¿Es activo, pasivo, neutro o deponente15?
-¡Activo! - dijo sin dudar el marqués de
los Tilos.
-¡Activo! Es activo, e insisto sobre esta
cualidad esencial -dijo el profesor animándose-. ¡Es
activo! y para gobernar al acusativo, es necesario que sea activo, en
ocasiones deponente; pero nunca pasivo, nunca neutro. ¡Sigamos!
¿Cuándo el verbo no está en infinitivo...eh?
-¡Concuerda con su nominativo o sujeto!
-¡Admirable, mi noble alumno, y crea que sus
veintisiete años de juventud no han sido desperdiciados!
¡Concuerda con el nominativo o sujeto! ¿Y bien, sabe usted
quién es, señor marqués? Usted es... ¡un
sujeto, un buen sujeto, un excelente sujeto, un brillante sujeto!
¡Como tal, usted es el nominativo de la oración, el
individuo nombrado, bien nombrado Anselmo de los Tilos! ¡Por
tanto! ¡Usted gobierna a toda la oración!
¿Qué es la oración? ¡Es la imagen de la vida
con sus decepciones y sus comas, sus puntos y sus esperanzas, sus
placeres y sus signos de exclamación! ¡Por tanto!
¡Usted, sujeto, tome a su gusto todo aquello que la
oración encierra en su seno desde el primero de los adverbios
hasta la última de las preposiciones, y actúe necesaria y
mediatamente sobre el complemento directo! ¡Digo mediatamente,
porque entre este complemento y usted se encuentra el indispensable
verbo, esta acción, que puesta en movimiento por el sujeto,
somete invenciblemente al complemento!
-¿Pero cuál es este verbo? -
preguntó el joven Anselmo con creciente interés.
-Este verbo, es el verbo amo, o sea yo amo, el
verbo esencialmente activo que gobierna, ¿qué? Al
acusativo. Ejemplo: amo a Dios, amo Deum. ¡El complemento
se subordina al verbo, y por él mismo, al sujeto!
-¿Cuál es, entonces, este
complemento? - dijo el marqués encogiéndose de
hombros.
-¡Aquí - contestó prestamente el
devoto Naso-, présteme toda su atención, mi noble
discípulo! Existe, se dice, en la sintaxis del mundo, tres
géneros muy distintos, como en la lengua latina. Usted pertenece
esencialmente al género masculino, debido a que usted ha sido
registrado como tal en la alcaldía de su pueblo; pero existen
otros individuos que son neutros, como Orígenes, Abelardo, etc.,
de manera que los verbos de esta naturaleza no concuerdan con
ningún complemento en el acusativo. Ejemplo: estudio
gramática: studeo grammaticae. En fin, el género
femenino aparece ante nosotros y es éste el que nos ocupa. La
mujer, me han dicho, pertenece a esta última categoría;
ella es bien reconocible por su vestimenta habitual, y por la ausencia
total de barba en el mentón. ¡Fue hecha esencialmente para
ser gobernada, para permanecer bajo la acción directa del sujeto
y del verbo, ella siempre está y debe siempre estar en el
acusativo con sus formas acusativas! ¿Quién une entonces
el sujeto al complemento, el nominativo al acusativo, el hombre a la
mujer? ¡Es el verbo, el verbo activo, muy activo, lo más
activo posible; este verbo que se encuentra tan frecuentemente en el
cuarto libro de La Eneida, que yo he debido hacerle pasar por
alto por razones de pudor! ¡Este verbo, esta marca de
unión que une a Eneas a la reina de Cartago!
¡Æneas amat Didonem16! El matrimonio, esta es la conjugación de
este verbo desde el presente lleno de miel hasta el infinitivo repleto
de amargura. Conjugue a su gusto, señor marqués. Existen
cuatro conjugaciones en la existencia y la sintaxis. Unas difieren por
su movimiento y su imperativo, otras por su embriaguez y su
supino17, otras por su
efervescencia y su gerundio en dus, da, dum18. ¡Conjugue,
noble de los Tilos, conjugue!
-Amo, amas, amat, amamus19, - dijo dulcemente
el joven Anselmo quien a cada suspiro vehemente de estas descripciones
amorosas escuchaba mugir las hogueras de su corazón
-Bien, señor marqués -dijo el profesor
limpiándose su frente diluviana-. ¡Una última
opinión, y partiremos para Citeres20!
-¡Hable, mi sabio Naso!
-Absténgase de admitir el pronombre en su
oración: su acusativo correría los más grandes
peligros, debido a que este pronombre siempre toma el lugar del nombre
o del sujeto
¡Completamente instruido por esta
discusión conyugal y gramatical, el joven Anselmo de los Tilos,
se cavaba noche y día el cerebro para llegar a esas capas
inferiores que ocultan los misterios más deliciosos! Pero la
verdad obliga a decir que no cavó durante mucho tiempo, porque
sus escasas facultades se estrellaron pronto contra la roca de la
ininteligencia.
Naso Paraclet estudió más que nunca
estos principios de toda moral plasmados en la gramática; se
remitió con éxito a la cultura moral de la hoja de vid, e
hizo algunos comentarios útiles sobre las declinaciones
irregulares de la lengua latina.
La ciudad de C..., en la que habitaban estos ilustres
personajes, tenía unos siete mil habitantes; aunque,
intelectualmente hablando, la ciudad contenía a lo sumo
doscientas almas, incluyendo las almas de las bestias.
Esta ciudad de provincia de estrechas calles e ideas,
se levantaba a las seis de la mañana, y se acostaba a las nueve
de la noche, siguiendo el ejemplo de las gallinas emplumadas en sus
corrales. Durante el día, se iba a sus ordinarias ocupaciones,
desayunaba a la nueve y cenaba a las cuatro; ciudad exenta de
remordimiento y civilización, se acordonaba por delante, se
escotaba hasta el mentón inclusive, llevaba medias negras y
zapatos de escolar, peregrinaba sobre grandes pies, y golpeaba en manos
aun más grandes cuando aplaudía a los virtuosos de su
invención. Las mangas de los vestidos se consumían en sus
brazos, sus sombreros gozaban de una virtud antiadulterina, y sus
doncellas casaderas, deteniendo por medio de resistentes corsés
las avalanchas de sus encantos, poseían el verdadero
cinturón de castidad. Cuando la noche llegaba, la ciudad se
reunía con sus notables, se alumbraba con la linterna
proverbial, y hacía resonar sus zapatos de madera sobre las
angulosas calles.
¡Pero en estas tardes indescriptibles, los
mamíferos no se mezclaron indistintamente! La nobleza que
tenía una ascendencia de cuatro nobles generaciones,
aplastó a los burgueses bajo los quintales de su desprecio. Y
sin embargo, muy pocos de estos dignos aristócratas
podrían comparar sus títulos genealógicos con los
arrugados pergaminos del marqués de los Tilos. Todos no
tenían la dicha de haber tenido un antepasado que tuvo ante
Luis, el tartamudo, estima y éxito como apotecario.
¡Por tanto, a pesar de las sumas de fealdad
locamente dispensadas para beneficio de los habitantes de C..., el
joven Anselmo era mirado como un prodigio desde el doble punto de vista
de la imperfección de los rasgos y de la nulidad de la mente!
Naso era el único que se le acercaba tanto. Él se
atrevía, incluso, a encontrarle un aire distinguido; al
escucharlo, era necesario estar ciego o estar a punto de serlo para
encontrar a su alumno agradable, y le aconsejaba a sus
detractores a ir a tocar el clarinete a través de los campos,
ite clarinettam lusum21, y nuevamente, usaba el supino, visto los
movimientos y contorsiones que exige el toque de este instrumento
nasal.
Sin embargo, el devoto Paraclet tenía
empeño en preparar a su alumno apropiadamente. Él
sabía que tenía todas las debilidades humanas, como todo
hombre. ¡No crea que debido a que Anselmo no sentía nada,
comprendía pocas cosas, y no deseaba más, sus
sentimientos estaban en el estado de quimeras o de mitos! ¡No! Su
alma podía entristecerse como la de cualquier otro; no
había ahogado las pólvoras de su corazón, y
quizás ellas sólo esperaban un frotamiento
fosfórico para explotar de pronto, y cubrir las virginidades
circundantes de sus restos incendiarios.
¡Por eso es que Naso redobló el toque de
los tambores antes las pasiones de su alumno, e hizo reventar las
pieles de asnos -de las que están hechos- para entrenar a
Anselmo para el asalto! Cada mañana, creía oír que
el joven marqués le decía: “estimado Paraclet,
¿qué terribles insomnios me atormentan?”
Anna soror, quoe me suspensam insomnia
terrent22, lo cual
ha traducido interior y libremente por: “hermana Ana, hermana
Ana, ¿ves algo venir?”.
Pero como el suelo se empolvaba y la hierba se
verdeaba en la rocosa imaginación de esta naturaleza
granítica, el buen profesor actuó secretamente;
entró en campaña para conquistar a la fecunda novia que
debía salvar a la familia de los Tilos de su próxima
extinción. Y esta empresa resultaría aun más
heróica que las marchas de Alejandro el Grande; Naso no se
ocultaba ninguno de los peligros de su expedición y para llenar
su alma con las narraciones fabulosas de las viejas victorias,
releyó día y noche Jenofonte y Tucidides. ¡Fue
entonces cuando la retirada de los Diez Mil le pareció una obra
maestra de la estrategia!23
¡Pero su corazón era grande, y su amor
inmenso! Nada le atemorizaba y estableció su campamento al
alcance de un cañón: sobre las herederas vecinas. Es
necesario decir que había asegurado sus razones,
apoyándose en el árbol genealógico de los Tilos, y
había protegido su ataque por las ocho mil piezas de cien soles
que formaban el ingreso del joven marqués.
-Por Júpiter -se dijo-, ¿quién
resistiría ataques similares? ¿La señora
Mirabelle, con cinco hijas por casar? ¿El señor Pertinax,
presidente del Tribunal, poseedor , se dice, de un acusativo de los
más singulares? ¿El general de Vieille Pierre, quien no
sabe con que nominativo puede concordar a su heredera? Se encuentran
por las casas algunas declinaciones de muchachas sin uso.
¿Quién no querría unirse a la noble sangre de los
Tilos? ¿Qué molinero no cambiaría su molino por un
traje de obispo? diría ¡Sic parvis componere magna
solebam!24
Por consiguiente, mientras que el joven marqués
Anselmo, habiendo llegado al año floreciente y vigésimo
séptimo de su edad, concentraba los nocturnos rayos de su
inteligencia en la regla del que se sustrae; el devoto Naso
montó su regenerador caballito de juguete, y picó sus
espuelas con destino a las almas de las jóvenes herederas .
¡Anselmo penetraba en el espíritu de la
lengua ausonia, Naso en el de la señora Mirabelle, de los Tilos
se identificaba con el genio de Lhomond, y Paraclet empleaba todo el
suyo para preparar entre los corazones casaderos los pensamientos
matrimoniales!
La señora Mirabelle era una mujer vieja, pero
viuda, continuamente vestida con su vestido de verdes colores, grande,
flaca, seca, gruñona. En su presencia, se soñaba
involuntariamente con esas personas altas y flacas que abundaban en las
llanuras de Champaña.
Algunos habitantes de C... de ideas extramundanas
repetían que la señora Mirabelle había
acostumbrado fácilmente su vida a las asperezas de su anguloso
esposo.
Como quiera que fuese, cinco muchachas habían
brotado de su áspero himeneo.
Estas estimables doncellas, oscilando entre veinte y
veinticinco inviernos, estaban listas para casarse; su madre las
conducía en el mundo bajo esta rúbrica conyugal, y las
señoritas como mariposas que vuelan alrededor de una llama
corrían el riesgo de quemar las faldas de su vestido, y las
jóvenes muchachas agitaban sus vestidos de seda con la
preocupación de no encarcelar a la menor mariposa.
¡Y sin embargo, cada una estaba orgullosa de sus
cien mil francos de dote y lanzaban con un interés todo
metálico miradas cargadas de fosfato de dinero; sus ojos
diversamente oscurecidos como el echarpe de lirio formaban una
batería de diez botellas de Leiden, donde constantemente
temblaban las apetitosas hojas de oro; pero ay, las violencias de sus
descargas no había golpeado a ningún hijo de familia, y
todas habían vanamente gastado mucha electricidad!
¡Es que ellas se parecían más o
menos a su madre, y su madre tenía un perfil desagradable!
¿Qué fracasos podían entonces
esperar al devoto Naso, cuando, como el criado Landry, venía a
asirse a este cinco de corazones?
Arropado con un vestido negro, cuyas faldas
acariciaban voluptuosamente un tobillo excitado, decorado con un
chaleco hecho para los grandes días de las reflexiones
brillantes, llevando un pantalón que profesaba una
lejanía imperdonable a los zapatos de hebilla resplandeciente,
el osado Paraclet se aventuró al seno de estas vírgenes
que la Luna parecía haber olvidado en sus distribuciones de
miel; tanteó el terreno, comprendió por los vagos
suspiros el desierto de estas almas desconsoladas, y expuso su demanda
en términos escogidos.
El florecimiento de estas jóvenes caras a los
rayos del sol conyugal no lo sorprendió: eran un número
infinito de deseos multiplicados por cinco los que iban a ser llenados;
cada mañana, las incomprendidas muchachas se lamentaban con la
esperanza de que llegara este día feliz, y formaban entre ellas
un total de mil ochocientos veinticinco suspiros por año.
-Sí, señoritas -dijo el devoto Naso-, es
un doncel de un cierto futuro y de un pasado recomendable. Su
corazón es el más nuevo de los corazones para dar; su
alma es virgen de emociones incandescentes. ¡Lámpara
virginal que yo mismo he llenado con un nuevo aceite, yo la he
inflamado con cuidado, y sólo espera por una llama propicia que
haga arder un fuego inextinguible!
-¿Y es bello? - dijeron las jóvenes a
coro.
-¡Señoritas, no es bonito; es
magnífico!
-¿Es rico? - dijo la madre con una unanimidad
inteligente.
-¡Señora, no es rico; es millonario!
-¿Espiritual? - preguntaron las jóvenes
vírgenes.
-Lo suficiente para hacer las delicias de una
mujer.
-¿Y se llama?
-¡Sed tamen, iste Deus, qui sit, da, Tityre,
nobis!25 ¡me
hubiera usted dicho si yo hubiera sido Titirio! ¡Háganos
conocer ese Dios quienquiera que sea!
-¿Y bien? -exclamaron a una sola voz la madre y
las hijas.
-¡El marqués Anselmo de los Tilos!
La fealdad horrible del marqués y el miedo de
desposarlo efectuaron un cambio radical.
La mayor de las hermanas cayó desfallecida, la
segunda experimentó un ataque de nervios, la tercera se
cayó desmayada, la cuarta se cayó de espaldas, la quinta
se quedó pasmada, y la madre se quedó asombrada.
Estas caídas sucesivas le recordaron al buen
profesor los castillos de cartas que solía hacer en su juventud;
podía haber abusado de su posición para desencadenar
todas estas síncopas; pero, eminentemente casto, tomó su
coraje con una mano, su sombrero con la otra y salió
diciendo:
¡Ipse gravis graviterque ad terram
pondere vasto concidit!26
Pero el devoto Naso tenía un gran
corazón, y estas postraciones humanas estaban por debajo de
él; regresó entonces con su alumno llevando un estoicismo
sardónico.
¡Sin embargo, estamos autorizados a creer, que
si hubiera tenido una cola, la misma hubiera estado derecha!
Anselmo de los Tilos estaba inclinado sobre la
sintaxis; quizá esta laboriosa obstinación la
tenía con el propósito de calmar las pasiones ardientes.
Sin duda los nenúfares de la lengua latina le llegaron al
cerebro, y el ardor de su sangre se calmaba en las contemplaciones
particularmente antiafrodisíacas de los misterios que le
invadían.
-¿Y bien - le dijo el último heredero de
su nombre - , que pasó con las damas de la familia
Mirabelle?
-Traduzca palabra a palabra - contestó
Paraclet-; mira, contemple, belle, con cuidado, a
qué familia usted pertenece, señor marqués, y no
vaya usted a casarse con una persona de condición inferior!
¡Esas damas son de pequeña nobleza, de pequeño
espíritu, de pequeña fortuna, y usted no tendría
más que pequeños niños, lo que es algo inherente y
exclusivo a los abuelos!
-¡Ay de mí! - respondió
lastimosamente Anselmo.
-¡Coraje, mi noble discípulo!
Después de los verbos aconsejar, persuadir, etc...,
¿cómo se expresa el “que” o el
“de”?
-Se expresa a través de ut con el
subjuntivo.
-Le doy un buen punto por esa respuesta, y me marcho
al instante a la casa del general de Vieille Pierre.
Lo que fue dicho, fue hecho. Anselmo continuó
su deber, y Naso Paraclet, vestido como antes, dirigió sus
melancólicos pasos hacia la bella Amaltulda.
¡Era la hija y el ídolo del general!
¡Cada día, sobre el altar de sus caprichos, su padre la
sacrificaba de las hecatombes!
Físicamente, esta joven estaba tallada en plena
carne, ancha de espaldas, fuerte de caderas, rápida de
movimientos y robusta de sus miembros. Su carácter era duro, su
vivacidad petulante, su temperamento indomable. En lo que concierne a
lo moral, se cubría con un quepis27, y se vestía con un traje de
campaña; parecía hecha para llevar la mochila sobre la
espalda, y no tenía necesidad de esperar a la orden para hacerse
a la carga. Su padre que había estado al mando de algunos
batallones, ahora estaba siendo mandado y se batía en retirada
ante todas las voluntades de su hija. Era una amazona, menos el arco y
las mutilaciones necesarias para servirse. ¡En una palabra,
tenía suficientes municiones en las venas!
¡Se necesitaba la unión de dos valerosos
hombres como Áyax y Aquiles, para poder enfrentar a esta joven!
¡Se le tomaba por un baluarte con sus barbacanas, sus aspilleras
y sus catapultas, tenía los aires de un cañón
cargado y listo para la metralla!
¡También, el devoto Naso, acorazado en su
propia conciencia, ponía su fe en Dios, y en Lhomond, su profeta
de la lengua latina!
Era un cerco, en toda la extensión de la
palabra, lo que iba a hacer. ¡Importaba trazar los paralelos de
la prudencia, y excavar en minas seguras! En cuanto a las razones, el
buen profesor tenía bastante de aquéllas que
producían un temor indomable. Pero su partida comenzaba;
preparó el ataque, y sus escudos, y se presentó en el
cuartel del general.
Fue recibido por un perro vestido de portero, y,
después de sus animadas insistencias, fue llevado ante la noble
Amaltulda de Vieille Pierre.
La historia no guardó recuerdos de esta
memorable entrevista, en la cual, en presencia del general y de su
hija, Paraclet pidió esa valerosa mano para su querido
alumno.
¡No se sabe si fue realmente la mano lo que le
dieron en esta circunstancia, ni en que lugar la recibió! Para
abreviar, después de cinco minutos de una explicación
parlamentaria, el profesor se batió apresuradamente en retirada,
abandonando su proyecto y su sombrero en el campo de batalla. En pocos
instantes, acababa de soportar el fuego de sus adversarios, limpiar el
sudor de su frente, secar el interior de sus calzones y soportar
reveses considerables.
Su huida precipitada lo llevó
rápidamente hacia la grada del castillo de los Tilos;
subió contando sus pasos por la escalera señorial y
llegó a la habitación del joven marqués.
Lo encontró envuelto en lágrimas ante el
párrafo de verbos en el indicativo en francés que
debía llevar a subjuntivo en latín.
-¿Qué tiene usted, señor y
estimado alumno? -preguntó Naso con inquietud.
-Buen profesor - respondió Anselmo -, la
palabra cuándo está entre dos verbos, ¿necesita
siempre que el segundo esté en subjuntivo?
-¡Perfectamente!
-Ejemplo: -continuó Anselmo- ve usted
cuánto la amo, vides quantum te amem.
-¡Bravo, señor marqués!
¡Esta aplicación está llena de melancolía!
¡Continúe!
-¡Vides quantum te amem! Ya creo
oír a la señorita de Vieille Pierre repetirme esa dulce
oración.
Naso no frunció el entrecejo, pero con su voz
más profesoral dijo:
-Cuando se quiere marcar desde qué tiempo algo
se hace, ¿en qué caso se pone el nombre del tiempo?
-Se emplea el acusativo.
-¡Bien! ¿Ejemplo?
-Hace años que estoy unido con su padre -
respondió Anselmo -, multos annos utor familiariter patre
tuo.
-Sí, señor marqués -
respondió el hábil Paraclet -, estaba fuertemente unido a
su padre, y él consideraba como indigno de sí esta
nobleza que se mantiene sobre la punta de una espada. ¡Por otra
parte, si el tiempo ha pasado, ponemos el nombre en ablativo con la
partícula abhinc! ¿Ejemplo?
-Hace tres años que murió -dijo el
último de los Tilos -, tres abhinc annis mortuus est.
-Sí, tres años, señor
marqués, y sus últimas voluntades aún resuenan en
mi memoria. Sin embargo la hija de un guerrero no es digna de cruzar la
juventud de su raza con la antigüedad de la suya, ni de suspender
su caballo de batalla en las nobles ramas de los Tilos. Si usted acepta
su mano, creo que se arrepentiría, credo fore ut te
poeniteret, como dice la gramática. Voy por tanto a visitar
al señor presidente del tribunal del Palacio de Justicia,
mientras que usted repetirá a propósito de nuestras
investigaciones gramaticales y matrimoniales, en el caso cuando el
verbo latino no tiene futuro en el infinitivo: credo fore ut brevi
illud negotium confecerit, creo que este asunto habrá
terminado bien pronto.
Después de esto, el devoto Naso dejó a
su alumno, y atrayendo a la cisterna de la adversidad el agua hirviente
de coraje, se llenó de valor para ir a enfrentar al primer
magistrado de la ciudad.
¡Proh pudor!28 ¡Era romper con la costumbre! ¡Era
vestir de un negro ropaje y de un toque oscuro los célebres
antepasados del marqués; había algo de extraño en
la conducta de Naso Paraclet! ¡Después de haber
despreciado a la flor y nata de la alta aristocracia, se lanzó
sobre las huellas de las herederas de segundo orden!
El señor Pertinax tenía algo en
común con varios jueces de París y de la provincia:
reposaba su siesta sobre el sillón del juzgado, y en las
dulzuras de una ociosidad magistral, con la ayuda de una somnolencia
judicial, digería largamente los alegatos y los desayunaba en la
mañana.
El devoto Naso había oído decir que
tenía una encantadora hija; pero nunca la había visto. El
primer magistrado se encerraba en una morada inaccesible; era una
especie de hombre poco comunicativo.
¡Según los habitantes más
habladores, su damisela había sido educada en uno de los mejores
colegios de la capital, y el cielo la había dotado de una
belleza sobrenatural!
Pero estos rumores volaban raramente por la ciudad, y
era necesario ser un hábil cazador de noticias para sacar algo
en claro de aquellos comentarios.
Sin embargo, Naso poseía muchas en su bolsa; le
daría una fortuna razonable a la joven, y a su padre los
precedentes legales para formar parte de la nobleza. La confianza, por
tanto, había limpiado sus lágrimas cuando, a la salida de
la audiencia, abordó al severo señor Pertinax.
El equitativo magistrado acababa de terminar un
célebre asunto, que resultó ser desventajoso para los dos
adversarios. El deudor había sido condenado para satisfacer al
acreedor, salvando a este último de pagar los gastos, que
llegaban a ser el doble de la deuda.
El honorable presidente disfrutaba de ese aire
inapreciable de un hombre en que la conciencia y el estómago se
olvidan diariamente de gritar; de un gesto que no carecía ni de
dignidad, ni de importancia, le pidió a Naso que le hiciera
conocer el objeto de su visita.
-Señor presidente -dijo el profesor confiado-,
ésta es a la vez una cuestión de mano y de un asunto
grande, sobre el cual reposa la salvación de la sociedad.
-Hable, señor, usted me interesa demasiado.
-Ya lo creo, señor Pertinax.
-¿Desea usted -dijo este- que para esta
comunicación, haga venir al procurador...
-Inútil es molestar, señor, al
ministerio público; mi explicación será breve,
porque no me permitiría ser perezoso ¡Non mihi licet
esse pigro!29
-Hable entonces, señor....
-Naso Paraclet, profesor de idioma latín y de
otros, futuro sucesor de Lhomond, y miembro del consejo general de
instrucción pública de niños menores de siete
años.
-Es suficiente - contestó el señor
Pertinax, inclinándose.
-Señor -continuó Paraclet con la
más amable de sus sonrisas-, estoy unido por el doble lazo del
profesorado y de la amistad al hombre más rico de la ciudad,
ditissimus urbis30, y sin contradecir, al más
notable de todos, maxime omnium conspicuus31. La abolición
de las prerrogativas aristocráticas ha afligido profundamente mi
corazón, porque esta brillante relación aseguraba al
viejo trono de una corona protectora. Soy uno de los soldados, unus
militum o ex militibus o inter milites, dado que el
nombre partitivo necesita el plural que le sigue al genitivo, o al
ablativo con ex, o al acusativo con inter. Soy, he dicho,
uno de los soldados de este pequeño ejército de
valientes, que salvará la sociedad, levantando sus más
nobles instituciones. Porque un gran infortunio nos amenaza,
¡magna calamitas nobis imminet, impendet, instat!32
-Continúe, señor - dijo el presidente un
poco asombrado.
-Mi joven alumno - dijo el elegante profesor -, es
abundante en riquezas, y no le falta nada, abundat divitiis, nulla
re caret33. Sin embargo, usted posee a un noble
vástago de su familia, señor presidente. ¿Por
qué le preguntaría si quiere a sus hijos? Quoenam
mater liberos suos non amat?34
El señor Pertinax se inclinó en
señal de asentimiento.
-Sin embargo, mi alumno, el señor Anselmo de
los Tilos, marqués de nacimiento, ha caído en el
precipicio de la melancolía. Estaba colmado de pesar, moerore
confictor35. No sabía a qué
atribuir su triste estado; pero hube de comprender que el amor se
adentraba en él. Teneo lupum auribus36, me dije en francés;
es necesario casarlo. Sé que hacia él las herederas se
precipitan en masa, turba ruit ou ruunt37. Pero sólo
una mujer en el mundo había fijado la noble veleta de sus
incertidumbres. Encontré el nombre de esta elegida del cielo.
¡Era su hija, oh, señor Pertinax! Desde entonces usted fue
el centro de mis cuidadosas investigaciones, vi su casa, vidi domum
tuam y admiré su belleza, et illius pulchritudinem
miratus sum38.
-Dice usted que ese joven caballero ama a mi hija -
respondió el presidente con una sonrisa -, o para hablar su
idioma, dicis hunc juvenem amare filiam meam.
- ¡No, señor! -dijo Naso con calor-,
porque eso sería un error de sintaxis. Y es necesario cambiar el
activo en pasivo cuando hay anfibología39, es decir en este
caso el nominativo y el complemento francés estarían los
dos en el acusativo en latín, sin que se le pueda distinguir el
uno del otro. Ejemplo: usted dice que Anselmo de los Tilos ama a mi
hija, dicis Anselmem ex Tillis amare filiam meam está
mal. Debemos cambiar la oración por: usted dice que mi hija es
amada por Anselmo de los Tilos, dicis filiam meam amari ab Anselme
ex Tiliis.
-Sea como sea, señor Paraclet, me temo que ese
no es más que un amor sin esperanza.
-Señor - respondió el profesor
calentándose -, somos nobles desde la época de Luis el
tartamudo; poseemos cuarenta mil libras de renta. En el nombre del
cielo y de los reinos oscilantes... ¿por qué esta
negativa?
-¡Porque lejos de tener una hija, sólo
tengo un hijo! - dijo el señor Pertinax.
-¡Y eso que importa, señor!
-Sin embargo usted tiene una extraña
confusión.
-Es cierto -dijo Naso lastimosamente-. Mi patriotismo
me arrastra; ¿porqué su hijo no es su hija? ¡Pero
quizá haya remedios para esto!
-¡No veo remedio alguno! -contestó el
primer magistrado.
-Señor -contestó Paraclet-, usted parece
estar ocupado en este momento; retomaremos más tarde esta seria
entrevista.
-¡Ah, vaya! puesto que yo le repito que
sólo tengo un hijo, es imposible que su marqués lo
despose.
-En efecto, a primera vista, esto parece
difícil, pero...
-Sus peros no se terminaron.
-¿Existen acaso algunos artículos del
código contra mi proposición? -agregó el obstinado
Paraclet.
-¡Ninguno!
-¡Y bien!
-Señor -dijo el presidente furioso-,
¿debo llamar a mi portero para que lo conduzca a la salida?
-¿Quis te furor tenet?40 ¡No divulgue este
asunto! -dijo Naso enojado.
-Si usted no se marcha -exclamó el presidente
furioso-, ¡llamo a la policía de la ciudad!
-¡Usted no está en sus cabales!
¡Hablaremos luego sobre este asunto!
-¡Retírese -gritó el presidente
rojo de cólera- o haré llamar a la guardia nacional!
-Te relinquo41 -exclamó Paraclet
encolerizado y en latín. Pero aún no he dicho la
última palabra y mi alumno entrará en su familia.
El primer magistrado de C... iba a pasar de las
palabras a los hechos, cuando el testarudo profesor salió del
palacio, y se posesionó de una furia que iba del rojo al blanco
pasando por el violeta. En algunas ocasiones, silbó unos
estruendosos quos ego42, a los cuales respondieron los rebeldes ecos,
oponiéndose a los de los súbditos de Neptuno.
Paraclet se hallaba ofendido en sus extraordinarias
combinaciones; empleó en su monólogo las enérgicas
fórmulas de Cicerón, y su cólera tomando su fuente
de las altas montañas del Orgullo, precipitó sus
corrientes de apóstrofos y sus torrentes de invectivas entre las
riberas insultantes de los quousque tandem43 y de los verum
enimvero44.
Caminaba gesticulando como un telégrafo
ocupado; se preguntaba si su alumno no debía tomar venganza de
la negativa del señor Pertinax fundada en el vano motivo de que
¡sólo tenía un hijo! ¿No sería
necesario que la sangre lavase esta ofensa? ¡La guerra de Troya
le parecía haber sido provocada por intereses más
frívolos! ¡Que poca cosa el honor de Menelao comparado con
la desaparición del linaje de los Tilos!
Como el desfigurado profesor caminaba de forma
zigzagueante, chocó contra un corpulento cuerpo.
-Cave ne cadas45 -dijo.
-Cave ne cadas -dijo alguien.
El devoto Paraclet imaginó haberse encontrado
con una piedra y su eco.
-¿Quién es usted? -dijo.
-Señor Paraclet -contestó una voz
humana-, ¡soy el escribano del juzgado, tengo cabellos blancos,
desearía que me escuchase!
-La corte ha deliberado -respondió Naso, con
profunda ironía-. ¡Viene usted a leerme mi pena de
muerte!
-Señor -dijo el escribano-, firmo las actas de
mi ministerio con el nombre de Maro Lafourchette, y soy su más
humilde servidor.
-¡Entonces, sirva de punto de mira a las flechas
de mi cólera!
-Señor, escúcheme
-Usted, un simple escribano, un inocente portaplumas,
un oscuro escritorzuelo, usted tropieza con un hombre como yo en sus
ideas y sus paseos.
-Pero, en fin....
-¡Váyase, criatura infinita!
-Sin embargo...
-¡Váyase, burgués de las
leyes!
-No insulte a los pobres -articuló el
escribano. Ne insultes miseris.
-O ne insulta -respondió Naso.
-O noli insultare miseris46 -ripostó el
señor Lafourchette.
La cólera del profesor desapareció
instantáneamente ante estas citas gramaticales. Había,
pues, encontrado a un latinista de su altura.
-¿Para que me desea el honorable escribano?
-dijo.
-Escuché su entrevista con el señor
Pertinax; perdone mi involuntaria indiscreción. Puedo serle de
alguna utilidad.
El hábil escribano abrió las puertas
intelectuales del profesor con la doble llave de la
insinuación.
-Me llamo Maro como Virgilio -dijo.
-Y Lafourchette como ninguno. ¿Entonces?
-contestó Naso.
-Mi paternidad me lleva a poseer una muchacha
casadera, estando en buenas condiciones. Ella está, usando el
término que emplea Justiniano, viripotens47.
-¿Viripotens? -dijo Naso.
-Viripotens -reiteró Maro.
-Señor -respondió el profesor
emocionado. ¡Este viripotens lo hará mi amigo para
la vida entera! Entonces, esta muchacha viripotens se
llama...
-Eglantine. Es una mujer de dulces maneras, de
compañía agradable, siendo del mundo, dotada de un
temperamento ferruginoso, y el matrimonio la colmará dignamente
las impaciencias de su juventud; ¡si el señor
marqués Anselmo de los Tilos se digna a bajar sobre ella la
majestad de sus pestañas, tendremos el honor de pasar en familia
la tarde de este maravilloso día!
-He ahí una bella oración -dijo Naso,
que se puso a pensar.
Tenía en sus manos la posteridad de la familia
de los Tilos.
-Quota hora est48 -dijo.
-Quinta49 -contestó Lafourchette.
-¡A las siete, el señor marqués y
yo llamaremos a su puerta!
Así, estos ilustres personajes terminaron el
dúo de su elocuencia científica, y Paraclet pensativo
tomó el camino hacia el castillo.
¡Un mal casamiento! La hija de un escribano de
provincia casándose con un ilustre de los Tilos. Este antiguo
árbol agitaría, por tanto, sus blancas flores sobre
cabezas prosaicas. Lejos de los campos cultivados por sus ancestros, se
vería transportado a los campos de la burguesía, hechos
de tierras traídas de otros lugares.
Pero, apenas había opciones. La familia iba a
ser relevada, y sus descendientes traducirían su gloria a las
más lejanas generaciones. Además, Anselmo
engrandecía a su esposa, y el gallo ennoblecía a la
gallina.
Confortado por estas razones de corral, el profesor
llegó rápidamente el castillo, anunció al joven
marqués su completo éxito, calmó sus
ímpetus extraconyugales, y le dio un discurso de un largo y
argumentos cicerónicos acerca de las uniones legítimas
consideradas desde el doble punto de vista de la moral y la
procreación.
Al nombre argénteo de Lafourchette, Anselmo no
frunció el entrecejo; su virgen temperamento lo sometía
solamente a las formas superficiales, sin ir más allá.
Eglantine era mujer; ¿qué más era necesario?
Aún poseía esa edad ingenua, donde uno se casaría
con una escoba vestida de mujer.
Después de la cena, el castillo en
agitación procedió a vestir espléndidamente al
marqués. Sus habitantes estuvieron en pleno ajetreo durante dos
horas, las cascadas de agua lustral se deslizaban sobre su
cándida frente, las servilletas pensaron perder allí su
blanca textura, los potes de pomada se aliviaron de sus pesos
fragantes, los peines se destrozaban en medio de los vírgenes
bosques que coronaban la cabeza del joven marqués, los
abotonadores se resistían contra las pretensiones de las
obstinadas botas, los armarios vomitaban arroyos de vestidos, los
tirantes estiraban sus elásticos para conseguir las tensiones de
varias atmósferas, y las infinitas corbatas desarrollaban en
todos los sentidos sus variados pliegues.
A la hora fijada, el marqués parecía un
oso vestido con camisa, mostrando un estómago de encaje y
portando una espada de desfile.
En algunos minutos, seguido de su profesor tieso y
almidonado, llegó al número 7 de la calle del Viejo
Pergamino, y preparó una entrada triunfal.
La comitiva estaba completa. Estaban allí el
señor Lafourchette y su hija Eglantine; su primo Boussigneau,
sustituto del alcalde; los Gruñones, parientes lejanos de los
Lafourchette y de toda civilización; el padrino de la joven, de
nombre Protesto, alguacil jurado, y ducho en Leyes.
El salón resplandecía a la luz de dos
velas que irradiaban tristemente a cada extremidad; algunos trofeos de
caza de poco valor se mostraban en las cuatro esquinas, mientras que
una mesa de caoba, de poca calidad, apoyando una jaula de
pájaros disecados desempeñaba el rol del quinto
“compañero”; las sillas y los sillones de paja
ofrecían a los visitantes su dudosa elasticidad; sólo el
sargento de la policía urbana, que suele ir montado a caballo,
se podría sentar allí durante una hora, tomando en cuenta
la dureza insensible con la cual su profesión había
dotado a sus partes carnosas. En fin, se encontraba ante una ventana un
piano mal dispuesto, que debía encerrar en su seno el fiel eco
de los utensilios de cocina.
Se anunció al marqués de los Tilos. El
pánico comenzó a tomar a la sociedad, pero se
esfumó rápidamente. Anselmo hizo su aparición bajo
los fuegos cruzados de las inquietas miradas. Los hombres se
levantaron, las mujeres se balancearon, y los niños examinaban
si este desconocido no tenía muchachos en los brazos y en las
piernas para hacerlo maniobrar.
Naso presentó oficialmente a su alumno, y al
favor de las tinieblas avaras y propicias, Eglantine Lafourchette
avanzó hacia él. Ella lo saludó y cuarenta y cinco
primaveras saludaron con ella. Es que ella florecía bajo el sol
del verano, y del verano de San Martín; Eglantine era gruesa,
corta, repleta, envuelta en masa, redonda, esférica; se
cubría con cabellos arreglados al estilo de la época;
extendía abundantemente las formas de una vegetación
tropical.
Anselmo la encontró magnífica; era una
edición aumentada de la Venus Afrodita; vista a través
del prisma de las pasiones imberbes, ella podría parecer como
tal. Esto fue tomado alegremente por su propia madre para la cual sin
embargo ella no era más que la hija.
Para abreviar, se saludó, se
cumplimentó, se tomó asiento, se habló; la
conversación del tema general pasó al particular; el
marqués sentado cerca de la hija del escribano conversaba tan
bajo con ella que pasaron largo tiempo sin decirse nada.
Naso hablaba latín con su nuevo amigo, en el
estilo del cual tomaba las maneras quintilianas50, y le hizo parte de sus
nuevas observaciones sobre las declinaciones irregulares.
Se jugó el conocido juego de las rimas; aun
cuando se le explicó el juego cien veces al marqués, su
inteligencia rebelde no podía comprender el espíritu
eufónico, y dejó escapar algunas desinencias
heteróclitas que sorprendieron dolorosamente a la asamblea.
En cuanto al buen profesor, inmiscuía
allí invariablemente a su amigo Lhomond.
El resto de la sociedad habituó sus ojos al
espectáculo desacostumbrado del joven marqués, y de sus
imperfecciones físicas y morales.
¡Sin embargo los dos novios, porque ellos lo
eran por su amor, se embriagaban de felicidad! Pronto Anselmo se
animó, habló de la irregularidad del sustantivo
cubile51, y
enseñó a su amante la declinación de
tonitru52. En cuanto a lo de
cornu53, el cuerno, ella parecía
saberlo de nacimiento.54
Entonces se varió la velada con algunos juegos
inocentes. En el juego de la gallina ciega, que se jugó sentado,
el joven Anselmo confundía extrañamente los sexos, y no
tardó en tumbar la mesa y la jaula de pájaros a los
cuales no les faltó más que una resurrección para
volar. En el juego del sinónimo, donde dijo que objeto es el que
quisiera tener, poderoso, sensible, del cual haría sus delicias,
su estudio, su pasatiempo más dulce, aquel que metería en
su corazón, bajo su almohada, en su libro de oraciones,
respondió: el molino de viento.
En fin, la velada acabó bajo favorables
auspicios; el joven marqués soñaba que veía pasar
a Eglantine en sus sueños, Eglantine imaginaba las ingenuas
delicias de un esposo inmaculado.
Al día siguiente, se decidió efectuar el
matrimonio, y ocho días después las campanillas de la
iglesia llevaban a las orejas de los novios mil promesas
halagadoras.
¡Naso Paraclet saltó sobre un pie el
resto del día! No era reconocible. ¡Sus deseos
habían sido cumplidos, y veía en la posteridad de su
querido alumno un largo camino para la familia de los Tilos!
¡El gran día llegó, y sin embargo
los Mirabelle, los Vieille Pierre y los Pertinax no guardaban
rencor!
El marqués se ruborizó como una
vestal55 en pleno
día; había encendido la sagrada antorcha del himeneo, y
la había mantenido con un cuidado religioso. Sus estudios
latinos habían sido un poco abandonados, pero por una causa
perdonable; pero, inmediatamente después que el nudo fue atado,
fueron retomados activamente, y el joven Anselmo se proponía
traducir palabra a palabra los amores de Dido y de Eneas.
¡Buen y cándido joven! ¡Corre a
donde la felicidad te espera, a donde los placeres te llaman!
¡Abre tu seno a los poderosos abrazos de una esposa de peso!
¡Soporta a brazos abiertos las doscientas cincuenta libras de
carne animada que el amor allí suspende! ¡Permite a tu
inteligencia acariciar las inspiraciones poéticas del Dios de
Citeres, y de una mano legítima, desata el cinturón
virginal de tu fatigada novia!
El devoto profesor tomó a su alumno por su
cuenta; lo instruyó de sus deberes conyugales, y le hizo una
paráfrasis de toda la belleza de duo in una
carne56
de la Escritura. ¡El gran libro de los misterios del mundo fue
hojeado sin descanso, y de sus páginas creadoras, el
marqués de los Tilos tomó las enseñanzas
supremas!
Después el profesor y el alumno pasaron a las
deducciones prácticas de la existencia. Anselmo fue prevenido
contra las tentativas desfavorables de los intrusos enamorados;
sentía su frente palidecer y sus cabellos erizarse en presencia
de los posibles errores de un sexo muy frágil; leyó con
miedo la biografía de los famosos maridos de la antigüedad,
y contempló bajo las aguas turbulentas del mundo los arrecifes
que nunca sospechó; la vida y el mar le aparecían con las
arenas unidas; lanzó la sonda y tocó un fondo de piedra
donde se rompieron y debían de romperse aún tantos nidos
matrimoniales.
¡Pero Naso le levantó la abatida moral!
¡Las oportunidades estaban de su lado en los lazos que
había contraído! Eglantine Lafourchette parecía
hecha para hacer a un marido feliz. Debía ser inaccesible a las
seducciones heterogéneas, y sustraerse a las tentativas
antimaritales. Era un campo cultivado con cuidado, guardado con
ternura, cerrado con prudencia, y de su amor por Anselmo ella
hacía al hombre de paja que ponía en fuga a los
pájaros voraces, y los amantes devastadores.
¡El matrimonio del marqués no era
más que un tema melodioso, sin variación, sin accidente,
sin código, que sólo traería, a la larga, placeres
y felicidad!
La velada nupcial fue movida y apasionada. El
impaciente marqués quería preceder al ocaso del
día; pero, valiente amigo de las conveniencias, el
enérgico profesor le opuso un ablativo y una voluntad absoluta a
las cuales debió obedecer.
-¡Retrase, mi noble alumno, retrase el
misterioso instante, donde el futuro de sus pasiones deba fundirse con
el presente de sus placeres! ¡Y recuerde las diferentes maneras
de expresar la preposición sin delante de un infinitivo!
Usted debe pasarse la noche sin dormir, noctem insomnem ducere,
sin herir su conciencia, salva fide, sin pretender nada,
dissimulanter57 y
recuerde que el matrimonio no es otra cosa que una versión y que
usted debe hacer la “palabra a palabra” de su esposa antes
de buscar una traducción más libre.
En fin, la estrella de Venus se elevó sobre el
horizonte del placer; Anselmo apuntó allí durante mucho
tiempo el telescopio de la impaciencia.
La bella Eglantine Lafourchette intentó
vanamente llorar; el pudor no había podido agrandar el arroyo de
sus lágrimas; no tenía nada de maldad en los ojos.
Rodó sus inmensidades suavemente hacia la habitación
conyugal, y la sociedad, con aires espiritualmente ridiculizantes,
desfiló ante el marqués.
Entonces Naso humedeció sus pestañas
paternales de lágrimas involuntarias, y Maro, su amigo,
sólo se expresaba a través de las interjecciones O,
evax, hei, heu, papae, hui58
En fin, Anselmo de los Tilos, hasta ese momento el
último de su nombre, abrazó a su profesor, su suegro, y
se fue.
Los pájaros batieron sus alas en su nido de
verdor; bajo la respiración balsámica del viento, la
noche agitó sin ruido las diáfanas cortinas de su cama de
ébano; la estrella del pastor deslizó los rayos de sus
miradas entre las misteriosas oscuridades, y el cielo, dando a los
sonoros suspiros sus desafiantes ecos, vibraba en un instante de
placer, de juventud y de amor.
Nueve meses después, los Tilos estaban felices
y nada perturbaba la felicidad familiar de las familias reunidas.
Solamente el suegro Lafourchette, un poco fastidioso, como todos los
viejos escribanos, trataba de convencer en algunas ocasiones a Naso
sobre las dificultades científicas-latinas.
-¿Conoce usted a Fedro59? -le dijo el escribano.
-¡Sin duda!
-¿Cómo traduciría usted anus
ad amphoram?
-Anus, «la vieja», ad
amphoram, «en el ánfora». ¡Es el
título de una fábula!
-Usted comete un error grotesco.
-¡Por ejemplo! -dijo el buen Paraclet.
-¡Un error indignante!
-¡Señor Maro, mídase al
hablar!
-¡Amphoram se traduce como «la
olla»!
-¡Qué importa!
-¡Ad significa «sobre»!
-¡Y entonces!
-¡Y anus no significa
«viejo»!
Una casta furia electrizó a Paraclet, y los dos
campeones se habrían tomado por los cabellos si no hubiesen sido
separados y estado cubierto con pelucas.
Pronto, estos incidentes desaparecieron; los dos
campeones no excitaron más el alboroto moral. Se permitieron
oxidar en la esquina de su espíritu la daga del chiste, y la
espingarda del sarcasmo.
Así es que la vida era tranquila en esta ciudad
de predilección donde los pavimentos disfrutaban de un reposo
inquebrantable.
El marqués de los Tilos no vio una nube en el
horizonte de su felicidad; algunos niños ya fuesen varones o
hembras vinieron cada año a fortalecer la esperanza de una
descendencia inextinguible, y el devoto Naso Paraclet, habiendo
terminado algunos comentarios útiles sobre las declinaciones
irregulares, se ocupó de buscar las causas secretas que, desde
el doble punto de vista de la gramática y del matrimonio,
imposibilitaban a los verbos neutros gobernar al acusativo.

1. Titán. Hijo
de Tártaro y Gea, el más célebre de los que se
revelaron contra Zeus. En su fuga fue herido por el rayo y enterrado
por Zeus, debajo del Etna, cuyo volcán representa el aliento del
gigante. (Todas las notas, a no ser que se especifique son tomadas
de la edición de base).
2. Joven bitinio,
esclavo del emperador Adriano, que le hizo su favorito. Se le considera
como el tipo de la belleza plástica. Se ahogó en el Nilo
por adhesión a su amo, quien lo deificó.
3. Naso era el
sobrenombre del poeta latino Ovidio (Publius Ovidius Naso), y Paraclet
uno de los nombres bajo el cual se designa al Espíritu
Santo.
4. El héroe de
La Eneida de Virgilio, es un sobreviviente de la guerra de Troya
(citado por Homero en La Ilíada). Fundó un nuevo
reino en Italia luego de los viajes y de las peripecias ocurridas en
las peregrinaciones de Ulises y que son precisamente el tema de La
Eneida.
5. El abad Charles
François Lhomond (1727-1794) fue un gramático
francés. Además de ser el autor de la gramática
latina, también lo fue de la obra pedagógica De viris
illustribus urbis Romae, que fue el libro de consulta de numerosas
generaciones de jóvenes latinistas.
6. Curioso de ver
(gramática de Lhomond, página 136).
7.Dios santo
(gramática de Lhomond, página 133).
8. La virtud y el vicio
son contrarios (gramática de Lhomond, página 134).
9. Fin del verso 59 del
libro XII de La Eneida de Virgilio. La cita completa es: in
te omnis domus inclinata recumbit, que significa “toda
nuestra familia vacilante confía en tí”. En
Virgilio, la familia en vías de extinción es la del rey
Latino y la de su esposa Amata.
10. Este parlamento
del alumno es una cita inexacta de Virgilio (La Eneida, libro V,
verso 481), donde Anselmo emplea por error recumbit en lugar de
procumbit.
11. El buey cae al
suelo (traducción de Jacques Perret del verso 481 del libro V de
La Eneida).
12. Sin embargo
13. Un hombre de
buenas habilidades en el uso de la palabra. Esta es la
definición del orador expresada por Catón, el
antiguo.
14. Ni por los
hechos, ni por la vista, ni por el oído, ni por el tacto.
15. Según
Lhomond (página 74), los verbos deponentes se conjugan en
latín como los verbos pasivos. Existen los verbos deponentes de
cada uno de las cuatro conjugaciones pasivas.
16. Eneas ama a
Dido
17. Una de las formas
nominales del verbo en latín
18. Ligero error de
Verne que confunde el gerundio (declinación del infinitivo) y el
adjetivo verbal en -dus, -da, -dum que depende del
género (gramática de Lhomond, página 162).
19. amo, amas, ama,
amamos (gramática de Lhomond, página 32).
20. Nombre antiguo de
la isla de Carigo, donde había un magnífico templo
consagrado a Venus, la diosa del amor. (Nota del traductor)
21. Vayan a tocar el
clarinete. Según Lhomond (página 91 y página
161)
22. Noveno verso del
cuarto libro de La Eneida donde Virgilio se refiere a Ana, quien
en la leyenda cartaginesa es la hermana de Dido. Los romanos
parecían haberla confundido por una falsa homonimia con una
divinidad puramente local de Latio. Verne traduce libremente este verso
que en realidad significa: Ana, mi hermana, que visiones me espantan y
me tienen en suspenso.
23. Aquí Verne
se refiere a la famosa retirada de los Diez Mil (445-355 a.c.), que fue
dirigida por el general ateniense Jenofonte. (Nota del
traductor)
24. Por tanto, me
había acostumbrado a comparar las grandes cosas y las
pequeñas. Verne confunde dos pasajes de Virgilio, el verso
23 de la primera bucólica que cita incorrectamente cuando
escribe si parvis... en lugar de sic parvis... y el fin
del verso 176 del libro IV de las Geórgicas (cita célebre
que muchos diccionarios Larousse citan): si parva licet
componere magnis, que significa “si es permitido comparar las
pequeñas cosas con las grandes”.
25. Verso 18 de la
primera bucólica de Virgilio que significa “Sin embrago,
dinos, Titirio, quién es ese Dios (del cual hablas
tanto)”. La primera bucólica es un diálogo entre
dos pastores, Melibeo y Titirio.
26. Verso 498 del
libro V de La Eneida de Virgilio. Coincidit es el
comienzo del verso siguiente.
27. Gorra
cilíndrica o ligeramente cónica, con visera horizontal,
que como prenda de uniforme usan los militares en algunos
países. (Nota del traductor)
28. ¡Oh, que
vergüenza!
29. No me
permitiría ser perezoso
30.
Contracción del superlativo divitissimus. La palabra
homo (hombre) se presupone. La frase significa “el hombre
más rico”
31. Aquí Verne
copia prácticamente una página de la gramática de
Lhomond con la expresión Maxime omnium conspicuus (el
más notable de todos), la regla de los nombres partitivos y las
tres formas de expresar “soy uno de los soldados” (Lhomond,
página 143)
32. Un gran
infortunio nos amenaza (Lhomond, página 147).
33. Es abundante en
riquezas, no le falta nada (Lhomond página, 149).
34.
¿Qué madre no quiere a sus hijos?
35. Estaba colmado de
pesar (Lhomond, página 156)
36. Tengo el lobo por
las orejas (Lhomond, página 180). El sentido de la
expresión en este contexto es: “tengo una
solución”.
37. En singular,
turba ruit (la multitud se lanza) o en plural, turba ruunt (las
gentes se precipitaron). Gramática de Lhomond, página
145.
38. He visto su casa
y he admirado su belleza (Lhomond, página 169)
39. Doble sentido,
vicio de la palabra, cláusula, o manera de hablar, a la que
puede darse más de una interpretación. (Nota del
traductor)
40.
¿Qué locura te posee?
41. Te dejo, te
abandono.
42. Así
comienza el verso 135 del primer libro de La Eneida de Virgilio.
Esta expresión que significa “a usted que yo
debería” representa la entrada de la señora Bovary,
luego de la pintoresca entrada de Charles Bovary que provoca una
intervención enérgica y sobreexcitada del profesor.
43. Hasta
cuando. Expresión famosa de Cicerón.
44. Significa
“Pero en realidad es que...”. Esta expresión se
escribe en dos palabras, aunque Verne la escribió en una sola en
el manuscrito original
45. Presta
atención de no caerte (Lhomond, página. 205)
46. Las tres
expresiones significan lo mismo y están contenidas en la
Gramática de Lhomond, página 175.
47. Este es un
término jurídico. Significa “casadera”.
48.
¿Qué hora es? (Lhomond, página 173)
49. Las cinco,
literalmente “la quinta”.
50. Palabra formada
por Verne. Con ella, alude al celebre escritor español Marco
Fabio Quintiliano, quien fuera un gran orador en la época del
imperio romano. (Nota del traductor)
51. La cama (Lhomond,
página 102). En particular la cama nupcial.
52. El trueno
(Lhomond, página 9)
53. El cuerno, ala de
un ejército o de una escuadra en el ejercito.
54. A
continuación en el manuscrito original aparece una
oración que no está completa y a la cual le faltan
algunas palabras que puedan determinar su sentido. En el original
aparece Eglantine lui répondit grosse, expédition,
Cour d'assise (sic). El editor ha puesto la expresión
(sic) precisamente para significar que las palabras
grosse, expédition y cour d'assise no
tienen sentido para formar la oración. La palabra francesa
grosse significa en este contexto “doce docenas”, y
es una expresión utilizada en el comercio de productos como
clavos, huevos, etc. La palabra que le sigue, expédition
que significa “expedición” guarda cierta
lógica con respecto a la anterior. Luego, la expresión
cour d'assise tiene un sentido jurídico. Por tanto se
ha decidido no incorporar en la edición española esta
oración. (Nota del traductor)
55. Dícese de
las doncellas romanas consagradas a la diosa Vesta. (Nota del
traductor)
56. Dos seres en una
sola carne.
57. Noctem
insomnem ducere significa “Pasar la noche sin dormir”,
salva fide, sin herir su conciencia, dissimulanter, sin
pretender nada. Estos son tres ejemplos extraídos por Verne de
la gramática de Lhomond, página 266, que ilustran las
diferentes maneras de expresar la preposición sin delante
de un infinitivo.
58. Interjecciones
que marcan la admiración según Lhomond, página
97.
59. Fabulista latino
imitador de Esopo. (Nota del traductor)
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