Los meridianos y el calendario
Intervención dirigida a la Sociedad
Geográfica (sesión del 4 de abril de 1873), en respuesta
a la pregunta de los señores Hourier y Faraguet, ambos
interesados por conocer en qué meridiano ocurre el cambio de un
día a otro del calendario civil.
Señores,
Se me ha encomendado por la Comisión central de
la Sociedad Geográfica responder a una pregunta muy interesante
que ha sido formulada simultaneamente, por una parte, por el
señor Hourier, ingeniero civil, y, por la otra, por el
señor Faraguet, ingeniero jefe de los Puentes y Carreteras de
Lot-et-Garonne.
Creo que no sea necesario ver más que una
simple coincidencia entre estas cartas y la publicación del
libro titulado La vuelta al mundo en ochenta
días, que publiqué hace tres meses; y para
introducir la cuestión que nos concierne, les pediré
permiso para citar las líneas que terminan esta obra.
Se trata de esta situación muy singular, -de la
cual Edgar Poe ha sacado partido en un cuento titulado Tres
domingos por semana-, se trata, digo, de esta situación
ocurrida a los viajeros que lleven a cabo la vuelta al mundo, sea yendo
hacia el este, sea dirigiéndose hacia el oeste. En el primer
caso, han ganado un día; en el segundo, lo han perdido, luego de
haber regresado al punto de partida.
« En efecto, -he dicho-, marchando hacia
Oriente, Phileas Fogg (este es el héroe del libro) iba al
encuentro del Sol, y por lo tanto, los días disminuían
para él tantas veces cuatro minutos como grados recorría.
Hay 360 grados en la circunferencia, los cuales, multiplicados por
cuatro minutos, dan precisamente veinticuatro horas, es decir, el
día inconscientemente ganado. En otros términos: mientras
Phileas Fogg, marchando hacia Oriente, vio el Sol pasar ochenta veces
por el meridiano, sus colegas de Londres no lo habían visto
más que setenta y nueve. »
La pregunta se formula entonces así, y
sólo me bastará resumirla en pocas palabras.
Todas las veces que se lleve a cabo la vuelta la globo
yendo hacia el Este, se gana un día. Todas las veces que se
dé la vuelta al mundo yendo hacia el Oeste, se pierde un
día, es decir esas 24 horas en que el sol, en su movimiento
aparente, da la vuelta a la tierra, y este es, cualquiera que sea, el
tiempo que se emplea para llevar a cabo el viaje.
Este resultado es tan real, que la
administración de la marina otorga un día de
ración suplementaria a sus navíos que, saliendo de
Europa, doblan el Cabo de Buena Esperanza, y retira, por otra parte, un
día de ración a todos los que doblan el Cabo de Hornos.
De dónde se puede sacar una explicación a esta
consecuencia tan rara de que los marinos que van hacia el Este
estén mejor alimentados que aquellos que van hacia el Oeste. En
efecto, cuando todos lleguen al punto de partida, aun cuando han vivido
la misma cantidad de minutos, unos han hecho un desayuno, una comida y
una cena más que los otros. A esto se responderá que
estos han trabajado un día de más. Sin dudas, pero no han
vivido más que los otros.
Es entonces evidente, señores, que de este
asunto sobre el día perdido o el día ganado, siguiendo la
dirección lógica, debe por tanto concluirse que este
cambio de fecha debe verificarse en un punto cualquiera del globo.
Pero, ¿cuál es este punto? Tal es el problema a resolver,
y no se asombrarán que esto haya despertado la atención
de los autores de las dos cartas. Estas dos cartas pueden, en suma,
resumirse de la siguiente manera: Sí, hay un meridiano
privilegiado sobre el cual se lleva a cabo la transición, dice
el señor Faraguet. ¿Dónde está ese
meridiano privilegiado?, pregunta el señor Hourier.
Antes que nada, señores, diré que es
difícil de responder desde el punto de vista puramente
cosmográfico. ¡Ah! si los señores Hourier y
Faraguet pudiesen hacerme saber sobre que horizonte el Sol se
levantó en los primeros días de la creación, si
conociesen el meridiano del globo sobre el cual el mediodia se
estableció por primera vez, la pregunta sería
fácilmente resuelta, y yo les diría: Ese primer meridiano
es el meridiano privilegiado que determina el señor Faraguet y
que reclama el señor Hourier. Pero, ninguno de estos ingenieros
han sido lo suficientemente primitivos para ver la primera
elevación del radiante astro; no pueden entonces decirme
cuál es este primer meridiano, y ahora, abandonando por este
momento la cuestión científica, paso a la cuestión
práctica que trataré de dilucidar en algunas
palabras.
De esta consecuencia de que se gana un día por
el Este y se pierde por el Oeste, se deriva un equívoco que se
ha mantenido durante mucho tiempo. Los primeros navegadores
habían impuesto, y esto de forma inconsciente, su calendario a
las nuevas regiones. De forma general se contaban los días en
dependencia de que los países hubieran sido descubiertos por el
Este o por el Oeste. Los europeos, al llegar a estas regiones
desconocidas habitadas por los indígenas que no se preocupaban
ni de los días ni de las fechas en las cuales se comían a
sus semejantes, los europeos, repito, imponían su calendario, y
todo quedaba dicho. Así durante siglos se fechó a Canton
tomando como punto de partida la llegada de Marco Polo, y a las
Filipinas por la de Magallanes.
Pero el error de concordancia de los días
debía crear problemas en la práctica comercial. De esta
forma, desde hace unos veinte años, en una época que no
puedo fijar, pero que nuestro eminente colega, el señor
almirante de Paris, podría indicar, se decidió llevar
definitivamente a Manila el calendario europeo, que regularizó
la situación y creó, por así decir, un calendario
oficial.
Agregaré que existía desde hace mucho
tiempo, en la práctica, un meridiano compensador, que era el 180
contado a partir del meridiano 0, sobre el cual están reglados
los cronómetros de a bordo, sea Greenwich por el Reino Unido,
París por Francia o Washington por los Estados Unidos.
He aquí en efecto lo que traduje del
periódico inglés Nature, al cual se le
dirigió, en 1872, la pregunta formulada por los dos honorables
ingenieros:
« La pregunta del señor Pearson, en el
número del 28 de germinal1 del periódico Nature, no admite una
respuesta exacta o científica, debido a que no hay una
línea natural de demarcación o cambio, y el
establecimiento de esta línea es completamente una
cuestión de uso o conveniencia. No hace muchos años
atrás las fechas de Manila y de Macao eran diferentes, y hasta
la cesión del territorio de Alaska a los americanos, las fechas
de allí diferían de las del cercano territorio de la
América inglesa. La regla aceptada ahora es que los lugares que
se hallan en longitud oriental se fechen como si se hubiese llegado
hasta allí por el Cabo de Buena Esperanza, y que aquellos que
estén situados en longitud occidental se fechen como si se
hubiese llegado por el Cabo de Hornos. Esta regla se hace
prácticamente conveniente debido a la longitud del Océano
Pacífico. Así entonces, el capitán de un
navío tiene por hábito cambiar la fecha de su libro de a
bordo al atravesar el meridiano 180, agregando o restando un día
siguiendo a la dirección en la que va; pero el capitán
que sólo atraviesa este meridiano para regresar sobre sus pasos,
no modifica su fecha, de tal suerte que pueden y deben encontrarse, de
vez en cuando, capitanes que tengan fechas diferentes. Un ejemplo muy
notorio de este efecto tuvo lugar durante la guerra de Rusia, cuando
nuestra escuadra del Pacífico alcanzó a la escuadra de
China en las costas de Kamtchatka.»
La cita que acabo de hacer, señores, debe
hacerles prejuzgar la solución posible que vamos a dar. Acabo de
tratar esta pregunta desde el punto de vista histórico,
después desde el punto de vista práctico; pero,
¿está resuelta científicamente? No, aunque su
solución se encuentra indicada en la carta del señor
Faraguet.
Para resolverla completamente, permítanme
entonces, señores, citar una carta que me dirigió
personalmente uno de nuestros más grandes matemáticos, el
señor J. Bertrand, del Instituto.
« Nuestra conversación de ayer me ha dado
la idea de un problema que a continuación enuncio: Un
señor, provisto de medios de transporte suficientes, sale de
París un jueves al mediodía; se dirige hacia Brest, de
allí a Nueva York, a San Francisco, Yedo, etc., y regresa a
París luego de 24 horas de viaje, a razón de 15 grados la
hora.
« En cada estación, pregunta:
¿Qué hora es? Le responden invariablemente:
mediodía. Luego pregunta: ¿En que día de la semana
vivimos?
« En Brest, le responden jueves; en Nueva York,
igualmente... pero al regresar, en Pontoise, por ejemplo, le responden
viernes.
« ¿Dónde ocurrió la
transición? ¿Sobre que meridiano nuestro viajero, si es
buen católico, puede y debe lanzar el jamón que se
convierte en prohibido?
« Es evidente que la transición debe ser
brusca. Ocurrirá en el mar o en los países que ignoran el
nombre de los días de la semana.
« Pero supongan la existencia de un paralelo
entero sobre el continente y habitado por pueblos civilizados que
hablan la misma lengua y se someten a las mismas leyes; habrá
dos vecinos, separados por una linea imaginaria, y uno de ellos
dirá hoy al mediodía: vivimos el jueves; y el otro
afirmará: vivimos el viernes.
« Suponga, por otra parte, que uno habite en
Sevres y el otro en Bellevue. No habrán vivido ocho días
en esta situación sin llegar a entenderse sobre el calendario;
el equívoco cesará entonces, pero renacerá por
otra parte, y se le hará un movimiento perpetuo en el
diccionario de los días de la semana. »
Esta carta, señores, a la vez muy lógica
y muy espiritual, me parece resolver de una manera categórica la
pregunta formulada a la Sociedad Geográfica.
Sí, el equívoco existe, pero existe en
el estado latente por así decir. Sí, si un paralelo
atravesase los continentes habitados, habría desacuerdo entre
los habitantes de este paralelo. Pero parece que la previsora
naturaleza no ha querido dar a los humanos una causa suplementaria de
discusiones. Ha puesto prudentemente entre las grandes naciones, los
desiertos y los océanos. La transición del día
ganado al día perdido se hace de una manera inconsciente en
estos mares que separan los pueblos; pero el equívoco no puede
ser constatado, porque los navíos se mueven y no permanecen
inmóviles sobre estos largos desiertos.
No hace falta insistir más, señores, y
me resumiré diciendo:
Desde el punto de vista práctico:
1- El acuerdo del calendario a usar, que ha sido
resuelto, con la adopción del mismo en Manila.
2- Los capitanes cambian la fecha de sus libros de a
bordo cuando pasan el meridiano 180, es decir la prolongación
del meridiano regulador que fija su cronómetro.
Desde el punto de vista científico:
La transición se hace sin brusquedad,
inconscientemente, sea sobre los desiertos, sea sobre los
océanos que separan los países habitados.
No tendremos entonces en el futuro el doloroso
espectáculo de dos pueblos civilizados yendo a la guerra y
batiéndose por el honor de un calendario nacional.

1. Séptimo mes
del calendario republicano francés, cuyos días primero y
último coincidían, respectivamente, con el 21 de marzo y
el 19 de abril. (N del T)
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