Carta enviada por Julio Verne a su padre en
abril de 1851 Editado por Christian
Sánchez
Lunes 7 de abril de 1851
Mi querido papá:
El Sr. Championnière ha muerto. Ayer, domingo,
a las tres de la tarde. Es una terrible desgracia. En lo que a
mí respecta, significa toda una conmoción. Es la primera
persona a quien en parte he conocido en toda la fuerza de su
espíritu, y nos abandona. ¡Qué penosa noticia!
¿Fue confesado, se le suministraron los
sacramentos? No lo sé. Sería muy lamentable que la ayuda
de la religión no le haya llegado a tiempo. Me parece que no
creía mucho y que practicaba aún menos. Generalmente no
se piensa en todo lo que encierra la palabra muerte. Se acostumbra a
decir: tal día fue cometido un asesinato, tuvo lugar una
sublevación, tres personas fueron muertas, 12.000
cadáveres en junio... Sólo se ve el fin de un hombre
allí donde, en realidad, habría que considerar su
comienzo. No se va más allá de la tumba. Y sin embargo
más acá no hay nada. La eternidad no es algo
tranquilizador y por más perspectivas que ofrezca, ellas no
compensan las expectativas de penas. Valdría más que el
alma fuera mortal. En fin, muy a menudo pienso en todo esto, mi querido
papá; estas inesperadas muertes de amigos y parientes lo sumen a
uno en tristes reflexiones. De las indagaciones que se hacen en la
condición actual, pronto se llega a lo que un día nos
espera. Pienso en eso y no me siento mejor1
Parece que aún hay alguien que reza por
él.
Es decir, entonces, que un hombre rico, cuya familia
puede pagar muchas plegarias, misas, servicios, etc., tiene más
posibilidades de permanecer menos tiempo en el purgatorio que un pobre
diablo, cuyo fallecimiento no enriqueció a nadie. No puedo
creerlo. Y si no es así, ¿por qué todas esas misas
pagadas por los parientes?
No sé qué pensar al respecto.
Adiós, mi querido papá; espero carta
tuya. Mil recuerdos para todos.
Tu hijo respetuoso.
Julio Verne.

1. Aparentemente las
cuestiones metafísicas ocuparon poco lugar en la vida y en la
obra de Verne: por lo tanto resulta muy curioso observar con qué
profundidad un joven de veintitrés años se interrogaba
sobre problemas escatológicos. (N. del T).
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