Frritt-Flacc
Capítulo V
¡Que tiempo de Frritts y de
Flaccs! Las campanas de Saint Philfilene se han puesto en
movimiento a impulsos de la borrasca. Mala señal. ¡Bah! El
doctor Trifulgas no es supersticioso. No cree en nada, ni siquiera en
su ciencia, excepto en lo que le produce.
¡Que tiempo! Pero también, ¡que
camino! Guijarros y escorias; guijarros, despojos arrojados por el mar
sobre la playa, escorias que crepitan como los residuos de las hullas
en los hornos. Ninguna otra luz más que la vaga y vacilante de
la linterna del perro Hurzof. A veces la erupción en llamas del
Vanglor, en medio de las cuales parecen retorcerse extravagantes
siluetas. No se sabe que hay en el fondo de esos insondables
cráteres. Tal vez las almas del mundo subterráneo que se
volatilizan al salir.
El doctor y la vieja siguen el contorno de las
pequeñas bahías del litoral. El mar esta teñido de
un blanco lívido, blanco de duelo, y chispea al atacar la
línea fosforescente de la resaca, que parece verter gusanos de
luz al extenderse sobre la playa.
Ambos suben así hasta él recodo del
camino, entre las dunas, cuyas atochas y juncos entrechocan con ruido
de bayonetas.
El perro se aproximó a su amo y parecía
querer decirle:
"¡Vamos! ¡Ciento veinte
fretzers para encerrarlos en el arca! ¡Así se hace
fortuna! ¡Una fanega más que agregar al cercado de la
vida! ¡Un plato más en la cena de la noche! ¡Una
empanada más para el fiel Hurzof! ¡Cuidemos a los enfermos
ricos, y cuidémoslos... por su bolsa!"
En aquel momento la vieja se detiene. Muestra con su
tembloroso dedo una luz rojiza en la oscuridad. Es la casa de Vort
Kartif, el hornero.
-¿Allí? - dice el doctor.
-Sí - responde la vieja.
-¡Harrahuau! - ladra el perro Hurzof.
De repente truena el Vanglor, conmovido hasta los
contrafuertes de su base. Un haz de fuliginosas llamas asciende al
cielo, agujereando las nubes. El doctor Trifulgas rueda por el
suelo.
Jura como un cristiano, se levanta y mira.
La vieja ya no está detrás de él.
¿Ha desaparecido en alguna grieta del terreno, o ha volado a
través del frotamiento de las brumas?
En cuanto al perro, allí está, de pie
sobre sus patas traseras, con la boca abierta y la linterna
apagada.
-¡Adelante! - murmura el doctor Trifulgas.
Ha recibido sus ciento veinte fretzers y, como
hombre honrado que es, tiene que ganarlos.

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