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El señor Re-sostenido y la señorita Mi-bemol
Editado
© Juan Suárez
24 de febrero del 2003
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El señor Re-sostenido y la señorita Mi-bemol
Capítulo III

El coro de cantores de nuestro pueblo gozaba de gran reputación, gracias a su director, el organista Eglisak. ¡Qué maestro de solfeo y qué habilidad ponía en hacernos vocalizar! ¡De qué modo nos enseñaba el compás, el valor de las notas, la tonalidad, la modalidad, la composición de la escala! ¡Muy inteligente, muy inteligente era el digno Eglisak! Decíase que era un músico con talento, un contrapuntista sin rival, y que había hecho una fuga extraordinaria, una fuga en cuatro partes.

Como nosotros no sabíamos gran cosa acerca del particular, hubimos de preguntárselo un día.

-¿Una fuga? -respondió alzando la cabeza.

-¿Es un trozo de música? -dije yo.

-De música trascendente, hijo mío.

-Quisiéramos escucharla -saltó un italianito llamado Farina; dotado de una hermosa voz de contralto, y que subía..., subía... hasta el cielo.

-Sí -añadió un alemán, Alberto Hoct, cuya voz, en cambio, bajaba..., bajaba... hasta el fondo de la tierra.

-¡Vamos, señor Eglisak! -repitieron los otros chicos y chicas.

-No, hijos míos. Vosotros no conoceréis mi fuga hasta que esté terminada...

-¿Y cuándo lo estará? -pregunté yo.

-Nunca.

Nosotros nos miramos unos a otros y él se sonrió con su punta de ironía.

-Una fuga jamás se halla acabada -nos dijo-; pueden siempre añadirse partes nuevas.

Nosotros, pues, no habíamos escuchado la famosa fuga del profesor Eglisak; pero, en cambio, había puesto para nosotros música al himno a San Juan Bautista; vosotros ya sabéis que de este salmo en verso, Guido de Arezzo tomó las primeras sílabas para designar las notas de la escala:

 

Ut gueant laxis
Resonare fibris
Mira gestorum
Famuli tuorum
Solve polluti
Labii reatum
Sancte Joannes.

El Si no existía en la época de Guido de Arezzo; fue en 1026 cuando un tal Guido completó la gama con la adición de la nota sensible, y, a mi juicio, hizo bien.

En realidad, cuando nosotros cantábamos ese salmo, hubiera acudido la gente de lejos sólo para escucharnos. En cuanto al significado que tenían aquellas extrañas palabras, nadie lo sabía en la escuela, ni siquiera el señor Valrugis. Creíase que era latín, pero no estábamos muy seguros, y, sin embargo, parece que ese salmo será cantado en el día del Juicio final, y es probable que el Espíritu Santo, que habla todas las lenguas, lo traducirá al lenguaje edénico.

No por eso, sin embargo, dejaba de ser cierto que el señor Eglisak pasaba por ser un gran compositor; por desgracia, estaba aquejado de una enfermedad muy lamentable, y que tendía a aumentar progresivamente. Con la edad, su oído iba haciéndose duro; nosotros lo advertíamos perfectamente, pero él no quería reconocerlo. Por lo demás, y con objeto de no apenarle, gritábamos al dirigirle la palabra, y nuestros falsetes conseguían hacer vibrar su tímpano. Pero no se hallaba lejana la hora en que había de quedarse completamente sordo.

Sucedió esto en domingo, a la hora de las vísperas; acababa de terminarse el último salmo de Completas, y Eglisak continuaba en el órgano, abandonándose a los caprichos de su imaginación; tocaba y tocaba, sin que aquello llevara trazas de terminarse nunca, y nadie quería marcharse, ante el temor de apenarle. Pero he aquí que el entonador, cansado ya, se detiene; le falta al órgano la respiración..., Eglisak no se ha dado cuenta; los acordes, los arpegios fluyen de sus dedos; ni un solo sonido se escapa y, sin embargo, él, en su alma de artista, continúa oyendo... Todo el mundo comprende que acaba de ocurrirle una desgracia y nadie se atreve a llamarle la atención, a pesar de que el entonador ha bajado por la estrecha escalera de la tribuna...

Eglisak no cesa de tocar. Y toda la tarde siguió tocando, y toda la noche también, y todavía a la mañana siguiente sus dedos paseaban sobre el mudo teclado... Fue preciso sacarle de allí... El pobre hombre al fin se dio cuenta de lo que le sucedía: estaba sordo. Pero eso no le impediría terminar su fuga. No podría oírla, eso es todo.

Desde aquel día, los grandes órganos ya no resonaron más en la iglesia de Kalfermatt.

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