Los forzadores de bloqueos: De Glasgow a
Charleston
Capítulo IV Astucias de
Crockston
Toda la tripulación supo bien pronto la
historia de miss Halliburtt, pues Crockston no se hacía
rogar para contarla. Por orden del capitán le habían
desatado del cabrestante, y el gato de siete colas había vuelto
a su escondrijo.
-¡Lindo animal, sobre todo cuando no
araña! -dijo Crockston.
Inmediatamente que se vio libre bajó a la
cámara de los marineros, tomó una maleta pequeña y
la llevó a miss Jenny. La joven volvió a recobrar
sus vestidos de mujer, pero no salió del camarote, no se
dejó ver más en la cubierta.
En cuanto a Crockston, habiendo reconocido todos que
era tan marinero como un mozo de cuadra, quedó exento de todo
servicio a bordo.
Entretanto, el Delfín atravesaba
velozmente el Atlántico cuyas olas rompía con su doble
hélice. Toda la maniobra consistía en vigilar
activamente. El día siguiente en que desapareció el
incógnito de miss Jenny, el capitán Playfair se
paseaba por la toldilla, sin haber hecho nada por volver al ver a la
joven y reanudar la conversación.
Mientras paseaba, Crockston se cruzaba a cada instante
con él y le miraba haciendo un gesto de satisfacción.
Evidentemente, quería entablar conversación con el
capitán y clavaba en él los ojos con tal
obstinación, que acabó por hacerle perder la
paciencia.
-Vaya, ¿qué quieres todavía? -
preguntó Playfair, dirigiéndose al americano -.
Estás dando vueltas en torno mío como un nadador en
derredor de una boya. ¿Va a ser esto el cuento de nunca
acabar?
-Dispense usted, capitán - repuso Crockston
guiñando un ojo -. Tengo algo que decirle.
-¡Pues acaba de una vez!
-Es muy sencillo... Tenía que decirle que en el
fondo, es usted un buen hombre a carta cabal.
-¿Nada más que en el fondo?
-Y en la superficie también.
-Para nada necesito tus cumplidos.
-No son cumplidos: los haré cuando haya usted
terminado su obra.
-¿Hasta que haya terminado el qué?
-Su obra, capitán.
-¿De manera que tengo una obra que cumplir?
-Exacto. Ha recibido usted a bordo a una joven y a
mí, y eso está muy bien. Ha cedido usted su camarote a
miss Jenny Halliburtt, y eso está mejor. Me ha librado
usted de las uñas del gato, y no es posible pedir más.
Nos va a llevar usted a Charleston, y eso es el colmo de la bondad. Sin
embargo, todavía falta algo.
-¿Cómo? ¿Todavía
más? - exclamó Playfair, asombrado de las pretensiones de
Crockston.
-Sí, señor -repuso éste en tono
zumbón -. El padre está prisionero allá abajo.
-¿Y bien?
-Pues que hay que ponerlo en libertad.
-¿Poner en libertad al padre de miss
Halliburtt?
-Eso mismo. Se trata de un hombre digno, de un buen
ciudadano, y vale la pena de que se haga alguna cosa por él.
-Crockston -dijo Playfair arrugando el entrecejo -, me
parece que eres muy amigo de chanzas, pero te advierto que no estoy de
humor para bromas.
-Se engaña, usted, capitán
-replicó el americano -. No me chanceo; hablo muy en serio. Lo
que le propongo le parecerá absurdo al primer momento, pero
cuando haya usted reflexionado verá que no hay más
remedio que hacerlo.
-¿Pretenderás, acaso, que sea yo quien
ponga en libertad a mister Halliburtt?
-Estoy seguro de que lo hará usted. No tema que
si se la pide usted, el general Bauregard le niegue la libertad del
señor Halliburtt.
-¿Y si me la niega?
-Entonces -repuso Crockston imperturbable -,
emplearemos los grandes medios y nos llevaremos al prisionero a
despecho de los confederados.
-¿De manera - exclamó Playfair, al que
la cólera empezaba a dominar-, de manera que además de
pasar a través de las escuadras federadas y de forzar el
bloqueo, tendré que fondear bajo el cañón de los
fuertes para libertar a un señor a quien ni siquiera conozco, a
uno de esos abolicionistas que detesto, a un emborronador de cuartillas
que derraman tinta en vez de sangre suya?
-¡Bah! Un cañonazo más o menos...
-dijo Crockston.
-Escucha, amiguito -replicó el capitán
-; si tienes la desgracia de volver a hablarme de este asunto,
irás a parar al fondo de la sentina, para que aprendas a
morderte la lengua.
Dicho esto, Playfair despidió al americano, que
se alejó murmurando:
-No estoy descontento del resultado de la
conversación. Le he hablado, que era lo importante. Ya sabe lo
que me interesaba que supiera... ¡Esto marcha, Crockston, esto
marcha!
Cuando Playfair dijo «un abolicionista que
detesto», sin duda fue mucho más allá de lo que
pensaba.
No era partidario de la esclavitud, pero no
podía admitir que la cuestión de la servidumbre fuera lo
predominante en la guerra civil, a despecho de las formales
declaraciones del presidente Lincoln. ¿Pretendía, acaso,
que los estados del Sur - ocho de treinta y seis - tenían
derecho a separarse, puesto que se habían unido
voluntariamente?
Tampoco detestaba a los del norte, y esto era todo.
Los detestaba como antiguos hermanos separados de la familia, de
verdaderos ingleses, que habían juzgado oportuno hacer lo que
él, Jacobo Playfair, aprobaba a los estados confederados. Estas
eran las opiniones políticas del capitán del
Delfín; pero la guerra le perjudicaba, personalmente, y
no podía querer a los que la mantenían. Se comprende,
pues, que acogiera de mal talante la proposición que se le
hiciera de salvar a un antiesclavista y de ponerse en contra de los
confederados, con los que se proponía traficar.
Sin embargo, las insinuaciones de Crockston no dejaban
de preocuparle. Quería desecharlas de su mente, pero
volvían a presentársele, y cuando a la mañana
siguiente, miss Jenny subió un instante al puente, no se
atrevió a mirarla cara a cara.
Y era una lástima, porque aquella joven de
cabellera rubia y de mirar inteligente y dulce, merecía que se
fijaran en ella; pero Jacobo se sentía cohibido en su presencia,
comprendía que aquella encantadora criatura poseía un
alma, fuerte y generosa, educada en la escuela de la desgracia;
comprendía en fin que su silencio para con ella encerraba una
negativa a los más vivos deseos de la muchacha. Por lo
demás, miss Jenny, aunque no buscaba a Jacobo, tampoco le
evitaba, y durante los primeros días no cambiaron una palabra.
Miss Halliburtt salía muy poco de su camarote, y
seguramente no hubiera dirigido jamás una palabra al
capitán del Delfín si Crockston no hubiera
intervenido con una de sus estratagemas.
El buen americano era un fiel servidor de la familia
Halliburtt. Había sido educado en casa de su amo, y su
adhesión no tenía límites.
Su buen sentido igualaba a su valor. Tenía una
manera particular de ver las cosas, una filosofía particular
respecto a los acontecimientos; no se desanimaba nunca y sabía
salir airoso de las circunstancias más graves.
Al excelente hombre se le había metido en la
cabeza salvar a mister Halliburtt, emplear para conseguirlo la
nave del capitán Playfair y al capitán mismo y regresar a
Inglaterra en el Delfín. Tal era su proyecto, aunque la
joven sólo deseaba reunirse con su padre y participar de su
suerte mientras estuviera prisionero. En consecuencia, Crockston
trató primero de convencer al capitán, y con ese
propósito le atacó; pero el enemigo no se rindió,
al contrario.
-Será preciso -penso entonces -, que la propia
miss Jenny decida al capitán. Si seguimos así
durante toda la travesía no adelantaremos nada. Es necesario que
hablen, que discutan, que disputen, hasta que riñan, pero que
hablen. ¡Qué me ahorquen si durante la conversación
no es el propio capitán el que propondrá lo mismo que
ahora rehusa!
Pero cuando observó que la joven y el
capitán se evitaban, comenzó a preocuparse.
-Es preciso acabar de una vez -se dijo.
Y al cuarto día entró en el camarote de
miss Jenny frotándose las manos con visible
satisfacción.
-¡Buenas noticias! -exclamó -
¡Buenas noticias! ¿A que no adivina usted lo que me ha
propuesto el capitán? ¡Es un hombre excelente!
-¡Ah! -respondió la joven, cuyo
corazón palpitó con violencia -. ¿Qué te ha
propuesto?
-Libertar a mister Halliburtt, arrebatarlo de
las manos de los confederados y llevarlo a Inglaterra.
-¿Es eso cierto? - exclamó miss
Jenny.
-Tal como lo digo. ¡Qué gran
corazón tiene ese Jacobo Playfair! Ya ve usted lo que son los
ingleses: o malos de remate o la bondad personificada. ¡Ah! puede
contar con mi gratitud. Me dejaría hacer pedazos por él
por darle gusto.
Al oír las palabras de Crockston sintió
la joven una alegría inefable. ¡Libertar a su padre! Ella
misma no se había atrevido a concebir ese proyecto. ¡Y el
capitán del Delfín arriesgaría su nave y
toda la tripulación!
-Creo miss Jenny, que merece que le dé
usted las gracias.
Más que las gracias -profirió la joven
-. ¡Una amistad eterna!
E inmediatamente salió del camarote para ir a
expresar al capitán Playfair los sentimientos que embargaban su
corazón.
-¡Esto marcha! ¡esto marcha!
-murmuró el americano -. ¡Esto va que vuela!
Jacobo Playfair se paseaba por la toldilla, y como es
de suponer, quedóse sorprendido, por no decir estupefacto, al
ver a la joven que se acercaba a él con los ojos llenos de
lágrimas de agradecimiento, y tendiéndole la mano, le
decía:
-¡Gracias, señor, gracias por su
abnegación que no me hubiera atrevido jamás a esperar de
un extranjero!
-Miss -dijo el capitán, que no
comprendía ni podía comprender-, no sé...
-Sin embargo, va usted a correr muchos peligros por
mi, comprometiendo quizá sus intereses. ¡Y había
hecho usted ya tanto admitiéndome a bordo de su buque y
concediéndome una hospitalidad a la que no podía tener
ningún derecho!
-Perdone usted, miss Jenny, pero le aseguro que
no sé a qué se refiere... Me he portado con usted como
debe portarse todo hombre bien educado, mi conducta no merece tanta
gratitud ni que me dé usted las gracias.
-Señor Playfair -repuso la joven -, es
inútil fingir: Crockston me lo ha contado todo.
-¡Ah! ¿Crockston se lo ha contado todo?
Pues entonces comprendo mucho menos que haya usted abandonado su
camarote para venir a decirme unas cosas.
Al hablar así el capitán se hallaba en
una situación embarazosa. Se acordaba de la manera, nada afable,
con que había acogido las proposiciones del americano; pero
miss Jenny no le dio tiempo para explicarse, afortunadamente
para él, pues le interrumpió diciendo:
-Señor Playfair, yo no abrigaba otro
propósito que el de reunirme con mi padre cuando me
embarqué en el Delfín para ir a Charleston donde,
por crueles que sean los esclavistas, no habían de negar a una
hija el triste consuelo de encerrarla en la misma prisión del
autor de sus días. Esta era toda mi esperanza; nunca me hubiera
atrevido a confiar en el regreso; pero, puesto que su generosidad
quiere librar a mi padre de su prisión, puesto que quiere usted
intentarlo todo para salvarle, debo testimoniarle mi profundo
agradecimiento y rogarle que me permita estrecharle la mano.
Jacobo Playfair no sabía qué decir ni
qué hacer, se mordía los labios, sin atreverse a tomar la
mano de la joven. Crockston le había «comprometido»
de modo que no pudiera volverse atrás. Sin embargo, no pensaba
ni remotamente contribuir a la liberación de mister
Halliburtt ni empeñarse en tan arriesgado asunto. Pero,
¿cómo destruir las esperanzas de aquella pobre hija?
¿Cómo convertir en lágrimas de dolor las
lágrimas de gratitud que brotaban a raudales de sus ojos?
Así, el joven trató de responder con evasivas, para
conservar su libertad de acción y no soltar prenda para el
porvenir.
-Miss Jenny -dijo -, crea usted que lo
haría todo en el mundo por...
Y al tomar la pequeña mano de la joven,
sintió con aquella dulce presión que el corazón se
le derretía y perdía la cabeza. Le faltaron palabras para
acabar de expresar su pensamiento, y balbució:
-Por usted... miss Jenny... ¡por
usted!
Crockston, que no los perdía de vista, se
frotaba las manos murmurando:
-¡Esto va saliendo a pedir de boca! ¡Esto
marcha, esto vuela!
¿Cómo hubiera salido Playfair de tan
embarazosa situación? Difícil sería decirlo. Mas
afortunadamente para él, aunque no para el Delfín,
la voz del vigía gritó en aquel momento:
-¡Eh! ¡Oficial de cuarto!
-¿Qué hay? - contestó
mister Mathew.
-Una vela a barlovento.
Jacobo Playfair se separó vivamente de la joven
y corrió a los obenques de mesana.

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