Los forzadores de bloqueos: De Glasgow a
Charleston
Capítulo V Las balas del
Iroqués y los argumentos de Miss Jenny
La navegación del Delfín
había sido hasta entonces muy feliz y rápida. Ni una sola
nave se había visto antes de aquella vela anunciada por el
vigía.
El Delfín se hallaba entonces a los
32º 15' de latitud y 57º 43' de longitud oeste del
meridiano de Greenwich, es decir, a los tres quintos de su carrera.
Hacía cuarenta y ocho horas que se extendía sobre el
océano una espesa niebla que empezaba a la sazón a
levantarse.
Aquella niebla favorecía al
Delfín porque ocultaba su marcha, pero impedía
observar una gran extensión del mar y estaba expuesto a navegar
bordo a bordo, por decir así, de los buques que quería
evitar.
Esto era precisamente lo que había sucedido
cuando la nave fue señalada, se encontraba a poco más de
tres millas a barlovento.
Cuando Playfair llegó a las barras,
distinguió perfectamente a través de la bruma una corbeta
federal que marchaba a todo vapor con rumbo al Delfín, a
fin de cortarle la ruta.
Cuando el capitán la hubo examinado
atentamente, bajó al puente y llamó a su segundo.
-Señor Mathew - le preguntó-,
¿qué piensa usted de esa nave?
-Pues que se trata de un buque federal que sospecha de
nuestras intenciones.
-En efecto, no cabe duda posible acerca de su
nacionalidad -respondió Jacobo Playfair-. Mire usted.
En aquel instante la corbeta izaba, el estrellado
pabellón de los Estados Unidos del Norte anunciando su presencia
con un cañonazo.
-Nos invita a izar nuestra bandera - dijo
mister Mathew -. Pues bien, vamos a
enseñársela.
-¿Para qué? - repuso Jacobo Playfair.
Nuestro pabellón no nos cubriría, ni impediría que
esa gente viniera a hacernos una visita. No, vamos adelante.
-Y deprisa, - observó mister Mathew-,
porque si no me engaño, he visto ya a esa corbeta en alguna
parte, en los alrededores de Liverpool, donde vigilaba los buques en
construcción. ¡Que pierda mi nombre sino se lee
Iroqués en la tabla de su popa!
-¿Tiene buena marcha?
-Una de las mejores de la marina federal.
-¿Lleva cañones?
-Ocho.
-¡Bah!
-No se encoja usted de hombros, capitán
-replicó muy seriamente su segundo-. De esos ocho cañones
hay dos giratorios, uno de sesenta en el castillo de proa, y otro de
ciento sobre cubierta, y ambos rayados.
-¡Cáspita! Son Parrotts que tienen
tres millas de alcance.
-Sí, y más aún,
capitán.
-Pues bien, señor Mathew, sean los
cañones de cien o de cuatro y alcancen tres millas o quinientas
yardas, todo es lo mismo cuando se corre bastante para evitar sus
proyectiles. Mande usted que activen los fuegos.
El segundo transmitió al ingeniero1 las órdenes del
capitán, y bien pronto un gran penacho de humo brotó de
las chimeneas del steamer.
Estos síntomas no parecieron ser del gusto de
la corbeta, pues hizo al Delfín señal de que se
pusiera al pairo. Pero Jacobo Playfair desdeñó la
indicación y continuó su rumbo.
-Ahora -dijo -, veremos lo que hace el
Iroqués. Se le presenta una buena ocasión de
probar sus cañones de cien y comprobar su alcance.
-Está bien -dijo mister Mathew -; no
tardaremos mucho en recibir un saludo nada grato.
Al volver a la toldilla, encontró el
capitán a miss Halliburtt sentada tranquilamente junto a
la borda.
-Miss Jenny - le dijo -, probablemente
tratará de darnos caza la corbeta que se ve allá a
barlovento, y como sin duda nos hablará con la boca de sus
cañones, le ofrezco el brazo para acompañarla a usted a
su camarote.
-Gracias, señor Playfair - repuso la joven
mirando fijamente al capitán -, pero como no he visto nunca un
disparo de cañón...
-Sin embargo, miss, como a pesar de la
distancia pudiera alcanzarnos una bala...
-¡Bah! no me han educado como a niña
miedosa. Estoy acostumbrada a todos los peligros en América, y
le aseguro que las balas del Iroqués no me harán
bajar la cabeza.
-¡Es usted valiente, miss Jenny!
-Admitiendo, pues, que no soy cobarde, le ruego me
permita permanecer a su lado.
-Nada le puedo negar, miss Jenny
-respondió el capitán encantado de la admirable serenidad
de la americanita.
Apenas acababa de pronunciar estas palabras cuando se
vio una humareda blanca que salía de las bordas de la corbeta, y
antes que se hubiera percibido el estampido, un proyectil
cilindro-cónico, girando con espantosa rapidez y rasgando el
aire se dirigió hacia el Delfín.
Podía seguírsele en su marcha; que se
operaba con cierta lentitud relativa, porque los proyectiles salen de
los cañones rayados con menor velocidad, inicial que de las
piezas de ánima lisa.
Llegada a una veinte brazas del Delfín,
la bala cuya trayectoria se deprimía sensiblemente,
rebotó sobre las olas marcando su paso con una serie de
surtidores; después, con nuevo empuje tocó la superficie
líquida, remontóse, y pasó por encima del
Delfín; pero le cortó el paso el brazo estribor de
la verga de trinquete y se hundió a treinta brazas de
distancia.
-¡Cáscaras! - exclamó Playfair -.
Es preciso volar, porque no tardará en llegar la segunda
bala.
-¡Oh! - repuso mister Mathew -, se
necesita tiempo para volver a cargar esas piezas.
-A fe mía que es muy interesante ver eso - dijo
Crockston que, con los brazos cruzados, presenciaba la escena con la
mayor indiferencia.
¡Y pensar que son nuestros amigos los que nos
envían semejantes regalitos!
-¡Hola! ¿eres tú? -exclamó
Jacobo Playfair, mirando al americano de pies a cabeza.
-Sí, mi capitán - respondió
Crockston sin inmutarse-. Ya ve usted cómo tiran esos valientes
confederados. ¡Muy mal, por cierto!
El capitán iba a contestar con bastante
acritud, pero en aquel momento un segundo proyectil se hundió en
las aguas a poca distancia de la banda de estribor.
-¡Muy bien! - gritó Jacobo Playfair-.
Llevamos dos cables de ventaja a ese Iroqués. Tus amigos
andan como una boya, ¿verdad, Crockston?
-No dirá lo contrario - repuso el americano -,
y por primera vez en mi vida me alegro de eso.
Un tercer proyectil quedó mucho más
atrás que los dos primeros y en menos de diez minutos el
Delfín se puso fuera del alcance de los
cañones.
-Esto vale más que todos los patent-logs
del mundo, señor Mathew -dijo el capitán -; gracias a
esas balas sabemos ya a qué atenernos acerca de la rapidez de
nuestro buque. Ahora, mande usted que moderen el fuego. No hay que
gastar carbón inútilmente.
-¡Es un excelente buque el que manda usted,
capitán! - díjole la hija de Halliburtt.
-Sí, miss Jenny; mi valiente
Delfín hace diecisiete nudos por hora, y antes que se
ponga el sol habremos perdido de vista a esa corbeta federal.
Jacobo Playfair no exageraba respecto a las buenas
condiciones de su buque, pues aun tardaría en declinar el sol a
su ocaso cuando los mástiles de la nave americana habían
desaparecido en el horizonte.
Este incidente permitió al capitán
apreciar bajo un nuevo aspecto el carácter de miss
Halliburtt. El hielo estaba ya roto. Durante el resto de la
travesía las entrevistas fueron frecuentes y prolongadas entre
el capitán del Delfín y su pasajera. Jacobo
halló en miss Jenny una joven valerosa, fuerte,
reflexiva, inteligente, franca en el hablar, como todas las americanas,
con ideas fijas sobre todo, y las omitía, con una
convicción que penetraba en el corazón de Jacobo, sin
saberlo. La hija de mister Halliburtt amaba
entrañablemente a su Patria, le seducía la idea de la
Unión y se expresaba acerca de la guerra de los Estados Unidos
con un entusiasmo del que ninguna otra mujer hubiera sido capaz. En
más de una ocasión Playfair no supo que contestarle. A
menudo, el negociante exponía sus opiniones y miss Jenny
las atacaba con no menos vigor, no queriendo transigir de ninguna
manera. En un principio Jacobo discutía poco. Trataba de
defender a los confederados contra los federales, de demostrar que la
razón y el derecho estaban de parte de los secesionistas y de
demostrar que los que voluntariamente se habían unido
podían separarse con entera libertad. Pero la joven tampoco
quiso ceder en este punto; demostró que la cuestión de la
esclavitud era la primordial, la cuestión capital en la lucha de
los americanos del norte y los del sur, que se trataba más bien
de moral y de humanidad que de política, y Jacobo quedó
completamente derrotado.
Desde entonces, en vez de hablar escuchaba siempre. No
podríamos decir si le convencían tanto los argumentos de
miss Halliburtt como le encantaba oírla; pero sí
que hubo de reconocer entre otras cosas, que el caballo de batalla en
la guerra de los Estados Unidos era la esclavitud y que había
que resolver de una vez esa cuestión y acabar con los
últimos horrores de los tiempos bárbaros.
Por otra parte, según hemos dicho, las
cuestiones políticas no preocupaban gran cosa al capitán
del Delfín. Aunque hubiera tenido más fe en ellas
las hubiera sacrificado a argumentos presentados bajo aquella forma y
en tales condiciones. Pero el comerciante negó a verse atacado
directamente en sus intereses más queridos, esto es, respecto al
tráfico a que estaba destinado su buque y a propósito de
las municiones que llevaba a los confederados.
-El agradecimiento, señor Playfair
-decíale miss Jenny- no debe impedir que le hable con
entera franqueza; al contrario, es usted un excelente marino y un
hábil comerciante, y la casa Playfair se cita como modelo de
honradez; pero en esta ocasión falta a sus principios, no hace
un negocio digno de ella.
-¡Cómo! - exclamó el
capitán -. ¿No tiene quizá derecho la casa
Playfair a hacer una operación comercial?
-A la que usted se refiere, no. Lleva municiones de
guerra a los desdichados que están en plena rebelión
contra el gobierno legítimo de su país; es prestar armas
a una mala causa.
-No discutiré con usted, miss Jenny, el
derecho de los confederados, pero no puedo por menos de decirle que soy
negociante y que, como tal, sólo me preocupan los intereses de
mi casa. Busco la ganancia dondequiera que se presente.
-Eso es justamente lo censurable -replicó la
joven -. La ganancia no justifica nada. Cuando vende usted a los chinos
el opio que los embrutece es menos culpable que ahora proporcionando a
los rebeldes del sur los medios de continuar una guerra criminal.
-¡Oh miss Jenny! por esta vez no puedo
darle la razón; es usted demasiado injusta...
-No, lo que digo es cierto y justo, y así lo
reconocerá usted mismo cuando haya reflexionado sobre el papel
que representa usted en esta ocasión, cuando haya recapacitado
sobre los resultados de que será usted responsable a los ojos de
todo el mundo. Entonces me dará usted la razón en este
punto como en tantos otros..
Playfair no sabía qué contestar y,
conociendo que la cólera empezaba a dominarle, se separó
de la joven, pues le humillaba su propia impotencia; se mostró
enfadado como un chiquillo al que se contraría, pero
volvió enseguida al lado de la joven que le aturdía con
sus argumentos acompañados de tan seductoras sonrisas.
En una palabra, el capitán no era ya
dueño de sí mismo.
No era el amo después de Dios a bordo de su
buque.
Así, con gran alegría de Crockston, los
asuntos de Halliburtt iban por buen camino. El capitán
parecía decidido a arrostrarlo todo por libertar al padre de
miss Jenny, a comprometer el Delfín, su cargamento
y su tripulación y acarrearse las maldiciones de su tío
Vicente.

1. Nombre que dan en la
marina inglesa al maquinista.
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