Los forzadores de bloqueos: De Glasgow a
Charleston
Capítulo VI El canal de la
isla Sullivan
Dos días después del encuentro con la
corbeta Iroqués, sufrió el Delfín, a
la altura de las Bermudas una violenta borrasca. En aquellos parajes
son frecuentes los huracanes. Tienen una fama siniestra.
En ellos colocó Shakespeare las escenas de sus
dramas La Tempestad, en el que Ariel y Caliban se disputan el
imperio de las aguas.
El ciclón fue espantoso. Jacobo Playfair
pensó un momento en recalar en Mainland, una de las
Bermudas, donde tienen los ingleses una estación naval, lo cual
hubiera sido un grave contratiempo; pero, afortunadamente, el
Delfín se portó de una manera maravillosa durante
la tempestad, y después de un día entero de luchar con el
huracán pudo continuar su ruta hacia las costas
norteamericanas.
Pero si Jacobo Playfair estaba satisfecho de su nave,
no lo estaba menos del valor y sangre fría de la joven.
Miss Halliburtt pasó a su lado en el puente las peores
horas del ciclón, y el capitán, pensando seriamente en el
caso, llegó a persuadirse de que un amor profundo, imperioso,
irresistible, se había apoderado de todo su ser.
-Sí -se dijo -, esa valiente muchacha es la
verdadera ama de mi barco. Me trae y me lleva como las olas a un buque
sin gobierno. ¡Está visto que me voy a pique!
¿Qué dirá mi tío Vicente? ¡Ah!
Debilidades humanas... Estoy seguro de que si miss Jenny me
pidiera que echase al mar todo el cargamento de contrabando que llevo,
lo haría sin vacilar ¡sólo por ella!
Afortunadamente para la casa Playfair y
Compañía, miss Jenny no exigió semejante
sacrificio. Sin embargo, el pobre capitán estaba tan bien
prendido en las redes del amor, que Crockston podía leer en su
corazón como en libro abierto y se frotaba las manos hasta
levantarse la piel.
-¡Ya le tenemos, ya le tenemos! -
repetía, el fiel servidor- y dentro de ocho días mi amo
estará tranquilamente instalado a bordo en el mejor camarote del
Delfín.
¿Cuando miss Jenny se dio cuenta de los
sentimientos que inspiraba?, ¿se dejó llevar de ellos
hasta el punto de corresponderlos? Nadie lo podría decir y
Jacobo Playfair mucho menos. La joven se mantenía muy reservada,
bajo la influencia de su educación americana, y su secreto
permaneció sepultado profundamente en su corazón.
A medida que el amor hacía tales progresos en
el alma del joven capitán, el Delfín navegaba con
no menos rapidez hacia Charleston.
El 13 de enero el vigía señaló
tierra a diez millas al oeste. Era una costa baja que casi se
confundía a lo lejos con la línea de las olas.
Crockston examinaba atentamente el horizonte, y a las
nueve de la mañana, señalando un punto luminoso,
exclamó:
-¡El faro de Charleston!
Si el Delfín hubiera llegado de noche,
aquel faro, situado en la isla Morris y elevado ciento cuarenta pies
sobre el nivel del mar, hubiese sido visto desde muchas horas antes,
porque la claridad de su fanal giratorio se percibe a una distancia de
catorce millas.
Determinada la posición del
Delfín, Jacobo Playfair no tuvo que hacer más que
una cosa: decidir por qué punto penetraría en la
bahía de Charleston.
-Si no encontramos ningún obstáculo
-dijo -, dentro de tres horas estaremos al seguro en los docks
del puerto.
La ciudad de Charleston está situada en el
fondo de un estuario de siete millas de largo por dos de ancho, llamado
Charleston Harbour, cuya entrada es muy difícil, pues la
estrechaban la isla Morris al sur y la de Sullivan al norte. En la
época en que el Delfín debía forzar el
bloqueo, la isla de Morris estaba en poder de las tropas federales, y
el general Gillmore había hecho emplazar baterías que
dominaban la rada. La isla de Sullivan, por el contrario,
pertenecía a los confederados que ocupaban el fuerte de
Moultrie, situado en su extremidad; por consiguiente, el
Delfín no tenía otro remedio que pasar rasando las
orillas del norte para ponerse fuera del alcance de las baterías
de la isla Morris.
Cinco pasos permitían penetrar en el estuario:
el canal de la isla Sullivan, el del norte, el de Overall, el
canal principal y el de Lawford; pero este último
está vedado a los extranjeros, a menos que lleven abordo
excelentes prácticos y que el buque no cale más de siete
pies. En cuanto a los canales del norte y Overall, estaban
dominados por las baterías federales y no había ni que
pensar en ellos. Si Jacobo Playfair hubiera podido escoger, seguramente
hubiera adoptado por el principal, que es el mejor, pero había
que amoldarse a las circunstancias y decidió estar a las
resultas de los acontecimientos. Afortunadamente el capitán del
Delfín conocía muy bien todos los secretos de
aquella bahía, sus peligros, la profundidad de sus aguas en la
bajamar y sus corrientes; era, pues, capaz de gobernar su buque con
entera seguridad así que hubiera embocado uno de aquellos
estrechos canales.
La cuestión principal era entrar en ellos.
Pero esta maniobra exigía una gran experiencia
del mar y un perfecto conocimiento de las cualidades del
Delfín.
Dos fragatas federales cruzaban entonces las aguas de
Charleston, y mister Mathew las señaló bien pronto
a la atención de su capitán.
-Se preparan -dijo -a preguntarnos qué venimos
a hacer a estos parajes.
-Pues bien, no se les contestará, -repuso
Playfair -, y se quedarán con las ganas de satisfacer su
curiosidad.
Los cruceros, entretanto, se dirigían a todo
vapor hacia el Delfín, que continuaba su ruta, teniendo
cuidado de no ponerse al alcance de sus cañones. Pero queriendo
ganar tiempo, Playfair mandó poner la proa al sudoeste, tratando
de engañar a los buques enemigos. En efecto, éstos
creyeron que el Delfín intentaba lanzarse a los pasos de
la isla Morris, donde las baterías, con un solo disparo,
podrían echar a pique a la nave inglesa, y dejaron que el
Delfín siguiera su rumbo hacia el sudoeste
limitándose a observarlo sin darle caza de cerca.
Durante una hora no cambió la situación
respectiva de las naves. Jacobo Playfair, queriendo entonces
engañar mejor a sus enemigos respecto a la marcha del
Delfín, ordenó moderar la velocidad y
navegó a media máquina. Sin embargo, a juzgar por los
torbellinos de humo que escapaban de sus chimeneas, daban a entender
que deseaba obtener el máximo de presión y, por
consiguiente, el de rapidez.
-¡Qué chasco se van a llevar cuando vean
que escapamos de sus manos! - dijo Jacobo Playfair.
En efecto, cuando el capitán se vio bastante
cerca de la isla de Morris y frente a una línea de
cañones cuyo alcance no conocía, cambió
bruscamente de dirección, hizo girar la nave sobre sí
misma, viró al norte y dejó a los cruceros a dos millas a
sotavento. Los federales comprendieron al fin la jugada y se lanzaron
en persecución del steamer; pero ya era demasiado tarde:
el Delfín, doblando su velocidad bajo la acción de
sus hélices lanzadas a toda máquina, les dejó muy
atrás, acercándose a la costa. Los cruceros federales,
por hacer algo, le enviaron algunas balas; pero los proyectiles
quedaron a mitad del camino.
A las once de la mañana, el buque de Playfair,
costeando la isla de Sullivan, gracias a su poco calado, entraba a todo
vapor en el estrecho canal. Allí se hallaba al seguro, pues
ningún buque federal se hubiera atrevido a seguirle en un paso
que no tenía más de once pies de profundidad en la
bajamar.
-¡Cómo! - exclamó Crockston-.
¿No hay que hacer nada más difícil que esto?
-Amigo mío - respondió Playfair-, lo
difícil no es entrar, sino salir.
-¡Bah! -replicó el americano-. Eso me
tiene sin cuidado. Con un barco como el Delfín y un
capitán como el señor Playfair, se entra y se sale
cuándo y cómo se quiera.
Mientras tanto, el capitán examinaba
atentamente con el anteojo la ruta que debían seguir.
Tenía delante una carta costera que le permitía marchar
sin temores ni vacilaciones.
Ya en medio del estrecho canal, que corre a lo largo
de la isla Sullivan, Jacobo viró hacia el fuerte Moultrie, al
oeste cuarto norte, hasta que el castillo de Pickney, que era
fácil de reconocer por su color oscuro y situado en un islote de
Shute's Folly, se mostró al norte nordeste. Al otro
lado tenía la casa del fuerte Johnson, elevada a la izquierda y
abierta a dos grados al norte del fuerte Sumter.
En aquel momento partieron dos proyectiles de las
baterías de la isla Morris, que se quedaron cortos. El
Delfín continuó su marcha, sin desviarse un punto,
pasó delante de Moultrieville, situado en el extremo de
la isla Sullivan, y desembocó en la bahía.
Pronto dejó a su izquierda el fuerte Sumter,
quedando a cubierto de las baterías federales.
Este fuerte, célebre en la guerra de los
Estados Unidos, está situado a tres millas y un tercio de
Charleston y alrededor de una milla de cada margen de la bahía.
Es un pentágono irregular, construido sobre una isla artificial,
con granito de Massachusetts, y costó diez años de tiempo
y más de novecientos mil dólares.
De este fuerte fueron desalojados Anderson y las
tropas federales, y contra él dispararon sus primeros tiros los
separatistas. No puede calcularse la cantidad de hierro y plomo que los
cañones federales vomitaron sobre él. Sin embargo,
resistió durante cerca de tres años.
Algunos meses después del paso del
Delfín, cayó bajo las balas de trescientas libras
de los cañones rayados Parrott que el general Gillmore
emplazó en la isla Morris.
Pero, cuando llegó Playfair estaba en todo su
vigor, y la bandera de los confederados ondeaba encima de aquel enorme
pentágono de granito.
Pasado el fuerte, aparecía la ciudad de
Charleston acotada entre los ríos Ashley y Cooper, formando una
punta hacia la rada.
Jacobo Playfair pasó en medio de las boyas que
marcaban el canal dejando al sur sudoeste el faro de Charleston,
visible por encima de los terraplenes de la isla Morris. Había
izado el pabellón de Inglaterra y navegaba con maravillosa
rapidez por entre aquellos pasos.
Cuando hubo dejado a estribor la boya de la
cuarentena, avanzó libremente por la bahía. Miss
Halliburtt estaba en pie en la toldilla contemplando la ciudad donde su
padre estaba cautivo, y los ojos se le llenaron de lágrimas.
Por fin el buque moderó su marcha; por orden
del capitán rozó las puntas de las baterías del
sur y del este y no tardó en estar amarrado al muelle en el
North commercial wharf.

Subir
|