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Los forzadores de bloqueos
Editado
© Ariel Pérez
6 de agosto del 2002
Indicador El Delfín
Indicador El aparejo
Indicador En el mar
Indicador Astucias de Crockston
Indicador Las balas del Iroques
Indicador El canal de la isla...
Indicador Un general sudista
Indicador La evasión
Indicador Entre dos fuegos
Indicador San Mungo

Los forzadores de bloqueos: De Glasgow a Charleston
Capítulo X
San Mungo

Al amanecer del día siguiente, había desaparecido la costa americana. No se veía un buque. El Delfín, moderando la velocidad terrible de su marcha, se dirigió más tranquilamente hacia las Bermudas.

Inútil es referir la travesía del Atlántico; durante el viaje de regreso no ocurrió nada digno de notarse, y diez días después de la salida de Charleston, se reconocían las costas de Irlanda.

¿Qué pasó entre Jacobo y Jenny, que no hayan adivinado los menos perspicaces? ¿Cómo podía mister Halliburtt pagar a su salvador valiente y generoso, sino haciéndole el más feliz de los hombres? Jacobo Playfair no esperó la llegada a las aguas inglesas para declarar al padre y a la hija la pasión que rebosaba de su corazón, y si hemos de dar crédito a Crockston, Jenny recibió semejante confesión con una alegría, que no trató de disimular.

Sucedió, pues, que el 14 de febrero del presente año, una multitud inmensa se hallaba reunida bajo las macizas bóvedas de San Mungo, la antigua catedral de Glasgow. Allí había un poco de todo: marinos, comerciantes, industriales, magistrados. El valiente Crockston servía de testigo a miss Jenny, que lucía elegante vestida de novia; el buen hombre resplandecía en su traje de color verde manzana con botones de oro. El tío Vicente estaba orgulloso al lado de su sobrino.

En una palabra, se celebraba la boda de Jacobo Playfair, de la casa de Vicente Playfair y Compañía de Glasgow, con miss Jenny Halliburtt de Boston.

La ceremonia se efectuó con gran pompa. Todo el mundo conocía la historia del Delfín, y todo el mundo creía que el joven capitán recibía una justa recompensa: sólo él la consideraba excesiva.

Por la noche hubo gran fiesta en casa del tío Vicente, gran baile, gran comida y gran distribución de chelines a la multitud reunida en Gordon Street. En aquel memorable festín, Crockston, sin salirse de los justos límites, hizo prodigios de voracidad.

Todos se alegraban de aquella boda: unos por ver labrada su felicidad propia; otros por ver la ajena, cosa que no siempre sucede en ceremonias de este género.

Tan pronto como se retiraron los convidados, Jacobo Playfair fue a abrazar a su tío, que lo besó en los dos carrillos.

-¿Y bien, tío Vicente? -dijo el sobrino.

-¿Y bien, sobrino Jacobo? - repitió el tío.

-¿Está usted satisfecho del cargamento que he traído a bordo del Delfín? -añadió el capitán Playfair, señalando a su valiente esposa.

-¡Ya lo creo! -respondió el digno comerciante-. He vendido el algodón con trescientos setenta y cinco por ciento de beneficio.

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