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Los forzadores de bloqueos
Editado
© Ariel Pérez
6 de agosto del 2002
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Los forzadores de bloqueos: De Glasgow a Charleston
Capítulo IV
Astucias de Crockston

Toda la tripulación supo bien pronto la historia de miss Halliburtt, pues Crockston no se hacía rogar para contarla. Por orden del capitán le habían desatado del cabrestante, y el gato de siete colas había vuelto a su escondrijo.

-¡Lindo animal, sobre todo cuando no araña! -dijo Crockston.

Inmediatamente que se vio libre bajó a la cámara de los marineros, tomó una maleta pequeña y la llevó a miss Jenny. La joven volvió a recobrar sus vestidos de mujer, pero no salió del camarote, no se dejó ver más en la cubierta.

En cuanto a Crockston, habiendo reconocido todos que era tan marinero como un mozo de cuadra, quedó exento de todo servicio a bordo.

Entretanto, el Delfín atravesaba velozmente el Atlántico cuyas olas rompía con su doble hélice. Toda la maniobra consistía en vigilar activamente. El día siguiente en que desapareció el incógnito de miss Jenny, el capitán Playfair se paseaba por la toldilla, sin haber hecho nada por volver al ver a la joven y reanudar la conversación.

Mientras paseaba, Crockston se cruzaba a cada instante con él y le miraba haciendo un gesto de satisfacción. Evidentemente, quería entablar conversación con el capitán y clavaba en él los ojos con tal obstinación, que acabó por hacerle perder la paciencia.

-Vaya, ¿qué quieres todavía? - preguntó Playfair, dirigiéndose al americano -. Estás dando vueltas en torno mío como un nadador en derredor de una boya. ¿Va a ser esto el cuento de nunca acabar?

-Dispense usted, capitán - repuso Crockston guiñando un ojo -. Tengo algo que decirle.

-¡Pues acaba de una vez!

-Es muy sencillo... Tenía que decirle que en el fondo, es usted un buen hombre a carta cabal.

-¿Nada más que en el fondo?

-Y en la superficie también.

-Para nada necesito tus cumplidos.

-No son cumplidos: los haré cuando haya usted terminado su obra.

-¿Hasta que haya terminado el qué?

-Su obra, capitán.

-¿De manera que tengo una obra que cumplir?

-Exacto. Ha recibido usted a bordo a una joven y a mí, y eso está muy bien. Ha cedido usted su camarote a miss Jenny Halliburtt, y eso está mejor. Me ha librado usted de las uñas del gato, y no es posible pedir más. Nos va a llevar usted a Charleston, y eso es el colmo de la bondad. Sin embargo, todavía falta algo.

-¿Cómo? ¿Todavía más? - exclamó Playfair, asombrado de las pretensiones de Crockston.

-Sí, señor -repuso éste en tono zumbón -. El padre está prisionero allá abajo.

-¿Y bien?

-Pues que hay que ponerlo en libertad.

-¿Poner en libertad al padre de miss Halliburtt?

-Eso mismo. Se trata de un hombre digno, de un buen ciudadano, y vale la pena de que se haga alguna cosa por él.

-Crockston -dijo Playfair arrugando el entrecejo -, me parece que eres muy amigo de chanzas, pero te advierto que no estoy de humor para bromas.

-Se engaña, usted, capitán -replicó el americano -. No me chanceo; hablo muy en serio. Lo que le propongo le parecerá absurdo al primer momento, pero cuando haya usted reflexionado verá que no hay más remedio que hacerlo.

-¿Pretenderás, acaso, que sea yo quien ponga en libertad a mister Halliburtt?

-Estoy seguro de que lo hará usted. No tema que si se la pide usted, el general Bauregard le niegue la libertad del señor Halliburtt.

-¿Y si me la niega?

-Entonces -repuso Crockston imperturbable -, emplearemos los grandes medios y nos llevaremos al prisionero a despecho de los confederados.

-¿De manera - exclamó Playfair, al que la cólera empezaba a dominar-, de manera que además de pasar a través de las escuadras federadas y de forzar el bloqueo, tendré que fondear bajo el cañón de los fuertes para libertar a un señor a quien ni siquiera conozco, a uno de esos abolicionistas que detesto, a un emborronador de cuartillas que derraman tinta en vez de sangre suya?

-¡Bah! Un cañonazo más o menos... -dijo Crockston.

-Escucha, amiguito -replicó el capitán -; si tienes la desgracia de volver a hablarme de este asunto, irás a parar al fondo de la sentina, para que aprendas a morderte la lengua.

Dicho esto, Playfair despidió al americano, que se alejó murmurando:

-No estoy descontento del resultado de la conversación. Le he hablado, que era lo importante. Ya sabe lo que me interesaba que supiera... ¡Esto marcha, Crockston, esto marcha!

Cuando Playfair dijo «un abolicionista que detesto», sin duda fue mucho más allá de lo que pensaba.

No era partidario de la esclavitud, pero no podía admitir que la cuestión de la servidumbre fuera lo predominante en la guerra civil, a despecho de las formales declaraciones del presidente Lincoln. ¿Pretendía, acaso, que los estados del Sur - ocho de treinta y seis - tenían derecho a separarse, puesto que se habían unido voluntariamente?

Tampoco detestaba a los del norte, y esto era todo. Los detestaba como antiguos hermanos separados de la familia, de verdaderos ingleses, que habían juzgado oportuno hacer lo que él, Jacobo Playfair, aprobaba a los estados confederados. Estas eran las opiniones políticas del capitán del Delfín; pero la guerra le perjudicaba, personalmente, y no podía querer a los que la mantenían. Se comprende, pues, que acogiera de mal talante la proposición que se le hiciera de salvar a un antiesclavista y de ponerse en contra de los confederados, con los que se proponía traficar.

Sin embargo, las insinuaciones de Crockston no dejaban de preocuparle. Quería desecharlas de su mente, pero volvían a presentársele, y cuando a la mañana siguiente, miss Jenny subió un instante al puente, no se atrevió a mirarla cara a cara.

Y era una lástima, porque aquella joven de cabellera rubia y de mirar inteligente y dulce, merecía que se fijaran en ella; pero Jacobo se sentía cohibido en su presencia, comprendía que aquella encantadora criatura poseía un alma, fuerte y generosa, educada en la escuela de la desgracia; comprendía en fin que su silencio para con ella encerraba una negativa a los más vivos deseos de la muchacha. Por lo demás, miss Jenny, aunque no buscaba a Jacobo, tampoco le evitaba, y durante los primeros días no cambiaron una palabra. Miss Halliburtt salía muy poco de su camarote, y seguramente no hubiera dirigido jamás una palabra al capitán del Delfín si Crockston no hubiera intervenido con una de sus estratagemas.

El buen americano era un fiel servidor de la familia Halliburtt. Había sido educado en casa de su amo, y su adhesión no tenía límites.

Su buen sentido igualaba a su valor. Tenía una manera particular de ver las cosas, una filosofía particular respecto a los acontecimientos; no se desanimaba nunca y sabía salir airoso de las circunstancias más graves.

Al excelente hombre se le había metido en la cabeza salvar a mister Halliburtt, emplear para conseguirlo la nave del capitán Playfair y al capitán mismo y regresar a Inglaterra en el Delfín. Tal era su proyecto, aunque la joven sólo deseaba reunirse con su padre y participar de su suerte mientras estuviera prisionero. En consecuencia, Crockston trató primero de convencer al capitán, y con ese propósito le atacó; pero el enemigo no se rindió, al contrario.

-Será preciso -penso entonces -, que la propia miss Jenny decida al capitán. Si seguimos así durante toda la travesía no adelantaremos nada. Es necesario que hablen, que discutan, que disputen, hasta que riñan, pero que hablen. ¡Qué me ahorquen si durante la conversación no es el propio capitán el que propondrá lo mismo que ahora rehusa!

Pero cuando observó que la joven y el capitán se evitaban, comenzó a preocuparse.

-Es preciso acabar de una vez -se dijo.

Y al cuarto día entró en el camarote de miss Jenny frotándose las manos con visible satisfacción.

-¡Buenas noticias! -exclamó - ¡Buenas noticias! ¿A que no adivina usted lo que me ha propuesto el capitán? ¡Es un hombre excelente!

-¡Ah! -respondió la joven, cuyo corazón palpitó con violencia -. ¿Qué te ha propuesto?

-Libertar a mister Halliburtt, arrebatarlo de las manos de los confederados y llevarlo a Inglaterra.

-¿Es eso cierto? - exclamó miss Jenny.

-Tal como lo digo. ¡Qué gran corazón tiene ese Jacobo Playfair! Ya ve usted lo que son los ingleses: o malos de remate o la bondad personificada. ¡Ah! puede contar con mi gratitud. Me dejaría hacer pedazos por él por darle gusto.

Al oír las palabras de Crockston sintió la joven una alegría inefable. ¡Libertar a su padre! Ella misma no se había atrevido a concebir ese proyecto. ¡Y el capitán del Delfín arriesgaría su nave y toda la tripulación!

-Creo miss Jenny, que merece que le dé usted las gracias.

Más que las gracias -profirió la joven -. ¡Una amistad eterna!

E inmediatamente salió del camarote para ir a expresar al capitán Playfair los sentimientos que embargaban su corazón.

-¡Esto marcha! ¡esto marcha! -murmuró el americano -. ¡Esto va que vuela!

Jacobo Playfair se paseaba por la toldilla, y como es de suponer, quedóse sorprendido, por no decir estupefacto, al ver a la joven que se acercaba a él con los ojos llenos de lágrimas de agradecimiento, y tendiéndole la mano, le decía:

-¡Gracias, señor, gracias por su abnegación que no me hubiera atrevido jamás a esperar de un extranjero!

-Miss -dijo el capitán, que no comprendía ni podía comprender-, no sé...

-Sin embargo, va usted a correr muchos peligros por mi, comprometiendo quizá sus intereses. ¡Y había hecho usted ya tanto admitiéndome a bordo de su buque y concediéndome una hospitalidad a la que no podía tener ningún derecho!

-Perdone usted, miss Jenny, pero le aseguro que no sé a qué se refiere... Me he portado con usted como debe portarse todo hombre bien educado, mi conducta no merece tanta gratitud ni que me dé usted las gracias.

-Señor Playfair -repuso la joven -, es inútil fingir: Crockston me lo ha contado todo.

-¡Ah! ¿Crockston se lo ha contado todo? Pues entonces comprendo mucho menos que haya usted abandonado su camarote para venir a decirme unas cosas.

Al hablar así el capitán se hallaba en una situación embarazosa. Se acordaba de la manera, nada afable, con que había acogido las proposiciones del americano; pero miss Jenny no le dio tiempo para explicarse, afortunadamente para él, pues le interrumpió diciendo:

-Señor Playfair, yo no abrigaba otro propósito que el de reunirme con mi padre cuando me embarqué en el Delfín para ir a Charleston donde, por crueles que sean los esclavistas, no habían de negar a una hija el triste consuelo de encerrarla en la misma prisión del autor de sus días. Esta era toda mi esperanza; nunca me hubiera atrevido a confiar en el regreso; pero, puesto que su generosidad quiere librar a mi padre de su prisión, puesto que quiere usted intentarlo todo para salvarle, debo testimoniarle mi profundo agradecimiento y rogarle que me permita estrecharle la mano.

Jacobo Playfair no sabía qué decir ni qué hacer, se mordía los labios, sin atreverse a tomar la mano de la joven. Crockston le había «comprometido» de modo que no pudiera volverse atrás. Sin embargo, no pensaba ni remotamente contribuir a la liberación de mister Halliburtt ni empeñarse en tan arriesgado asunto. Pero, ¿cómo destruir las esperanzas de aquella pobre hija? ¿Cómo convertir en lágrimas de dolor las lágrimas de gratitud que brotaban a raudales de sus ojos? Así, el joven trató de responder con evasivas, para conservar su libertad de acción y no soltar prenda para el porvenir.

-Miss Jenny -dijo -, crea usted que lo haría todo en el mundo por...

Y al tomar la pequeña mano de la joven, sintió con aquella dulce presión que el corazón se le derretía y perdía la cabeza. Le faltaron palabras para acabar de expresar su pensamiento, y balbució:

-Por usted... miss Jenny... ¡por usted!

Crockston, que no los perdía de vista, se frotaba las manos murmurando:

-¡Esto va saliendo a pedir de boca! ¡Esto marcha, esto vuela!

¿Cómo hubiera salido Playfair de tan embarazosa situación? Difícil sería decirlo. Mas afortunadamente para él, aunque no para el Delfín, la voz del vigía gritó en aquel momento:

-¡Eh! ¡Oficial de cuarto!

-¿Qué hay? - contestó mister Mathew.

-Una vela a barlovento.

Jacobo Playfair se separó vivamente de la joven y corrió a los obenques de mesana.

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