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Los forzadores de bloqueos
Editado
© Ariel Pérez
6 de agosto del 2002
Indicador El Delfín
Indicador El aparejo
Indicador En el mar
Indicador Astucias de Crockston
Indicador Las balas del Iroques
Indicador El canal de la isla...
Indicador Un general sudista
Indicador La evasión
Indicador Entre dos fuegos
Indicador San Mungo

Los forzadores de bloqueos: De Glasgow a Charleston
Capítulo VI
El canal de la isla Sullivan

Dos días después del encuentro con la corbeta Iroqués, sufrió el Delfín, a la altura de las Bermudas una violenta borrasca. En aquellos parajes son frecuentes los huracanes. Tienen una fama siniestra.

En ellos colocó Shakespeare las escenas de sus dramas La Tempestad, en el que Ariel y Caliban se disputan el imperio de las aguas.

El ciclón fue espantoso. Jacobo Playfair pensó un momento en recalar en Mainland, una de las Bermudas, donde tienen los ingleses una estación naval, lo cual hubiera sido un grave contratiempo; pero, afortunadamente, el Delfín se portó de una manera maravillosa durante la tempestad, y después de un día entero de luchar con el huracán pudo continuar su ruta hacia las costas norteamericanas.

Pero si Jacobo Playfair estaba satisfecho de su nave, no lo estaba menos del valor y sangre fría de la joven. Miss Halliburtt pasó a su lado en el puente las peores horas del ciclón, y el capitán, pensando seriamente en el caso, llegó a persuadirse de que un amor profundo, imperioso, irresistible, se había apoderado de todo su ser.

-Sí -se dijo -, esa valiente muchacha es la verdadera ama de mi barco. Me trae y me lleva como las olas a un buque sin gobierno. ¡Está visto que me voy a pique! ¿Qué dirá mi tío Vicente? ¡Ah! Debilidades humanas... Estoy seguro de que si miss Jenny me pidiera que echase al mar todo el cargamento de contrabando que llevo, lo haría sin vacilar ¡sólo por ella!

Afortunadamente para la casa Playfair y Compañía, miss Jenny no exigió semejante sacrificio. Sin embargo, el pobre capitán estaba tan bien prendido en las redes del amor, que Crockston podía leer en su corazón como en libro abierto y se frotaba las manos hasta levantarse la piel.

-¡Ya le tenemos, ya le tenemos! - repetía, el fiel servidor- y dentro de ocho días mi amo estará tranquilamente instalado a bordo en el mejor camarote del Delfín.

¿Cuando miss Jenny se dio cuenta de los sentimientos que inspiraba?, ¿se dejó llevar de ellos hasta el punto de corresponderlos? Nadie lo podría decir y Jacobo Playfair mucho menos. La joven se mantenía muy reservada, bajo la influencia de su educación americana, y su secreto permaneció sepultado profundamente en su corazón.

A medida que el amor hacía tales progresos en el alma del joven capitán, el Delfín navegaba con no menos rapidez hacia Charleston.

El 13 de enero el vigía señaló tierra a diez millas al oeste. Era una costa baja que casi se confundía a lo lejos con la línea de las olas.

Crockston examinaba atentamente el horizonte, y a las nueve de la mañana, señalando un punto luminoso, exclamó:

-¡El faro de Charleston!

Si el Delfín hubiera llegado de noche, aquel faro, situado en la isla Morris y elevado ciento cuarenta pies sobre el nivel del mar, hubiese sido visto desde muchas horas antes, porque la claridad de su fanal giratorio se percibe a una distancia de catorce millas.

Determinada la posición del Delfín, Jacobo Playfair no tuvo que hacer más que una cosa: decidir por qué punto penetraría en la bahía de Charleston.

-Si no encontramos ningún obstáculo -dijo -, dentro de tres horas estaremos al seguro en los docks del puerto.

La ciudad de Charleston está situada en el fondo de un estuario de siete millas de largo por dos de ancho, llamado Charleston Harbour, cuya entrada es muy difícil, pues la estrechaban la isla Morris al sur y la de Sullivan al norte. En la época en que el Delfín debía forzar el bloqueo, la isla de Morris estaba en poder de las tropas federales, y el general Gillmore había hecho emplazar baterías que dominaban la rada. La isla de Sullivan, por el contrario, pertenecía a los confederados que ocupaban el fuerte de Moultrie, situado en su extremidad; por consiguiente, el Delfín no tenía otro remedio que pasar rasando las orillas del norte para ponerse fuera del alcance de las baterías de la isla Morris.

Cinco pasos permitían penetrar en el estuario: el canal de la isla Sullivan, el del norte, el de Overall, el canal principal y el de Lawford; pero este último está vedado a los extranjeros, a menos que lleven abordo excelentes prácticos y que el buque no cale más de siete pies. En cuanto a los canales del norte y Overall, estaban dominados por las baterías federales y no había ni que pensar en ellos. Si Jacobo Playfair hubiera podido escoger, seguramente hubiera adoptado por el principal, que es el mejor, pero había que amoldarse a las circunstancias y decidió estar a las resultas de los acontecimientos. Afortunadamente el capitán del Delfín conocía muy bien todos los secretos de aquella bahía, sus peligros, la profundidad de sus aguas en la bajamar y sus corrientes; era, pues, capaz de gobernar su buque con entera seguridad así que hubiera embocado uno de aquellos estrechos canales.

La cuestión principal era entrar en ellos.

Pero esta maniobra exigía una gran experiencia del mar y un perfecto conocimiento de las cualidades del Delfín.

Dos fragatas federales cruzaban entonces las aguas de Charleston, y mister Mathew las señaló bien pronto a la atención de su capitán.

-Se preparan -dijo -a preguntarnos qué venimos a hacer a estos parajes.

-Pues bien, no se les contestará, -repuso Playfair -, y se quedarán con las ganas de satisfacer su curiosidad.

Los cruceros, entretanto, se dirigían a todo vapor hacia el Delfín, que continuaba su ruta, teniendo cuidado de no ponerse al alcance de sus cañones. Pero queriendo ganar tiempo, Playfair mandó poner la proa al sudoeste, tratando de engañar a los buques enemigos. En efecto, éstos creyeron que el Delfín intentaba lanzarse a los pasos de la isla Morris, donde las baterías, con un solo disparo, podrían echar a pique a la nave inglesa, y dejaron que el Delfín siguiera su rumbo hacia el sudoeste limitándose a observarlo sin darle caza de cerca.

Durante una hora no cambió la situación respectiva de las naves. Jacobo Playfair, queriendo entonces engañar mejor a sus enemigos respecto a la marcha del Delfín, ordenó moderar la velocidad y navegó a media máquina. Sin embargo, a juzgar por los torbellinos de humo que escapaban de sus chimeneas, daban a entender que deseaba obtener el máximo de presión y, por consiguiente, el de rapidez.

-¡Qué chasco se van a llevar cuando vean que escapamos de sus manos! - dijo Jacobo Playfair.

En efecto, cuando el capitán se vio bastante cerca de la isla de Morris y frente a una línea de cañones cuyo alcance no conocía, cambió bruscamente de dirección, hizo girar la nave sobre sí misma, viró al norte y dejó a los cruceros a dos millas a sotavento. Los federales comprendieron al fin la jugada y se lanzaron en persecución del steamer; pero ya era demasiado tarde: el Delfín, doblando su velocidad bajo la acción de sus hélices lanzadas a toda máquina, les dejó muy atrás, acercándose a la costa. Los cruceros federales, por hacer algo, le enviaron algunas balas; pero los proyectiles quedaron a mitad del camino.

A las once de la mañana, el buque de Playfair, costeando la isla de Sullivan, gracias a su poco calado, entraba a todo vapor en el estrecho canal. Allí se hallaba al seguro, pues ningún buque federal se hubiera atrevido a seguirle en un paso que no tenía más de once pies de profundidad en la bajamar.

-¡Cómo! - exclamó Crockston-. ¿No hay que hacer nada más difícil que esto?

-Amigo mío - respondió Playfair-, lo difícil no es entrar, sino salir.

-¡Bah! -replicó el americano-. Eso me tiene sin cuidado. Con un barco como el Delfín y un capitán como el señor Playfair, se entra y se sale cuándo y cómo se quiera.

Mientras tanto, el capitán examinaba atentamente con el anteojo la ruta que debían seguir. Tenía delante una carta costera que le permitía marchar sin temores ni vacilaciones.

Ya en medio del estrecho canal, que corre a lo largo de la isla Sullivan, Jacobo viró hacia el fuerte Moultrie, al oeste cuarto norte, hasta que el castillo de Pickney, que era fácil de reconocer por su color oscuro y situado en un islote de Shute's Folly, se mostró al norte nordeste. Al otro lado tenía la casa del fuerte Johnson, elevada a la izquierda y abierta a dos grados al norte del fuerte Sumter.

En aquel momento partieron dos proyectiles de las baterías de la isla Morris, que se quedaron cortos. El Delfín continuó su marcha, sin desviarse un punto, pasó delante de Moultrieville, situado en el extremo de la isla Sullivan, y desembocó en la bahía.

Pronto dejó a su izquierda el fuerte Sumter, quedando a cubierto de las baterías federales.

Este fuerte, célebre en la guerra de los Estados Unidos, está situado a tres millas y un tercio de Charleston y alrededor de una milla de cada margen de la bahía. Es un pentágono irregular, construido sobre una isla artificial, con granito de Massachusetts, y costó diez años de tiempo y más de novecientos mil dólares.

De este fuerte fueron desalojados Anderson y las tropas federales, y contra él dispararon sus primeros tiros los separatistas. No puede calcularse la cantidad de hierro y plomo que los cañones federales vomitaron sobre él. Sin embargo, resistió durante cerca de tres años.

Algunos meses después del paso del Delfín, cayó bajo las balas de trescientas libras de los cañones rayados Parrott que el general Gillmore emplazó en la isla Morris.

Pero, cuando llegó Playfair estaba en todo su vigor, y la bandera de los confederados ondeaba encima de aquel enorme pentágono de granito.

Pasado el fuerte, aparecía la ciudad de Charleston acotada entre los ríos Ashley y Cooper, formando una punta hacia la rada.

Jacobo Playfair pasó en medio de las boyas que marcaban el canal dejando al sur sudoeste el faro de Charleston, visible por encima de los terraplenes de la isla Morris. Había izado el pabellón de Inglaterra y navegaba con maravillosa rapidez por entre aquellos pasos.

Cuando hubo dejado a estribor la boya de la cuarentena, avanzó libremente por la bahía. Miss Halliburtt estaba en pie en la toldilla contemplando la ciudad donde su padre estaba cautivo, y los ojos se le llenaron de lágrimas.

Por fin el buque moderó su marcha; por orden del capitán rozó las puntas de las baterías del sur y del este y no tardó en estar amarrado al muelle en el North commercial wharf.

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