La vuelta al mundo en ochenta
días
Capítulo XVI Donde Fix simula
no comprender nada absolutamente de las cosas que hablan
El Rangoon, uno de los buques que la
Compañía Peninsular y Oriental emplea para el servicio
del mar de China y del Japón, era un vapor de hierro, de
hélice, con el desplazamiento en bruto de mil setecientas
setenta toneladas, y la fuerza nominal de cuatrocientos caballos.
Igualaba al Mongolia en velocidad, pero no en comodidades. Por
eso mistress Auda no estuvo tan bien instalada como hubiera
deseado Phileas Fogg. Por otra parte, tratándose sólo de
una travesía de tres mil quinientas millas, o sea de once a doce
días, la joven no fue viajera de difícil
acomodamiento.
Durante los primeros días del viaje,
mistress Auda contrajo mayor intimidad con Phileas Fogg. En
todas ocasiones le expresaba el más vivo reconocimiento. El
flemático caballero la escuchaba, en apariencia al menos, con la
mayor frialdad, sin que una entonación ni un ademán
revelasen la más ligera emoción. Cuidaba que nada faltase
a la joven. A ciertas horas acudía regularmente, si no a hablar,
al menos a escucharla. Cumplía con ella los deberes de la
más estricta urbanidad, pero con la gracia y la
imprevisión de un autómata cuyos movimientos se hubiesen
dispuesto para ese fin. Mistress Auda no sabía qué
pensar de ello, pero Picaporte le había explicado algo la
excéntrica personalidad de su amo. Le había instruido de
la apuesta que le hacía dar la vuelta al mundo. Mistress
Auda había sonreído; pero al fin le debía la vida,
y su salvador no podía salir perdiendo en que ella le viese a
través de su reconocimiento.
Mistress Auda confirmó el relato que el
guía indio había hecho de su interesante historia.
Pertenecía ella, en efecto, a esa raza que ocupa el primer lugar
entre los indígenas. Varios negociantes parsi han hecho grandes
fortunas en las Indias comerciando con algodones. Uno de ellos,
sir James Jejeebloy, había sido ennoblecido por el
gobierno inglés, y mistress Auda era pariente de un rico
personaje que habitaba en Bombay. Contaba ella con encontrar en
Hong-Kong al honorable Jejeeh, primo de sir Jejeebloy.
¿Hallaría allí refugio y protección? No
podía asegurarlo, y a esto respondía mister Fogg
que no se inquietase, porque todo se arreglaría
matemáticamente. Esta fue la palabra que empleó.
¿Comprendía la joven viuda la
significación de tan horrible adverbio? No se sabe; pero sus
hermosos ojos -límpidos como los sagrados lagos del Himalaya- se
fijaban en los de Fogg, quien, tan intratable y tan abotonado como
siempre, no parecía dispuesto a arrojarse en el referido
lago.
Esta primera parte de la travesía del
Rangoon se efectuó con excelentes condiciones. El tiempo
era bonancible, y toda la porción de la inmensa bahía que
los marinos llaman "los brazos de Bengala", se mostró
favorable a la marcha del vapor. El Rangoon no tardó en
cruzar por delante del Gran Andaman, principal isla de un grupo que los
naveganes divisan desde lejos, por su pintoresca montaña de
Saddle Peak, de dos mil cuatrocientos pies de altura.
Se fue siguiendo la costa de bastante cerca. Los
salvajes papúes de la isla no se mostraron. Estos son unos seres
colocados en el último peldaño de la escala humana, pero
que han sido infundadamente considerados como antropófagos.
El desarrollo panorámico de las islas era
soberbio. Inmensos bosques de palmeras asiáticas, arecas,
bambúes, nueces moscadas, tecks, mimosas gigantescas,
helechos arborescentes cubrían el primer plano del país,
perfilándose más lejos los elegantes contornos de las
montañas. Sobre la costa pululaban a millares esas preciosas
salanganas, cuyos nidos comestibles son un manjar muy apreciado en el
Celeste Imperio. Pero todo ese espectáculo variado, ofrecido a
las miradas por el grupo de Andaman, paso pronto, y el Rangoon
se dirigió con rapidez hacia el estrecho de Malaca, que
debía darle acceso a los mares de China.
¿Qué hacía durante la
travesía el inspector Fix, tan desgraciadamente arrastrado en
aquel viaje de circunnavegación? Al salir de Calcuta,
después de haber dejado instrucciones para que si le llegaba el
mandamiento, le fuese remitido a Hong-Kong, había podido
embarcarse a bordo del Rangoon, sin haber sido visto de
Picaporte, y confiaba en disimular su presencia hasta la llegada a
puerto. En efecto, difícil le hubiera sido explicar por
qué se hallaba a bordo sin excitar las sospechas de Picaporte,
que debía creerlo en Bombay. Pero la lógica misma de las
circunstancias reanudó sus relaciones con el honrado mozo.
¿De qué modo? Vamos a relatarlo.
Todas las esperanzas, todos los deseos del inspector
de policía se concentraban entonces en un solo punto del mundo,
Hong-Kong, porque el vapor se detenía muy poco tiempo en
Singapur para poder obrar en esta ciudad. La prisión
debía tener lugar por consiguiente en Hong-Kong, porque, si no,
irremisiblemente se le escaparía el ladrón otra vez.
En efecto, Hong-Kong era todavía inglesa, pero
la última. Más allá, China, Japón y
América ofrecían un refugio casi seguro a mister
Fogg. En Hong-Kong no bastaría ya un simple mandamiento de
prisión, sino demoras, dilaciones y obstáculos de toda
naturaleza, lo que el ladrón aprovecharía para escaparse
definitivamente. Si la operación no se podía llevar a
cabo en Hong-Kong, sería, si no imposible, mucho más
difícil poderla efectuar con alguna probabilidad de
éxito.
Por consiguiente -decía Fix durante las
dilatadas horas que pasaba en el camarote-, o el mandamiento
estará en Hong-Kong y prenderé a mi hombre, o no
estará y será preciso retrasar su viaje a toda costa.
¡Fracasado en Bombay y en Calcuta, si no doy el golpe en
Hong-Kong, perderé mi reputación! Cueste lo que cueste,
es necesario triunfar. ¿Pero qué medio emplearé
para demorar, si fuese necesario, la partida de ese maldito Fogg?
Como última solución, Fix estaba
decidido a revelárselo todo a Picaporte, dándole a
conocer el amo a quien servía y del cual no era cómplice
ciertamente. Picaporte, con esta revelación, debería
creerse comprometido, y entonces se pondría de parte de Fix.
Pero una sola palabra dicha por Picaporte a su amo bastaría para
comprometer irremisiblemente el negocio.
El inspector de policía se hallaba, pues, muy
apurado, cuando la presencia de Auda a bordo del Rangoon, en
compañía de Phileas Fogg, le abrió nuevas
perspectivas.
¿Quién era aquella mujer?
¿Qué circunstancias la habían llevado a ser
compañera de Fogg? El encuentro había tenido efecto
evidentemente entre Bombay y Calcuta. ¿Pero en qué punto
de la península? ¿Era él acaso quien había
reunido a Phileas Fogg con la joven viajera? ¿Ese viaje a
través de la India, por el contrario había sido
emprendido con el fin de reunirse con tan linda persona? ¡Porque
era lindísima! Bien lo había advertido Fix en la sala de
audiencia del tribunal de Calcuta.
Fácil es comprender cuán inquieto
debía estar el agente. Ocurriósele la idea de
algún rapto criminal. ¡Sí! ¡Eso debía
ser! Tal pensamiento se incrustó en el cerebro de Fix,
reconociendo todo el partido que de semejante circunstancia
podía sacar. Fuese o no casada la joven, había rapto, y
era posible suscitar en Hong-Kong tales dificultades al raptor, que no
pudiera salir de ellas ni aun a fuerza de dinero.
Pero no había que aguardar la llegada del
Rangoon a Hong-Kong. Aquel Fogg tenía la detestable
costumbre de saltar de un buque a otro y antes que la denuncia se
entablase podía estar ya muy lejos.
Lo que importaba era prevenir a las autoridades
inglesas y señalar el paso del Rangoon antes del
desembarque. Nada era más fácil, puesto que el vapor
hacía escala en Singapur, y esta ciudad estaba unida con la
costa de China por un cable telegráfico.
Sin embargo, antes de obrar, y con el fin de proceder
con más seguridad, Fix resolvió interrogar a Picaporte.
Sabía que no era muy difícil hacerle hablar, y se
decidió a romper el disimulo que hasta entonces había
guardado. Pero no había tiempo que perder, porque era el 31 de
octubre, y al día siguiente el Rangoon debía hacer
escala en Singapur.
Saliendo, pues, aquel día de su camarote, Fix
subió a cubierta con intento de salir al encuentro de Picaporte
dando muestras de la mayor sorpresa. Picaporte se estaba paseando a
proa cuando el inspector corrió hacia él, exclamando:
-¿Usted aquí en el Rangoon?
-¡El señor Fix a bordo! -respondió
Picaporte, altamente sorprendido al reconocer a su compañero de
travesía del Mongolia-. ¡Cómo! ¡Le
deje en Bombay y le encuentro en camino de Hong-Kong! Entonces,
¿también da usted la vuelta al mundo?
-No -contestó Fix- y pienso detenerme en
Hong-Kong, al menos durante algunos días.
-¡Ah! - exclamó Picaporte, que tuvo un
momento de asombro-. ¿Y cómo no le he visto a usted desde
la salida de Calcuta?
-Cierto malestar... un poco de mareo... He guardado
cama en mi camarote... El golfo de Bengala no me hace tan bien como el
mar de las Indias. ¿Y su amo, el señor Fogg?
-Con buena salud y tan puntual como su itinerario.
¡Ni un día de retraso! ¡Ah! Señor Fix, no
sabe usted que también está con nosotros una
señora joven!
-¿Una señora joven? -dijo el agente, que
aparentaba perfectamente no comprender lo que su interlocutor
quería decir.
Pero Picaporte le puso pronto al corriente de la
historia. Refirió el incidente de la pagoda de Bombay, la
adquisición del elefante al precio de dos mil libras, el suceso
del sutty, el rapto de Auda, la sentencia del tribunal de
Calcuta, la libertad bajo fianza. Fix, que conocía la
última parte de estos incidentes, simulaba ignorarlos todos, y
Picaporte se dejaba llevar por el encanto de relatar sus aventuras a un
oyente que tanto interés demostraba en escucharle.
-Pero en suma -preguntó Fix-, ¿es que su
amo intenta llevarse a esa joven a Europa?
-No, señor Fix, no. Vamos a entregarla a uno de
sus parientes: rico comerciante de Hong-Kong.
-¡No hay remedio! -exclamó el detective,
disimulando su despecho-. ¿Quiere una copa de ginebra,
señor Picaporte?
-Con mucho gusto, señor Fix. ¡Nuestro
encuentro a bordo del Rangoon bien merece que bebamos!

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