Martín Paz
Capítulo VII La boda
interrumpida
El matrimonio de Andrés Certa con la hija del
judío Samuel era un verdadero acontecimiento, y las
señoras no se daban punto de reposo, confeccionando los lujosos
trajes que se proponían lucir en la fastuosa ceremonia.
En casa del judío Samuel, que deseaba celebrar
con gran pompa el matrimonio de Sara, se hacían también
grandes preparativos. Los frescos que adornaban su morada, según
la costumbre española, habían sido restaurados
suntuosamente; los tapices más ricos caían en anchos
pliegues sobre los huecos de las ventanas y las paredes de la
habitación; los muebles, esculpidos de maderas preciosas u
odoríferas, se amontonaban en los grandes salones impregnados de
deliciosa frescura; los arbustos exóticos, los productos de las
tierras calientes se elevaban serpenteando a lo largo de las
balaustradas y de las azoteas.
La joven había perdido la esperanza de volver a
ver a Martín Paz, puesto que el Zambo no la tenía, como
lo demostraba el hecho de no llevar en el brazo la señal de la
esperanza. Liberto había espiado los pasos del viejo indio, pero
no había logrado descubrir nada.
¡Ah! Si la pobre Sara hubiera podido realizar
sus deseos, se habría refugiado en un convento para acabar en
él su vida. Impulsada por atracción misteriosa e
irresistible hacia los dogmas del catolicismo y convertida secretamente
por el padre Joaquín a la única religión
verdadera, había ingresado en el seno de nuestra santa madre la
Iglesia, que tanto simpatizaba con las creencias de su alma.
El padre Joaquín, a fin de evitar todo
escándalo, y sabiendo leer mejor en su breviario que en el
corazón humano, había dejado a Sara en la creencia de que
Martín Paz había muerto, porque lo más importante
para él era la conversión de la joven, que creía
asegurada con el matrimonio con Andrés Certa, ignorando,
naturalmente, las condiciones en que se había concertado.
El día, pues, de la boda, tan alegre para unos
y tan triste para otros, había llegado. Andrés Certa
había invitado a la ceremonia a toda la ciudad; pero sus
invitaciones no fueron atendidas por las familias nobles, que se
excusaron, pretextando motivos más o menos plausibles.
Llegada la hora en que debía efectuarse el
contrato, la joven no compareció.
El judío Samuel estaba profundamente
disgustado, y Andrés Certa fruncía el ceño,
mostrando su impaciencia. Una especie de confusión se reflejaba
en los rostros de los invitados, mientras millares de bujías,
cuya imagen multiplicaban los espejos, inundaban los salones de
resplandeciente luz.
En la calle, un hombre se paseaba presa de una
ansiedad mortal.
Era el marqués de Vegal.

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