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La familia Ratón

Editado
© Juan Suárez
11 de marzo del 2003
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La familia Ratón
Capítulo XII

Ha transcurrido algún tiempo; la familia Ratón ha conquistado definitivamente la forma humana, excepción hecha del padre, que siempre tan filósofo como gotoso, ha continuado siendo ratón. Otros, en su caso, habrían estado desesperados, se habrían quejado de la injusticia de la suerte y hubieran maldecido la existencia. Él se contentaba con sonreír, «dichoso -decía-, por no tener que cambiar sus costumbres».

Como quiera que fuese, a pesar de ser ratón, era un señor rico. Como su mujer no habría consentido en habitar el viejo queso de Ratópolis, ocupa un palacio suntuoso en una gran ciudad, capital de un país desconocido todavía, sin estar por eso más orgulloso. El orgullo y la altivez, o, más bien, la vanidad, la deja toda a la señora Ratona, convertida en duquesa. Hay que verla paseándose por sus habitaciones, ¡cuyos espejos acabará por gastar a fuerza de mirarse en ellos!

Aquel día, sin embargo, el duque Ratón se ha alisado el pelo con el mayor cuidado, y emplea en su tocado todo el tiempo que debe emplear un ratón que se estime. En cuanto a la duquesa, se halla adornada con sus mejores galas: tejido rameado, donde se mezclan el terciopelo de buena calidad, el crespón de China, el surá, la felpa, el satén, el brocado y el moaré; blusa a lo Enrique II; cela bordada con azabache, zafiros, perlas de varias anas de largo, reemplazando las diversas colas que ella había llevado antes de ser mujer; diamantes que sueltan destellos deslumbrantes; encajes que la hábil arácnida no habría podido hacer ni más finos ni más ricos; sombrero Rembrandt, sobre el que se escalona un parterre de flores; en fin, todo lo que está a la última moda.

Pero me preguntaréis: ¿por qué ese lujo...? He aquí por qué:

Hoy es el día en que debe celebrarse el matrimonio de la encantadora Ratina con el príncipe Ratín.

-¡Cómo! ¿Ratín príncipe...?

-Sí, queridos niños, Ratín se ha convertido en príncipe para complacer a su suegra.

-Pero ¿cómo ha podido ser eso?

-Muy sencillamente, comprando un principado.

-Bueno, pero los principados, por mucho que vayan de baja, deben costar bastante caros.

-Indudablemente; por eso Ratín consagró a su adquisición una buena parte del valor de la perla, porque no os habréis olvidado de la famosa perla encontrada en la ostra de Ratina, y que valía muchos millones.

Es rico, por consiguiente. Pero no vayáis a creer que la riqueza haya modificado sus gustos ni los de su prometida, que al casarse con él va a convertirse en princesa. ¡No! Aun cuando su madre sea duquesa, ella continúa siendo la jovencita modesta que vosotros conocéis, y el príncipe Ratín está más enamorado de ella que nunca. ¡Está tan hermosa con su traje blanco y sus guirnaldas de flores de azahar!

Inútil será decir que el hada Firmenta no ha dejado de acudir a la boda, de la que no deja de corresponderle una buena parte.

Es, pues, un día de fiesta para toda la familia. Así es que don Rata está magnífico; en su calidad de ex cocinero, ha llegado a ser un hombre político.

Ratana ya no es una oca, con gran satisfacción por su parte; es una señora de compañía. Su esposo ha sabido hacerse perdonar sus maneras desdeñosas de otros tiempos; su esposa ha vuelto a conquistarle por completo, y hasta el bueno de Rata llega a mostrarse un tanto celoso de los señores que mariposean en torno de su mujer.

Por lo que hace al primo Raté..., pero pronto va a aparecer y podréis contemplarle a vuestra satisfacción.

Los invitados se hallan reunidos en el salón grande, lleno de luces, embalsamado con el perfume de las flores, adornado con los más ricos muebles y espléndido, en suma, de elegancia y conforte.

De los alrededores han llegado muchas personas para asistir al matrimonio del príncipe Ratín. Los grandes señores, las grandes damas han querido asistir al cortejo de aquella encantadora pareja. Un mayordomo anuncia que todo está dispuesto para la ceremonia. Se forma entonces el cortejo más maravilloso que se puede ver, y que se dirige hacia la capilla, en tanto que se deja oír una armoniosa música.

Más de una huya fue precisa para el desfile de todos aquellos personajes. Al fin, en uno de los últimos grupos, apareció el primo Raté.

Un lindo joven, a fe mía; un verdadero figurín: manto de corte, sombrero adornado de una magnífica pluma con la que barre el suelo a cada saludo.

El primo es marqués y no hace mal papel en la familia. Tiene muy buen aspecto y sabe presentarse con distinción y gracia, así es que no le faltan los cumplidos y los halagos, que él recibe con cierta modestia. Puede observarse, sin embargo, que su fisonomía tiene cierto tinte de tristeza, y su actitud es algo embarazosa; baja los ojos y aparta las miradas, evitando las de cuantos se le acercan. ¿Por qué esta reserva...? ¿No es acaso, en la actualidad, tan hombre como cualquier duque u príncipe de la corte?

Helo aquí que se adelanta a ocupar el puesto que le corresponde en el cortejo, avanzando con paso acompasado, con paso de ceremonia, y llega al ángulo del salón, se vuelve... ¡Horror!

Por entre los pliegues de su uniforme, bajo su manto de corte, sale una cola, una cola de asno... En vano trata de disimular aquel vergonzoso resto de la forma precedente. ¡Está escrito que no se desembarazará de ello!

¡He aquí lo que son las cosas, queridos niños!; cuando uno empieza la vida mal, es sumamente difícil volver al buen camino. El primo es hombre y lo será para lo sucesivo; pero como ya ha llegado al grado más elevado de la escala, no puede contar con una nueva metempsicosis que le libre de aquella cola; habrá de conservarla hasta su último suspiro...

¡Pobre primo Raté!

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