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La familia Ratón

Editado
© Juan Suárez
11 de marzo del 2003
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La familia Ratón
Capítulo XV

Los recién casados acaban de ser conducidos a su habitación con gran pompa: el duque y la duquesa Ratón les acompañan con el hada Firmenta, que no ha querido abandonar a la joven pareja, cuyos amores ha protegido. Nada tienen que temer del príncipe Kissador ni del encantador Gardafur, que jamás han sido vistos en el país, y, sin embargo, el hada experimenta cierta inquietud, como un presentimiento secreto. Ella sabe que Gardafur se encuentra a punto de recobrar su poder de encantador, y esto no deja de intranquilizarla y preocuparla.

No hay que decir que Ratana está allí ofreciendo sus servicios a su joven ama, así mismo don Rata, que no quería separarse de su mujer, y el primo Raté, por fin, si bien en aquel momento la vista de la que ama debe destrozarle el corazón.

El hada Firmenta, que continúa llena de ansiedad, se apresura a mirar si el encantador Gardafur se oculta por algún sitio, tras una cortina, bajo cualquier mueble... Mira..., escudriña... ¡Nadie!

En vista de ello, al considerar que el príncipe Ratín y la princesa Ratina van a quedarse en aquella habitación y que están solos, comienza a cobrar confianza.

De pronto se abre una puerta lateral, muy bruscamente, en el momento en que el hada decía a la joven pareja:

-¡Sed felices!

-¡Todavía no! -gritó una voz terrible.

Gardafur acaba de aparecer agitando en su mano la varita mágica. ¡Firmenta ya nada puede hacer por aquella desventurada familia!

Todos han quedado mudos de estupor; inmóviles en el primer instante, retroceden en seguida en grupo, tratando de parapetarse tras el hada.

-¡Hada bondadosa...! ¿Nos abandonáis quizá...? ¡Protegednos!

-¡Firmenta -respondió Gardafur-, has agotado tu poder para salvarlos, y yo ahora he recobrado todo el mío para perderlos! ¡Tu varita no puede en la actualidad hacer nada por ellos, mientras que la mía...!

Y diciendo esto; Gardafur la agitaba, describiendo círculos mágicos y haciéndola silbar en el aire, como si estuviera dotada de una vida sobrenatural.

Ratón y los suyos comprendieron que el hada se hallaba desarmada, ya que no podía librarles mediante una metamorfosis superior.

-¡Hada Firmenta -volvió a gritar Gardafur-, tú hiciste hombres, pues ahora voy a hacer yo bestias!

-¡Piedad, piedad! -murmuraba Ratina, tendiendo sus manos hacia el encantador.

-¡No hay piedad! -respondió Gardafur-. El primero que sea tocado por mi varita quedará cambiado en mono.

Dicho esto, Gardafur marchó sobre el infortunado grupo, que se dispersó al verle acercarse.

¡Si los hubierais visto correr a través de la habitación, de la que no podían escapar, por hallarse cerradas las puertas, arrastrando consigo Ratín a Ratina, tratando de librarla del contacto de la varita mágica, poniéndose él delante, sin pensar en el peligro que él mismo corría...!

Él mismo, sí, pues el encantador acababa de exclamar:

-¡En cuanto a ti, hermoso joven, pronto te mirará Ratina con asco!

A estas palabras, Ratina cayó desvanecida en brazos de su madre, y Ratín avanzaba hacia la puerta principal, mientras Gardafur, precipitándose sobre él,

-¡A ti, Ratín! -gritaba.

En aquel preciso instante, se abre la puerta principal..., aparece el príncipe, y él es quien recibe el golpe destinado a Ratín...

El príncipe Kissador ha sido tocado por la varita... ¡Ya no es otra cosa que un horrible chimpancé!

¡A qué furor se entrega entonces! ¡Él, tan orgulloso de su belleza, tan lleno de altivez y jactancia, trocado ahora en mono, de faz repulsiva, largas orejas, hocico prominente, brazos que le llegan hasta las rodillas, una nariz aplastada, una piel amarillenta cuyos pelos se erizan...!

Un espejo se encuentra allí sobre una de las paredes, de la cámara... ¡Se mira...! Lanza un grito terrible... Salta sobre Gardafur, estupefacto de su torpeza..., le coge por el pescuezo y le estrangula con su robusta mano de chimpancé.

Entonces se abre el suelo, como es de rigor en todas las brujerías, un leve vapor se escapa de él y el malvado Gardafur desaparece en medio de un torbellino de llamas.

En seguida el príncipe Kissador se precipita sobre una ventana, la abre de un golpe, la franquea de un salto y corre a unirse a sus semejantes en el bosque próximo. ¡El príncipe Kissador ya no es otra cosa que un horrible chimpancé!

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