El volcán de oro (versión
original)
Primera parte - Capítulo XIII La parcela 129
En el lugar, el Forty Miles Creek se curvaba
ligeramente y presentaba su lado convexo hacia el este. En esta curva,
que comprendía alrededor de cuatrocientos metros, se
sucedían unas cuantas parcelas delimitadas por postes, de
acuerdo con las reglas de la ley minera del distrito, que dice
así:
"Toda persona mayor de dieciocho años que
posea un permiso especial de caza, pesca y mina, válido por un
año, obtenido mediante el pago de diez dólares, tiene
derecho de ocupar una parcela de doscientos cincuenta pies a lo largo
del arroyo, no pudiendo la anchura del paralelogramo sobrepasar mil
pies de una ribera a otra, si se traza una línea horizontal a
tres pies por encima del nivel de las aguas".
Conforme a esta ley se estableció la parcela
129, que era la última del Forty Miles Creek sobre el
territorio de Klondike. Limitaba con la frontera alasko-canadiense,
entre los dos postes, de los cuales uno indicaba su número y el
otro la fecha de la concesión.
El lote se extendía sólo en la orilla
derecha del estero, así que era de las que se denominan parcelas
de río.
Como se ve, el límite occidental de la parcela
129 era la frontera, y si los comisionados decidían trasladarse
hacia el este ya no pertenecería al territorio del Dominion. Era
importante, pues, que el trabajo de rectificación finalizara de
una vez y fijara de manera definitiva la situación del meridiano
ciento cuarenta y uno. No era sólo el interés de la
parcela de Josías Lacoste, sino de todas las otras parcelas que
limitaban con la frontera en esa parte de Klondike.
Más allá de la parcela 129, hacia el
norte, entre colinas bastante elevadas, se extendía una verde
pradera bordeada por todos lados por macizos de abedules y
álamos. El Forty Miles Creek paseaba sus rápidas
aguas, de un nivel todavía mediano, a través de un valle
enmarcado por cerros. A la derecha se veían casitas,
cabañas o chozas de prospectores, y sobre un espacio de dos a
tres kilómetros se contaban varios centenares de
trabajadores.
Del otro lado de la frontera, en territorio americano,
se encontraban parecidas instalaciones, sólo que el valle se
ensanchaba río arriba. Aparte de las parcelas de río, se
veían también numerosas parcelas de montaña, cuya
concesión implica una extensión que puede sobrepasar los
doscientos cincuenta pies sin llegar más allá de mil.
Como ya sabían Ben Raddle y Summy Skim, la
parcela 129 confinaba con la 127. Su propietario, el texano Hunter, la
explotaba desde hacía un año y acababa de empezar su
segunda campaña. Que Hunter hubiera tenido problemas con su
vecino Josías Lacoste era algo de lo que los dos primos estaban
seguros. Ya sabían de qué clase de tipo se trataba.
En cuanto a la propiedad de la parcela 129, es
innecesario decir que había sido regularmente establecida.
Josías Lacoste había recibido la concesión
conforme a las reglas en uso. Se hizo declaración del
descubrimiento, el Estado la aceptó y se registró dentro
de los plazos legales en la oficina del comisario de minas del
Dominion, tras el pago de setenta y cinco francos anuales. El
propietario debía pagar además el diez por ciento del oro
que extrajera, y se exponía a la pena de confiscación en
caso de fraude. Josías Lacoste jamás había
quebrantado la ley según la cual toda parcela que permanezca
inactiva durante setenta y dos horas en la buena estación
retorna al dominio público. No había habido
interrupción de los trabajos sino después de su muerte,
en espera de que sus herederos tomaran posesión de la
herencia.
La explotación emprendida por Josías
Lacoste había durado dieciocho meses y se había realizado
sin grandes beneficios. Los gastos de instalación, de
enrolamiento de personal, transporte, etc., fueron bastante elevados.
Sobrevino incluso una repentina inundación del Forty Miles
Creek, que ocasionó grandes daños al trastornar los
trabajos. En conclusión, el propietario de la parcela 129 apenas
había comenzado a cubrir los gastos cuando lo sorprendió
la muerte.
Pero, ya se sabe, en estos negocios tan azarosos,
¿qué prospector pierde alguna vez la esperanza?;
¿no se cree siempre en vísperas de encontrar una rica
vena, de descubrir algunas pepitas de gran valor, de lavar escudillas
de mil a cuatro mil francos?
Josías Lacoste habría tenido
éxito quizás, aunque sólo disponía de un
equipo limitado. No empleaba el sistema de los rockers y se
limitaba a cavar pozos de quince a veinte pies de profundidad, en una
capa aurífera que podía medir entre cinco y seis pies de
espesor medio.
El contramaestre que estaba al servicio de
Josías Lacoste proporcionó todas las informaciones
relativas a la explotación de la parcela. Desde el cese de los
trabajos y el despido del personal, había quedado como
guardián, en espera de que la explotación se reanudase
por cuenta de los herederos o del nuevo propietario.
El contramaestre se llamaba Lorique. Era un canadiense
de origen francés, de unos cuarenta años. Muy entendido
en el oficio de prospector, durante varios años había
trabajado en los yacimientos auríferos de California y de la
Columbia británica antes de trasladarse al territorio del Yukon.
Nadie hubiera podido dar a Ben Raddle datos más exactos sobre el
estado actual de la propiedad, sobre las ganancias efectuadas y por
efectuar y sobre su valor real.
En primer lugar se ocupó de alojar lo mejor
posible a Ben Raddle y a Summy Skim, que, ya se veía,
deberían pasar varios días en Forty Miles Creek.
En lugar de acampar bajo la tienda, aceptaron un cuarto de los
más modestos, pero limpio por lo menos, en la casita que
Josías Lacoste había hecho construir para él y su
contramaestre. Levantada a la entrada del barranco, en medio de un
macizo de abedules y álamos, proporcionaba un albergue adecuado
para esa época del año en que no había que temer
por el tiempo. Durante el invierno, es decir, durante siete y ocho
meses, permanecía cerrada. Cuando se licenciaba al personal,
Josías Lacoste y Lorique regresaban a Dawson City, a esperar la
reanudación de los trabajos.
Mientras los prospectores y los obreros no descansaban
ni de día ni de noche en las otras parcelas, la 129 estaba
abandonada desde hacía cuatro meses, fecha a la que se remontaba
la muerte de su propietario.
En cuanto a la comida, el contramaestre no
tendría ninguna dificultad para alimentar a sus
huéspedes. Existían en esa región, como en todo el
Klondike, sociedades de aprovisionamiento. Se organizaban en Dawson
City, donde recibían las vituallas de los yukoneros del gran
río, y extendían su servicio a todos los territorios en
explotación; obtenían grandes ganancias, por los elevados
precios de los diversos artículos de consumo y la cantidad de
trabajadores empleados en el distrito.
Al día siguiente de su llegada al Forty
Miles Creek, Ben Raddle y Summy Skim, guiados por Lorique,
visitaron el emplazamiento de la parcela, deteniéndose ante los
pozos ya despejados de los hielos del invierno, al fondo de los cuales
se amasaba el precioso barro.
Lorique les relató entonces los comienzos de la
explotación, después de que su tío, una vez
cumplidas las formalidades y pagados los derechos, tomó
posesión del lote 129.
-El señor Lacoste -dijo- no empleó al
principio a su personal, compuesto por unos cincuenta obreros, en abrir
pozos en la orilla del estero. Se limitó a realizar la raspadura
superficial que exige la ley. Solamente hacia el fin de la primera
campaña los pozos penetraron hasta la capa metálica.
-¿Y cuántos pozos abrieron en esa
época?
-Catorce -respondió el contramaestre-. Cada uno
tenía un orificio de nueve pies cuadrados, como ustedes pueden
ver. Han permanecido en el estado en que estaban, y bastaría
seguir escarbando para reiniciar la explotación.
-Pero -preguntó a su vez Summy Skim-, antes de
cavar los pozos, ¿qué ganancias dio la raspadura del
suelo? ¿El rendimiento cubría los gastos?
-Sin duda que no, señor -respondió
Lorique-, y lo mismo ocurre en casi todos los yacimientos cuando uno no
hace más que lavar la arena y los guijarros
auríferos.
-Ustedes trabajan solamente con plato y escudilla
-observó Ben Raddle.
-Únicamente, señores, y es raro que
hayamos llegado a platos de quince francos.
-Mientras que en las parcelas del Bonanza se hacen dos
o tres mil por plato -exclamó Summy Skim.
-Crean ustedes que es la excepción
-declaró el contramaestre-, y, si se obtiene un promedio de cien
francos, ya es como para sentirse satisfecho. En cuanto a la parcela
129, no ha sobrepasado jamás los seis o los siete francos, y
como los salarios de los obreros llegan hasta siete francos cincuenta
la hora...
-¡Triste resultado! -dijo Summy Skim.
Ben Raddle preguntó entonces:
-¿Por qué se esperó tanto tiempo
antes de horadar los pozos?
-Porque es necesario que el agua, de la que se van
llenando poco a poco, se congele -respondió Lorique-. De este
modo forma una especie de blindaje sólido que mantiene las
paredes y permite cavar otros pozos sin provocar derrumbes.
-Así que -dijo Ben Raddle-, ha sido necesario
dejar pasar el invierno para utilizarlos.
-Es lo que hemos hecho, señor Raddle
-respondió el contramaestre.
¿Y qué profundidad tienen?
-De diez a quince pies, es decir, hasta la capa donde
se encuentran generalmente los depósitos auríferos.
-¿Y cuál es, lo más a menudo, el
espesor de esa capa?
-Alrededor de seis pies.
-¿Y cuántos platos da un pie
cúbico de la materia que se extrae?
-Más o menos diez, y un buen obrero es capaz de
lavar una centena por día.
-Así, pues, ¿estos pozos todavía
no han dado nada? -preguntó Ben Raddle.
-Todo estaba listo para que empezaran a funcionar
cuando sobrevino la muerte del señor Josías y el trabajo
tuvo que suspenderse.
Estas informaciones interesaban mucho a Ben Raddle, y
era evidente que provocaban también un cierto interés en
su primo. Lo que le interesaba era saber lo más exactamente
posible el valor de la parcela. Para ello era preciso poseer un
conocimiento exacto de lo que había rendido en la primera
campaña. Le hizo la pregunta al contramaestre.
-Extrajimos unos treinta mil francos de oro, y los
gastos han absorbido más o menos dicha suma. Pero a mí no
me cabe duda de que la vena del Forty Miles Creek es buena. En
las parcelas vecinas, cuando los pozos han funcionado, el rendimiento
ha sido considerable.
-Y bien, Lorique, seguramente usted sabe que un
sindicato de Chicago nos ha hecho una oferta de compra.
-Lo sé, señor. Sus agentes vinieron a
visitar el terreno hace tres meses.
-Yo le preguntaría, pues -dijo Ben Raddle-,
¿cuál puede ser, a su juicio, el valor de esta
parcela?
-Basándome en el rendimiento obtenido en las
otras parcelas del Forty Miles Creek, no lo calculo en menos
de doscientos mil francos.
-¿Y se pagó por ella...?
-El señor Lacoste pagó cincuenta
mil.
-Doscientos mil francos -dijo Summy Skim- es una
bonita cifra, y no tendríamos que lamentar nuestro viaje si
recibimos ese precio. Pero el sindicato no quiere mantener su
ofrecimiento mientras el problema fronterizo no esté
definitivamente resuelto.
-Y qué importa -respondió el
contramaestre que la 129 esté en territorio canadiense o de
Alaska. No tiene menos valor por eso.
-Nada más exacto -declaró Ben Raddle-,
pero no es menos cierto que las proposiciones de compra han sido
retiradas, aunque esto no tenga una explicación clara.
-Lorique -preguntó Summy Skim al
contramaestre-, ¿cree usted que esta rectificación de la
frontera se hará pronto?
-No puedo responder más que una cosa,
señores -declaró Lorique-1, y es que la comisión ya comenzó sus
trabajos. ¿Cuándo terminarán? Pienso que ninguno
de los comisarios puede decirlo. Están asesorados por uno de los
más notables expertos en catastros de Klondike, el señor
Ogilvie, que ha levantado con precisión el catastro del
distrito.
-¿Y qué piensa usted del resultado de la
operación? -preguntó Ben Raddle.
-Que va a llenar de confusión a los americanos
-respondió el contramaestre-. Si la frontera no está
donde debe estar, quiere decir que habrá que trasladarla al
oeste.
-Y en ese caso, la 129 estará siempre segura de
figurar en el territorio del Dominion -concluyó Summy Skim.
-Tal como usted dice -afirmó Lorique.
Ben Raddle preguntó entonces al contramaestre
cómo habían sido las relaciones de su tío con el
propietario de la parcela vecina, la 127.
-¿Ese texano y su compañero, Hunter y
Malone?
-Exactamente.
-Han sido muy desagradables, lo digo con absoluta
claridad. Son dos pillos esos americanos. A propósito de
cualquier cosa nos han buscado querella y enseguida sacan el
puñal. En el último tiempo hemos tenido que trabajar con
el revólver en el bolsillo. Muchas veces los agentes han debido
intervenir para hacerlos entrar en razón.
-Es lo que nos dijo el jefe de la policía
montada que encontramos en Fort Cudahy -declaró Ben Raddle.
-Y -añadió Lorique- pienso que
tendrá que intervenir todavía. La verdad, señores,
es que no habrá paz mientras no hayan expulsado a esos dos
bandidos.
-¿Y cómo podrían hacerlo?
-preguntó Summy Skim.
-Nada más fácil, y crean ustedes,
señores, que se hará si la frontera se traslada
más al oeste. La parcela 127 quedará entonces en
territorio canadiense, y Hunter deberá someterse a las
exigencias de nuestra administración.
-Y naturalmente -observó Summy Skim-, Hunter es
de los que pretenden que el meridiano ciento cuarenta y uno debe ser
trasladado hacia el este.
-Por supuesto -respondió el contramaestre-, y
ha amotinado a todos los americanos de la frontera, tanto a los del
Forty Miles Creek como a los del río Sixty
Miles. Más de una vez han amenazado con invadir nuestro
territorio y apoderarse de nuestras parcelas. Hunter y Malone los
empujan a estos excesos. Las autoridades de Ottawa han hecho llegar sus
quejas a Washington, pero no parece que el gobierno de la Unión
tenga mucha prisa en ocuparse de ellas.
-Espera, sin duda -dijo Ben Raddle-, que la
cuestión de la frontera se haya arreglado.
-Es probable, señor Raddle, y mientras ustedes
no hayan cedido a otro la parcela 129, tengan cuidado,
manténganse alerta. Cuando Hunter sepa que los nuevos
propietarios llegaron al Forty Miles Creek, no sería
nada de raro que intente alguna bribonada.
-Estamos prevenidos -respondió Summy Skim-, y
sabremos tratar a esos facinerosos como se lo merecen.
Recorriendo la extensión de la parcela
después de haber subido hasta su límite norte, los primos
y el contramaestre bajaron hasta la orilla izquierda del estero. Se
detuvieron cerca del poste que indicaba la separación de las dos
propiedades. La 127 se mostraba en plena actividad. El personal de
Hunter trabajaba en los pozos cavados río arriba. Después
de haber sido lavado, el barro arrastrado por el agua de las acequias
iba a perderse en la corriente del Forty Miles Creek. Se
veían también algunas embarcaciones que descendían
el río, no sin haber pagado antes las tarifas correspondientes
en la frontera, donde la aduana ejercía una severísima
vigilancia.
Ben Raddle y Summy Skim trataron vanamente de
reconocer entre los obreros a Hunter y Malone. No los divisaron.
Lorique pensaba que, después de haber pasado algunos días
en el lugar, habían ido hacia el oeste, a esa parte de Alaska en
la que se señalaban nuevas regiones auríferas.
Cuando terminaron la visita de la parcela, los dos
primos y el contramaestre regresaron a la casita, donde les esperaba la
comida. No tenían que ocuparse de Neluto. Al indio le bastaba
con el carro, y el caballo tenía asegurada su
mantención.
Cuando terminaron de comer, Summy Skim preguntó
a Ben Raddle lo que pensaba hacer y si su intención era
prolongar su estancia allí.
-Ya conoces la propiedad -dijo-, sabes en qué
estado está y cuál es su valor. No creo que puedas saber
más quedándote.
-No es lo que pienso -respondió Ben Raddle-.
Quiero conversar más con el contramaestre, examinar las cuentas
de nuestro tío Josías, y no pienso que sea demasiado
permanecer aquí otras cuarenta y ocho horas.
-Vaya por las cuarenta y ocho horas -dijo Summy Skim-,
pero, mientras tú verificas la contabilidad, yo me
permitiré cazar en los alrededores.
-Sí, a condición de no extraviarte y de
no exponerte a algún mal encuentro.
-Puedes estar tranquilo, Ben. Me haré
acompañar por el buen Neluto, que conoce el país.
-Haz lo que te parezca, pues, te lo repito, me parece
indispensable acampar aquí algunos días.
-Vaya -sonrió Summy Skim-, he aquí que
las cuarenta y ocho horas de las que hablabas se han transformado en
algunos días...
-Sin duda -respondió Ben Raddle-, y si yo
hubiera podido ver a los obreros lavar algunos platos en mi
presencia...
-Eh, cuidado, Ben -exclamó Summy Skim-. No
hemos venido como prospectores a la parcela 129, sino solamente para
saber cuánto vale.
-Entendido, Summy, entendido. Pero no olvides que no
podemos tratar de la venta de nuestra parcela en este momento. Es
necesario que la comisión de rectificación acabe sus
trabajos, que el experto en catastros entregue su informe... Y durante
ese tiempo, no veo por qué Lorique no podría reiniciar la
explotación.
-Entonces -dijo Summy Skim-, estamos condenados a
echar raíces aquí hasta que coloquen a ese maldito
meridiano en su verdadero lugar.
-¿Dónde más pasaríamos ese
tiempo, Summy?
-En Dawson City.
-¿Y estaríamos mejor allí?
Summy Skim no respondió. Ya veía que su
primo ardía en ganas de meter las manos en la masa... o
más bien en el barro. Y una vez que le hubiera tomado el gusto,
¿no sentiría la tentación de continuar la obra del
tío Josías?
"No, no", se dijo Summy Skim. "De buen
grado o por la fuerza, tengo que impedírselo."
Tomó su fusil, llamó a Neluto y ambos
dejaron la casa y remontaron el barranco hacia el norte.
Summy Skim no se equivocaba. Ya que se le había
presentado la ocasión, Ben Raddle estaba decidido a estudiar la
explotación de un terreno, y sobre todo de un terreno que se
había convertido en su propiedad. Sin duda, cuando partió
de Montreal, el ingeniero no tenía otra idea que ceder el lote
129 después de haber conocido su valor. Pero he aquí que
una circunstancia inesperada lo obligaba a prolongar su estancia en
Forty Miles Creek tal vez durante algunas semanas.
¿Cómo resistir la tentación de utilizar los pozos
ya abiertos, de verificar su rendimiento? Además,
¿había hecho el tío Josías todo lo
necesario para obtener buenos rendimientos? ¿No se había
contentado con seguir los viejos métodos de los buscadores de
oro, evidentemente muy rudimentarios? Él, como ingeniero,
sería capaz de encontrar un procedimiento más
rápido, más productivo... En fin, de las entrañas
de ese suelo que le pertenecía se podían extraer cientos
de miles de francos. ¿Era razonable entregarlos a un sindicato
por un precio ridículo?
Tales eran las ideas que se agitaban en el
espíritu de Ben Raddle. Por ello no lo contrariaba que la
cuestión de la frontera y el aplazamiento de las proposiciones
de la sociedad Anglo American Transportation and Trading
Company lo obligaran a esperar. Haría que Summy Skim
aprendiera a tener paciencia. Pensaba que su primo llegaría a
tomarle el gusto a la empresa.
Así, pues, cuando el contramaestre le
proporcionó todos los documentos y se sumió en el estudio
de las cuentas del tío Josías, dijo:
-Si usted tuviera que contratar personal,
¿podría hacerlo todavía?
-No lo dudo -respondió el contramaestre-. Miles
de emigrantes repartidos por el distrito buscan trabajo y no lo
encuentran. Llegan todos los días a los yacimientos del
Forty Miles Creek. Pienso incluso que, en vista de la
afluencia, estos hombres no podrían pretender salarios muy
elevados.
-¿Serían necesarios unos cincuenta
mineros?
-Unos cincuenta. El señor Lacoste no empleaba
más.
-¿En cuánto tiempo podría usted
reunir ese personal? -preguntó Ben Raddle.
-En veinticuatro horas -respondió el
contramaestre.
Luego añadió:
-¿Acaso tiene usted la intención de
hacer prospección por su cuenta, señor Raddle?
-Tal vez, mientras no entreguemos la parcela a un
precio justo.
-En efecto, y eso le permitirá a usted apreciar
mejor el valor de la parcela y ser más exigente con los
sindicatos que le propongan comprarla.
-Por lo demás, ¿qué vamos a hacer
aquí hasta el día en que la cuestión de la
frontera quede solucionada de una manera o de otra?
-Exacto -respondió el contramaestre-, y,
finalmente, ya sea la parcela americana o canadiense, no valdrá
nunca menos de lo que vale, y yo siempre he tenido la idea de que las
parcelas de los afluentes que están a la izquierda del Yukon no
son en absoluto inferiores a las que están en la orilla derecha.
Tenga la seguridad, señor Raddle: se hará fortuna tan
rápidamente en el Sixty Miles o en el Forty Miles
Creek que en el Bonanza o en el Eldorado.
-No lo olvidaré, Lorique -respondió Ben
Raddle, satisfecho de estas respuestas, que tan bien concordaban con
sus propios deseos.
Y, como si comprendiera que una última
eventualidad podía presentarse todavía en la mente del
ingeniero, el contramaestre añadió:
-Sí, señor Raddle. Cualquiera que sea el
resultado obtenido por la comisión de rectificación, la
parcela 129 no será menos de lo que es. Usted no debe abrigar la
menor inquietud. Su parcela es canadiense, lo más canadiense que
se pueda concebir, y seguirá siéndolo.
-Deseo que así sea -respondió Ben
Raddle-. Consultaré con mi primo Skim y le propondré la
reanudación del trabajo de nuestro tío.
Lo que Ben Raddle entendía por consultar a su
primo era tan sólo ponerlo al corriente de sus proyectos, sin
dejarlo discutir mucho, según su costumbre. Cuando Summy Skim
regresó de la caza con unas perdices y unas becadas, se
contentó con decirle:
-He reflexionado, Summy, y ya que estaremos retenidos
aquí por algunos meses, lo mejor que podemos hacer es reiniciar
la explotación.
-¿Nosotros, prospectores? -exclamó Summy
Skim.
-Sí, en espera de que se venda nuestra
parcela.

1. A partir de
aquí, Verne llama al contramaestre "Lorrique".
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