El volcán de oro (versión
original)
Primera parte - Capítulo VIII Al lago Lindeman
La tarde de esa jornada la dedicaron al reposo. Era la
ocasión también de hacer algunos preparativos para la
navegación a través de los lagos, de lo que se
ocupó sin tardar el scout. En verdad, Summy Skim y Ben
Raddle no podían sino felicitarse de haber tratado con este
hombre prudente, que se había ganado la confianza de todos.
El equipo de Bill Stell1 se hallaba en el extremo del lago Lindeman, en un
campamento que ya ocupaban miles de viajeros. Su establecimiento
principal estaba al otro lado de una colina. La instalación
comprendía una casita de madera dividida en varias habitaciones
bien cerradas, junto a la cual se hallaban los galpones en los que se
guardaban los trineos y otros vehículos de transporte.
Detrás se encontraban los establos para los animales de tiro y
las casetas para los perros.
Este paso empezaba a ser más frecuentado que el
Paso Blanco, aunque este último desembocara directamente en el
lago Benett, evitando la travesía del Lindeman. En este lago, ya
estuviera solidificado por el hielo o presentara sus aguas libres, el
transporte del personal y del equipo de los mineros se efectuaba en
mejores condiciones que en la superficie de las extensas planicies y a
través de los espesos macizos que existen entre el extremo del
Paso Blanco y la ribera sur del lago Benett. Así pues, esta
estación elegida por el scout se hacía cada vez
más importante. De hecho, el transporte de Skagway a Dawson City
constituía un buen negocio; más seguro, evidentemente,
que la explotación de los yacimientos de Klondike.
Bill Stell no era el único que se dedicaba a
esta productiva actividad. Otros la ejercían, ya fuera en la
estación del lago Lindeman, ya en la del Benett. Se puede
incluso decir que estos empresarios de origen canadiense o americano no
resultaban suficientes, ya que eran miles los emigrantes que
afluían en esta época del año y que tenían
prisa por estar en Dawson City en el comienzo del período de
explotación, que se abre por lo general las primeras semanas del
mes de mayo.
Ahora bien, muchos de estos emigrantes no se
dirigían ni al scout ni a sus colegas, por razones de
economía. Se veían entonces forzados a conducir su
equipamiento desde Skagway y cargar sus trineos con los barcos
desmontables de madera, y ya se ha visto lo difícil que es
atravesar con esa pesada impedimenta la cadena del Chilkoot. No eran
menores estas dificultades en el Paso Blanco. En uno como en otro
camino buena parte del material quedaba en un estado lastimoso.
Algunos, para evitar las dificultades o el gasto,
recurren a otro medio. En lugar de conducir sus barcos a la ribera de
los lagos, encuentran más provechoso hacerlos construir en el
lugar o construirlos ellos mismos. En esa región boscosa los
materiales no faltan. Pero cuánta demora hay que soportar: el
tiempo de talar los árboles, cortarlos en largueros o en tablas,
acondicionarlos sólidamente para que puedan resistir los
violentos choques que tan frecuentemente se producen contra los
témpanos o contra las rocas. Algunos astilleros han ido
surgiendo en tomo de la estación, lo mismo que aserraderos, y la
construcción tiende a activarse.
A la llegada de la caravana, Bill Stell fue recibido
por su contramaestre. Habitaba éste en la casita con algunos
hombres, canadienses como él. De ordinario trabajaban como
pilotos, conduciendo los barcos de lago en lago hasta el curso del
Yukon. Se podía confiar en su habilidad. Sabían
cómo efectuar esta navegación, difícil incluso
cuando se ha producido el deshielo.
La temperatura era muy baja y a Summy Skim y a las
religiosas les vino bien alojarse en la casa del explorador, que les
proporcionó las mejores habitaciones. Entre el interior y el
exterior la diferencia de temperatura era de veinte grados. En cuanto a
su estancia, no se prolongaría más de veinticuatro horas;
los barcos estaban listos para recibir el equipaje, y respecto a las
provisiones, en la estación del lago Benett las
conseguirían en las condiciones más favorables.
Sor Marta y sor Magdalena se retiraron a su
pequeña habitación, calentada por una estufa. Al
acompañarlas, Summy Skim les aseguró que, por lo que se
refería al viaje entre Skagway y Dawson City, lo más duro
ya había pasado.
Cuando regresó a la sala de estar, el
scout, que lo había escuchado, creyó que era su
deber aclararle:
-Sí, lo más duro ha pasado por lo que se
refiere a la fatiga, pero no en cuanto al tiempo, y quedan varios
cientos de leguas que recorrer para llegar a Klondike.
-Lo sé, mi buen Bill -respondió Summy
Skim-, pero tengo alguna razón al pensar que esta segunda parte
del viaje se efectuará sin peligros ni fatigas.
-Está en un error, señor Skim
-respondió el explorador.
-Sin embargo, no tendremos más que abandonarnos
a la corriente de los lagos y de los ríos.
-Por supuesto, pero no olvide que todavía queda
mucho para que termine el invierno. Cuando se produzca el deshielo,
nuestro barco quedará a la deriva en medio de los
témpanos y más de una vez tendremos una navegación
muy penosa.
-Decididamente -dijo Summy Skim-, todavía hay
mucho por hacer para que el turista pueda viajar cómodamente a
través de estos territorios del Dominion. Es más, pienso
que ese día nunca llegará...
-¿Por qué no? -replicó Ben
Raddle-. Bastaría con poner un tren. ¿No van a empezar ya
los trabajos del ferrocarril de Skagway al lago Benett, que
deberá seguir hasta Fort Selkirk? Un trayecto de cinco horas
hasta el lago, con tres trenes al día, a cincuenta francos el
billete, la tonelada de flete a treinta francos... Dos mil hombres va a
emplear en este trabajo el ingeniero Hawkins; les pagará un
franco cincuenta por la hora...
-¡Bueno, bueno! -exclamó Summy Skim-, yo
sé que tú siempre estás bien informado, mi querido
Ben. Pero hay algo que olvidas y que los ingenieros olvidan
también: cuando el ferrocarril esté terminado y listo
para funcionar, ya no habrá más oro en Klondike. Y sin
yacimientos, sin prospectores, sin negocios, el país será
abandonado.
¿Tiene usted la misma opinión, Bill
Stell? -preguntó Ben Raddle.
El guía se limitó a mover la cabeza.
A otra pregunta que le formuló Ben Raddle
respondió extendiendo un mapa bastante rudimentario del
territorio regado por el Yukon, desde la región de los lagos
hasta la frontera de Alaska, al otro lado del Klondike.
-He aquí el lago Lindeman, que se extiende al
pie del Chilkoot y que tendremos que atravesar en toda su longitud.
-¿Cuánto mide?
-Dos leguas solamente -respondió el
scout-, lo que exige poco tiempo cuando la superficie
está uniformemente helada o cuando está enteramente libre
de hielos.
-¿Y luego?
-Tendremos que transportar nuestro barco y nuestro
equipaje hasta la estación del lago Benett: una media legua de
distancia. El tiempo del trayecto depende de la temperatura, que usted
ya sabe cómo puede variar de un día a otro.
-En efecto -confirmó Ben Raddle-, diferencias
de quince a veinte grados según el viento sople del norte o del
sur.
-En suma -añadió Bill Stell-, prefiero
un frío seco que solidifique la nieve del suelo, pues se puede
deslizar sobre ella un barco como si fuera un trineo. Un buen tiro de
perros basta.
-En fin -dijo Summy Skim-, hemos llegado al lago
Benett.
-Sí -respondió el scout-, y su
longitud de norte a sur es de una docena de leguas. Pero no se pueden
emplear menos de tres días para atravesarlo, por los descansos
que es necesario hacer. Además, sus aguas todavía no
están libres.
-Más allá -dijo Summy Skim, consultando
la carta- hay otro trayecto por tierra.
-No, es el río Caribú, de una legua de
largo, que comunica el lago Benett con el lago Tagish, de siete a ocho
leguas de largo, y que da acceso al lago Marsh, que tiene una longitud
parecida. Después de este último hay que seguir, durante
unas diez leguas, los recovecos de un río, en cuyo curso se
encuentran los rápidos de White Horse, que son muy
difíciles y a veces muy peligrosos de atravesar. Después,
se llega a la confluencia con el río Tahkeena, que nos lleva a
la entrada del lago Labarge. Durante este trayecto se pueden producir
las peores demoras a causa de los rápidos de White
Horse. Me ha ocurrido que he tardado a veces toda una semana en la
navegación hacia el Labarge.
-¿Y ese lago no es navegable? -preguntó
Ben Raddle.
-Perfectamente navegable a lo largo de sus trece
leguas -respondió Bill Stell-, pero no sería nada de
agradable atravesarlo en la época del deshielo. Sólo por
milagro el barco no quedaría triturado entre los hielos que
derivan hacia el río Lewis. Es preferible halar el barco a
tierra mientras persistan los fríos.
-Eso es mucho más largo -observó Summy
Skim.
-Es mucho más seguro -replicó el
scout-, y hablo por experiencia. Más de una vez me he
quedado cogido en medio del deshielo y he creído que nadie
salía vivo de ahí.
-Cuando lleguemos al lago Labarge veremos lo que
conviene hacer -declaró Ben Raddle.
-No creo que tengamos dificultades -respondió
Bill Stell-. La buena estación no parece que vaya a ser precoz
este año.
¿Cómo lo nota usted? -preguntó
Summy Skim.
-Por la ausencia de aves: perdices de las sabanas,
gangas y otras...
-Lástima -respondió Summy Skim-, porque
habría tenido la ocasión de hacer algunos disparos.
-Hay tiempo para todo -respondió el
guía-. Pensemos por ahora en salir de esta región de los
lagos. Después de haberla atravesado, cuando nuestro barco baje
junto a las orillas del Lewis y del Yukon, si la caza se presenta,
señor Skim, podrá tirar a su gusto.
-Y no quedará por mí, Bill, aunque
sólo sea para renovar nuestras provisiones.
-Stell -preguntó entonces Ben Raddle-, con la
excepción de los tramos que haya que recorrer por tierra,
¿nuestro barco va a conducirnos hasta Dawson City?
-Directamente, señor; en realidad, por agua es
como el viaje será más fácil.
-¿Y cuál es la distancia entre el lago
Labarge y el Klondike? -preguntó Ben Raddle.
-Unas ciento cincuenta leguas más o menos,
teniendo en cuenta los recodos de los ríos.
-Ya veo -declaró Summy Skim- que no hemos
llegado todavía.
-Sin duda que no -respondió el scout-,
y cuando hayamos llegado a Lewis, en el extremo norte del lago, no
estaremos más que a mitad de camino, como lo indica este
mapa.
-Pero tengo razón de pensar -observó Ben
Raddle- que ya no encontraremos dificultades tan grandes como en el
paso del Chilkoot.
-Se puede afirmar incluso -declaró Bill
Stell que dentro de cinco o seis semanas, cuando las corrientes de
agua estén libres, el viaje se hará sin problemas. Pero
ahora, a principios de mayo, como la estación no se ha
adelantado mucho, la duración del viaje será seguramente
mayor.
-¿Puede hacer un cálculo aproximado,
considerando que las circunstancias sean favorables?
-No menos de quince días más o menos
-respondió el explorador-. He visto a viajeros hacer el viaje de
Skagway a Dawson City en tres semanas, y a otros que han tardado dos
meses. Le repito: depende de la época en la que uno se ponga en
camino.
-Espero -dijo Ben Raddle- que lleguemos a Klondike en
la primera semana de junio.
-Yo también -respondió Bill Stell-, pero
no lo puedo asegurar.
-Bueno -dijo Summy Skim-, en previsión de este
largo viaje, reunamos fuerzas y, ya que tenemos la ocasión de
pasar una buena noche en la estación del lago Lindeman, vamos a
dormir.
Y, en efecto, fue una de las mejores noches que los
dos primos pasaron desde su partida de Vancouver. Las estufas,
generosamente alimentadas, mantenían una alta temperatura en la
casita, bien abrigada y bien cerrada.
Sor Marta y sor Magdalena fueron las primeras en
aparecer en la sala de estar al día siguiente. Se ocuparon de
preparar el café, y Summy Skim y Ben Raddle encontrarían
dos buenas tazas bien calientes en la mesa. Fue lo único que
tomaron antes de que se embarcaran para atravesar el lago Lindeman.
La partida no iba a efectuarse antes de las nueve.
Bill Stell contaba con que medio día sería suficiente
para llegar al extremo del lago y luego a la estación del lago
Benett, donde pasarían la noche más o menos en las mismas
condiciones. Lo mejor, naturalmente, era confiar en él. Era un
hombre experimentado, como ya habían podido comprobarlo los
primos.
Si en el interior de la casa la temperatura
sobrepasaba los siete grados sobre cero, en el exterior el
termómetro marcaba quince bajo cero. Esta diferencia obligaba a
tomar ciertas precauciones indispensables.
Summy Skim, al compartir el desayuno con las
religiosas, las comprometió a que se abrigaran muy bien en el
barco que los perros iban a halar hacia la superficie del lago.
-No nos faltan mantas -dijo-, y el frío no les
tiene más consideraciones a las religiosas que a los otros
viajeros. Lo permita o no la regla de su orden, van a envolverse bien
en pieles de los pies a la cabeza.
-No está prohibido -respondió sonriendo
sor Magdalena.
-Sea -respondió Summy Skim-. Lo que está
prohibido es exponerse inútilmente, y nosotros confiamos en que
ustedes tomarán en Dawson City todas las precauciones que exige
este clima abominable, en el que el termómetro baja hasta
cincuenta grados bajo cero.
-En invierno -observó Ben Raddle.
-En invierno, claro -respondió Summy Skim-. No
faltaba sino que fuera en verano. Y ahora, hermana Marta, y usted,
hermana Magdalena, pónganse los mitones y ¡en camino!
Eran las nueve cuando se dio la señal de
partir. Los hombres que habían acompañado al
scout desde Skagway debían seguirlo hasta Klondike. Sus
servicios serían muy útiles para la conducción del
barco transformado en trineo, el que esperaban que pudiera navegar en
el lago y descender el curso del río Lewis o del Yukon.
En cuanto a los perros, pertenecían a esa raza
tan notablemente aclimatada en esta región. Desprovistos de
pelos en las patas, son muy aptos para correr en la nieve sin riesgo de
quedar aprisionados. Pero no por el hecho de que estén
aclimatados hay que concluir que ya no son salvajes. En realidad,
parecen serlo tanto como los lobos o los zorros. Y no es precisamente
con caricias o con caramelos como sus conductores pueden
domesticarlos.
Entre los miembros del personal de Bill Stell se
encontraba un piloto al que estaba reservada la dirección del
barco durante la navegación. Se trataba de un indio de Klondike,
Neluto de nombre, que conocía muy bien su oficio y todas las
dificultades que ofrece la travesía de los lagos, los
rápidos y los ríos. Con nueve años al servicio del
scout en calidad de piloto, se podía confiar en
él.
De unos cuarenta años de edad, vigoroso,
diestro con sus manos, caminador infatigable, contrastaba con los
indios de esos territorios, como lo observó Summy Skim.
En efecto, los indígenas de la alta Columbia,
como los de Alaska, son generalmente feos, mal conformados, estrechos
de hombros, canijos, una raza que tiende a desaparecer. No son
esquimales, aunque posean el color muy oscuro de esas tribus
hiperbóreas. Lo que contribuye a darles un parecido con ellos
son los cabellos aceitosos, largos, flotantes, que dejan caer sobre sus
hombros.
Sin duda Neluto había ganado bastante en su
oficio, que lo ponía constantemente en contacto con los
extranjeros, aunque éstos no fueran, evidentemente, gente muy
selecta desde la invasión de Klondike por emigrantes de toda
procedencia. Antes de haber sido contratado por el scout
había estado al servicio de la Compañía de la
bahía de Hudson, como guía de los cazadores de pieles a
través de estos vastos parajes. Conocía perfectamente el
país por haberlo recorrido en todos los sentidos, incluso una
parte de la región situada más allá de Dawson
City, bajando el curso del Yukon hasta el límite del
círculo polar.
Neluto, por lo general poco comunicativo, sabía
bastante inglés como para comprender y ser comprendido. Por lo
demás, aparte de las necesidades de su oficio, no hablaba y,
como se dice, había que sacarle las palabras con
tirabuzón. No seria de él de quien Ben Raddle y Summy
Skim aprenderían gran cosa en relación con la
explotación de las parcelas en la región
aurífera.
Sin embargo, este hombre, perfectamente acostumbrado
al clima de Klondike, podía responder de manera provechosa
cualquier consulta sobre ello. Ben Raddle le había preguntado en
primer lugar qué pensaba del tiempo y si creía que el
deshielo llegaría pronto.
Como no se decidía a responder, sin duda porque
era un extranjero el que lo interrogaba, Bill Stell intervino y le
reiteró la pregunta.
Neluto declaró entonces que, a su juicio, el
fin de los grandes fríos llegaría dentro de unos quince
días, y que no se preveía para antes ni la
fundición de las nieves ni el deshielo.
De esta afirmación había que concluir
necesariamente que el barco no podría encontrar aguas libres al
principio del viaje, a menos que se produjera un brusco cambio en el
estado atmosférico, lo que no es raro en esas latitudes tan
elevadas.
En todo caso, no era una navegación sino un
deslizamiento lo que iba a efectuarse por la superficie del lago
Lindeman. Las religiosas podrían acomodarse en el barco, que se
deslizaría sobre uno de sus costados. Los hombres irían a
pie.
Partieron, pero no sin haber excitado a gritos y a
latigazos a los perros, que no parecían dispuestos a ponerse en
marcha. El lago se veía animado por el movimiento de la
muchedumbre. Varios cientos de emigrantes escoltaban vehículos
de todo tipo.
Como el hielo se presentaba bastante uniforme, Ben
Raddle y Summy Skim se habían calzado los mocasines y, si no
hubieran tenido la obligación de no distanciarse del barco,
habrían podido hacer la travesía del lago en media hora.
Pero era mejor que la caravana no se dispersara y que permaneciera
siempre bajo la dirección del scout.
El tiempo estaba calmo. La áspera brisa de la
jornada precedente se había suavizado y tendía a volverse
hacia el sur. Sin embargo, el frío era cortante -unos doce
grados bajo cero-, circunstancia favorable para la marcha, que se hace
tan difícil cuando hay tormentas de nieve.
De todos modos el camino no fue rápido y,
además, las religiosas prefirieron hacer a pie una parte del
trayecto. En algunos lugares el hielo se presentaba rugoso, escarpado,
y el barco daba unos tropezones y unas sacudidas que parecía que
se iba a volcar.
En pocas palabras, no pudieron recorrer los ocho
kilómetros del lago Lindeman antes de las once de la
mañana. La distancia hasta el lago Benett, no más de
media legua, precisó aproximadamente de una hora más. Al
mediodía, el scout y su caravana hicieron alto en la
estación situada en el extremo meridional del lago.

1. A partir de este
capítulo, Verne habla de Bill "Steel" en vez de
Stell.
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