El volcán de oro (versión
original)
Primera parte - Capítulo IX Del lago Benett a Dawson City
El lago Benett, uno de los más vastos de esta
región, se extiende sobre una longitud de diez leguas de sur a
norte.
Si se estableciera un servicio de vapores para
transportar a los emigrantes hasta los rápidos de White
Horse; si, después de un viaje terrestre hasta el otro lado
de estos rápidos, otros barcos dejaran a los hombres en el
extremo septentrional del lago Labarge, cuántas fatigas,
miserias y sufrimientos se ahorrarían antes de alcanzar el
río Lewis, que se convierte en el río Yukon en Fort
Selkirk... Es verdad que estos desplazamientos sólo
podrían efectuarse después del deshielo, cuando lagos y
ríos se hubieran liberado de la flotilla de témpanos que
continúa bajando hasta los últimos días de mayo.
Después habría que recorrer la distancia hasta Dawson
City, que se calcula en unas ciento veinte o ciento treinta leguas.
En todo caso, en esa época el servicio de
vapores no existía en los lagos ni en el río Lewis;
sólo estaba en proyecto, como ese ferrocarril que debe partir de
Skagway, así que los emigrantes deben resignarse al más
penoso de los viajes.
Evidentemente, cuando Klondike haya sido excavada y
vaciada hasta sus últimos yacimientos, esta muchedumbre de
mineros abandonará el país para siempre. Pero tal vez
pase medio siglo antes que la piqueta haya arrancado la última
pepita.
En la estación del lago Benett la
aglomeración era tan considerable como en el Sheep Camp
del paso del Chilkoot y en la estación del lago Lindeman. Varios
miles de emigrantes la ocupaban en espera de poder proseguir viaje. Por
todas partes se alzaban tiendas, que no tardarían en ser
reemplazadas por cabañas y casas si el éxodo hacia
Klondike continuaba todavía por algunos años.
En este embrión de aldea, que se
transformaría en pueblo y ciudad, ya había albergues que
a su vez se transformarían en hoteles. ¿Y no lo son ya
por el precio excesivo que cobran por el alojamiento y la comida, a
pesar de su falta absoluta de comodidad? Aparte de eso, la
estación cuenta con un puesto de policía y, en las
riberas del lago, muy boscosas, hay aserraderos y astilleros en
diversos puntos. La construcción de barcos se halla en
actividad.
Hay que añadir que los policías no deben
prestar sus servicios sólo en la estación. El gobernador
del Dominion los ha distribuido por todo el territorio. Sus funciones
son a veces peligrosas en medio de tantos aventureros diseminados por
la región, y apenas bastarían para asegurar el orden y la
seguridad en los caminos de Klondike.
El indio Neluto no se había equivocado en sus
previsiones sobre el tiempo. Después del mediodía se
produjo un brusco cambio en el estado de la atmósfera. El viento
ahora soplaba del sur, y el termómetro subió a cero
grado, síntomas que no se podían desdeñar y que
permitían pensar que la estación fría tocaba a su
fin. El deshielo definitivo provocaría un rápido
derretimiento de las superficies congeladas y el camino quedaría
abierto para la navegación en ríos y lagos.
Además, en esta primera semana de mayo el lago
Benett no estaba enteramente helado. Entre los campos de hielo
había canales sinuosos por los que un barco podía
internarse. El camino se haría más largo de esta manera,
pero la navegación sería bastante buena. En vez de los
cuarenta kilómetros de longitud que tiene el lago, habría
que recorrer el doble, pero se evitaría el arrastre de los
barcos sobre el hielo. Se ahorraría tiempo incluso, de cualquier
modo que se efectuara la navegación: a remo o a vela. En todo
caso la travesía ocasionaría menos fatigas.
Durante la tarde, la temperatura subió
todavía más. Se acentuó el deshielo. Algunos
témpanos empezaron a derivar hacia el norte. A menos que se
produjera un repentino retorno del frío en la noche
próxima, el scout esperaba llegar al extremo
septentrional del lago sin dificultades.
Summy Skim, Ben Raddle y las hermanas de la
Misericordia pudieron encontrar albergue hasta el día siguiente
en una de las casitas de la estación. No estuvieron allí
tan convenientemente alojados como lo habían estado la
víspera en la casita de su guía, pero por lo menos no
tuvieron que sufrir la promiscuidad del campamento.
El termómetro no bajó durante la noche y
por la mañana, el 9 de mayo, Bill Stell comprobó que la
navegación podría efectuarse en condiciones bastante
favorables. El viento soplaba del sur sin que nada indicara un posible
descenso de la temperatura. Las nubes se inmovilizaban en las zonas
altas y la brisa, si persistía, permitiría emplear la
vela con el viento en popa.
Desde temprano el scout se había
ocupado de acondicionar el barco y embarcar los equipajes y las
provisiones. Lo ayudaban Neluto y los otros canadienses que formaban su
equipo.
-¿Y bien? -le preguntó Summy Skim, que
había llegado a la orilla en compañía de su
primo-. ¿Hemos terminado ya con los fríos del invierno de
Klondike?
-No querría pronunciarme de manera absoluta
-respondió Stell-, pero me parece que los lagos y los
ríos no tardarán en despejarse. Además, navegando
por los pasos que dejan los hielos, aunque tardemos más, nuestro
barco...
-No tendrá que dejar su elemento natural
-concluyó Summy Skim-. Tanto mejor.
-¿Y qué piensa Neluto? -preguntó
a su vez Ben Raddle.
-Lo mismo que yo -respondió el
scout.
-Pero, ¿no son peligrosos esos témpanos
que navegan a la deriva?
-Nuestro piloto es hábil y tomará todas
las precauciones para evitarlos -respondió Bill Stell-.
Además, nuestro barco es firme. Ya lo ha probado, navegando en
medio del deshielo. De todas maneras, en caso de peligro podemos
refugiarnos en la orilla.
-Sería bastante fatigoso tener que desembarcar
-observó Summy Skim-, y ojalá podamos evitarles molestias
a nuestras compañeras de viaje.
-Haremos todo por eso, señor Skim
-respondió el scout-, y, además, no olvidemos
que lo mejor sería no tener que halar el barco durante una
decena de leguas. Nos tomaría no menos de una semana.
Llamó a Neluto, que acababa de bajar a la
orilla.
-¿Qué piensas tú del deshielo,
Neluto?
-Hace dos días que los primeros hielos
están a la deriva. El lago ya debe estar despejado.
-¿Y la brisa?
-Se levantó dos horas antes de amanecer, y nos
es favorable.
-¿Pero se mantendrá?
Neluto se volvió y recorrió con la
mirada el horizonte en dirección hacia el sur. Las nubes se
desplazaban imperceptiblemente. Ligeras brumas se deslizaban sobre los
flancos del Chilkoot.
-Creo que la brisa durará hasta la tarde -dijo
el piloto, extendiendo la mano hacia la montaña.
-¿Pero mañana? -preguntó Ben
Raddle.
-Mañana veremos -dijo simplemente Neluto.
-Embarquemos -ordenó Bill Stell.
Las monjas llegaron poco después.
El barco del scout era una especie de chalupa
o más bien de pontón de treinta y cinco pies de largo. En
la popa había un toldo, bajo el cual dos o tres personas
podían albergarse durante la noche, o durante el día en
caso de borrascas de nieve y ráfagas de lluvia. La
embarcación, de fondo plano, y que por consiguiente desplazaba
muy poca agua, medía seis pies de ancho, lo que le
permitía estar equipada con una gran vela. Esta tenía el
corte de la vela de trinquete de las chalupas de pesca, se amuraba
hacia la proa y se alzaba en un mástil de unos quince pies de
altura. En caso de mal tiempo, este mástil se podía
retirar fácilmente, se le tendía en la cubierta y el
barco seguía su marcha a remo.
Dada la disposición de la vela y la forma del
casco, esta embarcación no hubiera podido navegar con viento
contrario, pero con viento favorable alcanzaba bastante velocidad. Por
las sinuosidades de los canales que se formaban entre los campos de
hielo, no era raro que el piloto encontrara el viento delante.
Entonces, después de haber plegado la vela y tendido el
mástil, instalaba los remos, que maniobraban los cuatro robustos
canadienses.
Por lo demás, la superficie del lago Benett no
es considerable. No podría compararse con esos vastos mares
interiores del norte de América, donde las tempestades se
desencadenan con terrible violencia. Estas regiones altas del Dominion
y de Alaska, como las de la bahía de Hudson, no poseen
montañas que las protejan de las corrientes polares y a veces
son víctimas de tormentas que levantan olas monstruosas en los
lagos. Se comprende, pues, que una embarcación poco marinera no
pueda resistir y llegue a naufragar si le falta tiempo para alcanzar un
refugio.
A las ocho los preparativos estaban terminados y los
equipajes a bordo. El scout llevaba una cierta cantidad de
víveres como reserva: carne enlatada, bizcochos, té,
café, un tonelito de aguardiente, una provisión de
carbón para el horno que se había instalado de antemano.
Por lo demás, se contaba con la pesca, pues los peces abundan en
estas aguas, y también con la caza de perdices o gangas, que
frecuentan las orillas de lago.
El scout estaba en regla con la aduana, que
es muy exigente y no deja de molestar a algunos viajeros. Así
que pudo partir al instante y, tras izar la vela, el barco
abandonó la orilla.
El piloto Neluto se había instalado en el
timón, detrás del toldo ante el cual habían tomado
colocación las dos monjas. Summy Skim y Ben Raddle
acompañaban a Bill Stell. Los cuatro hombres del equipo,
situados a proa, apartaban los hielos con sus bicheros. El barco
marchó con viento favorable en la popa durante una media legua,
mas pronto fue necesario maniobrar para dirigirse al oeste y la
velocidad aminoró.
La principal preocupación del piloto era evitar
los témpanos que iban a la deriva, pues un choque con ellos
habría podido averiar la embarcación. No era tarea
fácil, pues había muchos barcos en los pasos. Varias
centenas, aprovechando el deshielo y el viento favorable, habían
dejado la estación del lago Benett por la mañana. En
medio de esta flotilla se hacía bastante difícil evitar
las embestidas y, cuando se producían, qué
vociferaciones, qué injurias y qué amenazas estallaban de
todos lados, sin hablar de los golpes que se intercambiaban de un barco
a otro.
Ben Raddle y Summy Skim observaban con curiosidad la
orilla derecha del lago, a la cual se aproximaban. Sobre la arena se
apretujaban matas de espinetas amarillentas. Más allá
había macizos de bosques cubiertos por una capa de nieve que
continuaba resistiendo los embates del viento. Se veían
aserraderos mecánicos cuyo vapor aleteaba por encima de las
techumbres de cortezas y de los que escapaban chillidos
metálicos. Se veían igualmente cabañas diseminadas
por la orilla y, a veces, algún caserío de chozas de
indios que se dedicaban a la pesca y cuyas canoas, tiradas en la arena,
esperaban que la navegación quedara libre en el lago.
En el fondo se dibujaban algunas alturas desnudas que
no protegían suficientemente el territorio contra las corrientes
heladas del norte.
Las brumas acumuladas desde la mañana hacia el
sur no se habían desvanecido bajo el efecto del viento, que, por
lo demás, tendía más bien a suavizarse. El sol no
había logrado atravesarlas. Se podía temer que bajaran
hasta la superficie de las aguas. Navegar en esas condiciones, en medio
de la deriva, hubiera resultado casi imposible. Lo mejor que se
podía hacer era atracar en algún punto de la orilla y
hacer alto allí hasta que cambiara el tiempo.
Después del mediodía se encontraron con
una embarcación de la policía que circulaba entre los
pasos y que a menudo tenía que intervenir en las
riñas.
El scout conocía al jefe de esta
embarcación, e intercambiaron algunas palabras.
-Siempre hay emigrantes que nos llegan de Skagway para
Klondike...
-Sí -respondió el canadiense-, y
más de los necesarios.
-Más son los que quedan por llegar...
-Seguro. ¿Cuántos cree usted que han
atravesado el lago Benett?
-Unos quince mil.
-¿Y no ha terminado?
-Lejos de eso.
-¿Se sabe si río abajo ya hay
deshielo?
-Es lo que se dice.
-Entonces podemos llegar al Yukon navegando...
-Sí, si no vuelve el frío.
-¿Se puede esperar eso?
-Se puede.
-Gracias.
-Buen viaje.
Sin embargo, aunque el tiempo era bueno y aunque Bill
Stell no experimentó grandes dificultades en el lago Benett, la
navegación no fue rápida; después de haber hecho
escala por dos noches, sólo llegó al extremo del lago por
la tarde del 10 de mayo.
En ese lugar nacía el pequeño río
o más bien canal de Caribú, que a menos de una legua de
distancia va a desembocar en el lago Tagish.
La partida no se efectuaría hasta el día
siguiente, después del descanso de la noche. No hubo necesidad
de instalar un campamento; el barco bastaría para el scout y sus
pasajeros.
Summy Skim quiso aprovechar las últimas horas
del día y fue a los campos vecinos a dispararles a las perdices
de sabana y a las gangas de plumaje verde pálido. Trajo varias
parejas, y algunos patos. Estas aves pululan en esta región
lacustre, y hubieran podido aprovisionarse para todo el viaje. Si Summy
Skim era buen cazador, Bill Stell, que se había unido a
él, no demostró ser menos. Se hizo un fuego con madera
seca en la orilla y la caza, asada ante una llama centelleante, fue muy
apreciada.
El lago Tagish, de siete leguas y media de largo,
está unido al lago Marsh por un estrecho pasaje que el deshielo
había obstruido durante la noche. En lugar de esperar a que el
pasaje quedara libre, el guía prefirió arrastrar el barco
a lo largo de una media legua. Alquiló para eso un tiro de
mulas. De este modo, pudo emprender ese mismo día la
navegación del lago Marsh a través de los pasos.
Llegados a este punto, y aunque habían dejado
Skagway hacía doce días, Bill Stell y sus
compañeros no habían recorrido más que ciento
sesenta y dos kilómetros.
Les harían falta por lo menos cuarenta y ocho
horas para atravesar el lago Marsh en toda su longitud, aunque
sólo tiene siete u ocho leguas. En efecto, el viento
había empezado a soplar del norte y, aunque no era muy fuerte,
lo tendrían en contra. Servirse de la vela sería
imposible, y con los remos la marcha no sería rápida.
En el transcurso de esta navegación las orillas
este y oeste permanecieron visibles, pues la anchura del lago apenas
alcanzaba los tres kilómetros. Lo enmarcan colinas bastante
elevadas, de aspecto pintoresco, completamente blancas por la nieve y
la escarcha. La flotilla de barcos parecía menos numerosa pues
una cantidad de embarcaciones se había quedado atrás a
causa de las dificultades.
Se hizo escala en el extremo del lago Marsh por la
tarde del 13 de mayo. Después de haber consultado la carta, Ben
Raddle dijo al scout:
-Ahora sólo nos queda un lago que atravesar, el
último de la región, ¿verdad?
-Sí, señor Raddle -respondió Bill
Stell-, el lago Labarge. Pero esta parte del viaje es la que presenta
las mayores dificultades.
-Sin embargo, scout, no tendremos que
arrastrar el barco en el río Lewis.
-En el río, no, pero sí en tierra
-respondió Bill Stell-, si no nos es posible atravesar los
rápidos de White Horse. Este pasaje es muy peligroso, y
más de una embarcación se ha perdido con pasajeros y
equipajes.
Estos rápidos constituyen, en efecto, el
más serio peligro para la navegación entre Skagway y
Dawson City. Ocupan tres kilómetros y medio de los ochenta y
cinco que separan el lago Marsh del lago Labarge. En esta corta
distancia, la diferencia de nivel de las aguas del río no es
inferior a treinta y dos pies. Además, la corriente está
plagada de arrecifes que pueden triturar una lancha si la corriente la
arroja contra ellos.
-¿No se puede ir por la orilla?
-Son impracticables -respondió el
scout-, pero se está preparando la instalación
de un tranvía que transportará los barcos con toda su
carga río abajo, en los rápidos.
-¿Y ese tranvía aún no
está terminado?
-No, aunque hay cientos de obreros trabajando.
-Y usted verá, mi buen Bill, que no
estará todavía terminado a nuestro regreso.
-A menos que ustedes permanezcan en Klondike mucho
más tiempo del que piensan -respondió Bill Stell-. A
Klondike uno sabe cuándo va, pero no sabe cuándo
regresa.
-¿Escuchas, Ben? -dijo Summy Skim,
dirigiéndose a su primo.
Este no respondió.
Al día siguiente, 15 de mayo, por la tarde, el
barco llegó a los rápidos de White Horse. No era
el único que se aventuraba en este peligroso paso. Otras
embarcaciones lo seguían, y ¡cuántas de ellas que
iban río arriba se encontrarían finalmente yendo
río abajo!
Se comprenderá, pues, que los pilotos que hacen
el servicio de los rápidos de White Horse exijan un
elevado precio por cruzar estos cuatro kilómetros. El precio,
que les resulta muy beneficioso, es de ciento cincuenta francos, y no
piensan abandonar este lucrativo oficio por el de prospectores.
A menudo, antes de lanzarse en la corriente es
necesario descargar los barcos de una parte de su equipaje. Se vuelve a
cargar después. Las embarcaciones así aligeradas pueden
conducirse con más seguridad entre los arrecifes.
Pero el scout, cuyo barco no llevaba una
carga tan pesada, no consideró indispensable tomar esta medida,
y Neluto fue de la misma opinión. Ambos, por lo demás,
conocían perfectamente los pasos.
-No se asusten -les recomendó el guía a
las religiosas.
-Tenemos confianza en ustedes -respondió la
hermana Marta.
En ese lugar la velocidad de la corriente es de cinco
leguas por hora. No se necesitaría, pues, mucho tiempo para
descender los tres kilómetros de los rápidos. Pero hay
que hacer tantas maniobras, dar tantas vueltas para evitar los
témpanos entre las rocas tan caprichosamente diseminadas entre
las dos orillas, hay tantos escollos en movimiento cuyo choque
destruiría la más sólida embarcación, que
la duración del trayecto se hace extremadamente larga. Varias
veces el barco, apoyado sobre los remos, tuvo que virar bruscamente
ante la amenaza de un choque ya con un témpano, ya con otro
barco. La habilidad de Neluto lo salvó de un desastre.
-¡Atención, atención!
-gritó el scout cuando el barco hubo realizado las tres
cuartas partes del trayecto.
Había que mantenerse bien asido a los bancos
para no ser arrojado por la borda. El último de los saltos es el
más temible, y allí se producen numerosas
catástrofes. Pero Neluto tenía la mirada certera, la mano
segura y una imperturbable sangre fría. El scout
sabía que podía confiar en él.
No se pudo evitar que una cantidad de agua entrara en
el barco en medio del furioso tumulto que provocaba el desnivel del
río, pero los hombres actuaron con rapidez para eliminar este
exceso de peso y el barco se halló de nuevo en buenas
condiciones.
Los dos primos no habían podido evitar cierta
emoción cuando el barco se lanzó, por así decirlo,
en el vacío. Las hermanas se habían persignado con mano
temblorosa, cerrando los ojos.
-Y ahora -exclamó Summy Skim-, ya ha pasado lo
más duro, ¿no es así, Bill?
-No hay duda -añadió Ben Raddle.
-En efecto, señores -declaró el
scout-. Sólo tenemos que atravesar el lago Labarge y
seguir el río Lewis durante unas ciento sesenta leguas. Hay,
sí, uno o dos pasos algo difíciles, pero que no se pueden
comparar con los rápidos de White Horse.
-Ya ven, hermanas -dijo Summy Skim, riendo-. No faltan
más que ciento sesenta leguas. Podemos decir que hemos llegado,
y no hay nada que temer.
-Tememos por ustedes, señores
-señaló sor Magdalena-, ya que cuando regresen
tendrán que remontar estos rápidos, lo que será
tal vez más peligroso...
-Tiene razón, hermana -respondió Summy
Skim-, y decididamente lo mejor sería no regresar.
-A menos que el tranvía esté en
funcionamiento -observó Ben Raddle.
-Como tú dices, Ben. Podríamos esperar
un año o dos...
Lo que sería todavía más
ventajoso, lo que haría que el viaje fuera más
fácil, sería el tren que se proyectaba construir de
Skagway a los rápidos de White Horse y de los
rápidos a Dawson City. Entonces, no más navegación
por los lagos, no más transportes por tierra en ningún
punto de la ruta. Se emplearían menos días que semanas se
emplean hoy para ir del Chilkoot a Klondike. Pero,
¿cuándo se ejecutarán esos proyectos? ¿Se
realizarán alguna vez?
La caravana del scout se encontraba a
trescientos cinco kilómetros de Skagway cuando alcanzó la
punta inferior del lago Labarge, en la tarde del 16 de mayo.
Después de haber conversado con Neluto, Bill
Stell decidió hacer un alto de veinticuatro horas en la
estación del lago Labarge. El viento norte soplaba con
violencia. El piloto no intentaría atravesar el lago en tales
condiciones. Una gran tempestad podía desencadenarse en
cualquier momento. El barco, a fuerza de remos, apenas hubiera podido
llegar lago adentro. Las ráfagas habían detenido los
témpanos que iban a la deriva hacia el ángulo sur del
lago y la temperatura bajaba. El termómetro marcaba dos grados
bajo cero.
La estación del lago Labarge, creada
según el mismo modelo y por las mismas necesidades que las de
los lagos Lindeman y Benett, comprendía ya una centena de casas
y cabañas. Una de las casas ostentaba pretensiosamente el nombre
de hotel. Como era de esperar, se cobraba en ella un precio excesivo
sin que presentase la menor comodidad.
Summy Skim, Ben Raddle y las religiosas encontraron
allí habitaciones disponibles.
Por la tarde, los dos primos y Bill Stell, reunidos en
el salón del hotel, conversaron, sobre la duración
probable del viaje.
-Después de la travesía del lago
Labarge, bajando el Lewis -dijo el scout-, no se pueden hacer
más de cuatro o cinco leguas por día. Como estamos
todavía a ciento sesenta leguas de Dawson City, no creo que
podamos llegar antes de la primera semana de junio.
-¿No navegaremos de noche? -preguntó Ben
Raddle.
-Sería imprudente. El río Lewis
está lleno de témpanos -respondió Bill Stell-, y
Neluto no querría arriesgarse.
-Entonces -observó Summy Skim-, abordaremos una
u otra orilla.
-Sí, señor, y si hay caza en los
alrededores usted tendrá la oportunidad de hacer una buena
faena.
-No me perderé la ocasión de hacer
algunos disparos.
-No se la perderá, estoy seguro.
-Pero -observó Ben Raddle-, llegar en la
primera semana de junio a Klondike, ¿no será ya demasiado
tarde para la explotación de la parcela?
-No, señor Raddle -respondió el
scout-. Piense en esos miles de emigrantes que están
todavía detrás y que llegarán después de
nosotros. Además, la explotación de las parcelas
sólo es posible a mediados de junio, cuando el suelo está
enteramente libre de nieve.
-Poco importa -dijo Summy Skim-. Nosotros no vamos
como prospectores de la parcela 129, sino para venderla al mejor
precio. Y, admitiendo que el asunto nos retenga hasta julio, tendremos
tiempo de regresar a Montreal antes del invierno.
El lago Labarge, de unos cincuenta kilómetros
de largo, se compone de dos partes que se juntan en el lugar mismo
donde el río Lewis nace para dirigirse hacia el norte.
El barco partió en la mañana del 18 de
mayo y empleó cuarenta y ocho horas en atravesar la primera
parte del lago.
Fue, pues, el 20 de mayo, hacia las cinco de la tarde,
y después de haber soportado fuertes ráfagas, que la
expedición llegó al río Lewis, que corre en
línea oblicua hacia Fort Selkirk. Al día siguiente el
barco se hallaba en medio del deshielo, procurando mantenerse en el
centro del río, donde la corriente deja el paso libre.
Por la tarde, Stell dio orden de atracar en la ribera
derecha, cerca de la cual pensaba pasar la noche. Summy Skim
desembarcó enseguida. Poco después se escucharon
detonaciones, y un par de patos y otro de gangas permitieron economizar
las conservas a la hora de la cena.
Por lo demás, estos altos que se imponía
Bill Stell por la noche se los imponían también las otras
embarcaciones que bajaban el Lewis, y una cantidad de hogueras de
campamentos se encendían en las orillas.
A partir de ese día, la cuestión del
deshielo pareció estar enteramente resuelta. El
termómetro se mantenía en cinco o seis grados sobre cero
bajo la influencia de los vientos del sur. Los emigrantes ya no
debían preocuparse por los penosos transportes terrestres. Se
veía que los lagos Lindeman, Benett, Tagish, Marsh y Labarge
estaban despejados y la corriente llevaba rápidamente los
témpanos río abajo.
No había que temer ningún ataque de
fieras en los campamentos nocturnos. No había osos en los
alrededores del Lewis, por lo que Summy Skim no tuvo la ocasión
de abatir a uno de esos formidables plantígrados. Pero
había que defenderse de los mosquitos que invadían las
orillas por miriadas, y sólo con mucha dificultad se
podían evitar sus picaduras, tan dolorosas como molestas,
manteniendo el fuego toda la noche.
Después de haber descendido el Lewis a lo largo
de una cincuentena de kilómetros, en la tarde del día 23
percibieron la confluencia del río Hootalinga y luego la del Big
Salmon, dos tributarios del Lewis. Tuvieron ocasión de comprobar
cómo las aguas azules del río alteraban su color al
mezclarse con sus afluentes. Al día siguiente el barco
pasó por delante de la desembocadura del río Walsh, ya
abandonado por los mineros después de que hubieron recogido la
última pepita. Luego apareció el Cassiar, un banco de
arena que emerge del agua baja, donde algunos prospectores recolectaron
en un mes treinta mil francos de oro y donde aún se recogen
algunos granos del precioso polvo.
El viaje continuó con alternativas de buen y
mal tiempo, sin que tuvieran que sufrir mucho por el frío. El
barco marchaba ya con los remos, ya con la vela, e incluso, en ciertos
pasos muy sinuosos, los hombres tuvieron que halarlo con un cordel.
Yendo por la orilla había que cuidarse de los altos acantilados,
de donde se desprenden a veces enormes avalanchas.
El 30 de mayo habían descendido la mayor parte
del Lewis, que se transformaría muy pronto en el Yukon, en
condiciones bastante favorables. La caravana se encontraba ahora a unas
sesenta leguas del lago Labarge. Hubo que atravesar los rápidos
de Five Fingers, los que presentaron algunas dificultades. El
paso por el río estaba obstruido en ese lugar por cinco islas,
que producían remolinos e incluso desniveles de los cuales un
piloto debe desconfiar. Por consejo de Neluto, pareció prudente
desembarcar, pues el elevado nivel de las aguas hacía que la
corriente fuera casi torrencial. Después de haber atravesado
estos rápidos, y, algunos kilómetros río abajo,
los rápidos del Rink, pasajeros y pasajeras retomaron sus
lugares en el barco, que no enfrentaría dificultades serias
hasta su llegada a Fort Selkirk, a unas veinte leguas de distancia
todavía.
El 31 de mayo el scout se instaló en
el campo de Turenne, que se halla en una quebrada toda sembrada de
flores. Numerosos emigrantes habían levantado allí sus
tiendas. En ese lugar Summy Skim pudo entregarse a su ejercicio
favorito. La caza, particularmente de tordos, abundaba, y habría
podido cazar toda la noche, porque en esas latitudes y en esa
época del año la oscuridad no es completa entre la puesta
del sol y el amanecer.
Durante los dos días que siguieron descendieron
rápidamente el río gracias a una corriente de tres leguas
por hora. El 2 de junio por la mañana, después de haber
dejado atrás el laberinto de las islas Myersall, el barco se
acercó a la orilla izquierda y atracó al pie de Fort
Selkirk.
Este fuerte, construido en 1848 por el servicio de
agentes de la bahía de Hudson, fue demolido por los indios en
1852. Actualmente, lo que había sido un fuerte es un
almacén bastante bien aprovisionado. Rodeado de cholas indias y
de tiendas de emigrantes, cubre una planicie de la gran arteria, la que
a partir de allí lleva más propiamente el nombre de
Yukon, y que se ve engrosado por las aguas del Pelly, su principal
tributario de la orilla derecha.
El scout aprovechó la ocasión
de aprovisionarse en Fort Selkirk. Encontró todo lo que
necesitaba, a precios excesivos, es verdad, ya que en el más
insignificante de los albergues se pagan tres dólares por una
comida de las más rudimentarias.
Después de un descanso de veinticuatro horas,
en la mañana del 3 de junio el barco se abandonó de nuevo
a la corriente del Yukon. El tiempo era incierto: lluvias y rayos del
sol. Pero ya no había que temer los grandes fríos. La
temperatura se acercaba a los diez grados sobre cero.
El guía pasó sin detenerse delante de la
confluencia del Stewart, que comenzaba a atraer a una cantidad de
buscadores de oro. Luego el barco atracó durante medio
día en Ogilvie, en la orilla derecha del Yukon.
El río era muy ancho, y las embarcaciones
podían circular sin tropiezos en medio de los numerosos
témpanos que derivaban hacia el norte.
Después de haber dejado atrás las
desembocaduras de los ríos Indian y Sixty
Miles, que se abren una frente a otra a cuarenta kilómetros
de Dawson City, y después de haber dejado a la derecha la
desembocadura del Baker Creek, la expedición puso al
fin los pies en la capital de Klondike en la tarde del 5 de junio.

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