El volcán de oro (versión
original)
Primera parte - Capítulo XIV La explotación
Los temores de Summy Skim se vieron pues justificados.
Mientras esperaban que se pudiera vender la parcela, Ben Raddle iba a
ponerla de nuevo en actividad. Y quién sabe si
consentiría alguna vez en deshacerse de ella. Es verdad, por
poco fruto que diera esta explotación, ¿era como para
lamentarlo?
"Esto tenía que ocurrir", se
repetía Summy Skim.
"Me dan ganas de maldecir al tío
Josías. Por su culpa nos hemos convertido en mineros, en
prospectores o como quiera que se llamen estos buscadores de oro que yo
llamo buscadores de miserias. Debí haberme opuesto desde el
comienzo a esta aventura. Si me hubiera negado a dejar Montreal, a
acompañar a Ben a este país espantoso, es seguro que no
hubiera partido y no estaríamos metidos en este deplorable
asunto. Y aunque haya millones en estos barros del 129, va a ser odioso
pensar que desempeñamos el oficio de lavadores de barro... Y
luego, una vez que hayamos metido la mano en este engranaje, vamos a
meter todo el cuerpo, y llegará el próximo invierno antes
de que hayamos podido regresar a Montreal. ¡Un invierno en
Klondike! Con fríos de cincuenta grados, para los cuales ha sido
necesario fabricar termómetros con tantos grados bajo cero como
los termómetros normales tienen sobre cero. ¡Qué
perspectiva! Ah, tío Josías, usted ha hecho la desgracia
de sus sobrinos."
Así razonaba Summy Skim. Pero, filósofo
después de todo, sabía resignarse. En cuanto al
arrepentimiento que experimentaba por no haberse opuesto a este viaje a
Klondike, sí tenía razón para arrepentirse.
Debía haberse opuesto. Pero, en el fondo, sabía que no
hubiera podido impedirle a Ben que partiera, incluso si se hubiera
negado a seguirlo. Y, en fin, de todos modos... habría terminado
por acompañarlo.
La estación para la explotación
aurífera del Yukon estaba recién comenzando en esta
primera semana de junio. Hacía sólo unos quince
días que el deshielo había hecho practicable el suelo. La
tierra, endurecida por los grandes fríos, ofrecía
todavía alguna resistencia a la piqueta, pero se lograba
dominarla. A través de los pozos ya era más fácil
llegar hasta el filón sin temor de que las paredes solidificadas
por el invierno se desmoronaran. Bastaría unirlos entre
sí mediante acequias para que el trabajo pudiera efectuarse
regularmente.
Era evidente que, a falta de un material más
perfeccionado, a falta de máquinas que hubieran sido de gran
provecho, Ben Raddle tendría que limitarse al empleo de la
escudilla o del plato, el "pan", como se le llama en la jerga
de los mineros. Pero estos utensilios rudimentarios bastarían
para lavar el barro en los terrenos adyacentes al Forty Miles
Creek. Son las parcelas de cuarzo, no las parcelas de ribera, las
que deben trabajarse industrialmente, y ya se habían instalado
en los yacimientos de Klondike máquinas de pilón para
moler el cuarzo, similares a las que funcionaban en otras regiones
mineras de Canadá y de la Columbia inglesa.
Ben Raddle no habría podido encontrar un
colaborador más valioso que el contramaestre Lorique.
Sólo había que dejar hacer a este hombre experimentado,
perfecto conocedor de este tipo de trabajos. Lorique había
dirigido explotaciones en la Columbia británica. Además,
era capaz de aplicar los perfeccionamientos que pudiera proponerle el
ingeniero.
Hay que hacer notar que una inactividad demasiado
prolongada de la parcela 129 habría podido ser causa de
problemas con la autoridad. Siempre ávida por cobrar impuestos,
por el beneficio que proporcionaban los terrenos auríferos, la
administración podía decretar la inhabilidad de los que
no funcionaban durante un tiempo relativamente breve.
Por esta razón, el contramaestre se
preocupó inmediatamente de encontrar personal. Se topó
con dificultades que no imaginaba. Numerosos yacimientos se
habían demarcado en la parte del distrito dominada por los
Dómes, y los mineros se habían precipitado allí
pues la mano de obra se iba a pagar a buen precio. Las caravanas no
cesaban de llegar a Dawson City. La travesía de los lagos y el
descenso del Yukon era más fácil durante la buena
estación. De todas partes pedían obreros, ya que en esa
época el empleo de máquinas no se había
generalizado.
Sin embargo, Lorique logró reclutar una
treintena de emigrantes, en lugar de los cincuenta de Josías
Lacoste. Pero tuvo que fijarles un salario muy elevado, entre cinco y
seis francos la hora.
Ese era el precio que se pagaba en la región
del Bonanza. Numerosos obreros se hacían setenta y cinco a
ochenta francos por día, y cuántos se
enriquecerían si no gastaran ese dinero tan fácilmente
como lo ganaban.
No hay que sorprenderse de que los salarios no dejaran
de subir, ya que en los yacimientos de Sookum, entre otros, se lavaban
hasta cien dólares por obrero y por hora. En realidad, los
obreros no recibían más que la centésima parte de
lo que producían.
Se ha dicho que el equipo de la parcela 129 era de los
más rudimentarios, los que empleaban los prospectores cuando se
descubrieron los primeros yacimientos: el plato y la escudilla. Sin
duda Josías Lacoste pensaba completar este equipo tan primitivo,
y lo que él no hizo trató de hacerlo su sobrino.
Ocurrió, pues, que, gracias al contramaestre y pagando un buen
precio, se añadieron dos rockers al material del
129.
El rocker es simplemente una caja de tres
pies de largo y dos de ancho, que se monta sobre una báscula. En
el interior se coloca un cedazo provisto de un cuadrado de lana, que
retiene los granos de oro y deja pasar el agua y la arena. En el
extremo inferior de este aparato, que oscila de modo regular gracias a
la báscula, se dispone una cantidad de mercurio, con el cual se
amalgama el metal cuando no se puede retener con la mano por ser
demasiado minúsculo.
En vez del rocker, Ben Raddle hubiera
preferido un sluice, y, en la imposibilidad de
procurárselo, pensó fabricarlo. El sluice es un
conducto de madera con unas ranuras transversales cada seis pulgadas.
Cuando se lanza en él una corriente de barro líquido, la
tierra y el ripio son arrastrados y las ranuras retienen el oro, a
causa de su peso.
Estos dos procedimientos son bastante eficaces, pero
ambos requieren la instalación de una bomba para elevar el agua
hasta el extremo superior del sluice o del rocker, y
eso es lo costoso del aparato.
Cuando se trata de parcelas de montaña, se
pueden utilizar las caídas naturales, pero en la superficie de
las parcelas ribereñas hay que recurrir a un medio
mecánico, lo que implica un fuerte gasto.
La explotación de la parcela 129 se
reinició pues en las mejores condiciones. Filosofando a su
manera, Summy Skim no dejaba de observar con qué ardor, con
qué pasión Ben Raddle se entregaba a ese trabajo.
"Decididamente, se decía, Ben no ha
escapado a la epidemia reinante, y Dios quiera que no me contagie yo
también. ¡Qué fiebre ésta del oro, y no es
intermitente, y no se la puede cortar con una quinina cualquiera! Veo
que no se sana de ella, incluso después de haber hecho fortuna.
No basta con tener bastante oro. No. Hay que tener más y
más, y nunca es suficiente."
Los herederos del tío Josías, claro, no
estaban todavía en ese caso. Si el yacimiento era rico, como
decía el contramaestre, no entregaba generosamente sus riquezas.
Había dificultades para alcanzar la vena aurífera que
corría a través del suelo hacia el oeste, siguiendo el
curso del Forty Miles Creek. Ben Raddle debió reconocer
que los pozos no tenían suficiente profundidad y que
sería necesario excavar más a fondo. Supondría un
buen esfuerzo, pues la temperatura ya no producía la
solidificación de las paredes que se obtiene naturalmente en
tiempos de helada.
Pero, ¿sería inteligente lanzarse a
trabajos costosos? ¿No sería mejor dejar esa tarea a los
sindicatos o a los particulares que adquirieran la parcela? ¿No
debía Ben Raddle contentarse con lo que producían los
platos y los rockers? ¿Era prudente aventurarse en
gastos que no acrecentarían el valor del 129?
Los platos alcanzaban apenas un cuarto de
dólar. Con el precio que se pagaba al personal, la ganancia era
mínima. ¿Reposarían sobre bases serias las
previsiones del contramaestre?
Durante el mes de junio el tiempo fue bastante bueno.
Estallaron varias tormentas, muy violentas a veces, pero pasaban
pronto. Los trabajos interrumpidos se reiniciaban a la brevedad en todo
el Forty Miles Creek.
Llegó julio. Sólo quedaban dos meses de
la buena estación. El sol se ocultaba a las diez y media y
reaparecía antes de una hora encima del horizonte. Entre la
salida y la puesta del sol reinaba un crepúsculo que apenas
permitía ver las constelaciones circumpolares. Con un segundo
equipo que trabajara mientras descansaba el primero, los prospectores
hubieran podido continuar su trabajo. Así se hacía en los
terrenos situados del otro lado de la frontera, donde los americanos
desplegaban una increíble actividad.
No hay que asombrarse de que, dado su temperamento,
Ben Raddle quisiera tomar parte en las faenas. No desdeñaba
unirse a los obreros, vigilándolos siempre, y, con el plato en
la mano, lavar el barro del lote 129. Luego se ocupaba del trabajo de
los rockers, y Lorique lo secundaba como si hubiera trabajado
por su propia cuenta.
Más de una vez le dijo a su primo:
-¿No quieres probar, Skim?
-No -respondía invariablemente Summy Skim-. No
tengo vocación para eso.
-No es difícil, sin embargo: se agita un plato,
se elimina el ripio y al fondo quedan los pedacitos de oro.
-No, Ben, aunque me pagaran dos dólares la
hora.
-Estoy seguro de que tienes buena mano.
Un día, tendiéndole un plato, Ben Raddle
le dijo:
-Prueba, te lo ruego.
-Por darte en el gusto, Ben.
Dócilmente, Summy Skim tomó el plato, lo
llenó con un poco de tierra que acababan de extraer de uno de
los pozos y, después de haberlo transformado en limo, hizo que
se escurriera poco a poco. Si hubiera contenido algunos pedacitos de
oro, habrían quedado en el fondo del plato. No apareció
ni la menor traza de ese metal que Summy Skim no cesaba de
maldecir.
-Ya lo ves -dijo-. Ni siquiera con qué pagarme
una pipa de tabaco.
-Otra vez tendrás más suerte
-insinuó Ben Raddle, que no quería dar su brazo a
torcer.
-En la caza me va mejor -respondió Summy Skim-.
Nadie me impide correr tras la presa.
Y llamando a Neluto, tomó su fusil y
partió por toda la tarde.
Era raro que regresara con las manos vacías, no
solamente gracias a su talento de cazador, sino porque la caza de pelo
y de pluma abundaba en las llanuras y en las gargantas vecinas. Los
oriñales, los caribús solían andar por los
bosques, subiendo hacia el norte, en esa extensa curva que forma el
Yukon cuando se dirige hacia el este. En cuanto a las becadas, las
perdices de nieve, los patos, pululaban en la superficie de las
marismas de ambos lados del Forty Miles Creek. De este modo
Summy Skim se consolaba de su prolongada estancia, no sin sentir
nostalgia por los campos de Green Valley, tan aptos para la
caza.
Durante la primera quincena del mes de julio, el
lavado arrojó mejores resultados. El contramaestre había
dado con el verdadero filón aurífero, que se hacía
más rico a medida que se aproximaba a la frontera. Los platos y
los rockers producían una suma importante en granos de
oro. Aunque no se recogió ninguna pepita de gran valor, el
rendimiento de esa quincena no fue inferior a los diecisiete mil
francos. Las palabras del contramaestre se vieron justificadas, y ello
sobreexcitó la ambición de Ben Raddle.
El mejoramiento se producía también en
la parcela 127 a medida que la explotación avanzaba hacia el
este. No cabía duda de que se trataba del mismo
filón.
Resultaba, pues, que el personal de Hunter y Malone y
el de Ben Raddle y Summy Skim avanzaban el uno hacia el otro. No
tardaría en llegar el día en que se encontraran en el
trazado actual de la frontera impugnada por los dos Estados.
Los reclutados de los texanos, una treintena de
hombres, eran todos de origen americano. Hubiera sido difícil
reunir una tropa de aventureros más deplorable, y de peor
catadura: especie de salvajes capaces de todo, violentos, brutales y
pendencieros, eran bien dignos de esos texanos tan desfavorablemente
conocidos en la región de Klondike. Casi todos habían
trabajado allí el año anterior, pues Hunter y Malone
habían adquirido su parcela cuando se efectuaron los primeros
descubrimientos después de la cesión de Alaska por los
rusos.
Por lo demás, existía cierta diferencia
entre los americanos y los canadienses empleados en los yacimientos.
Estos se mostraban generalmente más dóciles, más
tranquilos, más disciplinados. Los sindicatos los
preferían. Eran los menos los que se ponían al servicio
de las sociedades americanas. Estas buscaban a sus compatriotas, a
pesar de su carácter turbulento, su tendencia a la
rebelión y su comportamiento en las riñas que se
producían casi todos los días a causa de los licores
fuertes, y sobre todo de ese cóctel que hace inmensos estragos
en las regiones auríferas. Era raro el día en que la
policía no tuviera que intervenir. Se intercambiaban
puñaladas y tiros de revólver. Se produjo en ocasiones la
muerte de alguno. A los heridos había que conducirlos al
hospital de Dawson City, ya atestado de enfermos que las epidemias
enviaban allí sin cesar.
Hubiera parecido más indicado que los
americanos fuesen enviados a Sitka, que es la capital alaskiense. Pero
esta ciudad está muy alejada de Klondike. Habría sido
necesario tomar la larga y fatigosa ruta de la región de los
lagos y luego atravesar los pasos del Chilkoot. No se podía
pensar en eso. Tanto para recibir los cuidados necesarios como para
entregarse a los placeres de todo tipo que ese mundo de aventureros
buscaba ávidamente, todos acudían a Dawson City.
Durante la tercera semana de julio, la
explotación siguió siendo fructuosa, aunque ni Ben
Raddle, ni Lorique, ni sus hombres recogieron jamás una de esas
pepitas que han hecho la fortuna del Bonanza o del Eldorado.
Pero, en fin las ganancias eran muy superiores a los gastos, y no era
imposible que la campaña diera unos cien mil francos de
beneficio. Se podría pedir un alto precio por el 129 cuando los
compradores se presentaran.
Summy Skim no tenía, pues, motivos serios para
quejarse, y no se quejaría si Ben Raddle y él pudieran
dejar Klondike antes de que llegara la mala estación. Pero -y
esto sí que lo irritaba- dejar Klondike no dependía de la
sola voluntad de ellos. No se podía abandonar el país sin
haber efectuado la venta del lote 129, y antes de eso era necesario que
la cuestión de la frontera estuviera resuelta. Los días,
las semanas transcurrían y no parecía que la
operación llegara a su término. Los comisarios no
acababan de ponerse de acuerdo.
Un día, Summy Skim exclamó, no sin
cierta apariencia de razón:
-No veo por qué tenemos que estar aquí
mientras no se fije la posición de ese meridiano ciento cuarenta
y uno, que se lo lleve el diablo...
-Porque -respondió Ben Raddle- no podemos
tratar con la Anglo American Transportation and Trading
Company o con cualquier otra sociedad antes de que se acabe el
trabajo de rectificación.
-De acuerdo, pero eso se puede hacer por
correspondencia, por intermediarios, tanto en Montreal, en el estudio
del señor Snubbin, como en Dawson City, en las oficinas de
Front Street.
-No en condiciones tan favorables -respondió
Ben Raddle.
-¿Por qué no, si ahora tenemos una idea
clara del valor de nuestra parcela?
-Dentro de un mes o seis semanas, la tendremos mucho
más clara -declaró el ingeniero-, y ya no serán
doscientos mil francos los que nos ofrecerán, sino cuatrocientos
o quinientos mil.
-¡Y qué haremos con todo eso!
-exclamó Summy Skim.
-Le daremos buen uso, ten la seguridad -dijo Ben
Raddle-. ¿No ves que el filón se hace más rico a
medida que avanza hacia el oeste?
-Sí, y a fuerza de avanzar terminará por
encontrarse con el filón de la parcela 127, y, cuando nuestros
hombres se encuentren con los de ese horrible Hunter, no sé
qué va a pasar.
En efecto, había razón para temer que se
produjera una pelea entre las dos cuadrillas, que cada día se
aproximaban más al límite de las dos parcelas. Ya se
escuchaban injurias y amenazas de violencia. El contramaestre Lorique
había tenido sus más y sus menos con el contramaestre
americano, una especie de atleta brutal y grosero, y quién sabe
si de las injurias no se pasaría a los hechos cuando Hunter y
Malone regresaran a vigilar la explotación. Reclamarían
por la posición del poste que indicaba la separación de
los dos yacimientos. Más de una vez se habían lanzado
piedras de una parcela a otra, no sin antes haber verificado, por
cierto, que no encerraran alguna pepita de oro.
En esas circunstancias, Lorique hacía todo lo
posible para contener a sus obreros, y Ben Raddle acudía en su
ayuda. Por el contrario, el contramaestre americano no cesaba de
excitar a los suyos y, visiblemente, no perdía ocasión de
provocar a Lorique. Por lo demás, no estaba contento con el
resultado de su trabajo. Actualmente la 127 no valía lo que la
129. Parecía incluso que el filón que prospectaba Lorique
tendía a dirigirse hacia el norte, apartándose de la
orilla izquierda del Forty Miles Creek, y no se prolongaba a
través del suelo de la parcela limítrofe.
Los dos equipos se encontraban ahora a no más
de veinticinco pasos el uno del otro. No transcurrirían dos o
tres semanas antes de que se juntaran en la línea de
separación.
Summy Skim no se equivocaba al prever y temer un
enfrentamiento. El 27 de julio, un incidente vino a agravar la
situación. Cualquier complicación lamentable ahora
podía ocurrir.
Hunter y Malone acababan de reaparecer en la parcela
127.

Subir
|