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El doctor Ox

Editado
© Ariel Pérez
3 de diciembre del 2002
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El doctor Ox
Capítulo XVI
Donde el lector inteligente ve que todo lo había acertado a pesar de las precauciones del autor

Después de la explosión, Quiquendone había vuelto a ser la población pacífica, flemática y alemana que antes era.

Después de la explosión, que no causó una emoción muy profunda, cada cual, sin saber por qué, emprendió el camino de su casa, yendo el burgomaestre apoyado en el brazo del consejero, el abogado Schut en el del médico Custos, Frantz Niklausse en el de su rival Simón Collaert, todos tranquilos, sin ruido, sin conciencia de lo que había pasado y olvidando el desquite contra Virgamen. El general había vuelto a sus confites y el edecán a sus barritas de caramelo.

Todo había vuelto a la calma, todo había recobrado su vida habitual, hombres y animales, bestias y plantas, y hasta la misma torre de la puerta de Audenarde, que la explosión (esas explosiones son a veces bien extrañas) había enderezado.

Y desde entonces no volvió a hablarse una palabra más alta que otra, ni hubo más disensiones en la población de Quiquendone. ¡No más política, no más clubs, no más pleitos, ni más agentes de orden público! El destino del comisario Passauf, volvió a ser una sinecura, y si no le rebajaron el sueldo fue porque el burgomaestre y el consejero, no pudieron atreverse a adoptar una resolución. Por otra parte, seguía siendo objeto sin pensarlo de los ensueños de la inconsolable Tatanemancia.

En cuanto al rival de Frantz, abandonó generosamente su amada Suzel a su prometido, que se apresuró a casarse con ella, cinco o seis años después de estos sucesos.

Y en cuanto a la señora van Tricasse, murió diez años más tarde, y después de los plazos de ordenanza, el burgomaestre se casó con la señorita van Tricasse, su prima.

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