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El volcán de oro
Editado
© Juan Suárez
30 de julio del 2003
Tomado de Logo de Librodot.com
Primera parte
(click encima para ver el contenido del volumen)
Segunda parte
Indicador Un invierno en Klondike
Indicador La historia del moribundo
Indicador Las consecuencias de...
Indicador Circle City
Indicador Hacia los descubrimientos
Indicador Fort Macpherson
Indicador El Golden Mount
Indicador La audaz idea de un...
Indicador La caza del alce
Indicador Inquietudes mortales
Indicador A la defensiva
Indicador Ataque y defensa
Indicador La erupción
Indicador De Dawson City a...

El volcán de oro (versión original)
Segunda parte - Capítulo XI
A la defensiva

El scout tenía razón: la situación era grave.

En efecto, era de esperar que la banda de los texanos descubriera el Golden Mount inmediatamente, ya que Hunter lo vería en cuanto atravesara el límite oriental del bosque. Además, Hunter era guiado por ese Krasak que Summy Skim lo había oído nombrar... No tendría que recorrer el litoral del océano Polar, pues debían haber llegado por ese lado después de atravesar las fuentes del Porcupine. Si hubieran tomado el camino seguido por el scout para ir de Dawson City a la desembocadura del Mackensie, los habrían visto desde lejos, los habrían descubierto hacía veinticuatro horas, y se habrían dirigido directamente al Golden Mount. Habían venido, pues, del oeste, de Fort Yukon, situado en la ribera derecha del gran río.

La banda contaba unos cincuenta hombres. Ben Raddle y sus compañeros no eran más que veinte. No podían compensar la inferioridad numérica con la valentía, aunque estuvieran decididos a defenderse hasta la muerte.

Sólo les quedaba esperar los acontecimientos, y la espera no sería larga. Dentro de cuarenta y ocho horas, ese mismo día tal vez, Hunter se dirigiría hacia el Golden Mount. Desde luego, no iban a levantar el campamento, a retomar el camino de Klondike. No iban a retirarse delante de los texanos. El scout no lo habría propuesto a sus compañeros. Estos se habrían negado. ¿No se consideraban ellos, en su calidad de primeros ocupantes, como los legítimos propietarios de ese yacimiento volcánico? No se lo dejarían arrebatar sin haber luchado. El propio Summy Skim, el prudente Summy Skim, no hubiera aceptado retroceder. ¿Retroceder ante ese Hunter? Summy Skim no podía olvidar el grosero proceder del texano, primero cuando se habían encontrado en el desembarco del paquebote de Vancouver, luego en el límite de las parcelas 129 y 127 del Forty Miles Creek. Tenía un asunto pendiente con él, y ya que se presentaba la ocasión, lo arreglaría.

Y ahora, cuando los texanos estuvieran al pie de la montaña, ¿qué pasaría? He aquí lo que pensaba Bill Stell, y he aquí lo que dijo a Ben Raddle cuando al día siguiente retomaron la conversación de la víspera.

-En algunas horas más, imagino, veremos la banda dirigirse hacia el Golden Mount. Cuando haya llegado, ¿se detendrá Hunter para establecer su campamento o preferirá seguir la base del monte para acampar a orillas del Mackensie, haciendo lo mismo que hemos hecho nosotros?

-Pienso, Bill -respondió el ingeniero-, que en primer lugar los texanos querrán subir al Golden Mount. Querrán cerciorarse, como nosotros lo hicimos, de que el cuarzo aurífero y las pepitas se encuentran efectivamente en la cumbre.

-Sin duda -respondió el scout-. Pero, después de haber observado el cráter y comprobado la imposibilidad de penetrar en él en medio de los vapores y de las llamas, bajarán, y entonces se plantea la cuestión: o querrán esperar que la explosión se declare, o querrán esperar que el volcán se apague. En ambos casos se verán obligados a instalar un campamento.

-A menos que se vayan por donde vinieron -dijo Summy Skim, que llegó a intervenir en la conversación-. Sería lo más inteligente que podrían hacer.

-Que es precisamente lo que no harán -declaró Ben Raddle-. Puedes estar seguro.

-Lo sé, Ben. Sin embargo, a esos pillos no se les ocurrirá provocar la erupción, como nosotros tratamos de hacerlo.

-Es cierto, Summy. Ellos esperarán.

-Y mientras esperan, acamparán en las vecindades -añadió el scout-, y no olvidemos que la presencia de un perro en el bosque los ha hecho sospechar... Querrán ver si alguna sociedad de mineros los ha precedido a las desembocaduras del Mackensie, e irán con sus exploraciones hasta el estuario.

-Hay que contar con eso -respondió Summy Skim-. Descubrirán pronto nuestro campamento y tratarán de echarnos. Entonces me encontraré de nuevo cara a cara con ese Hunter... Y bien, si un buen duelo, a la francesa o a la americana, lo dejaré elegir, puede terminar con este asunto y libramos de la banda, después de habernos librado de su jefe...

Esta eventualidad no se produciría, por supuesto, porque los texanos tenían a su favor el número, y sabrían aprovechar su ventaja para destruir la caravana del scout o por lo menos ponerla en fuga y quedar como los únicos dueños del Golden Mount.

Había que estar preparados entonces para rechazar su ataque, y se tomaron todas las medidas en previsión de una agresión inminente.

En primer lugar, Bill Stell hizo entrar los carros en el codo, entre el Rubber Creek y la montaña. En cuanto a los animales, se les retiró de las praderas donde pastaban al descubierto y se les condujo al otro lado del canal, bajo unos árboles situados a unos ciento cincuenta pasos, donde tendrían hierba suficiente para algunos días. Había que conservar a todo precio esos animales para asegurar el regreso a Klondike antes de los primeros fríos del invierno. Aparte de eso, se desmontaron las tiendas para levantarlas por la noche al otro lado del canal. Este canal formaría una línea de defensa que los asaltantes no atravesarían sino con muchas dificultades bajo el fuego de las carabinas, cuando las aguas del río corrieran hasta los bordes.

En efecto, si eso llegaba a ser necesario para impedir que invadieran el campamento, Ben Raddle haría dar los últimos golpes de piqueta en la ribera del Rubber Creek. Esperaría, sin embargo, ya que no tenía interés en provocar la erupción mientras Hunter estuviera al pie del Golden Mount.

También las armas fueron preparadas para la defensa. De los veinte hombres de la caravana, una docena poseía fusiles, revólveres y cuchillos, sin hablar de las carabinas de Ben Raddle, Summy Skim, Lorique, Bill Stell y Neluto.

Desde luego, a partir de ese momento los cazadores renunciarían a la caza; los pescadores seguirían pescando en el río o en el litoral, para economizar las reservas de la caravana.

Como era de suponer, los trabajos del canal no se interrumpieron. Se continuaría hasta hacer llegar el canal al pie de la montaña. Era importante que pudiera llenarse en toda su longitud, entre el río y el orificio de la galería cavada en el flanco del Golden Mount. Pero el ingeniero no emplearía la mina, pues se oirían sus explosiones. No se pondrían los cartuchos hasta el instante en que conviniera hacer saltar la pared que aún separaba la galería de la chimenea del cráter.

Por lo demás, no parecía que los síntomas eruptivos se hubiesen acrecentado. Los ruidos interiores no habían aumentado de intensidad. Las llamas y los vapores no habían ganado tampoco ni en altura ni en espesor. Todavía podían pasar semanas, meses antes de que el Golden Mount hiciera verdaderamente erupción.

Durante todo el día el scout y los suyos se mantuvieron en guardia. En el campamento, los hombres permanecían en la parte posterior. Para verlos habría sido necesario avanzar hasta la orilla izquierda del Rubber Creek, e incluso hasta su brazo occidental, que limitaba con el delta del Mackensie.

Varias veces Ben Raddle y Summy Skim, Bill Stell y Lorique fueron a observar la llanura. Como no vieron nada sospechoso, avanzaron incluso hasta la extremidad de la base, al este.

Desde allí la mirada no tenía otro límite que la primera fila de árboles del bosque que cerraba el horizonte a una legua.

La planicie estaba desierta. Ni rastro de hombres, de alguna tropa. Nadie tampoco del lado del litoral, por el cual la banda habría podido encaminarse siguiendo sus contornos.

-Es evidente -dijo el scout- que los texanos no han abandonado el bosque todavía.

-Sí -añadió Summy Skim-. Se han dirigido hacia el oeste.

-No puedo creerlo -respondió el ingeniero-. Su guía conoce la situación del Golden Mount, y han debido divisarlo desde el límite del bosque. Es probable que aún estén acampados en ese claro en que tú los viste, Summy.

-Según eso, no tendrían mucha prisa, Ben.

-Tal vez, en previsión de la presencia de mineros que los hayan precedido, quieren estudiar la situación antes de hacer nada, y no irán al Golden Mount hasta la noche.

-Es probable -declaró Ben Raddle-, pues no es admisible que no lo hayan visto.

-De todos modos -dijo Bill Stell-, tenemos que estar preparados para cualquier sorpresa.

Después de haberse cerciorado una vez más de que la planicie estaba desierta, volvieron al campamento y, cuando llegó la tarde, Bill Stell había tomado todas las precauciones para la noche.

Esta fue tranquila. Pero mientras Summy Skim la durmió de un tirón, según su costumbre, Ben Raddle gozó apenas de unas horas de sueño. La inquietud y la irritación se mezclaban en su espíritu. Irritación, desde luego, porque precisamente en el momento en que pensaba alcanzar su objetivo la mala suerte venía a interponerse. E inquietud, porque no dudaba de que le disputarían duramente el Golden Mount, y ¿podría resistir contra la banda de Hunter? Sentía ahora todo el peso de su responsabilidad.

¿No era por su sola voluntad que se había organizado esta expedición a la desembocadura del Mackensie? ¿No había sido él el alma de esta campaña que amenazaba con terminar de manera tan desgraciada? ¿No había obligado, por así decirlo, a Summy Skim a pasar un segundo año en esas regiones perdidas del Dominion? Que hubiera querido venir a Klondike a tomar posesión de su herencia, de acuerdo. Que era natural que Summy Skim lo acompañara, de acuerdo también. Llegado a los territorios del Forty Miles Creek, que no hubiera resistido el deseo de explotar la parcela 129 y sacar provecho de ella se comprendía en cierta medida, y se concebía que no hubiera tenido en cuenta en ese momento las objeciones del prudente Summy Skim... Pero, después del terremoto y de la inundación, después de la destrucción de las parcelas de toda esa parte de Klondike vecina a la frontera, ¿qué aconsejaba la prudencia? Pues abandonar para siempre el oficio de prospector y, una vez pasado el invierno, una vez repuesto de su accidente, abandonar inmediatamente Dawson City, no para remontar hacia las latitudes del océano Polar, sino para tomar el camino de Montreal.

Había sido una lamentable circunstancia que él, Ben Raddle, se hubiera puesto en relación con el francés Jacques Laurier, que éste le hubiera revelado la existencia del Golden Mount. Pero era una determinación no menos lamentable la de querer utilizar ese descubrimiento, cuyo secreto ya no era el único que lo poseía, y que una tropa de aventureros iba a arrebatarle por la fuerza.

He aquí lo que se dijo Ben Raddle durante esas largas horas de insomnio, esperando que los hombres de guardia dieran la alarma. Dos o tres veces había salido a observar los accesos del campamento.

Seguramente un peligro gravísimo amenazaba a la caravana. Atacada por Hunter, no podría resistir con posibilidades de triunfo. Los asaltantes eran dos contra uno. ¿No sería prudente cederles el lugar antes de verse expulsados? Esa misma noche, ya que los texanos no habían aparecido todavía, hubiera sido fácil levantar el campamento, internarse en el camino de Dawson City, y la caravana habría desaparecido antes de que llegara el día. Pero renunciar a los beneficios de esta expedición, tantos esfuerzos vanos, tantas fatigas soportadas inútilmente, y en vísperas de tener éxito... ¡No! Jamás hubiera podido decidirse a dar la orden de partir, y sin duda, como se ha dicho, si se hubiera decidido a darla sus compañeros no le habrían obedecido.

A las cinco de la mañana, sin llegar hasta el flanco occidental del Golden Mount, Ben Raddle y el scout avanzaron una centena de toesas al otro lado del canal. Regresaron sin haber visto nada nuevo.

El buen tiempo parecía haberse estabilizado. El barómetro se mantenía por encima de la media. La temperatura era bastante elevada, pero un viento fresco que venía de alta mar la suavizaba. Bajo esta fresca brisa, los vapores del volcán torcían hacia el sur. Pero el ingeniero y Bill Stell observaron que eran menos espesos que la víspera, menos fuliginosos también.

-¿Irá a decrecer la acción volcánica? -dijo Ben Raddle.

-Si el cráter se apagara, estaría todo resuelto -respondió el scout.

-También lo estaría para Hunter -replicó el ingeniero-. De todos modos, no interrumpamos nuestro trabajo y terminemos el canal.

-Quedará terminado hoy, señor Raddle.

-Sí, Bill, sólo habrá que abrir la orilla del río y la pared del fondo de la galería. Cuando llegue el momento, lo haremos. Eso dependerá de las circunstancias.

Así, pues, el personal de la caravana volvió al trabajo, y sólo necesitó algunas horas para dar el último golpe de piqueta y echar la última paletada de tierra. Ahora, por ese canal de trescientos pies de largo y por esa galería de sesenta pies, las aguas del río podrían precipitarse en la chimenea del Golden Mount.

Después de comer, los hombres pudieron descansar un poco, sin descuidar la vigilancia de los accesos al campamento.

Por la tarde, Neluto se internó un poco en la llanura. Stop lo acompañaba, casi completamente curado de su herida. A pesar de toda la banda, si uno de los hombres de Hunter se hubiera aventurado hasta la base del monte el inteligente animal habría sabido despistarlo.

Hacia las tres, Ben Raddle y Summy Skim estaban observando la orilla del río, cerca del lugar donde iban a hacer la sangría, cuando unos cortos ladridos resonaron en la dirección que había tomado Neluto para ir a hacer su reconocimiento.

-¿Qué pasa? -gritó el scout.

-Alguna pieza que habrá levantado nuestro perro, sin duda -dijo Ben Raddle.

-No -respondió Summy Skim-, no ladraría de esa manera.

-Ven -replicó el ingeniero.

No habían dado cien pasos cuando divisaron a Neluto que volvía a toda prisa.

Unos instantes después, escucharon los gritos del indio:

-¡Alerta! ¡Alerta!

Llegó casi sin aliento.

-Ya llegan...

-¿Todos? -preguntó Bill Stell.

-Todos.

-¿A qué distancia están ahora? -preguntó el ingeniero.

-A setecientos u ochocientos pasos del volcán, señor Ben.

-¿Te vieron? -dijo Summy Skim.

-No creo -respondió Neluto-, pero yo los vi bien. Venían en masa, con sus caballos y sus carros.

-¿Y se dirigen...? -preguntó el scout.

-Hacia el río.

-¿Habrán escuchado los ladridos del perro? -preguntó Summy Skim.

-No, no es posible. Estaban demasiado lejos.

-¡Al campamento ordenó Ben Raddle-, y pongámonos a la defensiva!

¿Se detendrían Hunter, Malone y la banda cuando llegaran al ángulo del Golden Mount? ¿Se instalarían en ese lugar o continuarían su marcha hacia el estuario del Mackensie?

Esta última hipótesis era la más probable. En la necesidad de acampar durante algunos días, buscarían un emplazamiento en que no les faltara el agua dulce. Como se sabe, ningún estero regaba la llanura al oeste del Golden Mount, y Hunter no podía ignorar que el gran río desembocaba en el océano a corta distancia. Lo verían dirigirse hacia el estuario. ¿Cómo los trabajos del canal no iban a llamar su atención? ¿Cómo no iban a descubrir el campamento entre los árboles?

Ben Raddle y sus compañeros se exponían pues a un ataque próximo, y tomaron sus disposiciones para rechazarlo.

Sin embargo, pasó la tarde sin que se produjera la agresión. Ni los texanos ni ninguno de sus hombres aparecieron en los alrededores del Rubber Creek.

¿Había que concluir que Hunter había escogido el pie del volcán para instalarse? Sin embargo, ese emplazamiento no era favorable para una estancia de cierta duración.

-Es posible -observó Raddle- que Hunter haya querido subir al volcán antes de establecer su base.

-Es posible, en efecto -respondió Summy-. Querrá reconocer el cráter, asegurarse de si contiene pepitas y, al mismo tiempo, ver el estado de la erupción.

La observación era justa, y Ben Raddle la aprobó con un movimiento de cabeza.

Sea como sea, el día terminó sin que el campamento recibiera la visita de los texanos. Seguramente llegarían al día siguiente a instalarse en las proximidades del Mackensie, y sólo después de haber subido al Golden Mount. Había razón para creerlo.

Sin embargo, con el fin de estar preparados para toda eventualidad, el scout y sus compañeros resolvieron quedarse en pie toda la noche, en estado de alerta. Por turno, atravesaron el canal por la orilla del río y fueron a apostarse al pie de la montaña para poder observar toda la base.

Hasta las once y media el crepúsculo proporcionó suficiente claridad para ver si alguien se dirigía hacia el río, y a las dos aparecieron las primeras luminosidades del alba.

Durante esta noche tan breve no se produjo ningún incidente, y por la mañana la situación era la misma que la víspera.

¿Subirían Hunter y Malone a la cima del volcán en el curso del día? ¿Sería posible verlos sin ser vistos?

No había que pensar en alejarse descendiendo hacia el sur. Por allí no había un solo bosquecillo donde refugiarse. Retrocediendo hacia el lugar donde el Rubber Creek se separaba de la bifurcación principal, también era imposible encontrar algún refugio que les permitiera escapar a las miradas de Hunter y Malone desde la meseta del Golden Mount.

Existía un solo lugar desde donde podrían ver a los texanos sin ser vistos por ellos cuando visitaran el cráter: un grupo de viejos abedules situado a doscientos pasos del campamento, en la orilla izquierda del río, más abajo del lugar donde iban a establecer la derivación. Entre el campamento y los abedules, un seto de arbustos permitía llegar a ellos arrastrándose detrás de las matas.

Temprano, Ben Raddle y Bill Stell fueron a cerciorarse de que desde allí podrían ver a cualquiera que se aproximara a la cresta de la montaña. Esta cresta, como habían observado cuando subieron por primera vez, estaba formada por bloques de cuarzo, por lavas endurecidas en las que era imposible poner el pie. Debajo de ellas, el flanco del monte se cortaba verticalmente, como un muro, y la misma disposición tenía la fachada que daba al mar.

-El lugar es bueno -dijo el scout-. No nos verán ni cuando vayamos ni cuando volvamos. Si Hunter sube al cráter, seguramente querrá observar desde esa cresta el estuario del Mackensie.

-Tendremos siempre aquí a uno de nuestros hombres -respondió Ben Raddle.

-Yo agrego, señor Ben, que desde arriba no se puede ver nuestro campamento. Está bajo los árboles ahora. Cuidaremos de que todos los fuegos se apaguen, que no se escape humo... En esas condiciones, me parece que la banda de Hunter no podrá descubrirlo.

-Es deseable -respondió el ingeniero-, como lo es también que esos texanos, después de haber comprobado que es imposible bajar al cráter, abandonen sus proyectos y se vayan por donde vinieron.

-Y que los conduzca el diablo -dijo el scout.

Luego añadió:

-Si usted quiere, señor Ben, yo puedo quedarme aquí mientras usted regresa al campamento.

-No, Bill, prefiero quedarme aquí en observación. Vaya usted a asegurarse de que se han tomado todas las medidas y de que ninguno de nuestros animales pueda alejarse.

-Entendido -respondió el scout-. Le diré al señor Skim que venga a reemplazarlo dentro de dos horas.

-Sí, dentro de dos horas -respondió Ben Raddle, echándose al pie de un abedul, de donde no perdería de vista la cresta del volcán.

Bill Stell volvió solo a reunirse con sus compañeros. Las tiendas habían sido desmontadas en la mañana. Nada podía delatar la presencia de una caravana en ese ángulo que el Rubber Creek hacía con el flanco del Golden Mount.

Hacia las nueve, por invitación del scout, Summy Skim, deslizándose entre las rocas con su fusil en bandolera, como si partiera de caza, fue a encontrarse con el ingeniero. Se tendió a su lado. Su primera pregunta fue, naturalmente:

-¿Nada nuevo, Ben?

-Nada, Summy.

-¿Ninguno de esos zopencos ha venido a posarse en lo alto de esas rocas?

-Nadie.

-¡Cómo me gustaría abatir a uno o dos de ellos! -comentó Summy Skim, mostrando su carabina cargada con dos balas.

-¿A esta distancia, Summy?

-Es verdad. Tienes razón. Es un poco alto y un poco lejos.

-Por lo demás, no se trata de ser hábil sino de ser prudente. Un hombre menos en la banda no la haría menos peligrosa para nosotros, y si no nos descubren, yo espero todavía que Hunter y sus compañeros nos librarán de su presencia después de haber comprobado que no hay nada que hacer.

Era la esperanza de Ben Raddle, pero había demasiadas razones, todas demasiado plausibles, para que no pudiera realizarse...

Después de haber conversado unos minutos, Ben Raddle se levantó para volver al campamento.

-Vigila bien, Summy -dijo-, y si ves a los texanos en la cumbre, ven a advertirnos inmediatamente, teniendo cuidado de que no te vean.

-De acuerdo, Ben.

-El scout vendrá a reemplazarte para que vayas a comer.

-Bill Stell o Neluto -replicó Summy Skim-. Podemos tener plena confianza en ese valiente compañero. Además, tiene ojos de águila, ojos de indio... Con eso está dicho todo.

Ben Raddle iba a emprender el regreso al campamento cuando Summy Skim le cogió vivamente el brazo.

-Espera.

-¿Qué pasa?

-Mira... allá arriba.

El ingeniero levantó los ojos hacia la cumbre del Golden Mount.

Un hombre y después otro aparecieron en la cresta.

-¡Son ellos, son ellos! -repitió Summy Skim, tendiendo el brazo.

-¡Sí, Hunter y Malone! -respondió Ben Raddle, que se metió rápidamente entre los árboles.

Eran los dos texanos, en efecto, y sin duda algunos de los suyos ya se encontraban en la meseta. Muy probablemente, después de haber reconocido el estado del cráter habían dado una vuelta alrededor con la intención de observar la vasta red hidrográfica del delta del Mackensie. Seguramente les vendría a la mente la idea de trasladar allí su campamento, si decidían esperar la erupción hasta el día en que los primeros fríos los obligaran a partir.

-¡Ah! -murmuraba Summy Skim-, los dos bandidos... Y pensar que tengo una bala para cada uno, si pudieran alcanzarlos. Es verdad que entre ese Hunter y yo hay un asunto de honor. Sí, de honor. Y, si no hubiera sido por la inundación del Forty Miles Creek, ya se habría resuelto, y en mi favor...

Convendremos en que no era eso lo que hubiera debido preocupar a Summy Skim en ese momento, y, desde luego, Ben Raddle no pensaba en lo que había pasado el año anterior en las parcelas 127 y 129. Sólo tenía ojos para esos dos hombres que habían venido a disputarle el Golden Mount. Aunque fuera por otro motivo, el odio que le inspiraban Hunter y Malone igualaba al de Summy Skim.

Durante una media hora pudo ver a los texanos ir y venir por la cresta de la meseta. Era evidente que observaban la región con extrema atención, inclinándose a veces para examinar la base del volcán por el lado del estuario.

Que hubieran descubierto el campamento al pie de la montaña, que estuvieran seguros de que una caravana les había precedido, no se podía colegir por su actitud. Lo que sí era seguro era que Hunter y Malone observaban obstinadamente el río que corría al pie del monte, y no era menos dudoso que allí veían un lugar ideal para instalarse durante unas semanas.

En ese momento, dos hombres fueron a reunirse con ellos. Uno era el contramaestre del 127, al que Ben Raddle y Summy Skim reconocieron inmediatamente. El otro era un indio, que no conocían.

-Sin duda es el guía que los condujo hasta aquí -dijo el ingeniero.

-Es el mismo que vi en el claro del bosque -respondió Summy Skim.

Viéndolos en la cresta de la meseta, le vino a la mente la idea de que si perdían el equilibrio, si caían desde una altura de ochocientos a novecientos pies, eso vendría a simplificar la situación, a darle un feliz desenlace tal vez. Tras la muerte de sus jefes, la banda podría abandonar la campaña.

Pero no fueron los texanos los que se precipitaron desde lo alto del volcán, sino un gran bloque de cuarzo que se desprendió de la cresta. Pudieron retroceder a toda prisa antes de que éste los arrastrara.

La roca, en su caída, chocó contra un saliente del flanco y se rompió en varios trozos. Uno de ellos cayó en medio de los árboles que protegían el campamento.

Summy Skim no pudo reprimir un grito que Ben Raddle sofocó tapándole la boca.

-Cállate, Summy, cállate.

-¡Ojalá que no haya aplastado a alguno de nuestros compañeros!

Había que esperar que no hubiera pasado tal cosa. Pero la caída del bloque asustó a uno de los caballos de la caravana. El animal, después de haber roto la cuerda que lo retenía, se lanzó fuera del bosque, corrió hacia el canal, lo atravesó de un salto y se internó en la llanura.

Se escucharon gritos, débilmente, es verdad, a causa de la distancia. Eran Hunter y Malone que, desde lo alto del Golden Mount, llamaban a sus compañeros.

Cinco o seis acudieron de inmediato. No fue difícil adivinar por sus gestos que Hunter sabía ahora a qué atenerse respecto de la presencia de una caravana en las bocas del Mackensie. Ese caballo no podía haber salido sino de un campamento, y ese campamento estaba allí, a sus pies.

-Ven -dijo Ben Raddle a Summy Skim.

Abandonaron el bosquecillo arrastrándose entre los matorrales y se dirigieron al campamento donde el scout, Neluto, Lorique y sus compañeros los esperaban con la mayor inquietud.

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