El volcán de oro (versión
original)
Segunda parte - Capítulo XI A
la defensiva
El scout tenía razón: la
situación era grave.
En efecto, era de esperar que la banda de los texanos
descubriera el Golden Mount inmediatamente, ya que Hunter lo
vería en cuanto atravesara el límite oriental del bosque.
Además, Hunter era guiado por ese Krasak que Summy Skim lo
había oído nombrar... No tendría que recorrer el
litoral del océano Polar, pues debían haber llegado por
ese lado después de atravesar las fuentes del Porcupine. Si
hubieran tomado el camino seguido por el scout para ir de
Dawson City a la desembocadura del Mackensie, los habrían visto
desde lejos, los habrían descubierto hacía veinticuatro
horas, y se habrían dirigido directamente al Golden
Mount. Habían venido, pues, del oeste, de Fort Yukon,
situado en la ribera derecha del gran río.
La banda contaba unos cincuenta hombres. Ben Raddle y
sus compañeros no eran más que veinte. No podían
compensar la inferioridad numérica con la valentía,
aunque estuvieran decididos a defenderse hasta la muerte.
Sólo les quedaba esperar los acontecimientos, y
la espera no sería larga. Dentro de cuarenta y ocho horas, ese
mismo día tal vez, Hunter se dirigiría hacia el
Golden Mount. Desde luego, no iban a levantar el campamento, a
retomar el camino de Klondike. No iban a retirarse delante de los
texanos. El scout no lo habría propuesto a sus
compañeros. Estos se habrían negado. ¿No se
consideraban ellos, en su calidad de primeros ocupantes, como los
legítimos propietarios de ese yacimiento volcánico? No se
lo dejarían arrebatar sin haber luchado. El propio Summy Skim,
el prudente Summy Skim, no hubiera aceptado retroceder.
¿Retroceder ante ese Hunter? Summy Skim no podía olvidar
el grosero proceder del texano, primero cuando se habían
encontrado en el desembarco del paquebote de Vancouver, luego en el
límite de las parcelas 129 y 127 del Forty Miles Creek.
Tenía un asunto pendiente con él, y ya que se presentaba
la ocasión, lo arreglaría.
Y ahora, cuando los texanos estuvieran al pie de la
montaña, ¿qué pasaría? He aquí lo
que pensaba Bill Stell, y he aquí lo que dijo a Ben Raddle
cuando al día siguiente retomaron la conversación de la
víspera.
-En algunas horas más, imagino, veremos la
banda dirigirse hacia el Golden Mount. Cuando haya llegado,
¿se detendrá Hunter para establecer su campamento o
preferirá seguir la base del monte para acampar a orillas del
Mackensie, haciendo lo mismo que hemos hecho nosotros?
-Pienso, Bill -respondió el ingeniero-, que en
primer lugar los texanos querrán subir al Golden Mount.
Querrán cerciorarse, como nosotros lo hicimos, de que el cuarzo
aurífero y las pepitas se encuentran efectivamente en la
cumbre.
-Sin duda -respondió el scout-. Pero,
después de haber observado el cráter y comprobado la
imposibilidad de penetrar en él en medio de los vapores y de las
llamas, bajarán, y entonces se plantea la cuestión: o
querrán esperar que la explosión se declare, o
querrán esperar que el volcán se apague. En ambos casos
se verán obligados a instalar un campamento.
-A menos que se vayan por donde vinieron -dijo Summy
Skim, que llegó a intervenir en la conversación-.
Sería lo más inteligente que podrían hacer.
-Que es precisamente lo que no harán
-declaró Ben Raddle-. Puedes estar seguro.
-Lo sé, Ben. Sin embargo, a esos pillos no se
les ocurrirá provocar la erupción, como nosotros tratamos
de hacerlo.
-Es cierto, Summy. Ellos esperarán.
-Y mientras esperan, acamparán en las
vecindades -añadió el scout-, y no olvidemos que
la presencia de un perro en el bosque los ha hecho sospechar...
Querrán ver si alguna sociedad de mineros los ha precedido a las
desembocaduras del Mackensie, e irán con sus exploraciones hasta
el estuario.
-Hay que contar con eso -respondió Summy Skim-.
Descubrirán pronto nuestro campamento y tratarán de
echarnos. Entonces me encontraré de nuevo cara a cara con ese
Hunter... Y bien, si un buen duelo, a la francesa o a la americana, lo
dejaré elegir, puede terminar con este asunto y libramos de la
banda, después de habernos librado de su jefe...
Esta eventualidad no se produciría, por
supuesto, porque los texanos tenían a su favor el número,
y sabrían aprovechar su ventaja para destruir la caravana del
scout o por lo menos ponerla en fuga y quedar como los
únicos dueños del Golden Mount.
Había que estar preparados entonces para
rechazar su ataque, y se tomaron todas las medidas en previsión
de una agresión inminente.
En primer lugar, Bill Stell hizo entrar los carros en
el codo, entre el Rubber Creek y la montaña. En cuanto
a los animales, se les retiró de las praderas donde pastaban al
descubierto y se les condujo al otro lado del canal, bajo unos
árboles situados a unos ciento cincuenta pasos, donde
tendrían hierba suficiente para algunos días.
Había que conservar a todo precio esos animales para asegurar el
regreso a Klondike antes de los primeros fríos del invierno.
Aparte de eso, se desmontaron las tiendas para levantarlas por la noche
al otro lado del canal. Este canal formaría una línea de
defensa que los asaltantes no atravesarían sino con muchas
dificultades bajo el fuego de las carabinas, cuando las aguas del
río corrieran hasta los bordes.
En efecto, si eso llegaba a ser necesario para impedir
que invadieran el campamento, Ben Raddle haría dar los
últimos golpes de piqueta en la ribera del Rubber
Creek. Esperaría, sin embargo, ya que no tenía
interés en provocar la erupción mientras Hunter estuviera
al pie del Golden Mount.
También las armas fueron preparadas para la
defensa. De los veinte hombres de la caravana, una docena poseía
fusiles, revólveres y cuchillos, sin hablar de las carabinas de
Ben Raddle, Summy Skim, Lorique, Bill Stell y Neluto.
Desde luego, a partir de ese momento los cazadores
renunciarían a la caza; los pescadores seguirían pescando
en el río o en el litoral, para economizar las reservas de la
caravana.
Como era de suponer, los trabajos del canal no se
interrumpieron. Se continuaría hasta hacer llegar el canal al
pie de la montaña. Era importante que pudiera llenarse en toda
su longitud, entre el río y el orificio de la galería
cavada en el flanco del Golden Mount. Pero el ingeniero no
emplearía la mina, pues se oirían sus explosiones. No se
pondrían los cartuchos hasta el instante en que conviniera hacer
saltar la pared que aún separaba la galería de la
chimenea del cráter.
Por lo demás, no parecía que los
síntomas eruptivos se hubiesen acrecentado. Los ruidos
interiores no habían aumentado de intensidad. Las llamas y los
vapores no habían ganado tampoco ni en altura ni en espesor.
Todavía podían pasar semanas, meses antes de que el
Golden Mount hiciera verdaderamente erupción.
Durante todo el día el scout y los
suyos se mantuvieron en guardia. En el campamento, los hombres
permanecían en la parte posterior. Para verlos habría
sido necesario avanzar hasta la orilla izquierda del Rubber
Creek, e incluso hasta su brazo occidental, que limitaba con el
delta del Mackensie.
Varias veces Ben Raddle y Summy Skim, Bill Stell y
Lorique fueron a observar la llanura. Como no vieron nada sospechoso,
avanzaron incluso hasta la extremidad de la base, al este.
Desde allí la mirada no tenía otro
límite que la primera fila de árboles del bosque que
cerraba el horizonte a una legua.
La planicie estaba desierta. Ni rastro de hombres, de
alguna tropa. Nadie tampoco del lado del litoral, por el cual la banda
habría podido encaminarse siguiendo sus contornos.
-Es evidente -dijo el scout- que los texanos
no han abandonado el bosque todavía.
-Sí -añadió Summy Skim-. Se han
dirigido hacia el oeste.
-No puedo creerlo -respondió el ingeniero-. Su
guía conoce la situación del Golden Mount, y han
debido divisarlo desde el límite del bosque. Es probable que
aún estén acampados en ese claro en que tú los
viste, Summy.
-Según eso, no tendrían mucha prisa,
Ben.
-Tal vez, en previsión de la presencia de
mineros que los hayan precedido, quieren estudiar la situación
antes de hacer nada, y no irán al Golden Mount hasta la
noche.
-Es probable -declaró Ben Raddle-, pues no es
admisible que no lo hayan visto.
-De todos modos -dijo Bill Stell-, tenemos que estar
preparados para cualquier sorpresa.
Después de haberse cerciorado una vez
más de que la planicie estaba desierta, volvieron al campamento
y, cuando llegó la tarde, Bill Stell había tomado todas
las precauciones para la noche.
Esta fue tranquila. Pero mientras Summy Skim la
durmió de un tirón, según su costumbre, Ben Raddle
gozó apenas de unas horas de sueño. La inquietud y la
irritación se mezclaban en su espíritu.
Irritación, desde luego, porque precisamente en el momento en
que pensaba alcanzar su objetivo la mala suerte venía a
interponerse. E inquietud, porque no dudaba de que le
disputarían duramente el Golden Mount, y
¿podría resistir contra la banda de Hunter? Sentía
ahora todo el peso de su responsabilidad.
¿No era por su sola voluntad que se
había organizado esta expedición a la desembocadura del
Mackensie? ¿No había sido él el alma de esta
campaña que amenazaba con terminar de manera tan desgraciada?
¿No había obligado, por así decirlo, a Summy Skim
a pasar un segundo año en esas regiones perdidas del Dominion?
Que hubiera querido venir a Klondike a tomar posesión de su
herencia, de acuerdo. Que era natural que Summy Skim lo
acompañara, de acuerdo también. Llegado a los territorios
del Forty Miles Creek, que no hubiera resistido el deseo de
explotar la parcela 129 y sacar provecho de ella se comprendía
en cierta medida, y se concebía que no hubiera tenido en cuenta
en ese momento las objeciones del prudente Summy Skim... Pero,
después del terremoto y de la inundación, después
de la destrucción de las parcelas de toda esa parte de Klondike
vecina a la frontera, ¿qué aconsejaba la prudencia? Pues
abandonar para siempre el oficio de prospector y, una vez pasado el
invierno, una vez repuesto de su accidente, abandonar inmediatamente
Dawson City, no para remontar hacia las latitudes del océano
Polar, sino para tomar el camino de Montreal.
Había sido una lamentable circunstancia que
él, Ben Raddle, se hubiera puesto en relación con el
francés Jacques Laurier, que éste le hubiera revelado la
existencia del Golden Mount. Pero era una determinación
no menos lamentable la de querer utilizar ese descubrimiento, cuyo
secreto ya no era el único que lo poseía, y que una tropa
de aventureros iba a arrebatarle por la fuerza.
He aquí lo que se dijo Ben Raddle durante esas
largas horas de insomnio, esperando que los hombres de guardia dieran
la alarma. Dos o tres veces había salido a observar los accesos
del campamento.
Seguramente un peligro gravísimo amenazaba a la
caravana. Atacada por Hunter, no podría resistir con
posibilidades de triunfo. Los asaltantes eran dos contra uno.
¿No sería prudente cederles el lugar antes de verse
expulsados? Esa misma noche, ya que los texanos no habían
aparecido todavía, hubiera sido fácil levantar el
campamento, internarse en el camino de Dawson City, y la caravana
habría desaparecido antes de que llegara el día. Pero
renunciar a los beneficios de esta expedición, tantos esfuerzos
vanos, tantas fatigas soportadas inútilmente, y en
vísperas de tener éxito... ¡No! Jamás
hubiera podido decidirse a dar la orden de partir, y sin duda, como se
ha dicho, si se hubiera decidido a darla sus compañeros no le
habrían obedecido.
A las cinco de la mañana, sin llegar hasta el
flanco occidental del Golden Mount, Ben Raddle y el
scout avanzaron una centena de toesas al otro lado del canal.
Regresaron sin haber visto nada nuevo.
El buen tiempo parecía haberse estabilizado. El
barómetro se mantenía por encima de la media. La
temperatura era bastante elevada, pero un viento fresco que
venía de alta mar la suavizaba. Bajo esta fresca brisa, los
vapores del volcán torcían hacia el sur. Pero el
ingeniero y Bill Stell observaron que eran menos espesos que la
víspera, menos fuliginosos también.
-¿Irá a decrecer la acción
volcánica? -dijo Ben Raddle.
-Si el cráter se apagara, estaría todo
resuelto -respondió el scout.
-También lo estaría para Hunter
-replicó el ingeniero-. De todos modos, no interrumpamos nuestro
trabajo y terminemos el canal.
-Quedará terminado hoy, señor
Raddle.
-Sí, Bill, sólo habrá que abrir
la orilla del río y la pared del fondo de la galería.
Cuando llegue el momento, lo haremos. Eso dependerá de las
circunstancias.
Así, pues, el personal de la caravana
volvió al trabajo, y sólo necesitó algunas horas
para dar el último golpe de piqueta y echar la última
paletada de tierra. Ahora, por ese canal de trescientos pies de largo y
por esa galería de sesenta pies, las aguas del río
podrían precipitarse en la chimenea del Golden
Mount.
Después de comer, los hombres pudieron
descansar un poco, sin descuidar la vigilancia de los accesos al
campamento.
Por la tarde, Neluto se internó un poco en la
llanura. Stop lo acompañaba, casi completamente curado de su
herida. A pesar de toda la banda, si uno de los hombres de Hunter se
hubiera aventurado hasta la base del monte el inteligente animal
habría sabido despistarlo.
Hacia las tres, Ben Raddle y Summy Skim estaban
observando la orilla del río, cerca del lugar donde iban a hacer
la sangría, cuando unos cortos ladridos resonaron en la
dirección que había tomado Neluto para ir a hacer su
reconocimiento.
-¿Qué pasa? -gritó el
scout.
-Alguna pieza que habrá levantado nuestro
perro, sin duda -dijo Ben Raddle.
-No -respondió Summy Skim-, no ladraría
de esa manera.
-Ven -replicó el ingeniero.
No habían dado cien pasos cuando divisaron a
Neluto que volvía a toda prisa.
Unos instantes después, escucharon los gritos
del indio:
-¡Alerta! ¡Alerta!
Llegó casi sin aliento.
-Ya llegan...
-¿Todos? -preguntó Bill Stell.
-Todos.
-¿A qué distancia están ahora?
-preguntó el ingeniero.
-A setecientos u ochocientos pasos del volcán,
señor Ben.
-¿Te vieron? -dijo Summy Skim.
-No creo -respondió Neluto-, pero yo los vi
bien. Venían en masa, con sus caballos y sus carros.
-¿Y se dirigen...? -preguntó el
scout.
-Hacia el río.
-¿Habrán escuchado los ladridos del
perro? -preguntó Summy Skim.
-No, no es posible. Estaban demasiado lejos.
-¡Al campamento ordenó Ben Raddle-, y
pongámonos a la defensiva!
¿Se detendrían Hunter, Malone y la banda
cuando llegaran al ángulo del Golden Mount? ¿Se
instalarían en ese lugar o continuarían su marcha hacia
el estuario del Mackensie?
Esta última hipótesis era la más
probable. En la necesidad de acampar durante algunos días,
buscarían un emplazamiento en que no les faltara el agua dulce.
Como se sabe, ningún estero regaba la llanura al oeste del
Golden Mount, y Hunter no podía ignorar que el gran
río desembocaba en el océano a corta distancia. Lo
verían dirigirse hacia el estuario. ¿Cómo los
trabajos del canal no iban a llamar su atención?
¿Cómo no iban a descubrir el campamento entre los
árboles?
Ben Raddle y sus compañeros se exponían
pues a un ataque próximo, y tomaron sus disposiciones para
rechazarlo.
Sin embargo, pasó la tarde sin que se produjera
la agresión. Ni los texanos ni ninguno de sus hombres
aparecieron en los alrededores del Rubber Creek.
¿Había que concluir que Hunter
había escogido el pie del volcán para instalarse? Sin
embargo, ese emplazamiento no era favorable para una estancia de cierta
duración.
-Es posible -observó Raddle- que Hunter haya
querido subir al volcán antes de establecer su base.
-Es posible, en efecto -respondió Summy-.
Querrá reconocer el cráter, asegurarse de si contiene
pepitas y, al mismo tiempo, ver el estado de la erupción.
La observación era justa, y Ben Raddle la
aprobó con un movimiento de cabeza.
Sea como sea, el día terminó sin que el
campamento recibiera la visita de los texanos. Seguramente
llegarían al día siguiente a instalarse en las
proximidades del Mackensie, y sólo después de haber
subido al Golden Mount. Había razón para
creerlo.
Sin embargo, con el fin de estar preparados para toda
eventualidad, el scout y sus compañeros resolvieron
quedarse en pie toda la noche, en estado de alerta. Por turno,
atravesaron el canal por la orilla del río y fueron a apostarse
al pie de la montaña para poder observar toda la base.
Hasta las once y media el crepúsculo
proporcionó suficiente claridad para ver si alguien se
dirigía hacia el río, y a las dos aparecieron las
primeras luminosidades del alba.
Durante esta noche tan breve no se produjo
ningún incidente, y por la mañana la situación era
la misma que la víspera.
¿Subirían Hunter y Malone a la cima del
volcán en el curso del día? ¿Sería posible
verlos sin ser vistos?
No había que pensar en alejarse descendiendo
hacia el sur. Por allí no había un solo bosquecillo donde
refugiarse. Retrocediendo hacia el lugar donde el Rubber Creek
se separaba de la bifurcación principal, también era
imposible encontrar algún refugio que les permitiera escapar a
las miradas de Hunter y Malone desde la meseta del Golden
Mount.
Existía un solo lugar desde donde
podrían ver a los texanos sin ser vistos por ellos cuando
visitaran el cráter: un grupo de viejos abedules situado a
doscientos pasos del campamento, en la orilla izquierda del río,
más abajo del lugar donde iban a establecer la
derivación. Entre el campamento y los abedules, un seto de
arbustos permitía llegar a ellos arrastrándose
detrás de las matas.
Temprano, Ben Raddle y Bill Stell fueron a cerciorarse
de que desde allí podrían ver a cualquiera que se
aproximara a la cresta de la montaña. Esta cresta, como
habían observado cuando subieron por primera vez, estaba formada
por bloques de cuarzo, por lavas endurecidas en las que era imposible
poner el pie. Debajo de ellas, el flanco del monte se cortaba
verticalmente, como un muro, y la misma disposición tenía
la fachada que daba al mar.
-El lugar es bueno -dijo el scout-. No nos
verán ni cuando vayamos ni cuando volvamos. Si Hunter sube al
cráter, seguramente querrá observar desde esa cresta el
estuario del Mackensie.
-Tendremos siempre aquí a uno de nuestros
hombres -respondió Ben Raddle.
-Yo agrego, señor Ben, que desde arriba no se
puede ver nuestro campamento. Está bajo los árboles
ahora. Cuidaremos de que todos los fuegos se apaguen, que no se escape
humo... En esas condiciones, me parece que la banda de Hunter no
podrá descubrirlo.
-Es deseable -respondió el ingeniero-, como lo
es también que esos texanos, después de haber comprobado
que es imposible bajar al cráter, abandonen sus proyectos y se
vayan por donde vinieron.
-Y que los conduzca el diablo -dijo el
scout.
Luego añadió:
-Si usted quiere, señor Ben, yo puedo quedarme
aquí mientras usted regresa al campamento.
-No, Bill, prefiero quedarme aquí en
observación. Vaya usted a asegurarse de que se han tomado todas
las medidas y de que ninguno de nuestros animales pueda alejarse.
-Entendido -respondió el scout-. Le
diré al señor Skim que venga a reemplazarlo dentro de dos
horas.
-Sí, dentro de dos horas -respondió Ben
Raddle, echándose al pie de un abedul, de donde no
perdería de vista la cresta del volcán.
Bill Stell volvió solo a reunirse con sus
compañeros. Las tiendas habían sido desmontadas en la
mañana. Nada podía delatar la presencia de una caravana
en ese ángulo que el Rubber Creek hacía con el
flanco del Golden Mount.
Hacia las nueve, por invitación del
scout, Summy Skim, deslizándose entre las rocas con su
fusil en bandolera, como si partiera de caza, fue a encontrarse con el
ingeniero. Se tendió a su lado. Su primera pregunta fue,
naturalmente:
-¿Nada nuevo, Ben?
-Nada, Summy.
-¿Ninguno de esos zopencos ha venido a posarse
en lo alto de esas rocas?
-Nadie.
-¡Cómo me gustaría abatir a uno o
dos de ellos! -comentó Summy Skim, mostrando su carabina cargada
con dos balas.
-¿A esta distancia, Summy?
-Es verdad. Tienes razón. Es un poco alto y un
poco lejos.
-Por lo demás, no se trata de ser hábil
sino de ser prudente. Un hombre menos en la banda no la haría
menos peligrosa para nosotros, y si no nos descubren, yo espero
todavía que Hunter y sus compañeros nos librarán
de su presencia después de haber comprobado que no hay nada que
hacer.
Era la esperanza de Ben Raddle, pero había
demasiadas razones, todas demasiado plausibles, para que no pudiera
realizarse...
Después de haber conversado unos minutos, Ben
Raddle se levantó para volver al campamento.
-Vigila bien, Summy -dijo-, y si ves a los texanos en
la cumbre, ven a advertirnos inmediatamente, teniendo cuidado de que no
te vean.
-De acuerdo, Ben.
-El scout vendrá a reemplazarte para
que vayas a comer.
-Bill Stell o Neluto -replicó Summy Skim-.
Podemos tener plena confianza en ese valiente compañero.
Además, tiene ojos de águila, ojos de indio... Con eso
está dicho todo.
Ben Raddle iba a emprender el regreso al campamento
cuando Summy Skim le cogió vivamente el brazo.
-Espera.
-¿Qué pasa?
-Mira... allá arriba.
El ingeniero levantó los ojos hacia la cumbre
del Golden Mount.
Un hombre y después otro aparecieron en la
cresta.
-¡Son ellos, son ellos! -repitió Summy
Skim, tendiendo el brazo.
-¡Sí, Hunter y Malone! -respondió
Ben Raddle, que se metió rápidamente entre los
árboles.
Eran los dos texanos, en efecto, y sin duda algunos de
los suyos ya se encontraban en la meseta. Muy probablemente,
después de haber reconocido el estado del cráter
habían dado una vuelta alrededor con la intención de
observar la vasta red hidrográfica del delta del Mackensie.
Seguramente les vendría a la mente la idea de trasladar
allí su campamento, si decidían esperar la
erupción hasta el día en que los primeros fríos
los obligaran a partir.
-¡Ah! -murmuraba Summy Skim-, los dos
bandidos... Y pensar que tengo una bala para cada uno, si pudieran
alcanzarlos. Es verdad que entre ese Hunter y yo hay un asunto de
honor. Sí, de honor. Y, si no hubiera sido por la
inundación del Forty Miles Creek, ya se habría
resuelto, y en mi favor...
Convendremos en que no era eso lo que hubiera debido
preocupar a Summy Skim en ese momento, y, desde luego, Ben Raddle no
pensaba en lo que había pasado el año anterior en las
parcelas 127 y 129. Sólo tenía ojos para esos dos hombres
que habían venido a disputarle el Golden Mount. Aunque
fuera por otro motivo, el odio que le inspiraban Hunter y Malone
igualaba al de Summy Skim.
Durante una media hora pudo ver a los texanos ir y
venir por la cresta de la meseta. Era evidente que observaban la
región con extrema atención, inclinándose a veces
para examinar la base del volcán por el lado del estuario.
Que hubieran descubierto el campamento al pie de la
montaña, que estuvieran seguros de que una caravana les
había precedido, no se podía colegir por su actitud. Lo
que sí era seguro era que Hunter y Malone observaban
obstinadamente el río que corría al pie del monte, y no
era menos dudoso que allí veían un lugar ideal para
instalarse durante unas semanas.
En ese momento, dos hombres fueron a reunirse con
ellos. Uno era el contramaestre del 127, al que Ben Raddle y Summy Skim
reconocieron inmediatamente. El otro era un indio, que no
conocían.
-Sin duda es el guía que los condujo hasta
aquí -dijo el ingeniero.
-Es el mismo que vi en el claro del bosque
-respondió Summy Skim.
Viéndolos en la cresta de la meseta, le vino a
la mente la idea de que si perdían el equilibrio, si
caían desde una altura de ochocientos a novecientos pies, eso
vendría a simplificar la situación, a darle un feliz
desenlace tal vez. Tras la muerte de sus jefes, la banda podría
abandonar la campaña.
Pero no fueron los texanos los que se precipitaron
desde lo alto del volcán, sino un gran bloque de cuarzo que se
desprendió de la cresta. Pudieron retroceder a toda prisa antes
de que éste los arrastrara.
La roca, en su caída, chocó contra un
saliente del flanco y se rompió en varios trozos. Uno de ellos
cayó en medio de los árboles que protegían el
campamento.
Summy Skim no pudo reprimir un grito que Ben Raddle
sofocó tapándole la boca.
-Cállate, Summy, cállate.
-¡Ojalá que no haya aplastado a alguno de
nuestros compañeros!
Había que esperar que no hubiera pasado tal
cosa. Pero la caída del bloque asustó a uno de los
caballos de la caravana. El animal, después de haber roto la
cuerda que lo retenía, se lanzó fuera del bosque,
corrió hacia el canal, lo atravesó de un salto y se
internó en la llanura.
Se escucharon gritos, débilmente, es verdad, a
causa de la distancia. Eran Hunter y Malone que, desde lo alto del
Golden Mount, llamaban a sus compañeros.
Cinco o seis acudieron de inmediato. No fue
difícil adivinar por sus gestos que Hunter sabía ahora a
qué atenerse respecto de la presencia de una caravana en las
bocas del Mackensie. Ese caballo no podía haber salido sino de
un campamento, y ese campamento estaba allí, a sus pies.
-Ven -dijo Ben Raddle a Summy Skim.
Abandonaron el bosquecillo arrastrándose entre
los matorrales y se dirigieron al campamento donde el scout,
Neluto, Lorique y sus compañeros los esperaban con la mayor
inquietud.
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