El volcán de oro (versión
original)
Segunda parte - Capítulo XII Ataque y defensa
Bill Stell y los otros ignoraban aún si el
campamento había sido o no descubierto. Desde donde se hallaban
no podían ver la cresta de la meseta. Tampoco sabían que
Hunter y algunos hombres de su banda habían subido la
montaña, ni que habían visto el caballo espantado. De
todos modos Neluto corrió por la llanura para perseguirlo y no
tardó en llevarlo de vuelta.
Todos fueron puestos al corriente de lo que pasaba y
no les cupo duda de que tendrían que rechazar un ataque casi
inmediato.
-Nos defenderemos -declaró el scout-,
y no cederemos el lugar a esos bribones americanos.
Un unánime hurra acogió sus
palabras.
¿La agresión se efectuaría el
mismo día? Era probable. Hunter tendría interés en
precipitar las cosas. No actuaría sin cierta prudencia, es
verdad, puesto que no sabía qué fuerzas se
opondrían a las suyas. Trataría de informarse antes de
actuar, evidentemente. Tal vez querría parlamentar y salirse con
la suya por ese medio si veía que contaba con la superioridad
numérica. En todo caso, Malone y él ignoraban aún
que sus contrincantes eran sus antiguos vecinos, los propietarios de la
parcela 129 del Forty Miles Creek, con los cuales ya
habían tenido violentos altercados. Cuando Hunter se encontrara
en presencia de su adversario Summy Skim, la situación se
complicaría.
El scout se ocupó de las
últimas medidas de defensa, considerando que la banda de Hunter,
por lo que había observado Summy Skim en el bosque, contaba con
el doble de hombres. Y he aquí lo que el ingeniero propuso a
Bill Stell, después de haber discutido el asunto:
-Nuestro campamento está ahora cubierto, y en
consecuencia, es inaccesible. Lo protege por un lado el flanco del
Golden Mount, y por el otro el Rubber Creek, que
Hunter y los suyos no podrían atravesar sin exponerse al fuego
de nuestras carabinas.
-En efecto, señor Raddle -respondió el
scout-, pero por delante sólo nos defiende el canal que
une el río y la montaña, y no es más que una fosa
de siete a ocho pies de ancho con más o menos igual profundidad.
¿Detendría a los asaltantes?
-No si la fosa está seca, desde luego
-declaró el ingeniero-, pero si la llenamos de agua hasta los
bordes, les será difícil atravesarla.
-De acuerdo, señor Raddle. ¿Y usted
piensa inundarla abriendo la orilla del río?
-Es lo que pienso, Bill -respondió Ben Raddle-.
El agua llenaría enteramente el canal.
-Pero -observó el scout-, si
más tarde queremos hacer estallar la pared que separa la
galería de la chimenea del cráter, ¿cómo
llegar hasta allá si la galería está llena de
agua?
-No estará llena de agua, porque su orificio
aún está cerrado por una pequeña presa que
dejaremos tal como está y destruiremos con unos cuantos golpes
de piqueta cuando llegue el momento.
-Bien, señor Raddle -dijo el scout-.
Si es lo que hay que hacer, hagámoslo al instante. Tenemos
todavía algunas horas antes de que la banda tenga tiempo de
bajar y aparecer frente a nuestro campamento. ¡Manos a la
obra!
Bill Stell llamó a sus hombres y les
informó de lo que se había decidido. Premunidos de sus
herramientas, se dirigieron a la orilla y atacaron el lugar donde
empezaba el canal.
Una media hora bastó para practicar una
sangría que las aguas agrandaron enseguida al precipitarse.
Detenidas sin embargo por la presa que todavía mantenía
cerrada la galería, se fueron calmando hasta que se
equilibró el nivel entre el canal y el río.
De este modo se cortaba todo acceso al
triángulo en que se hallaba el campamento, protegido por los
árboles.
Mientras se ejecutaba este trabajo, Summy Skim y
Lorique, ayudados por Neluto, se ocupaban de preparar las armas:
carabinas, fusiles, revólveres y también los cuchillos
por si era necesario luchar cuerpo a cuerpo. Quedaba suficiente reserva
de pólvora y de balas, así como cartuchos.
-Tenemos para esos bandidos -dijo Summy Skim- todos
los tiros que se merecen, y no los ahorraremos.
-Mi idea es -dijo Lorique- que si son acogidos por un
buen tiroteo, se irán como vinieron.
-Es posible, Lorique, y, como nosotros estamos a
cubierto detrás de los árboles y ellos no lo
estarán al otro lado del canal, eso compensará la
desventaja de ser uno contra dos. Si hemos tenido alguna vez la
ocasión de apuntar bien y de no errar el tiro, es precisamente
ésta. No lo olvides, Neluto.
-Cuente conmigo, señor Skim -respondió
el indio.
Los preparativos de defensa finalizaron pronto y no
quedó más que esperar, vigilando los accesos. Se
dispusieron hombres en el canal de modo que pudieran observar toda la
base meridional del Golden Mount.
No había nadie en la caravana que no se diera
cuenta de la situación. No había otra salida que un paso
lo suficientemente ancho como para que cupieran los animales. Si
había que batirse en retirada y ceder el campo a los texanos, se
podría salir por allí y llegar a la llanura remontando la
orilla izquierda del Rubber Creek. Pero todos confiaban en que
Hunter no lograría atravesar el canal. En cuanto al paso en
cuestión, fue fácil taparlo con una barricada, dejando
sólo una abertura que se cerraría en el momento del
ataque.
Mientras algunos hombres estaban de guardia afuera,
los otros, esperando que les correspondiera reemplazarlos, comieron
bajo los árboles. Summy Skim y el scout compartieron su
comida. La pesca había sido abundante en los días
anteriores, y las conservas estaban casi intactas. Se encendió
fuego, lo que no presentaba ahora ningún inconveniente, ya que
el campamento había sido descubierto. El humo escapó
libremente entre las ramas.
Nada perturbó la comida, y cuando los hombres
que estaban de guardia fueron relevados, no tuvieron nada nuevo que
señalar sobre la aproximación de la banda.
-Tal vez esos bandidos preferirán atacarnos
durante la noche -dijo Summy Skim.
-La noche dura apenas dos horas -respondió Ben
Raddle-, no pueden esperar sorprendernos.
-¿Por qué no, Ben? Tal vez piensen que
nosotros ignoramos su presencia en el Golden Mount. No saben
que los hemos visto en el borde de la meseta.
-Es posible -declaró el scout-, pero
vieron el caballo que se escapó. Primero un perro en el bosque,
luego un caballo atravesando la llanura. Es más que suficiente
para que tengan la certeza de que hay una caravana acampada en este
lugar. Sea por la tarde o por la noche, los veremos.
Hacia la una, Bill Stell atravesó la presa y se
reunió con los hombres que observaban los alrededores.
Durante su ausencia, Ben Raddle regresó con
Lorique al bosquecillo desde donde había divisado a Hunter y
Malone en la cresta de la meseta. Desde allí se veían los
humos del volcán, que se elevaban a unos cincuenta pies y se
arremolinaban con fuerza. A veces incluso alguna llama se alzaba hasta
esa altura. Los fuegos interiores se manifestaban con mayor violencia.
La erupción no tardaría en producirse. Tal vez en algunos
días...
Esta circunstancia hubiera sido lamentable y muy
perjudicial para los proyectos del ingeniero. En efecto, el
volcán hubiera lanzado con sus lavas y sus escorias las materias
auríferas, pepitas y polvo de oro, a los pies de los texanos. La
erupción se produciría en provecho de Hunter.
¿Cómo podría Ben Raddle disputarle la
posesión? La partida estaba irrevocablemente perdida. En el
campamento, la caravana tenía alguna oportunidad de
éxito. A campo abierto le sería imposible luchar con
alguna ventaja.
El ingeniero volvió lleno de inquietud.
Comprendía que contra esa eventualidad no había nada que
hacer.
En el momento en que llegaba, Summy Skim le
indicó al scout, que regresaba a toda prisa. Los dos
primos se adelantaron a su encuentro.
-¡Vienen! -gritó Bill Stell.
-¿Están lejos todavía?
-preguntó el ingeniero.
-A una media legua aproximadamente.
-¿Tendremos tiempo de ir a hacer un
reconocimiento? -preguntó Lorique.
-Sí -respondió Bill Stell.
Inmediatamente, los cuatro atravesaron el canal y
fueron al lugar donde estaban los vigías. Era fácil, sin
ser vistos, abarcar con la mirada la parte de la llanura que limitaba
con la base del Golden Mount.
A lo largo de esta base avanzaba una tropa compacta.
Debía venir toda la banda. Se veían relucir los
cañones de los fusiles. Por lo demás, ni caballos, ni
carros; habían dejado todo el equipo en el lugar en que
acampaban desde hacía dos días.
Hunter, Malone y el contramaestre marchaban a la
cabeza. Avanzaban con cierta prudencia, deteniéndose a veces,
alejándose a veces algunos cientos de pasos con el fin de
examinar lo alto del Golden Mount.
-Antes de una hora estarán aquí -dijo
Lorique.
-Es evidente que conocen la ubicación de
nuestro campamento -respondió Summy Skim.
-Y que vienen a atacarlo -añadió el
scout.
-Si yo esperara aquí que ese Hunter estuviera
al alcance -dijo Summy Skim-, lo podría saludar con un buen
tiro, y a cien pasos estoy seguro de abatirlo como a un pato.
-No, volvamos -ordenó Ben Raddle.
Era la decisión más cuerda. La muerte
del texano Hunter no habría impedido a los otros atacar.
Ben Raddle, Summy Skim, el scout y Lorique,
seguidos de sus hombres, volvieron al canal. En cuanto hubieron
atravesado uno a uno la presa, la abertura de la barricada fue tapada
con piedras preparadas para el efecto. No quedó ya ninguna
comunicación entre las dos orillas del canal.
Todos se retiraron a unos sesenta pasos detrás
de los primeros árboles, en donde estarían a buen recaudo
si se llegaba a intercambiar tiros, lo que parecía infinitamente
probable. Las armas estaban cargadas. Esperaron.
Por consejo del scout, decidieron que
había que dejar a la banda aproximarse hasta el canal y no
intervenir sino cuando intentara atravesarlo.
Media hora después, Hunter, Malone y sus
compañeros doblaban el ángulo del monte. Unos bordearon
lentamente la base. Los otros avanzaron hasta el río. Bajaron
por la orilla izquierda, con las armas listas para ser empuñadas
y los revólveres sujetos al cinto rojo que les
ceñía los riñones.
La mayoría de esos hombres eran los mineros que
Ben Raddle, Summy Skim, Lorique y Neluto habían visto trabajar
en la parcela 127 del Forty Miles Creek. Eran unos treinta,
sin hablar de una veintena de indios que Hunter había reclutado
en Circle City y en Fort Yukon para esta campaña en el litoral
del mar Polar.
La banda se reunió cuando alcanzó la
orilla del canal. Hunter y Malone se detuvieron.
Ambos iniciaron una conversación con el
contramaestre, que debía de ser muy viva a juzgar por la
violencia de sus gestos. No cabía duda que detrás de los
árboles estaba instalado un campamento. Sus manos se
tendían en esa dirección. Lo que parecía
provocarles una verdadera decepción era ese canal, que les
oponía un obstáculo difícil de superar si
estallaba un tiroteo a sesenta pasos de allí.
Por lo demás, habían reconocido que el
canal había sido cavado recientemente. La tierra se veía
removida y había huellas en el suelo. Pero, con qué fin
se había realizado ese trabajo, no podían comprenderlo...
En cuanto al orificio de la galería, el enredo de ramajes lo
hacía invisible. Además, ¿habrían imaginado
alguna vez una galería destinada a lanzar aguas del río
en las entrañas del Golden Mount?
Hunter y Malone iban y venían por la orilla del
canal, preguntándose cómo atravesarlo. Les era
absolutamente necesario avanzar hasta el bosquecillo, ya para tomar
contacto con los que lo ocupaban, ya para asegurarse de que
habían abandonado el lugar el día anterior, lo que
creían posible después de todo.
En ese momento el contramaestre se reunió con
ellos. Les mostró la presa cubierta por una barricada,
único paso que podría permitirles atravesar el canal a
pie.
Los tres se dirigieron hacia ese lado. Viendo esa
barricada que no presentaba ninguna abertura, debieron decirse que el
bosque ciertamente estaba ocupado, y que, derribándola,
llegarían al campamento.
Ben Raddle y sus compañeros, detrás de
los árboles, seguían todos los movimientos de la banda.
Comprendieron que Hunter iba a abrirse paso desplazando las piedras
amontonadas en la presa. Había llegado el momento de
impedírselo.
-No sé -dijo Summy Skim en voz baja- qué
es lo que me detiene para romperle la cabeza. Lo tengo a tiro.
-No, no tires, Summy -respondió Ben Raddle,
bajando su arma-. El que matemos a su jefe no los detendría. Tal
vez sea mejor explicarnos con ellos antes de llegar a los tiros.
¿Qué piensa usted, scout?
-Pienso que siempre se puede intentar -replicó
Bill Stell-. La situación no se agravará por eso. Si no
nos escuchan, veremos.
-En todo caso -observó Lorique-, no nos
mostremos todos. Hay que evitar que Hunter nos cuente.
-Exacto -respondió el ingeniero-. Iré yo
solo.
-Yo voy también -añadió Summy
Skim, que jamás hubiera dejado ir solo a Ben Raddle a
enfrentarse con los texanos.
En el momento en que algunos hombres de Hunter
avanzaban para demoler la barricada, Ben Raddle y Summy Skim
aparecieron en el límite del bosquecillo.
En cuanto Hunter los vio, hizo seña a los
hombres de que retrocedieran. La banda se mantuvo a la defensiva a unos
diez pasos del canal.
Hunter y Malone se aproximaron solos con el fusil en
la mano.
Ben Raddle y Summy Skim tenían cada uno su
carabina. Pusieron las culatas en el suelo.
Los dos texanos hicieron lo mismo, y la primera voz
que se escuchó, con cierto tono de sorpresa, fue la de
Hunter.
-¡Ah! -gritó-. Son ustedes, los
señores del 129.
-Somos nosotros -respondió Summy Skim.
-No esperaba encontrarlos en la desembocadura del
Mackensie -dijo el texano.
-Tampoco nosotros esperábamos verlos llegar
después de nosotros -replicó Summy Skim.
-¡Ah! Y entre nosotros dos hay un viejo asunto
que arreglar.
-Se puede arreglar aquí igual que en las
parcelas del Forty Miles Creek.
En Hunter, la cólera siguió a la
sorpresa. Viéndose delante de Summy Skim, levantó el
fusil. Summy Skim hizo lo mismo.
Se produjo en la banda un movimiento que Hunter
reprimió con un gesto. Hubiera querido saber, antes de
comprometerse en una pelea, de qué cantidad de hombres
disponía Ben Raddle. En vano sus ojos hurgaban en el interior
del bosquecillo. Ninguno de los hombres de la caravana se dejaba ver
entre los árboles.
Ben Raddle juzgó que había llegado el
momento de intervenir. Avanzó hasta la orilla del canal. Una
docena de pasos lo separaba de Hunter. Malone se había quedado
atrás.
-¿Qué quieren ustedes? -preguntó
Ben Raddle con voz fuerte.
-Queremos saber lo que ustedes han venido a hacer al
Golden Mount.
-¿Y con qué derecho quieren saber
eso?
-No es cuestión de derecho, sino de hecho
-respondió Hunter-, y el hecho es que ustedes están
aquí a (ochenta y siete)1 millas de Dawson City.
-Hemos venido porque nos ha dado la gana
-respondió Summy Skim, que empezaba a perder el control.
-¿Y si a nosotros no nos gusta encontrarlos
aquí? -replicó Hunter, cuya voz delataba un furor
difícilmente contenido.
-Que les guste o no, no nos interesa -contestó
Summy Skim-. Aquí estamos sin permiso de ustedes, y aquí
nos quedaremos sin permiso de ustedes, les guste o no.
-Una vez más -gritó el texano-,
¿qué han venido a hacer al Golden Mount?
-Lo mismo que han venido a hacer ustedes
-respondió Ben Raddle.
-¿A explotar este yacimiento?
-Que es canadiense y no americano -respondió el
ingeniero-, ya que está en territorio del Dominion.
Se comprende que no era un asunto de nacionalidad lo
que detendría a los texanos. Respondió Hunter, dirigiendo
su mano hacia el volcán.
-El Golden Mount no pertenece ni a los
canadienses ni a los americanos. Es de todos.
-De acuerdo -respondió Ben Raddle-. Es del
primer ocupante.
-No se trata de haberlo ocupado primero
-declaró Hunter, que iba perdiendo poco a poco su sangre
fría.
-¿De qué se trata, entonces?
-preguntó el ingeniero.
-Se trata de estar en condiciones de defenderlo
-respondió Hunter con un gesto de amenaza.
-¿Y contra quién?
-Contra los que pretenden ser los únicos que lo
van a explotar.
-¿Y esos...?
-Somos nosotros -gritó Hunter.
-Inténtenlo pues -respondió Ben
Raddle.
A una señal de Malone, partieron varios tiros.
Ninguno alcanzó a Ben Raddle ni a Summy Skim. Ambos se
abalanzaron al bosquecillo. Summy Skim se dio vuelta, apuntó
rápidamente su carabina y tiró contra Hunter.
El texano se echó a un lado y pudo evitar la
bala, que alcanzó a uno de sus hombres, hiriéndolo
mortalmente en el pecho.
Comenzó un tiroteo de ambos lados. Los
compañeros del scout, atrincherados detrás de
los árboles, estaban en ventaja en relación con los
hombres de Hunter. Hubo algunos heridos entre los primeros y muertos
entre los segundos.
Hunter vio que corría el riesgo de diezmar su
banda si no lograba atravesar el canal. Tenía que entrar en el
bosquecillo, enfrentar a los de la caravana y derrotarlos gracias a la
superioridad numérica con la que pensaba que contaba, lo que era
verdad, por lo demás.
Malone y dos o tres más se precipitaron a la
presa para forzar la barricada. Encorvándose detrás de
las rocas y las piedras acumuladas, trataron de realizar una abertura
practicable.
Fue allí, en ese punto, donde se
concentró la defensa. Si el paso era forzado, si la banda
llegaba hasta el límite del bosque, si invadía el
campamento, la resistencia se haría imposible.
Hunter, por otra parte, comprendió que no
podía dejar a sus hombres expuestos a la andanada de balas y les
ordenó arrojarse al suelo. La tierra arrojada al borde del canal
formaba una especie de parapeto que permitía a un hombre
protegerse a condición de permanecer tendido.
Improvisando en ese parapeto unas pequeñas
troneras, se podía disparar contra el bosque, aunque no se
presentara nadie contra quien apuntar. Los dos o tres heridos que hubo
en el campo del scout lo habían sido por balas
disparadas al azar.
Malone y dos de los suyos se arrastraron por el suelo
y se dirigieron a la barricada. Lograron llegar a ella y, protegidos
por las rocas que la componían, empezaron a sacar poco a poco
las piedras, que caían al canal.
Numerosos disparos partieron del bosquecillo, sin
alcanzarlos. Bill Stell, queriendo impedirles a toda costa que
atravesaran la barricada, estaba decidido a atacarlos en una lucha
cuerpo a cuerpo.
Era peligroso exponerse en ese espacio descubierto, de
unos sesenta pasos, que separaba el bosque del canal. Pero ese peligro
lo correrían igualmente Hunter y los suyos cuando corrieran
hacia el campamento después de haber atravesado la
barricada.
Ben Raddle aconsejó al scout esperar
todavía antes de salir del bosque. Podía ocurrir que
Malone y los otros, ocupados en demoler la barricada, fuesen puestos
fuera de combate, y que otros corrieran la misma suerte. Nada
tenía de raro entonces que Hunter abandonara la partida por
temor a sacrificar inútilmente hasta al último de sus
hombres. Pero había que dirigir un fuego incesante contra la
barricada, respondiendo al mismo tiempo a los múltiples disparos
que venían del parapeto del canal.
Pasaron unos diez minutos en estas condiciones.
Ninguno de los que ocupaban la barricada había sido herido,
pero, cuando la abertura se hubo agrandado, las balas empezaron a dar
en el blanco.
Uno de los indios fue derribado; después que se
lo hubieron llevado, otro vino a reemplazarlo cerca de Malone.
En ese momento Neluto hizo un disparo excelente.
Había podido apuntarle a Malone y lo alcanzó en todo el
pecho.
El texano se derrumbó. Su caída
provocó un grito terrible de toda la banda.
-Bien, bien -dijo Summy Skim a Neluto, que estaba a su
lado-. Gran tiro. Pero déjame a Hunter. Es un asunto entre
nosotros. Yo me encargo de él.
Pero entonces, después de que Malone fue
retirado, Hunter pareció renunciar al ataque. Decididamente no
podría tener éxito en tales condiciones. Los asaltantes
terminarían por sucumbir hasta el último hombre. No
queriendo exponer más a su gente, alzó su voz en medio de
las detonaciones, que continuaban de una y otra parte.
Dio la señal de retirada. La banda,
llevándose a sus heridos bajo los tiros que festejaban su huida,
retomó el camino de la llanura remontando la orilla izquierda
del Rubber Creek y desapareció en la vuelta del
Golden Mount.
1. Cifra omitida por
Verne.
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