Una invernada entre los hielos
Capítulo XVI Conclusión
Herming, mortalmente herido, fue transportado a una
cama por Misonne y Turquiette, que habían conseguido romper sus
ataduras. Aquel miserable agonizaba, y los dos marineros se ocuparon de
Pierre Nouquet, cuya herida por suerte no ofrecía ninguna
gravedad.
Pero una desgracia mayor debía afectar a Luis
Cornbutte. Su padre no daba ninguna señal de vida.
¿Había muerto con la ansiedad de ver a su hijo entregado
a sus enemigos? ¿Había sucumbido al presenciar aquella
terrible escena? Nadie lo sabría ya nunca. El pobre y viejo
marino, quebrantado por la enfermedad, había cesado de
vivir.
Ante aquel golpe inesperado, Luis Cornbutte y
María quedaron sumidos en una desesperación profunda,
luego se arrodillaron junto al lecho y lloraron rezando por el alma de
Juan Cornbutte.
Penellan, Misonne y Turquiette los dejaron solos en
aquel cuarto y subieron al puente. Los cadáveres de los tres
osos fueron arrojados por la proa. Penellan decidió conservar su
piel, que debía ser de gran utilidad, pero ni un solo momento se
le ocurrió comer su carne. Además, el número de
hombres que alimentar había disminuido mucho ahora. A los
cadáveres de André Vasling, de Aupic y de Jocki,
sepultados en una fosa cavada en la costa, se les unió pronto el
de Herming. El noruego murió durante la noche sin arrepentirse y
sin remordimientos, con la espuma de la rabia en la boca.
Los tres marinos repararon la tienda que, agujereada
en varios puntos, permitía que la nieve cayese sobre el puente.
La temperatura era excesivamente fría, y duró así
hasta el retorno del sol, que no reapareció sobre el horizonte
hasta el 2 de enero.
Juan Cornbutte fue sepultado en aquella costa.
Había dejado su país para buscar a su hijo, y
había ido a morir bajo aquel clima horrible. Su tumba fue
excavada sobre una altura, y los marinos plantaron sobre ella una
simple cruz de madera.
Desde aquel día, Luis Cornbutte y sus
compañeros pasaron aun por terribles pruebas; pero los limones,
que habían recuperado, les devolvieron la salud.
Gervique, Gradlin y Pierre Nouquet pudieron levantarse
quince días después de estos terribles acontecimientos y
realizar un poco de ejercicio.
Pronto la caza se hizo más fácil y
más abundante. Los pájaros acuáticos
volvían en abundancia. Con frecuencia mataban una especie de
pato salvaje que proporcionaba una carne excelente. Los cazadores no
tuvieron que deplorar más pérdida que la de dos de sus
perros, que desaparecieron durante una expedición para
reconocer, a veinticinco millas al sur, el estado de la llanura de
hielos.
El mes de febrero estuvo marcado por violentas
tempestades y nieves abundantes. La temperatura media fue aun de
veinticinco grados bajo cero, pero los hombres no sufrieron demasiado
por ello. Por otra parte la vista del sol, que cada vez se alzaba
más en el horizonte, los alegraba anunciándoles el fin de
sus tormentos. También hay que creer que el cielo se
apiadó de ellos, porque el calor aquel año llegó
antes. Desde el mes de marzo fueron divisados algunos cuervos
revoloteando alrededor del navío. Luis Cornbutte capturó
grullas que habían llevado hasta allí sus peregrinaciones
septentrionales. Bandadas de patos salvajes se dejaron también
vislumbrar en el sur.
Esta vuelta de los pájaros indicaba una
disminución del frío. Sin embargo no había que
fiarse demasiado porque, con un cambio de viento, o con el plenilunio,
la temperatura descendía súbitamente y los marinos se
veían forzados a recurrir a todo tipo de precauciones para
prevenirse contra ella. Ya habían quemado todos los empalletados
del navío para calentarse, los tabiques de la camareta alta que
no habitaban y una gran parte del sollado. Era, pues, tiempo de que
aquella invernada terminase. Por suerte, a mediados de marzo no pasaron
de los dieciséis grados bajo cero. María se ocupó
de preparar nuevas ropas para aquella precoz estación del
verano.
Desde el equinoccio, el sol se mantuvo de modo
constante sobre el horizonte. Los ocho meses de luz habían
comenzado. Aquella claridad perpetua y aquel calor incesante, aunque
excesivamente débiles, no tardaron en obrar sobre los
hielos.
Había que tomar grandes precauciones para
lanzar La joven audaz desde su alto lecho de témpanos que
la rodeaban. El navío, por consiguiente, fue apuntalado con
solidez, y les pareció conveniente esperar a que los hielos se
rompieran por el deshielo; pero los témpanos inferiores, que
descansaban sobre una capa de agua ya más caliente, se fueron
disolviendo poco a poco, y el brick bajo sensiblemente. Hacia
los primeros días de abril, había recuperado su nivel
natural.
Con el mes de abril vinieron lluvias torrenciales,
que, difundidas a oleadas sobre la llanura de hielos, apresuraron
todavía más su descomposición, El
termómetro subió a diez grados bajo cero. Algunos hombres
se quitaron sus vestimentas de pieles de foca y ya no fue necesario
mantener encendida la estufa día y noche en el alojamiento. La
provisión de alcohol, que no se había agotado,
sólo se empleó para la cocción de los
alimentos.
Pronto los hielos empezaron a romperse con sordos
crujidos. Las grietas se formaban con gran rapidez y se volvía
imprudente avanzar por la llanura sin un bastón para sondear los
pasos, porque las fisuras serpenteaban por aquí y por
allá. Más de una vez ocurrió que varios marineros
cayeron en el agua, pero se libraron del percance sólo con un
baño algo frío.
Las focas volvieron en esa época, y
frecuentemente las cazaron parque su grasa debía ser utilizada.
La salud de todos seguía siendo excelente. El tiempo se ocupaba
con los preparativos de partida y con la caza. Luis Cornbutte iba
frecuentemente a estudiar los pasos, y, según la
configuración de la costa meridional, decidió intentar el
paso más al sur. Ya se había producido el deshielo en
diferentes lugares, y algunos témpanos flotantes se
dirigían hacia alta mar. El 25 de abril, el navío estaba
en situación de navegar. Las velas, sacadas de sus fundas se
hallaban en perfecto estado de conservación, y fue una
auténtica alegría para los marinos verlas balancearse al
soplo del viento. El navío se estremecía porque
había vuelto a encontrar su línea de flotación, y
aunque aun no pudiera moverse, descansaba sin embargo en su elemento
natural.
En el mes de mayo el deshielo se efectuó
rápidamente. La nieve que cubría la orilla se
fundía por todos lados y formaba un barro espeso, que hacia casi
inabordable la costa. Pequeños matorrales, de color
rosáceo pálido, se mostraban tímidamente entre los
restos del hielo y parecían sonreír al escaso calor. El
termómetro subió al fin por encima de cero.
A veinte millas del navío, en dirección
sur, los témpanos completamente sueltos, bogaban hacia el
océano Atlántico. Aunque la mar todavía no
estuviera del todo libre en torno al navío, se formaban pasos
que Luis Cornbutte quiso aprovechar.
El 21 de mayo, después de una última
visita a la tumba de su padre, Luis Cornbutte abandono por fin la
bahía de invernada. El corazón de aquellos valientes
marinos se llenó al mismo tiempo de alegría y de
tristeza, porque no se dejan sin pena los lugares en que se ha visto
morir a un amigo. El viento soplaba del norte y favorecía la
partida del brick. Frecuentemente se vio detenido por bancos de
hielo, que tuvieron que cortar con la sierra; frecuentemente ante
él se levantaron témpanos, y había que emplear
barrenos para hacerlos saltar. Durante un mes todavía la
navegación estuvo llena de peligros, que a menudo pusieron al
navío a dos dedos de su perdición; pero la
tripulación era audaz y estaba acostumbrada a aquellas
peligrosas maniobras. Penellan, Pierre Nouquet, Turquiette, Fidele
Misonne, hacían ellos solos el trabajo de diez marineros, y
María tenía sonrisas de agradecimiento para todos.
La joven audaz se vio libre de los hielos
a la altura de la isla Juan-Mayer. Hacia el 25 de junio, el
brick encontró navíos que se dirigían al
norte para la pesca de focas y ballenas. Había tardado cerca de
un mes en salir del mar polar.
El 10 de agosto, La Joven Audaz se encontraba a
la vista de Dunkerque. Había sido avistada por el vigía y
toda la población del puerto acudió a la escollera. Los
marinos del brick cayeron pronto en brazos de sus amigos. El
viejo cura recibió a Luis Cornbutte y a María
estrechándolos contra su corazón, y de las dos misas que
dijo en los dos días siguientes la primera fue por el reposo del
alma de Juan Cornbutte y la segunda para bendecir a los dos prometidos,
unidos desde hacía tanto tiempo por la desgracia.

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