Una invernada entre los hielos
Capítulo II El proyecto de
Juan Cornbutte
Cuando la joven confiada a los cuidados de caritativos
amigos hubo abandonado el brick, el segundo, André
Vasling, informó a Juan Cornbutte del horrible suceso que le
privaba de ver nuevamente a su hijo, y que el diario de a bordo
refería en estos términos:
«A la altura del Maelström1, el 20 de abril,
habiéndose puesto a la capa debido a una gran tempestad y a los
vientos del suroeste, divisó señales de socorro que le
hacía una goleta bajo el viento. La goleta, que había
perdido la mesana, corría hacia el abismo con las velas
plegadas. El capitán Luis Cornbutte, viendo al navío
encaminarse a una catástrofe inminente, resolvió ir a
bordo. A pesar de los ruegos de su tripulación, hizo descender
al mar la chalupa y bajó a ella con el marinero Cortrois y el
timonel Pierre Nouquet. La tripulación los siguió con la
vista hasta el momento en que desaparecieron en medio de la bruma.
Llegó la noche. El mar se puso cada vez peor. La joven
audaz, atraída por las corrientes que rondan por esos
parajes, corría el riesgo de ser engullida por el
Maelström. Se vio obligada a huir contra el viento. En vano
cruzó durante varios días el lugar del siniestro; la
chalupa del brick, la goleta, el capitán Luis y los dos
marineros no volvieron a aparecer. André Vasling reunió
entonces a la tripulación, tomó el mando del navío
y puso vela hacia Dunkerque»
Después de haber leído este relato, seco
como un simple hecho de abordo, Juan Cornbutte lloró largo
tiempo y, si tuvo algún consuelo, vino del pensamiento de que su
hijo había muerto por querer socorrer a sus semejantes. Luego,
el pobre padre abandonó aquel brick cuya vista le
hacía daño y volvió desolado a su casa.
La triste noticia se difundió inmediatamente
por todo Dunkerque. Los numerosos amigos del viejo marino fueron a
ofrecerle sus vivas y sinceras condolencias. Luego, los marineros de
La joven audaz dieron detalles más completos sobre el
suceso, y André Vasling hubo de contar a María, en todos
sus detalles, la abnegación de su prometido.
Juan Cornbutte reflexionó después de
haber llorado, y al día siguiente mismo del fondeo, al ver
entrar a André Vasling en su casa, le dijo:
-¿Está completamente seguro,
André, de que mi hijo ha perecido?
-Sí, por desgracia, señor –
respondió André Vasling.
-¿Hizo usted todas las búsquedas
necesarias para encontrarle?
-¡Todas, sin que faltara ninguna, señor
Cornbutte! Pero, por desgracia, es demasiado cierto que los dos
marineros y él fueron engullidos por el abismo del
Maelström.
-¿Le gustaría, André, seguir en
el mando como segundo del navío?
-Eso dependerá del capitán, señor
Cornbutte.
-El capitán seré yo, André
– respondió el viejo marino –. Voy a descargar
rápidamente mi navío, a preparar mi tripulación y
a correr en busca de mi hijo.
-¡Su hijo ha muerto! – respondió
André Vasling insistiendo.
-Es posible, André – replicó con
viveza Juan Cornbutte –, pero también es posible que se
haya salvado. Quiero registrar todos los puertos de Noruega adonde
pudiera haber sido empujado, y cuando tenga la certeza de no volver a
verle jamás, sólo entonces regresaré para morir
aquí.
Comprendiendo que esta decisión sería
inquebrantable, André Vasling no insistió más y se
retiró.
Juan Cornbutte participó inmediatamente a su
sobrina su proyecto, y vio brillar alguna luz de esperanza a
través de sus lágrimas. Al espíritu de la joven no
había llegado aún la idea de que la muerte de su
prometido pudiera ser problemática; pero apenas fue lanzada esta
nueva esperanza a su corazón, se entregó a ella sin
reserva.
El viejo marino decidió que La joven
audaz se haría al punto a la mar. Aquel brick,
sólidamente construido, no tenía avería ninguna
que reparar. Juan Cornbutte hizo anunciar que si los marineros
querían embarcar nuevamente, la composición de la
tripulación no se alteraría. Sólo él
sustituiría a su hijo en el mando del navío.
Ninguno de los compañeros de Luis Cornbutte
faltó a la llamada, y allí había marineros
audaces: Alain Turquiette, el carpintero Fidele Misonne, el
bretón Penellan, que sustituía a Pierre Nouquet como
timonel de La joven audaz, y luego Gradlin, Aupic, Gervique,
marineros valientes y experimentados.
Juan Cornbutte propuso de nuevo a André Vasling
que ocupara su puesto a bordo. El segundo del brick era un
hábil maniobrista, que había pasado su prueba llevando a
La joven audaz a buen puerto. Sin embargo, no se sabe por
qué motivo, André Vasling puso algunas dificultades y
pidió tiempo para reflexionar.
-Como usted quiera, André Vasling –
respondió Cornbutte –. Recuerde únicamente que si
acepta será bienvenido entre nosotros.
Juan Cornbutte tenía un hombre adicto en el
bretón Penellan, que durante mucho tiempo había sido
compañero de viaje suyo. La pequeña María pasaba,
en otro tiempo, las largas veladas de invierno en los brazos del
timonel, mientras éste estaba en tierra. Por eso había
conservado una amistad de padre hacia ella, que la joven le
devolvía con amor filial. Penellan aceleró cuanto pudo el
armamento del brick, con tanto mayor motivo cuanto que, en su
opinión, André Vasling tal vez no había hecha
todas las búsquedas posibles para dar con los náufragos,
aunque le excusaba por la responsabilidad que sobre él pesaba
como capitán.
No habían transcurrido ocho días cuando
La joven audaz se encontraba presta para hacerse a la mar. En
lugar de mercancías, fue completamente aprovisionada de carnes
saladas, de galletas, de barriles de harina, de patatas, de cerdo, de
vino, de aguardiente, de café, de té, de tabaco.
Se fijó la partida para el 22 de mayo. La noche
de la víspera, André Vasling, que aún no
había contestado a Juan Cornbutte, se dirigió a su casa.
Estaba todavía indeciso y no sabía qué partido
tomar.
Juan Cornbutte no se hallaba en casa, aunque la puerta
se encontraba abierta. André Vasling penetró en la sala
común, que daba al cuarto de la joven, y allí el rumor de
una animada conversación sorprendió su oído.
Escuchó atentamente y reconoció las voces de Penellan y
de María.
Sin duda, la discusión duraba hacía
algún tiempo, porque la joven parecía oponer una
inquebrantable firmeza a las observaciones del marino
bretón.
-¿Qué edad tiene mi tío
Cornbutte? – decía María.
-Unos sesenta años – respondía
Penellan.
-¡Y bien!, ¿no va a afrontar él
peligros para recuperar a su hijo?
-Nuestro capitán es todavía un hombre
robusto – replicaba el marino –. Tiene un cuerpo de roble y
músculos duros como un timón de recambio.¡Por eso
no me preocupa nada ver que se hace a la mar!
-Mi buen Penellan – continuó María
–, una persona es fuerte cuando ama. Además, tengo plena
confianza en el apoyo del cielo. Usted me comprende y me
ayudará.
-No – decía Penellan –. Es
imposible, María. ¡Quién sabe adonde llegaremos y
qué males tendremos que sufrir! ¡Cuántos hombres
vigorosos he visto dejar su vida en esos mares!
-Penellan – continuó la joven –, no
pasará nada, y si usted me rechaza, pensaré que ya no me
quiere.
André Vasling había comprendido la
resolución de la joven. Reflexionó un instante y
decidió.
-Juan Cornbutte – dijo avanzando hacia el viejo
marino que entraba en ese momento –, iré con ustedes. Las
causas que me impedían embarcar han desaparecido y puede usted
contar con mi dedicación.
-Nunca había dudado de usted, André
Vasling – respondió Juan Cornbutte estrechándole la
mano –. ¡María, hija! – llamó en voz
alta.
María y Penellan aparecieron al punto.
-Aparejamos mañana al alba con la marea baja
– dijo el viejo marino –. Mi pobre María,
ésta será la ultima noche que pasemos juntos.
-¡Tío! – exclamó
María cayendo en brazos de Juan Cornbutte.
-María, con la ayuda de Dios, te traeré
a tu prometido.
-Sí, nosotros encontraremos a Luis –
añadió André Vasling.
-¿Es usted entonces de los nuestros? –
preguntó vivamente Penellan.
-Si, Penellan, André Vasling será mi
segundo – respondió Juan Cornbutte.
-¡Oh, oh! – exclamó el
bretón con un aire singular.
-Y sus consejos nos serán útiles, porque
es hábil y emprendedor.
-Pero usted nos da cien vueltas, capitán
– respondió André Vasling –, porque
todavía conserva tanto vigor como saber.
-Bueno, amigos míos, hasta mañana. Vayan
a bordo y tomen las ultimas disposiciones. ¡Hasta luego,
André! ¡Hasta luego, Penellan!
El segundo y el marinero salieron juntos. Juan
Cornbutte y María permanecieron juntos. Muchas lágrimas
se vertieron durante esa triste velada. Juan Cornbutte, viendo a
María tan desolada, decidió adelantar la
separación abandonando la casa al día siguiente sin
avisarla. Por eso aquella misma noche le dio su último beso, y a
las tres de la mañana se levantó.
La partida había atraído a la estacada a
todos los amigos del viejo marino. El cura, que debía bendecir
la unión de María y de Luis, fue a dar una ultima
bendición al navío. Rudos apretones de mano se
intercambiaron en silencio, y Juan Cornbutte subió a bordo.
La tripulación estaba completa. André
Vasling dio las últimas ordenes. Se largaron velas y el
brick se alejo rápidamente con una brisa de noroeste,
mientras el cura, de pie en medio de los espectadores arrodillados,
ponía el navío entre las manos de Dios.
¿A dónde va ese navío?
¡Sigue la ruta peligrosa por la que se han perdido tantos
náufragos! ¡No tiene destino cierto! ¡Debe esperar
todos los peligros y saber enfrentarse a ellos sin vacilar!
¡Sólo Dios sabe donde podrá atracar! ¡Que
Dios le guíe!

1. Remolino de la costa
noruega.
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