Una invernada entre los hielos
Capítulo V La isla
Liverpool
El brick bogaba entonces por un mar casi
completamente libre. Sólo en el horizonte una luz blancuzca, sin
movimiento en esta ocasión, indicaba la presencia de llanuras
inmóviles.
Juan Cornbutte seguía dirigiéndose hacia
el cabo Brewster y se acercaba a regiones donde la temperatura es
excesivamente fría porque los rayos del sol no llegan sino muy
debilitados debido a su oblicuidad
El 3 de agosto el brick volvió a
encontrarse en presencia de hielos inmóviles y unidos entre
sí. Los pasos no tenían a menudo más que un cable
de anchura, y La joven audaz se veía forzada a dar mil
rodeos que a veces la colocaban contra el viento.
Penellan se ocupaba con una solicitud paternal de
María, y a pesar del frío, la obligaba a subir todos los
días para pasear dos o tres horas por el puente, porque el
ejercicio se convertía en una de las condiciones indispensables
de la salud.
Por otro lado, el valor de María no se
debilitaba. Alentaba incluso a los marineros del brick con sus
palabras, y todos sentían por ella verdadera adoración,
André Vasling se mostraba más solícito que nunca y
buscaba todas los ocasiones para hablar con ella; pero la joven, por
una especie de presentimiento, no acogía sus servicios
más que con cierta frialdad. Fácilmente se
comprenderá que el futuro, más qué el presente,
era el objeto de las conversaciones de André Vasling, que no
ocultaba las pocas probabilidades que ofrecía el salvamento de
los náufragos. Él pensaba que su pérdida era ahora
un hecho confirmado y que la joven debía poner en manos de
algún otro el cuidado de su existencia.
Sin embargo, María no había comprendido
todavía los proyectos de André Vasling, porque, para gran
disgusto de este ultimo, estas conversaciones no se prolongaban mucho.
Penellan siempre encontraba un medio de intervenir y destruir el efecto
de las conversaciones de André Vasling con las palabras de
esperanza que dejaba escapar de sus labios.
Por lo demás, María no permaneció
sin hacer nada. Siguiendo los consejos del timonel, preparó sus
ropas de invierno, y fue preciso cambiar por entero su vestimenta. El
corte de sus vestidos de mujer no era apropiado para aquellas latitudes
frías. Se hizo, por tanto, una especie de pantalón de
piel, cuyos pies estaban guarnecidos de piel de foca, y sus estrechas
faldas sólo le llegaban a media pantorrilla a fin de que no
estuvieran en contacto con las capas de nieve con que el invierno iba a
cubrir las llanuras de hielo. Una capa de piel, estrechada por la
cintura y provista de un capuchón, le protegía la parte
superior del cuerpo.
En el intervalo de sus trabajos, los hombres de la
tripulación se confeccionaron también ropas capaces de
resguardarles del frío. Hicieron gran cantidad de botas altas de
piel de foca, que debían permitirles atravesar impunemente las
nieves durante sus viajes de exploración. De este modo,
trabajaron todo el tiempo que duró esta navegación por
los pasos.
André Vasling, tirador muy diestro,
abatió varias veces aves acuáticas, cuyas numerosas
bandas daban vueltas en torno del navío. Una especie de
eiderduks y de ptarmigans proporcionaron a la
tripulación una carne excelente que les permitió
descansar de las carnes saladas.
Al fin el brick, tras mil rodeos, llegó
a la vista del cabo de Brewster. Echaron al mar una chalupa. Juan
Cornbutte y Penellan ganaron la costa, que estaba absolutamente
desierta.
En seguida, el brick se dirigió a la
isla de Liverpool, descubierta en 1821 por el capitán Scoresby,
y la tripulación lanzó gritos de jubilo al ver a los
nativos acudir a la playa. Pronto se estableció
comunicación entre ellos, gracias a algunas palabras que
Penellan conocía de su lengua y a algunas frases usuales que
ellos mismos habían aprendido de los balleneros que frecuentaban
estos parajes.
Aquellos groenlandeses eran pequeños y
regordetes, su estatura no pasaba de los cuatro pies y diez pulgadas;
tenían la tez rojiza, la cara redonda y la frente baja; su pelo,
liso y negro, les caía sobre la espalda; sus dientes estaban
estropeados, y parecían afectados por esa especie de lepra
particular de las tribus ictiófagas1.
A cambio de trozos de hierro y de cobre, por los que
sienten gran avidez, aquellas pobres gentes entregaban pieles de oso,
pieles de becerros marinos, de perros marinos, de lobos marinos y de
todos esos animales generalmente comprendidos bajo el nombre de focas.
Juan Cornbutte obtuvo a muy bajo precio todas estas pieles que iban a
resultarle de gran utilidad,
El capitán hizo comprender entonces a los
nativos que estaba buscando un navío naufragado y les
preguntó si no tenían alguna noticia de él. Uno de
ellos trazó inmediatamente sobre la nieve una especie de
navío e indicó que un barco de aquella clase había
sido arrastrado, hacía tres meses, en dirección norte;
indicó también que el deshielo y la ruptura de los campos
de hielos les habían impedido salir en su búsqueda, y, en
efecto, sus piraguas, muy ligeras, que maniobraban con pagayas, no
podían afrontar el mar en aquellas condiciones.
Aunque imperfectas, estas noticias devolvieron la
esperanza al corazón de los marineros, y a Juan Cornbutte no le
costó ningún esfuerzo adentrarlos en el mar polar.
Antes de abandonar la isla de Liverpool, el
capitán compró un tiro de seis perros esquimales, que
pronto se aclimataron a bordo. El navío levó anclas el l0
de agosto por la mañana y con una fuerte brisa se hundió
en los pasos del norte.
Aun no habían llegado a los días
más largos del año, es decir, bajo esas elevadas
latitudes, el sol, que no se ponía, alcanzaba el punto
más alto de las espirales que describía por encima del
horizonte.
Esta ausencia total de noche no era, sin embargo, muy
sensible, porque la bruma, la lluvia y la nieve rodeaban a veces al
navío entre verdaderas tinieblas.
Decidido a ir lo más adelante que pudiese, Juan
Cornbutte comenzó a tomar medidas de higiene. El entrepuente fue
cerrado por completo y por la mañana se preocuparon de renovar
el aire mediante corrientes. Se instalaron estufas, y los tubos se
dispusieron de tal forma que dieran el mayor calor posible. Se
recomendó a los hombres de la tripulación que no llevasen
más que una camisa de lana encima de su camisa de
algodón, y que cerrasen herméticamente su casaca de piel.
Por lo demás, todavía no encendieron las calderas, porque
importaba reservar las provisiones de madera y de carbón para
los grandes fríos.
Regularmente se distribuyeron a los marineros,
mañana y tarde, bebidas calientes, como el café y el
té, y corno era útil alimentarse de carnes, se dedicaron
a la caza de patos y cercetas, que abundan en esos parajes.
También en la cima del mástil mayor
instaló Juan Cornbutte un «nido de cornejas»,
especie de tonel hundido por un extremo, en el que siempre había
un vigía para observar las llanuras de hielo.
Dos días después de que el brick
hubiera perdido de vista la isla de Liverpool, la temperatura
refrescó súbitamente bajo la influencia de un viento
seco. Se percibieron algunos indicios del invierno, La joven
audaz no tenía un momento que perder, porque pronto la ruta
debía quedar absolutamente cerrada. Avanzó, pues, a
través de los pasos que dejaban entre sí unas llanuras
que tenían hasta treinta pies de espesor.
En la mañana del 3 de septiembre, La joven
audaz llegó a la altura de la bahía de
Gaël-Hamkes. La tierra se encontraba entonces a treinta millas a
sotavento. Aquella fue la primera vez que el brick se detuvo
ante un banco de hielo que no le ofrecía ningún paso y
que medía por lo menos una milla de ancho. Hubieron de emplear,
por tanto, las sierras para cortar el hielo. Penellan, Aupic, Gradlin y
Turquiette se dedicaron al trabajo con aquellas sierras, que se
habían instalado fuera del navío. El trazado de los
cortes se hizo de tal modo que la corriente pudo llevarse los hielos
desgajados del banco. Toda la tripulación reunida tardó
casi veinte horas en aquella tarea. Los hombres hacían terribles
esfuerzos para mantenerse sobre el hielo; con frecuencia se
veían forzados a meterse en el agua hasta la cintura, y sus
ropas de piel de foca no les preservaban sino muy imperfectamente de la
humedad.
Por otro lado, bajo estas elevadas latitudes, todo
trabajo excesivo muy pronto va seguido de una fatiga absoluta, porque
falta la respiración y el más robusto se ve obligado a
detenerse con frecuencia.
Por último, pudieron navegar libremente y el
brick fue remolcado al otro lado del banco que durante tanto
tiempo le había retenido.

1. Que se nutren
exclusivamente de peces.
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