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Una invernada entre los hielos
Editado
© Ariel Pérez
11 de diciembre del 2002
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Una invernada entre los hielos
Capítulo III
Destellos de esperanza

En aquella época del año la estación era favorable y la tripulación esperaba llegar pronto al lugar del naufragio.

El plan de Juan Cornbutte se encontraba trazado. Contaba con hacer escala en las islas Feroe, donde el viento del norte podía haber llevado a los náufragos; luego, si se cercioraba de que no habían sido recogidos en ningún puerto de aquellos parajes, debía llevar sus búsquedas mas allá del mar del Norte, registrar toda la costa occidental de Noruega, hasta Bodoë, el lugar más cercano al naufragio, y más allá todavía si era preciso.

Contrariamente a la opinión del capitán, André Vasling pensaba que debían explorar primero las costas de Islandia; pero Penellan hizo observar que durante la catástrofe, la borrasca venía del oeste; lo cual, admitiendo la esperanza de que los desventurados no habían sido arrastrados hacia el abismo del Maelström, permitía suponer que fueron empujados a la costa noruega.

Resolvieron por tanto, seguir aquel litoral lo mas cerca posible, a fin de reconocer algunas huellas de su paso.

Al día siguiente de la partida, Juan Cornbutte, con la cabeza inclinada sobre un mapa, se hallaba abismado en sus reflexiones cuando una pequeña mano se apoyó en su hombro y una dulce voz le dijo al oído:

-¡Tenga ánimo, tío!

Se volvió y quedó estupefacto. María le rodeaba con sus brazos.

-¡María! ¡Mi hija a bordo! – exclamo.

-La mujer bien puede ir en busca de su marido cuando el padre se embarca para salvar a su hijo.

-¡Desventurada María! ¿Cómo soportarás tú nuestras fatigas? ¿Sabes que tu presencia puede perjudicar nuestra búsqueda?

-No, tío, porque soy fuerte.

-¿Quién sabe dónde seremos arrastrados, María? Mira este mapa. Nos acercamos a estos parajes tan peligrosos, incluso para nosotros los marinos, curtidos en todas las fatigas del mar. Y tu, débil niña...

-Pero tío, soy de una familia de marinos. ¡Estoy acostumbrada a los relatos de combates y de tempestades! ¡Estoy junto a usted y a mi viejo amigo Penellan!

-¡Penellan! Ha sido él quien te ha escondido a bordo.

-Sí, tío, pero sólo cuando ha visto que yo estaba decidida a hacerlo sin su ayuda.

-¡Penellan! – gritó Juan Cornbutte.

Penellan entró.

-Penellan, lo hecho, hecho, pero recuerda que eres responsable de la existencia de María.

-Esté tranquilo, capitán – respondió Penellan –. La pequeña tiene fuerza y valor, y nos servirá de ángel guardián. Además, capitán, ya conoce usted mi idea: en este mundo todo va del mejor modo posible.

La joven fue instalada en un camarote que los marineros dispusieron para ella en pocos instantes y que hicieron lo más confortable posible.

Ocho días más tarde, La joven audaz hacía escala en las Feroe; pero las minuciosas exploraciones no dieron fruto alguno. Ningún náufrago, ningún resto de navío se había recogido en las costas. La noticia misma del suceso era completamente desconocida. El brick continuó su viaje, después de diez días de escala, hacia el l0 de junio. El estado de la mar era bueno, los vientos firmes, El navío se vio rápidamente impulsado hacia las costas de Noruega, que exploró sin mejores resultados.

Juan Cornbutte resolvió dirigirse a Bodoë. Tal vez allí sabría el nombre del navío naufragado, en socorro del cual se habían precipitado Luis Cornbutte y sus dos marineros.

El 30 de junio el brick fondeaba en ese puerto.

Allí las autoridades entregaron a Juan Cornbutte una botella encontrada en la costa y que contenía el siguiente documento:

 

Este 2 de abril, a bordo del Froöern, después de haber sido abordados por la chalupa de La joven audaz, somos arrastrados por las corrientes hacia los hielos. ¡Que Dios tenga piedad de nosotros!

 

El primer impulso de Juan Cornbutte fue dar gracias al cielo. ¡Se encontraba tras las huellas de su hijo! El Froöern era una goleta noruega de la que hacía tiempo no se tenían noticias, pero que, evidentemente, había sido arrastrada hacia el norte,

No había tiempo que perder. La joven audaz fue preparada para afrontar los peligros de los mares polares. Fidele Misonne, el carpintero, la inspeccionó escrupulosamente y aseguró que su sólida construcción podría resistir el choque de los témpanos.

Gracias a las recomendaciones de Penellan, que ya había hecho la pesca de la ballena en los mares árticos, embarcaron a bordo mantas de lana, ropas de pieles, numerosos mocasines de piel de foca y madera necesaria para la fabricación de trineos destinados a correr por las llanuras de hielos. Aumentaron en gran proporción las provisiones de alcohol y de carbón de tierra, porque era posible que tuvieran que invernar en algún punto de la costa groenlandesa. Asimismo, a precio caro y con gran esfuerzo, consiguieron cierta cantidad de limones, destinados a prevenir o curar el escorbuto, esa terrible enfermedad que diezma las tripulaciones en las regiones heladas. Todas las provisiones de viandas saladas, de galletas, de alcohol, aumentadas en prudente medida, comenzaron a llenar una parte de la cala del brick, porque el pañol no daba abasto. Asimismo se proveyeron de una gran cantidad de pernmican, preparación india que concentra muchos elementos nutritivos en un pequeño volumen.

Por orden de Juan Cornbutte se embarcaron a bordo de La joven audaz sierras destinadas a cortar los campos de hielo, así como picos y cuñas aptas para separarlos. El capitán dejó, para cuando llegasen a la costa groenlandesa, la tarea de comprar los perros necesarios para el tiro de los trineos.

Toda la tripulación se entregó a estos preparativos y desplegó gran actividad. Los marineros Aupic, Gervique y Gradlin seguían con diligencia los consejos del timonel Penellan, que desde ese momento les indujo a no acostumbrarse a las ropas de lana, aunque la temperatura ya fuera baja en aquellas latitudes, situadas por encima del círculo polar.

Sin decir nada, Penellan observaba las menores acciones de André Vasling. Aquel hombre, holandés de origen, venía de no se sabe dónde, y, aunque buen marino, había hecho sólo dos viajes a bordo de La joven audaz. Penellan no podía reprocharle nada todavía, salvo ser demasiado solícito con María, pero le vigilaba de cerca.

Gracias a la actividad de la tripulación, el brick estuvo armado hacia el primero de julio, quince días después de su llegada a Bodoë. Era la época favorable para intentar exploraciones en los mares árticos; el deshielo venía produciéndose hacía dos meses y las búsquedas podían realizarse más al norte. La joven audaz aparejó y se dirigió hacia el cabo Brewster, situado en la costa oriental de Groenlandia, a setenta grados de latitud.

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