La familia Ratón
Capítulo XII
Ha transcurrido algún tiempo; la familia
Ratón ha conquistado definitivamente la forma humana,
excepción hecha del padre, que siempre tan filósofo como
gotoso, ha continuado siendo ratón. Otros, en su caso,
habrían estado desesperados, se habrían quejado de la
injusticia de la suerte y hubieran maldecido la existencia. Él
se contentaba con sonreír, «dichoso -decía-, por no
tener que cambiar sus costumbres».
Como quiera que fuese, a pesar de ser ratón,
era un señor rico. Como su mujer no habría consentido en
habitar el viejo queso de Ratópolis, ocupa un palacio suntuoso
en una gran ciudad, capital de un país desconocido
todavía, sin estar por eso más orgulloso. El orgullo y la
altivez, o, más bien, la vanidad, la deja toda a la
señora Ratona, convertida en duquesa. Hay que verla
paseándose por sus habitaciones, ¡cuyos espejos
acabará por gastar a fuerza de mirarse en ellos!
Aquel día, sin embargo, el duque Ratón
se ha alisado el pelo con el mayor cuidado, y emplea en su tocado todo
el tiempo que debe emplear un ratón que se estime. En cuanto a
la duquesa, se halla adornada con sus mejores galas: tejido rameado,
donde se mezclan el terciopelo de buena calidad, el crespón de
China, el surá, la felpa, el satén, el brocado y el
moaré; blusa a lo Enrique II; cela bordada con azabache,
zafiros, perlas de varias anas de largo, reemplazando las diversas
colas que ella había llevado antes de ser mujer; diamantes que
sueltan destellos deslumbrantes; encajes que la hábil
arácnida no habría podido hacer ni más finos ni
más ricos; sombrero Rembrandt, sobre el que se escalona un
parterre de flores; en fin, todo lo que está a la última
moda.
Pero me preguntaréis: ¿por qué
ese lujo...? He aquí por qué:
Hoy es el día en que debe celebrarse el
matrimonio de la encantadora Ratina con el príncipe
Ratín.
-¡Cómo! ¿Ratín
príncipe...?
-Sí, queridos niños, Ratín se ha
convertido en príncipe para complacer a su suegra.
-Pero ¿cómo ha podido ser eso?
-Muy sencillamente, comprando un principado.
-Bueno, pero los principados, por mucho que vayan de
baja, deben costar bastante caros.
-Indudablemente; por eso Ratín consagró
a su adquisición una buena parte del valor de la perla, porque
no os habréis olvidado de la famosa perla encontrada en la ostra
de Ratina, y que valía muchos millones.
Es rico, por consiguiente. Pero no vayáis a
creer que la riqueza haya modificado sus gustos ni los de su prometida,
que al casarse con él va a convertirse en princesa. ¡No!
Aun cuando su madre sea duquesa, ella continúa siendo la
jovencita modesta que vosotros conocéis, y el príncipe
Ratín está más enamorado de ella que nunca.
¡Está tan hermosa con su traje blanco y sus guirnaldas de
flores de azahar!
Inútil será decir que el hada Firmenta
no ha dejado de acudir a la boda, de la que no deja de corresponderle
una buena parte.
Es, pues, un día de fiesta para toda la
familia. Así es que don Rata está magnífico; en su
calidad de ex cocinero, ha llegado a ser un hombre político.
Ratana ya no es una oca, con gran satisfacción
por su parte; es una señora de compañía. Su esposo
ha sabido hacerse perdonar sus maneras desdeñosas de otros
tiempos; su esposa ha vuelto a conquistarle por completo, y hasta el
bueno de Rata llega a mostrarse un tanto celoso de los señores
que mariposean en torno de su mujer.
Por lo que hace al primo Raté..., pero pronto
va a aparecer y podréis contemplarle a vuestra
satisfacción.
Los invitados se hallan reunidos en el salón
grande, lleno de luces, embalsamado con el perfume de las flores,
adornado con los más ricos muebles y espléndido, en suma,
de elegancia y conforte.
De los alrededores han llegado muchas personas para
asistir al matrimonio del príncipe Ratín. Los grandes
señores, las grandes damas han querido asistir al cortejo de
aquella encantadora pareja. Un mayordomo anuncia que todo está
dispuesto para la ceremonia. Se forma entonces el cortejo más
maravilloso que se puede ver, y que se dirige hacia la capilla, en
tanto que se deja oír una armoniosa música.
Más de una huya fue precisa para el desfile de
todos aquellos personajes. Al fin, en uno de los últimos grupos,
apareció el primo Raté.
Un lindo joven, a fe mía; un verdadero
figurín: manto de corte, sombrero adornado de una
magnífica pluma con la que barre el suelo a cada saludo.
El primo es marqués y no hace mal papel en la
familia. Tiene muy buen aspecto y sabe presentarse con
distinción y gracia, así es que no le faltan los
cumplidos y los halagos, que él recibe con cierta modestia.
Puede observarse, sin embargo, que su fisonomía tiene cierto
tinte de tristeza, y su actitud es algo embarazosa; baja los ojos y
aparta las miradas, evitando las de cuantos se le acercan. ¿Por
qué esta reserva...? ¿No es acaso, en la actualidad, tan
hombre como cualquier duque u príncipe de la corte?
Helo aquí que se adelanta a ocupar el puesto
que le corresponde en el cortejo, avanzando con paso acompasado, con
paso de ceremonia, y llega al ángulo del salón, se
vuelve... ¡Horror!
Por entre los pliegues de su uniforme, bajo su manto
de corte, sale una cola, una cola de asno... En vano trata de disimular
aquel vergonzoso resto de la forma precedente. ¡Está
escrito que no se desembarazará de ello!
¡He aquí lo que son las cosas, queridos
niños!; cuando uno empieza la vida mal, es sumamente
difícil volver al buen camino. El primo es hombre y lo
será para lo sucesivo; pero como ya ha llegado al grado
más elevado de la escala, no puede contar con una nueva
metempsicosis que le libre de aquella cola; habrá de conservarla
hasta su último suspiro...
¡Pobre primo Raté!

Subir
|