La familia Ratón
Capítulo VII
Era una de las más elegantes moradas de
Ratópolis -un magnífico queso de Holanda- la casa donde
habitaba la familia Ratón. El salón, el comedor, las
alcobas, todas las piezas necesarias para el servicio estaban
distribuidas con gusto y confort. Y era que Ratón y los suyos se
contaban entre los notables de la ciudad y gozaban de la
estimación universal.
Aquel retorno a su antigua situación no
había infatuado a aquel digno filósofo. Lo que siempre
había sido no podía dejar de serlo, modesto en sus
ambiciones, un verdadero sabio, del que La Fontaine habría hecho
el presidente de su consejo de ratas. A todo el mundo le había
ido siempre bien siguiendo sus consejos y advertencias. Lo malo era que
se había vuelto gotoso, y tenía que andar con una muleta
cuando la gota no le retenía en su amplio sillón.
Atribuíala él a la humedad que había cogido en el
banco de Samobrives, donde había estado vegetando durante varios
meses. A pesar de haber ido a tomar las aguas mejor reputadas, nada
había conseguido, sino volver más gotoso que antes de ir.
Era esto tanto más lamentable para él cuanto que
-fenómeno extraño, en verdad- aquella gota le
hacía impropio para toda metamorfosis ulterior. La
metempsicosis, en efecto, no podía ejercerse sobre los
individuos atacados de esta enfermedad de los ricos. Ratón, por
consiguiente, permanecería ratón en tanto estuviera
gotoso.
Pero Ratona no sabía de filosofías. Ved
qué horrible situación la suya cuando, promovida a dama,
y hasta a gran dama, tuviese por marido a un simple ratón, y, lo
que todavía es peor, a un ratón gotoso. ¡Aquello
sería para morirse de vergüenza! Por eso se encontraba
más arisca e irritable que nunca, tratando mal a su esposo,
gruñendo a sus criados a causa de órdenes mal ejecutadas,
porque habían sido mal dadas, haciendo desagradable la vida a
todos los de su casa.
-Preciso será que os curéis,
señor, y yo sabré obligaros a ello -decía.
-No deseo ni pido otra cosa, querida mía
-respondía Ratón-, pero temo que no sea posible, y
habré de resignarme a continuar siendo ratón...
-¡Ratón...! ¡Yo la mujer de un
ratón! ¡Vaya una cosa divertida...! Henos aquí, por
otra parte, con que nuestra hija está enamorada de un muchacho
que no tiene una perra chica... ¡Qué vergüenza!
Suponed que llego a ser un día princesa, Ratina será
también princesa...
-Entonces yo seré príncipe
-replicó Ratón, no sin su miguita de malicia.
-¡Vos...! ¡Vos príncipe con cola y
con patas! ¡Estáis loco, señor mío!
Así era como se pasaba los días la
señora Ratona. Con mucha frecuencia también, intentaba
desahogar su mal humor sobre el primo Raté. Verdad es que el
pobre primo no dejaba de prestarse a las burlas. Tampoco aquella vez
había sido completa la metamorfosis. No era ratón
más que a medias; ratón por delante, pero pez por
detrás, con una cola de pescadilla que le hacía
enteramente grotesco.
En semejantes condiciones, ¡vaya usted a tratar
de agradar y conmover el corazoncito de la bella Ratina o hasta el de
las demás lindas ratitas de Ratópolis!
-¿Pero qué le he hecho yo a la
Naturaleza para que me trate así? -exclamaba-.
¿Qué le he hecho?
-¿Quieres esconder esa indecente cola?
-decía la señora Ratona.
-¡No puedo, tía mía!
-¡Pues bien, córtatela, imbécil,
córtatela!
Y el cocinero Rata se ofrecía para proceder a
la operación y luego hacer de aquella cola de pescadilla un
plato magnífico. ¡Qué regalo habría sido
para un día de fiesta como aquél!
¿Día de fiesta en Ratópolis?
¡Sí, queridos niños! Y la familia Ratón se
proponía tomar parte en las diversiones públicas. Para
partir, sólo aguardaban el regreso de Ratina.
En aquel momento, una carroza se detuvo a la puerta de
la casa; era la del hada Firmenta, con un traje de brocado de oro, que
iba a hacer una visita a sus protegidos.
Si tomaba a risa con frecuencia las absurdas
ambiciones de Ratona, las jactancias ridículas de Rata, las
simplezas y necedades de Ratana y las lamentaciones del primo
Raté, tenía gran consideración hacia el buen
sentido de Ratón, adoraba a la encantadora Ratina, y se
consagraba a procurar un feliz desenlace a su matrimonio. En su
presencia, no se atrevía la señora Ratona a reprochar al
novio de su hija el no ser príncipe.
Se hizo una excelente acogida al hada, no
escatimándole las acciones de gracias por todo lo que hasta
entonces había hecho, y lo que había de hacer en lo
sucesivo.
-Porque necesitamos mucho de vos, señora hada
-dijo- Ratona-. ¿Cuándo seré yo dama?
-Paciencia, paciencia -respondió Firmenta-; hay
que dejar obrar a la Naturaleza, y eso exige cierto tiempo.
-Pero ¿por qué quiere la Naturaleza que
yo siga teniendo cola de pescadilla, después de haberme
convertido en ratón? -exclamó el primo, haciendo una
mueca y suspirando-. Señora hada, ¿no podría
desembarazarme de ella...?
-¡Ay, no! -respondió Firmenta-.
Verdaderamente, no tiene suerte. Es probable que sea el nombre de
Raté1 la causa de
ello. ¡Esperemos, sin embargo, que no conservará usted
nada de ratón cuando llegue a convertirse en pájaro!
-¡Oh -exclamó la señora Ratona-,
yo quisiera ser entonces una reina de palomar!
-¡Y yo una gorda y hermosa pava trufada! -dijo
cándidamente la buena Ratana.
-¡Y yo un gallo con recios espolones!
-añadió, por su parte, Rata.
-Vosotros seréis lo que seréis -repuso
el padre Ratón-; por lo que a mí hace, soy ratón y
continuaré siéndolo, merced a mi gota, y después
de todo más vale ser ratón que perder las plumas, como
muchos pájaros que yo conozco.
En aquel momento se abrió la puerta y
apareció el joven Ratín, pálido, desolado. En muy
pocas palabras contó la historia de la ratonera, y de qué
modo había caído Ratina en la trampa de Gardafur.
-¡Ah -dijo el hada-, conque sí, eh!
¿Quieres luchar todavía conmigo, maldito encantador...?
¡Sea, nos veremos los dos!

1. Raté
en francés significa fracasado, frustrado.
Subir
|