La familia Ratón
Capítulo VI
Es una hermosa ciudad, la ciudad de Ratópolis.
Está situada en un reino, cuyo nombre he olvidado, que no
está ni en Europa, ni en Asia, ni en África, ni en
Oceanía, ni en América, si bien se encuentra en alguna
parte.
En todo caso, el paisaje que rodea a Ratópolis
se parece mucho al paisaje holandés. Es fresco, verde, limpio,
con nítidos arroyuelos, jardines sombreados por hermosos
árboles y grandes praderas donde pacen los más felices
rebaños del mundo.
Como todas las ciudades, Ratópolis tiene
calles, plazas y bulevares; pero esos bulevares, esas plazas, esas
calles están bordeados de quesos magníficos, a guisa de
casas: Gruyére, Roquefort, Holanda, Chester de veinte especies.
En el interior se han abierto pisos, apartamentos, habitaciones.
Allí es donde vive, en república, una numerosa
población de ratas, sabia, modesta y previsora.
Serían las siete de la tarde de un domingo. En
familia, ratas y ratones se paseaban tomando el fresco. Después
de haber trabajado con ardor durante toda la semana, renovando las
provisiones de la casa, reposaban el séptimo día.
Ahora bien, el príncipe Kissador se hallaba a
la sazón en Ratópolis, acompañado de su
inseparable Gardafur. Habiendo sabido que los miembros de la familia
Ratón, después de haber sido peces durante algún
tiempo, habían vuelto a ser ratones, se ocupaban en prepararles
secretas emboscadas.
-Cuando pienso -repetía el príncipe- que
a esa maldita hada es a quien deben otra vez su nueva
transformación...
-¡Pues bien, tanto mejor! -respondía
Gardafur-; ahora será más fácil cogerlos. Siendo
peces podían escaparse con suma facilidad, en tanto que ahora
son ratas o ratones, y sabremos perfectamente apoderarnos de ellos, y
una vez en nuestro poder -añadió el encantador-, la bella
Ratina acabará por enloquecer por vuestra
señoría.
Ante aquel discurso, el fatuo se engañaba, se
pavonaba, lanzando miradas a las lindas ratas que estaban paseando.
-Gardafur -dijo-. ¿está todo
dispuesto?
-Todo, príncipe, y Ratina no podrá
escapar de la trampa que le he tendido.
Y Gardafur mostraba un elegante lecho de follaje,
preparado en un rincón de la plaza.
-Ese lindo retiro oculta una trampa -dijo-, y yo os
prometo que la bella estará hoy mismo en el palacio de vuestra
señoría, en el que no podrá resistirse a las
gracias de vuestro espritu y a las seducciones de vuestra persona.
¡Y el imbécil se regodeaba ante aquellas
groseras adulaciones del encantador!
-Hela ahí -dijo Gardafur-; venid,
príncipe, no es conveniente que nos vea.
Uno seguido del otro se perdieron en la calle
más próxima.
Era Ratina, en efecto, pero acompañada de
Ratín. ¡Qué encantadora estaba con su lindo y su
gracioso porte de rata! El joven le decía:
-¡Ah, querida Ratina, qué pena que no
seas aun una señorita...! Si para casarme en seguida hubiera
podido convertirme en ratón, no habría vacilado un
instante, ¡pero eso es imposible!
-Pues bien, mi querido Ratín, hay que
aguardar...
-¡Aguardar...! ¡Siempre aguardar!
-¿Qué importa, toda vez que sabes que te
amo y que jamás seré de otro? Por lo demás, el
hada buena nos protege y nada tenemos que temer ya del malvado Gardafur
ni del príncipe Kissador...
-¡Ese impertinente -exclamó
Ratín-, ese necio, a quien he de aplicar un correctivo...!
-¡No, Ratín mío, no, no le busques
pendencia! Tiene guardias que le defenderían... ¡Ten
paciencia, ya que es preciso, y confianza, ya que yo te amo!
Mientras Ratina decía con tanta gentileza estas
cosas, el joven la estrechaba contra su corazón y besaba sus
patitas.
Y como se sintiese un poco cansada de su paseo:
-Ratín -le dijo-, he aquí el retiro en
el que tengo costumbre de descansar. Ve a casa a prevenir a mi padre y
a mi madre, y diles que me encontrarán aquí para ir a la
fiesta.
Es una hermosa ciudad, la ciudad de
Ratópolis.
Y Ratina se deslizó en aquel agradable
retiro.
De pronto se hizo un ruido seco, como el chasquido de
un resorte que funciona...
El follaje ocultaba una pérfida ratonera, y
Ratina, que no podía abrigar la menor desconfianza, acababa de
tocar el resorte. Bruscamente había caído una verja de
hierro, tapando la abertura, y Ratina quedó prisionera.
Ratín lanzó un grito de cólera,
al que respondió el grito de desesperación de Ratina y el
grito de triunfo de Gardafur, que corrió hacia allí con
el príncipe Kissador.
En vano el joven se aferró a la verja, haciendo
esfuerzos titánicos para romper los barrotes, en vano quiso
lanzarse sobre el príncipe.
Lo mejor era correr en busca de socorro para librar a
la desventurada Ratina, y esto fue lo que hizo Ratín, corriendo
por la Calle Mayor de Ratópolis.
Mientras, Ratina era sacada de la ratonera y el
príncipe Kissador le decía lo más galantemente del
mundo:
-¡Ya te tengo, pequeña, y ahora ya no te
escaparás más!

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