La familia Ratón
Capítulo IX
¿Dónde nos hallamos, queridos
niños? Continuamos, en uno de esos países que yo no
conozco, y cuyo nombre no podría decir. Pero éste, con
sus vastos paisajes y sus árboles de la zona tropical, se
asemeja un tanto a la India, y a los hindúes sus habitantes.
Penetremos en esa casa, una especie de posada abierta
para todo el que llegue. Allí se encuentra reunida toda la
familia Ratón, que, siguiendo los consejos del hada Firmenta, se
ha puesto en camino. Lo más seguro, en efecto, era abandonar
Ratópolis, con objeto de escapar a la venganza del
Príncipe, mientras no fueran lo bastante fuertes para
defenderse. Ratona, Ratana, Ratina, Rata y Raté no son
todavía más que simples volátiles; cuando se
truequen en fieras, ya tendrán buen cuidado de meterse con
ellos.
Sí, simples volátiles, entre los cuales
Ratana ha sido la menos favorecida; por eso se pasea ella sola por el
corral de la posada.
-¡Ay, ay, después de haber sido una
trucha elegante -exclama-, una rata que supo agradar, heme aquí
convertida en un ganso, un ganso doméstico, uno de esos gansos
de corral, al que cualquier cocinero puede rellenar con
castañas!
Y suspiraba ante esta idea, añadiendo:
-¿Quién sabe si hasta a mi propio marido
se le ocurrirá el pensamiento de hacerlo? ¡Ahora,
él me desdeña! ¿Cómo queréis que un
pavo tan majestuoso tenga la menor consideración por un ganso
tan vulgar? ¡Todavía, si yo fuese pava...! Pero no.
¡Y Rata no me encuentra de su gusto!
Y esto sucedió, en verdad, cuando el vanidoso
Rata entró en el corral. Pero, en realidad, ¡qué
pavo real tan hermoso! ¿Cómo era posible que aquella
admirable ave se rebajase hasta aquel ganso tan torpe y tan feo?
-¡Mi querido Rata! -dijo ella.
-¿Quién se atreve a pronunciar mi
nombre? -replicó el pavo real.
-¡Yo!
-¡Un ganso! ¿Quién es este
ganso?
-Soy vuestra Ratana.
-¡Uf, qué horror...! ¡Seguid
vuestro camino si gustáis!
Verdaderamente, la vanidad hace decir muchas
necedades.
Y era que el ejemplo le venía de arriba a aquel
orgulloso. ¿Mostraba, por ventura, su ama a Ratona más
buen sentido? ¿Acaso no trataba ella tan desdeñosamente a
su esposo?
Y, precisamente, hela ahí que hace su entrada
acompañada de su marido, de su hija, de Ratín y del primo
Raté.
Ratina está encantadora como paloma, con su
plumaje de color ceniza con reflejos azulados, el cuello verde dorado y
las delicadas manchas blancas de sus alas.
¡Por eso Ratín la devora con los ojos!
¡Y qué melodioso ron-ron deja ella oír revoloteando
en torno del hermoso joven!
El padre Ratón, apoyado en su muleta,
contemplaba a su hija con admiración. ¡Qué hermosa
la encontraba! Pero la verdad es que la señora Ratona se
encontraba más bella todavía.
-¡Ah, qué bien había hecho la
Naturaleza en metamorfosearla en cotorra! ¡Cómo se
engallaba y se ufanaba de sus encantos! Movía y removía
su cola hasta el extremo de causar celos al propio don Rata. ¡Si
la hubieseis visto cuando se colocaba ante los rayos solares para hacer
brillar los maravillosos colores de sus plumas y de su cuello! Era, en
realidad, uno de los más admirables ejemplares de las cotorras
de Oriente.
-¿Y bien, estás contenta de tu destino,
bobona? -le preguntó Ratón.
-¿Qué es eso de bobona?
-respondió ella en tono seco-. ¡Os ruego que midáis
vuestras expresiones y que no olvidéis la distancia que
actualmente nos separa!
-¡Yo...! ¡Tu marido!
-¡Un ratón el marido de una cotorra...!
¡Estáis loco, querido mío!
Y la señora Ratona volvió a engallarse,
en tanto que Rata se pavoneaba cerca de ella.
Ratón hizo una leve señal de amistad a
su criado, que no había desmerecido a sus ojos, y luego se dijo
para sus adentros:
-¡Ah, las mujeres, las mujeres...! ¡Pero
seamos filósofos!
Y mientras tenía lugar aquella escena de
familia, ¿qué era del primo Raté, con aquel
apéndice que no pertenecía a su especie?
¡Después de haber sido ratón con una cola de
pescadilla, ser garza con cola de rata! Si aquello continuaba
así, a medida que se iba elevando en la escala de los seres,
¡resultaba verdaderamente deplorable! Así es que
permanecía en un rincón del corral, apoyado sobre una
pata, como lo hacen las garzas cuando piensan hondamente, mostrando la
parte delantera de su cuerpo, cuya blancura se realza con
pequeñas láminas negras, su plumaje cenizoso, y su copete
melancólicamente inclinado hacia atrás.
Se trató entonces de continuar el viaje, a fin
de admirar el país en toda su belleza.
Pero ni la señora Ratona ni don Rata se
admiraban más que a sí mismos. Ninguno de ellos miraba
aquellos incomparables paisajes, prefiriendo las villas y ciudades, con
objeto de desplegar en ellos todas sus gracias.
Hallábanse en lo más empeñado de
la discusión, cuando un nuevo personaje se presento a la puerta
de la posada.
Era uno de esos guías del país, vestido
a usanza hindú, y que acudía a ofrecer sus servicios a
los viajeros.
-Amigo mío -le díjo Ratón-,
¿hay algo curioso que ver aquí?
-Una maravilla sin igual -respondió el
guía-: la gran efigie del desierto.
-¿Del desierto? -dijo desdeñosamente la
señora Ratona.
-No hemos venido nosotros aquí para visitar un
desierto -añadió don Rata.
-¡Oh! -repondió el guía-. Un
desierto que no lo será hoy, porque es la fiesta de la esfinge y
vienen a adorarla de todos los puntos del globo.
Esto último era bastante para inducir a
nuestros vanidosos volátiles a visitarla. Poco, por lo
demás, importaba a Ratina y a su novio el sitio adonde se les
condujera, con tal de ir juntos. Por lo que hace al primo Raté y
a la buena Ratana, en el fondo de un desierto era precisamente donde
hubieran deseado refugiarse.
-En marcha -dijo la señora Ratana.
-En marcha -respondió el guía.
Un instante después todos abandonaron el
albergue, sin pensar siquiera en que su guía fuese el encantador
Gardafur, imposible de reconocer bajo su disfraz, y que trataba de
atraerles a una nueva emboscada.

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