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El volcán de oro
Editado
© René Contreras
20 de julio del 2003
Tomado de Logo de Librodot.com
Primera parte
Indicador El legado de un tío
Indicador Los dos primos
Indicador De Montreal a Vancouver
Indicador Vancouver
Indicador A bordo del Football
Indicador Skagway
Indicador El Chilkoot
Indicador Al lago Lindeman
Indicador Del lago Benett a...
Indicador Klondike
Indicador En Dawson City
Indicador De Dawson City a la...
Indicador La parcela 129
Indicador La explotación
Indicador La noche del 5 al 6 de...
Segunda parte
(click encima para ver el contenido del volumen)

El volcán de oro (versión original)
Primera parte - Capítulo IX
Del lago Benett a Dawson City

El lago Benett, uno de los más vastos de esta región, se extiende sobre una longitud de diez leguas de sur a norte.

Si se estableciera un servicio de vapores para transportar a los emigrantes hasta los rápidos de White Horse; si, después de un viaje terrestre hasta el otro lado de estos rápidos, otros barcos dejaran a los hombres en el extremo septentrional del lago Labarge, cuántas fatigas, miserias y sufrimientos se ahorrarían antes de alcanzar el río Lewis, que se convierte en el río Yukon en Fort Selkirk... Es verdad que estos desplazamientos sólo podrían efectuarse después del deshielo, cuando lagos y ríos se hubieran liberado de la flotilla de témpanos que continúa bajando hasta los últimos días de mayo. Después habría que recorrer la distancia hasta Dawson City, que se calcula en unas ciento veinte o ciento treinta leguas.

En todo caso, en esa época el servicio de vapores no existía en los lagos ni en el río Lewis; sólo estaba en proyecto, como ese ferrocarril que debe partir de Skagway, así que los emigrantes deben resignarse al más penoso de los viajes.

Evidentemente, cuando Klondike haya sido excavada y vaciada hasta sus últimos yacimientos, esta muchedumbre de mineros abandonará el país para siempre. Pero tal vez pase medio siglo antes que la piqueta haya arrancado la última pepita.

En la estación del lago Benett la aglomeración era tan considerable como en el Sheep Camp del paso del Chilkoot y en la estación del lago Lindeman. Varios miles de emigrantes la ocupaban en espera de poder proseguir viaje. Por todas partes se alzaban tiendas, que no tardarían en ser reemplazadas por cabañas y casas si el éxodo hacia Klondike continuaba todavía por algunos años.

En este embrión de aldea, que se transformaría en pueblo y ciudad, ya había albergues que a su vez se transformarían en hoteles. ¿Y no lo son ya por el precio excesivo que cobran por el alojamiento y la comida, a pesar de su falta absoluta de comodidad? Aparte de eso, la estación cuenta con un puesto de policía y, en las riberas del lago, muy boscosas, hay aserraderos y astilleros en diversos puntos. La construcción de barcos se halla en actividad.

Hay que añadir que los policías no deben prestar sus servicios sólo en la estación. El gobernador del Dominion los ha distribuido por todo el territorio. Sus funciones son a veces peligrosas en medio de tantos aventureros diseminados por la región, y apenas bastarían para asegurar el orden y la seguridad en los caminos de Klondike.

El indio Neluto no se había equivocado en sus previsiones sobre el tiempo. Después del mediodía se produjo un brusco cambio en el estado de la atmósfera. El viento ahora soplaba del sur, y el termómetro subió a cero grado, síntomas que no se podían desdeñar y que permitían pensar que la estación fría tocaba a su fin. El deshielo definitivo provocaría un rápido derretimiento de las superficies congeladas y el camino quedaría abierto para la navegación en ríos y lagos.

Además, en esta primera semana de mayo el lago Benett no estaba enteramente helado. Entre los campos de hielo había canales sinuosos por los que un barco podía internarse. El camino se haría más largo de esta manera, pero la navegación sería bastante buena. En vez de los cuarenta kilómetros de longitud que tiene el lago, habría que recorrer el doble, pero se evitaría el arrastre de los barcos sobre el hielo. Se ahorraría tiempo incluso, de cualquier modo que se efectuara la navegación: a remo o a vela. En todo caso la travesía ocasionaría menos fatigas.

Durante la tarde, la temperatura subió todavía más. Se acentuó el deshielo. Algunos témpanos empezaron a derivar hacia el norte. A menos que se produjera un repentino retorno del frío en la noche próxima, el scout esperaba llegar al extremo septentrional del lago sin dificultades.

Summy Skim, Ben Raddle y las hermanas de la Misericordia pudieron encontrar albergue hasta el día siguiente en una de las casitas de la estación. No estuvieron allí tan convenientemente alojados como lo habían estado la víspera en la casita de su guía, pero por lo menos no tuvieron que sufrir la promiscuidad del campamento.

El termómetro no bajó durante la noche y por la mañana, el 9 de mayo, Bill Stell comprobó que la navegación podría efectuarse en condiciones bastante favorables. El viento soplaba del sur sin que nada indicara un posible descenso de la temperatura. Las nubes se inmovilizaban en las zonas altas y la brisa, si persistía, permitiría emplear la vela con el viento en popa.

Desde temprano el scout se había ocupado de acondicionar el barco y embarcar los equipajes y las provisiones. Lo ayudaban Neluto y los otros canadienses que formaban su equipo.

-¿Y bien? -le preguntó Summy Skim, que había llegado a la orilla en compañía de su primo-. ¿Hemos terminado ya con los fríos del invierno de Klondike?

-No querría pronunciarme de manera absoluta -respondió Stell-, pero me parece que los lagos y los ríos no tardarán en despejarse. Además, navegando por los pasos que dejan los hielos, aunque tardemos más, nuestro barco...

-No tendrá que dejar su elemento natural -concluyó Summy Skim-. Tanto mejor.

-¿Y qué piensa Neluto? -preguntó a su vez Ben Raddle.

-Lo mismo que yo -respondió el scout.

-Pero, ¿no son peligrosos esos témpanos que navegan a la deriva?

-Nuestro piloto es hábil y tomará todas las precauciones para evitarlos -respondió Bill Stell-. Además, nuestro barco es firme. Ya lo ha probado, navegando en medio del deshielo. De todas maneras, en caso de peligro podemos refugiarnos en la orilla.

-Sería bastante fatigoso tener que desembarcar -observó Summy Skim-, y ojalá podamos evitarles molestias a nuestras compañeras de viaje.

-Haremos todo por eso, señor Skim -respondió el scout-, y, además, no olvidemos que lo mejor sería no tener que halar el barco durante una decena de leguas. Nos tomaría no menos de una semana.

Llamó a Neluto, que acababa de bajar a la orilla.

-¿Qué piensas tú del deshielo, Neluto?

-Hace dos días que los primeros hielos están a la deriva. El lago ya debe estar despejado.

-¿Y la brisa?

-Se levantó dos horas antes de amanecer, y nos es favorable.

-¿Pero se mantendrá?

Neluto se volvió y recorrió con la mirada el horizonte en dirección hacia el sur. Las nubes se desplazaban imperceptiblemente. Ligeras brumas se deslizaban sobre los flancos del Chilkoot.

-Creo que la brisa durará hasta la tarde -dijo el piloto, extendiendo la mano hacia la montaña.

-¿Pero mañana? -preguntó Ben Raddle.

-Mañana veremos -dijo simplemente Neluto.

-Embarquemos -ordenó Bill Stell.

Las monjas llegaron poco después.

El barco del scout era una especie de chalupa o más bien de pontón de treinta y cinco pies de largo. En la popa había un toldo, bajo el cual dos o tres personas podían albergarse durante la noche, o durante el día en caso de borrascas de nieve y ráfagas de lluvia. La embarcación, de fondo plano, y que por consiguiente desplazaba muy poca agua, medía seis pies de ancho, lo que le permitía estar equipada con una gran vela. Esta tenía el corte de la vela de trinquete de las chalupas de pesca, se amuraba hacia la proa y se alzaba en un mástil de unos quince pies de altura. En caso de mal tiempo, este mástil se podía retirar fácilmente, se le tendía en la cubierta y el barco seguía su marcha a remo.

Dada la disposición de la vela y la forma del casco, esta embarcación no hubiera podido navegar con viento contrario, pero con viento favorable alcanzaba bastante velocidad. Por las sinuosidades de los canales que se formaban entre los campos de hielo, no era raro que el piloto encontrara el viento delante. Entonces, después de haber plegado la vela y tendido el mástil, instalaba los remos, que maniobraban los cuatro robustos canadienses.

Por lo demás, la superficie del lago Benett no es considerable. No podría compararse con esos vastos mares interiores del norte de América, donde las tempestades se desencadenan con terrible violencia. Estas regiones altas del Dominion y de Alaska, como las de la bahía de Hudson, no poseen montañas que las protejan de las corrientes polares y a veces son víctimas de tormentas que levantan olas monstruosas en los lagos. Se comprende, pues, que una embarcación poco marinera no pueda resistir y llegue a naufragar si le falta tiempo para alcanzar un refugio.

A las ocho los preparativos estaban terminados y los equipajes a bordo. El scout llevaba una cierta cantidad de víveres como reserva: carne enlatada, bizcochos, té, café, un tonelito de aguardiente, una provisión de carbón para el horno que se había instalado de antemano. Por lo demás, se contaba con la pesca, pues los peces abundan en estas aguas, y también con la caza de perdices o gangas, que frecuentan las orillas de lago.

El scout estaba en regla con la aduana, que es muy exigente y no deja de molestar a algunos viajeros. Así que pudo partir al instante y, tras izar la vela, el barco abandonó la orilla.

El piloto Neluto se había instalado en el timón, detrás del toldo ante el cual habían tomado colocación las dos monjas. Summy Skim y Ben Raddle acompañaban a Bill Stell. Los cuatro hombres del equipo, situados a proa, apartaban los hielos con sus bicheros. El barco marchó con viento favorable en la popa durante una media legua, mas pronto fue necesario maniobrar para dirigirse al oeste y la velocidad aminoró.

La principal preocupación del piloto era evitar los témpanos que iban a la deriva, pues un choque con ellos habría podido averiar la embarcación. No era tarea fácil, pues había muchos barcos en los pasos. Varias centenas, aprovechando el deshielo y el viento favorable, habían dejado la estación del lago Benett por la mañana. En medio de esta flotilla se hacía bastante difícil evitar las embestidas y, cuando se producían, qué vociferaciones, qué injurias y qué amenazas estallaban de todos lados, sin hablar de los golpes que se intercambiaban de un barco a otro.

Ben Raddle y Summy Skim observaban con curiosidad la orilla derecha del lago, a la cual se aproximaban. Sobre la arena se apretujaban matas de espinetas amarillentas. Más allá había macizos de bosques cubiertos por una capa de nieve que continuaba resistiendo los embates del viento. Se veían aserraderos mecánicos cuyo vapor aleteaba por encima de las techumbres de cortezas y de los que escapaban chillidos metálicos. Se veían igualmente cabañas diseminadas por la orilla y, a veces, algún caserío de chozas de indios que se dedicaban a la pesca y cuyas canoas, tiradas en la arena, esperaban que la navegación quedara libre en el lago.

En el fondo se dibujaban algunas alturas desnudas que no protegían suficientemente el territorio contra las corrientes heladas del norte.

Las brumas acumuladas desde la mañana hacia el sur no se habían desvanecido bajo el efecto del viento, que, por lo demás, tendía más bien a suavizarse. El sol no había logrado atravesarlas. Se podía temer que bajaran hasta la superficie de las aguas. Navegar en esas condiciones, en medio de la deriva, hubiera resultado casi imposible. Lo mejor que se podía hacer era atracar en algún punto de la orilla y hacer alto allí hasta que cambiara el tiempo.

Después del mediodía se encontraron con una embarcación de la policía que circulaba entre los pasos y que a menudo tenía que intervenir en las riñas.

El scout conocía al jefe de esta embarcación, e intercambiaron algunas palabras.

-Siempre hay emigrantes que nos llegan de Skagway para Klondike...

-Sí -respondió el canadiense-, y más de los necesarios.

-Más son los que quedan por llegar...

-Seguro. ¿Cuántos cree usted que han atravesado el lago Benett?

-Unos quince mil.

-¿Y no ha terminado?

-Lejos de eso.

-¿Se sabe si río abajo ya hay deshielo?

-Es lo que se dice.

-Entonces podemos llegar al Yukon navegando...

-Sí, si no vuelve el frío.

-¿Se puede esperar eso?

-Se puede.

-Gracias.

-Buen viaje.

Sin embargo, aunque el tiempo era bueno y aunque Bill Stell no experimentó grandes dificultades en el lago Benett, la navegación no fue rápida; después de haber hecho escala por dos noches, sólo llegó al extremo del lago por la tarde del 10 de mayo.

En ese lugar nacía el pequeño río o más bien canal de Caribú, que a menos de una legua de distancia va a desembocar en el lago Tagish.

La partida no se efectuaría hasta el día siguiente, después del descanso de la noche. No hubo necesidad de instalar un campamento; el barco bastaría para el scout y sus pasajeros.

Summy Skim quiso aprovechar las últimas horas del día y fue a los campos vecinos a dispararles a las perdices de sabana y a las gangas de plumaje verde pálido. Trajo varias parejas, y algunos patos. Estas aves pululan en esta región lacustre, y hubieran podido aprovisionarse para todo el viaje. Si Summy Skim era buen cazador, Bill Stell, que se había unido a él, no demostró ser menos. Se hizo un fuego con madera seca en la orilla y la caza, asada ante una llama centelleante, fue muy apreciada.

El lago Tagish, de siete leguas y media de largo, está unido al lago Marsh por un estrecho pasaje que el deshielo había obstruido durante la noche. En lugar de esperar a que el pasaje quedara libre, el guía prefirió arrastrar el barco a lo largo de una media legua. Alquiló para eso un tiro de mulas. De este modo, pudo emprender ese mismo día la navegación del lago Marsh a través de los pasos.

Llegados a este punto, y aunque habían dejado Skagway hacía doce días, Bill Stell y sus compañeros no habían recorrido más que ciento sesenta y dos kilómetros.

Les harían falta por lo menos cuarenta y ocho horas para atravesar el lago Marsh en toda su longitud, aunque sólo tiene siete u ocho leguas. En efecto, el viento había empezado a soplar del norte y, aunque no era muy fuerte, lo tendrían en contra. Servirse de la vela sería imposible, y con los remos la marcha no sería rápida.

En el transcurso de esta navegación las orillas este y oeste permanecieron visibles, pues la anchura del lago apenas alcanzaba los tres kilómetros. Lo enmarcan colinas bastante elevadas, de aspecto pintoresco, completamente blancas por la nieve y la escarcha. La flotilla de barcos parecía menos numerosa pues una cantidad de embarcaciones se había quedado atrás a causa de las dificultades.

Se hizo escala en el extremo del lago Marsh por la tarde del 13 de mayo. Después de haber consultado la carta, Ben Raddle dijo al scout:

-Ahora sólo nos queda un lago que atravesar, el último de la región, ¿verdad?

-Sí, señor Raddle -respondió Bill Stell-, el lago Labarge. Pero esta parte del viaje es la que presenta las mayores dificultades.

-Sin embargo, scout, no tendremos que arrastrar el barco en el río Lewis.

-En el río, no, pero sí en tierra -respondió Bill Stell-, si no nos es posible atravesar los rápidos de White Horse. Este pasaje es muy peligroso, y más de una embarcación se ha perdido con pasajeros y equipajes.

Estos rápidos constituyen, en efecto, el más serio peligro para la navegación entre Skagway y Dawson City. Ocupan tres kilómetros y medio de los ochenta y cinco que separan el lago Marsh del lago Labarge. En esta corta distancia, la diferencia de nivel de las aguas del río no es inferior a treinta y dos pies. Además, la corriente está plagada de arrecifes que pueden triturar una lancha si la corriente la arroja contra ellos.

-¿No se puede ir por la orilla?

-Son impracticables -respondió el scout-, pero se está preparando la instalación de un tranvía que transportará los barcos con toda su carga río abajo, en los rápidos.

-¿Y ese tranvía aún no está terminado?

-No, aunque hay cientos de obreros trabajando.

-Y usted verá, mi buen Bill, que no estará todavía terminado a nuestro regreso.

-A menos que ustedes permanezcan en Klondike mucho más tiempo del que piensan -respondió Bill Stell-. A Klondike uno sabe cuándo va, pero no sabe cuándo regresa.

-¿Escuchas, Ben? -dijo Summy Skim, dirigiéndose a su primo.

Este no respondió.

Al día siguiente, 15 de mayo, por la tarde, el barco llegó a los rápidos de White Horse. No era el único que se aventuraba en este peligroso paso. Otras embarcaciones lo seguían, y ¡cuántas de ellas que iban río arriba se encontrarían finalmente yendo río abajo!

Se comprenderá, pues, que los pilotos que hacen el servicio de los rápidos de White Horse exijan un elevado precio por cruzar estos cuatro kilómetros. El precio, que les resulta muy beneficioso, es de ciento cincuenta francos, y no piensan abandonar este lucrativo oficio por el de prospectores.

A menudo, antes de lanzarse en la corriente es necesario descargar los barcos de una parte de su equipaje. Se vuelve a cargar después. Las embarcaciones así aligeradas pueden conducirse con más seguridad entre los arrecifes.

Pero el scout, cuyo barco no llevaba una carga tan pesada, no consideró indispensable tomar esta medida, y Neluto fue de la misma opinión. Ambos, por lo demás, conocían perfectamente los pasos.

-No se asusten -les recomendó el guía a las religiosas.

-Tenemos confianza en ustedes -respondió la hermana Marta.

En ese lugar la velocidad de la corriente es de cinco leguas por hora. No se necesitaría, pues, mucho tiempo para descender los tres kilómetros de los rápidos. Pero hay que hacer tantas maniobras, dar tantas vueltas para evitar los témpanos entre las rocas tan caprichosamente diseminadas entre las dos orillas, hay tantos escollos en movimiento cuyo choque destruiría la más sólida embarcación, que la duración del trayecto se hace extremadamente larga. Varias veces el barco, apoyado sobre los remos, tuvo que virar bruscamente ante la amenaza de un choque ya con un témpano, ya con otro barco. La habilidad de Neluto lo salvó de un desastre.

-¡Atención, atención! -gritó el scout cuando el barco hubo realizado las tres cuartas partes del trayecto.

Había que mantenerse bien asido a los bancos para no ser arrojado por la borda. El último de los saltos es el más temible, y allí se producen numerosas catástrofes. Pero Neluto tenía la mirada certera, la mano segura y una imperturbable sangre fría. El scout sabía que podía confiar en él.

No se pudo evitar que una cantidad de agua entrara en el barco en medio del furioso tumulto que provocaba el desnivel del río, pero los hombres actuaron con rapidez para eliminar este exceso de peso y el barco se halló de nuevo en buenas condiciones.

Los dos primos no habían podido evitar cierta emoción cuando el barco se lanzó, por así decirlo, en el vacío. Las hermanas se habían persignado con mano temblorosa, cerrando los ojos.

-Y ahora -exclamó Summy Skim-, ya ha pasado lo más duro, ¿no es así, Bill?

-No hay duda -añadió Ben Raddle.

-En efecto, señores -declaró el scout-. Sólo tenemos que atravesar el lago Labarge y seguir el río Lewis durante unas ciento sesenta leguas. Hay, sí, uno o dos pasos algo difíciles, pero que no se pueden comparar con los rápidos de White Horse.

-Ya ven, hermanas -dijo Summy Skim, riendo-. No faltan más que ciento sesenta leguas. Podemos decir que hemos llegado, y no hay nada que temer.

-Tememos por ustedes, señores -señaló sor Magdalena-, ya que cuando regresen tendrán que remontar estos rápidos, lo que será tal vez más peligroso...

-Tiene razón, hermana -respondió Summy Skim-, y decididamente lo mejor sería no regresar.

-A menos que el tranvía esté en funcionamiento -observó Ben Raddle.

-Como tú dices, Ben. Podríamos esperar un año o dos...

Lo que sería todavía más ventajoso, lo que haría que el viaje fuera más fácil, sería el tren que se proyectaba construir de Skagway a los rápidos de White Horse y de los rápidos a Dawson City. Entonces, no más navegación por los lagos, no más transportes por tierra en ningún punto de la ruta. Se emplearían menos días que semanas se emplean hoy para ir del Chilkoot a Klondike. Pero, ¿cuándo se ejecutarán esos proyectos? ¿Se realizarán alguna vez?

La caravana del scout se encontraba a trescientos cinco kilómetros de Skagway cuando alcanzó la punta inferior del lago Labarge, en la tarde del 16 de mayo.

Después de haber conversado con Neluto, Bill Stell decidió hacer un alto de veinticuatro horas en la estación del lago Labarge. El viento norte soplaba con violencia. El piloto no intentaría atravesar el lago en tales condiciones. Una gran tempestad podía desencadenarse en cualquier momento. El barco, a fuerza de remos, apenas hubiera podido llegar lago adentro. Las ráfagas habían detenido los témpanos que iban a la deriva hacia el ángulo sur del lago y la temperatura bajaba. El termómetro marcaba dos grados bajo cero.

La estación del lago Labarge, creada según el mismo modelo y por las mismas necesidades que las de los lagos Lindeman y Benett, comprendía ya una centena de casas y cabañas. Una de las casas ostentaba pretensiosamente el nombre de hotel. Como era de esperar, se cobraba en ella un precio excesivo sin que presentase la menor comodidad.

Summy Skim, Ben Raddle y las religiosas encontraron allí habitaciones disponibles.

Por la tarde, los dos primos y Bill Stell, reunidos en el salón del hotel, conversaron, sobre la duración probable del viaje.

-Después de la travesía del lago Labarge, bajando el Lewis -dijo el scout-, no se pueden hacer más de cuatro o cinco leguas por día. Como estamos todavía a ciento sesenta leguas de Dawson City, no creo que podamos llegar antes de la primera semana de junio.

-¿No navegaremos de noche? -preguntó Ben Raddle.

-Sería imprudente. El río Lewis está lleno de témpanos -respondió Bill Stell-, y Neluto no querría arriesgarse.

-Entonces -observó Summy Skim-, abordaremos una u otra orilla.

-Sí, señor, y si hay caza en los alrededores usted tendrá la oportunidad de hacer una buena faena.

-No me perderé la ocasión de hacer algunos disparos.

-No se la perderá, estoy seguro.

-Pero -observó Ben Raddle-, llegar en la primera semana de junio a Klondike, ¿no será ya demasiado tarde para la explotación de la parcela?

-No, señor Raddle -respondió el scout-. Piense en esos miles de emigrantes que están todavía detrás y que llegarán después de nosotros. Además, la explotación de las parcelas sólo es posible a mediados de junio, cuando el suelo está enteramente libre de nieve.

-Poco importa -dijo Summy Skim-. Nosotros no vamos como prospectores de la parcela 129, sino para venderla al mejor precio. Y, admitiendo que el asunto nos retenga hasta julio, tendremos tiempo de regresar a Montreal antes del invierno.

El lago Labarge, de unos cincuenta kilómetros de largo, se compone de dos partes que se juntan en el lugar mismo donde el río Lewis nace para dirigirse hacia el norte.

El barco partió en la mañana del 18 de mayo y empleó cuarenta y ocho horas en atravesar la primera parte del lago.

Fue, pues, el 20 de mayo, hacia las cinco de la tarde, y después de haber soportado fuertes ráfagas, que la expedición llegó al río Lewis, que corre en línea oblicua hacia Fort Selkirk. Al día siguiente el barco se hallaba en medio del deshielo, procurando mantenerse en el centro del río, donde la corriente deja el paso libre.

Por la tarde, Stell dio orden de atracar en la ribera derecha, cerca de la cual pensaba pasar la noche. Summy Skim desembarcó enseguida. Poco después se escucharon detonaciones, y un par de patos y otro de gangas permitieron economizar las conservas a la hora de la cena.

Por lo demás, estos altos que se imponía Bill Stell por la noche se los imponían también las otras embarcaciones que bajaban el Lewis, y una cantidad de hogueras de campamentos se encendían en las orillas.

A partir de ese día, la cuestión del deshielo pareció estar enteramente resuelta. El termómetro se mantenía en cinco o seis grados sobre cero bajo la influencia de los vientos del sur. Los emigrantes ya no debían preocuparse por los penosos transportes terrestres. Se veía que los lagos Lindeman, Benett, Tagish, Marsh y Labarge estaban despejados y la corriente llevaba rápidamente los témpanos río abajo.

No había que temer ningún ataque de fieras en los campamentos nocturnos. No había osos en los alrededores del Lewis, por lo que Summy Skim no tuvo la ocasión de abatir a uno de esos formidables plantígrados. Pero había que defenderse de los mosquitos que invadían las orillas por miriadas, y sólo con mucha dificultad se podían evitar sus picaduras, tan dolorosas como molestas, manteniendo el fuego toda la noche.

Después de haber descendido el Lewis a lo largo de una cincuentena de kilómetros, en la tarde del día 23 percibieron la confluencia del río Hootalinga y luego la del Big Salmon, dos tributarios del Lewis. Tuvieron ocasión de comprobar cómo las aguas azules del río alteraban su color al mezclarse con sus afluentes. Al día siguiente el barco pasó por delante de la desembocadura del río Walsh, ya abandonado por los mineros después de que hubieron recogido la última pepita. Luego apareció el Cassiar, un banco de arena que emerge del agua baja, donde algunos prospectores recolectaron en un mes treinta mil francos de oro y donde aún se recogen algunos granos del precioso polvo.

El viaje continuó con alternativas de buen y mal tiempo, sin que tuvieran que sufrir mucho por el frío. El barco marchaba ya con los remos, ya con la vela, e incluso, en ciertos pasos muy sinuosos, los hombres tuvieron que halarlo con un cordel. Yendo por la orilla había que cuidarse de los altos acantilados, de donde se desprenden a veces enormes avalanchas.

El 30 de mayo habían descendido la mayor parte del Lewis, que se transformaría muy pronto en el Yukon, en condiciones bastante favorables. La caravana se encontraba ahora a unas sesenta leguas del lago Labarge. Hubo que atravesar los rápidos de Five Fingers, los que presentaron algunas dificultades. El paso por el río estaba obstruido en ese lugar por cinco islas, que producían remolinos e incluso desniveles de los cuales un piloto debe desconfiar. Por consejo de Neluto, pareció prudente desembarcar, pues el elevado nivel de las aguas hacía que la corriente fuera casi torrencial. Después de haber atravesado estos rápidos, y, algunos kilómetros río abajo, los rápidos del Rink, pasajeros y pasajeras retomaron sus lugares en el barco, que no enfrentaría dificultades serias hasta su llegada a Fort Selkirk, a unas veinte leguas de distancia todavía.

El 31 de mayo el scout se instaló en el campo de Turenne, que se halla en una quebrada toda sembrada de flores. Numerosos emigrantes habían levantado allí sus tiendas. En ese lugar Summy Skim pudo entregarse a su ejercicio favorito. La caza, particularmente de tordos, abundaba, y habría podido cazar toda la noche, porque en esas latitudes y en esa época del año la oscuridad no es completa entre la puesta del sol y el amanecer.

Durante los dos días que siguieron descendieron rápidamente el río gracias a una corriente de tres leguas por hora. El 2 de junio por la mañana, después de haber dejado atrás el laberinto de las islas Myersall, el barco se acercó a la orilla izquierda y atracó al pie de Fort Selkirk.

Este fuerte, construido en 1848 por el servicio de agentes de la bahía de Hudson, fue demolido por los indios en 1852. Actualmente, lo que había sido un fuerte es un almacén bastante bien aprovisionado. Rodeado de cholas indias y de tiendas de emigrantes, cubre una planicie de la gran arteria, la que a partir de allí lleva más propiamente el nombre de Yukon, y que se ve engrosado por las aguas del Pelly, su principal tributario de la orilla derecha.

El scout aprovechó la ocasión de aprovisionarse en Fort Selkirk. Encontró todo lo que necesitaba, a precios excesivos, es verdad, ya que en el más insignificante de los albergues se pagan tres dólares por una comida de las más rudimentarias.

Después de un descanso de veinticuatro horas, en la mañana del 3 de junio el barco se abandonó de nuevo a la corriente del Yukon. El tiempo era incierto: lluvias y rayos del sol. Pero ya no había que temer los grandes fríos. La temperatura se acercaba a los diez grados sobre cero.

El guía pasó sin detenerse delante de la confluencia del Stewart, que comenzaba a atraer a una cantidad de buscadores de oro. Luego el barco atracó durante medio día en Ogilvie, en la orilla derecha del Yukon.

El río era muy ancho, y las embarcaciones podían circular sin tropiezos en medio de los numerosos témpanos que derivaban hacia el norte.

Después de haber dejado atrás las desembocaduras de los ríos Indian y Sixty Miles, que se abren una frente a otra a cuarenta kilómetros de Dawson City, y después de haber dejado a la derecha la desembocadura del Baker Creek, la expedición puso al fin los pies en la capital de Klondike en la tarde del 5 de junio.

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