Las indias negras
Capítulo XVI En la escala
oscilante
Mientras tanto, los trabajos de explotación de
la Nueva Aberfoyle eran dirigidos con gran aprovechamiento. No hay para
que decir que el ingenero Starr y Simon Ford, primeros descubridores de
este rico depósito carbonífero, participaban ampliamente
de los beneficios. Harry tenía, pues, un buen porvenir; pero no
pensaba en abandonar la choza. Había reemplazado a su padre en
el cargo de capataz, y cuidaba asiduamente de todo aquel mundo de
mineros.
Jack Ryan estaba contentísimo con todo lo bueno
que sucedía a su compañero, y por su parte todo iba bien
igualmente. Los dos amigos se veían con frecuencia en la choza o
en el trabajo. Jack Ryan no había dejado de observar los
sentimientos de Harry hacia la joven.
Harry, en verdad, no lo confesaba; pero Jack Ryan se
reía en grande cuando su amigo meneaba la cabeza
negándolo.
Conviene decir que uno de los mayores deseos de Jack
Ryan era acompañar a Elena cuando hiciera su primera visita a la
superficie del condado. Quería observar su asombro, su
admiración, ante una naturaleza desconocida para ella. Esperaba
que Harry le llevara consigo en esta expedición; pero le
inquietaba un poco que aún no le hubiese dicho nada.
Un día Jack Ryan bajaba a uno de los pozos de
ventilación que comunicaban los pisos inferiores de la mina con
la superficie del suelo. Había tomado una de esas escalas que
bajaban y subían por oscilaciones sucesivas, y permitían
ascender o descender sin cansancio. Había bajado unos ciento,
cincuenta pies cuando en una estrecha meseta se encontró con
Harry, que subía al trabajo.
-¿Eres tú? -dijo Jack, mirando a su
compañero iluminado por la luz eléctrica del pozo.
-Sí, Jack -respondió Harry-, y me alegro
de verte porque tengo que décirte una cosa.
-No te escucho hasta que no me digas cómo
está Elena -dijo Jack.
-Muy bien, y tanto que creo que dentro de un
mes...
-¿Te casarás, Harry?
-¡No sabes lo que dices, Jack!
-Es posible; pero sé muy bien lo que yo
haría.
-¿Y qué harías tú?
-Yo me casaría con ella, si tú no te
casabas -dijo Jack soltando una carcajada. Me gusta la graciosa Nell.
Una joven, que no ha salido nunca de la mina, es la mujer que conviene
a un minero. Es huérfana como yo, y por poco que tú
pienses en ella...
Harry miraba gravemente a Jack. Le dejaba hablar, sin
tratar de contestarle.
-¿No tendrás celos por lo que te digo?
-preguntó Jack, con un tono más serio.
-No -respondió tranquilamente Harry..
-Sin embargo no tendrás la pretensión,
si tú no te casas con ella, de que se quede para vestir
imágenes.
-Yo no tengo ninguna pretensión
-respondió Harry.
Una oscilación de la escala separó un
poco a los dos amigos. Sin embargo continuaron la
conversación.
-Harry -dijo Jack-, ¿crees que te he hablado
seriamente sobre Elena?
-No, Jack -contestó Harry.
-Pues bien, ahora voy a hacerlo.
-¡Tú! ¿hablas con seriedad?
-Querido Harry, yo soy capaz de dar un buen consejo a
un amigo.
-Dámelo, Jack.
-Pues bien, óyeme. Tú amas a Elena con
todo el amor que merece. Tu padre, el anciano Simon, tu madre, la pobre
Margarita, la quieren también como a una hija. Tú puedes
hacer que lo sea; ¿por qué no te casas?
-Para hablarme así, Jack, ¿sabes lo que
piensa Elena?
-Todos lo saben menos tú Harry; y por esto
tú no tienes celos, ni de mí, ni de nadie... pero se baja
la escala y...
-¡Espera Jack! -dijo Harry, deteniendo a su
amigo, cuyo pie estaba ya en el primer peldaño de la escala en
movimiento.
-¡Querido Harry -dijo Jack riendo-, que me vas a
hacer caer!
-Óyeme con formalidad -dijo Harry-... te hablo
con toda formalidad.
-Te escucho... pero sólo hasta la primera
oscilación de la escala.
-Jack -dijo Harry-, yo no tengo que ocultarte que amo
a Elena, y que no deseo sino que sea mi mujer.
-Y entonces...
-Pero en su situación tengo un escrúpulo
de conciencia en pedirle que tome una resolución que ha de ser
irrevocable.
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir, Jack, que Elena no ha abandonado nunca
estas profundidades de la mina, en que sin duda ha nacido. No sabe
nada, no conoce nada del mundo. Tiene que aprenderlo todo por los ojos
y tal vez por el corazón. ¿Y quién sabe lo que
pensará cuando sienta nuevas impresiones? No tiene nada de
terrestre y me parece que sería engañarla el que se
decidiera sin pleno conocimento a preferir a todo el vivir en la mina.
¿Me comprendes Jack?
-Sí... vagamente. Sobre todo comprendo que me
vas a hacer perder también la próxima
oscilación.
-Jack -contestó Harry, en tono grave-, aun
cuando estos aparatos no volviesen a funcionar, aun cuando nos faltase
la escala bajo los pies, me escucharás lo que tengo que
decirte.
-¡Gracias a Dios! Así quiero que hables.
Decíamos, pues, que antes de casarte con Elena querías
enviarla a un colegio de Edimburgo.
-No, Jack -respondió Harry-, yo sabré
educar a la que ha de ser mi mujer.
-Y eso será mejor, Harry.
-Pero antes quiero como acabo de decirte que Elena
conozca el mundo exterior. Una comparación, Jack. Si amases a
una mujer ciega y si te dijeran: dentro de un mes estará curada,
¿no esperarías a que lo estuviera para casarte?
-A fe que sí -contestó Jack Ryan.
-Pues bien, Elena está aún ciega, y
antes de hacerla mi mujer quiero que sepa quien soy yo y cuales son las
condiciones de mi vida, que ella prefiere y acepta. Quiero, en una
palabra, que sus ojos se abran a la luz del día.
-Bien, Harry, muy bien -exclamó Jack Ryan.
Ahora te comprendo. ¿Y en qué tiempo?...
-Dentro de un mes -respondió Harry. Los ojos de
Elena se van acostumbrando poco a poco a la claridad de nuestros
discos. Esto no es más que una preparación; pero dentro
de un mes espero que habrá visto la tierra y sus maravillas, el
cielo y sus esplendores. Sabrá que Dios ha dado a la vista
humana horizontes más extensos que los de una sombría
mina; ¡verá que los límites del universo son
infinitos!
Pero mientras Harry se dejaba arrastrar así por
su imagnación, Jack Ryan dejando la meseta saltó sobre la
escala oscilante.
-Jack! -dijo Harry-, ¿dónde
estás?
-¡Debajo de tí! -respondió
riéndose el alegre amigo. Mientras tú te elevas al
infinito, yo bajo al abismo.
-Adiós Jack -dijo Harry subiendo también
su escala. Te recomiendo que no hables a nadie de lo que acabo de
decirte.
-¡A nadie! -dijo Jack-, pero con una
condición.
-¿Cuál?
-Que los acompañaré en la primera
excursión que haga Elena a la superficie del globo.
-Sí; te lo prometo.
Un nuevo movimiento de la escala separó
más a los dos amigos; de modo que apenas se oían sus
palabras. Sin embargo , Harry pudo todavía oír gritar a
Jack.
-Y cuando Elena haya visto las estrellas, la Luna y el
Sol ¿sabes a quien preferirá?
-¡No, Jack!
-¡Pues a tí, amigo mío, a
tí siempre!
Y su voz se extinguió.
Mientras tanto Harry dedicaba todas sus horas
desocupadas a la educación de Elena. Le había
enseñado a leer y escribir, en lo cual la joven hizo
rápidos progresos. Podría decirse que sabía por
instinto; porque jamás ninguna inteligencia triunfó tan
pronto de la ignorancia. Era un asombro para los que lo
veían.
Simon y Margarita estaban cada día más
apasionados de su hija adoptiva, cuyo pasado no dejaba de preocuparles
a pesar de esto. Habían conocido muy bien el sentimiento de
Harry hacia Elena, y no les desagradaba.
El lector recordará que en la primera visita a
la choza, el capataz había dicho al ingeniero:
"¿Para qué se ha de casar mi hijo?
¿Qué mujer de allá arriba puede convenir a un
joven, cuya vida ha de pasarse en las profundidades de la
mina?"
Parecía que la Providencia le había
enviado la única compañera que podía convenir a su
hijo. ¿No era esto un favor del cielo?
Así, el viejo capataz pensaba que si se
realizaba este matrimonio había de haber en Villa Carbón
una fiesta que formaría época.
Es preciso añadir que había otra persona
que deseaba no menos ardientemente el matrimonio de Harry y de Elena:
el ingeniero Jacobo Starr. Ciertamente la felicidad de estos dos
jóvenes era en él un deseo eficacísimo; pero
además tenía un motivo de interés general para
desearlo.
Ya se sabe que Jacobo Starr había conservado
ciertos temores aunque en aquel momento nada los justificase. Sin
embargo, lo que había sucedido ya, podía suceder otra
vez. Ahora bien, Elena era evidentemente la única que
conocía este misterio de la nueva mina, y si el porvenir
guardaba nuevos peligros a los mineros de Aberfoyle ¿cómo
prevenirse contra ellos, sino conociendo a lo menos su causa?
-Elena no ha querido hablar, se decía muchas
veces; pero lo que aquí ha callado a todos se lo dirá en
breve a su marido; porque el peligro amenazará a Harry como nos
amenazaría a nosotros. Por lo tanto un matrimonio que hace la
felicidad de los dos esposos y nos da seguridad a los demás, es
un buen matrimonio.
Así razonaba, no sin alguna logica, el
ingeniero Jacobo Starr; y llegó a comunicar sus razonamientos a
Simon Ford, a quien no dejaron de agradar. Nada parecía pues,
oponerse al matrimonio de Elena y Harry.
¿Y quién hubiera podido ponerse? Harry y
Elena se amaban. Sus padres no pensaban en otra compañera para
su hijo. Los amigos de Harry le daban la enhorabuena, reconociendo que
la merecía. La joven no dependía más que de
sí misma, ni tenía que pedir más consentimiento
que el de su corazón.
Pero si nadie podía oponerse a este casamiento,
¿por qué cuando los discos eléctricos se apagaban
en la hora del reposo, cuando se hacía la noche en la ciudad
obrera, cuando los habitantes de Villa Carbón se cerraban en sus
chozas, por qué, decimos, se deslizaba en las tinieblas de la
mina un ser misterioso que salía de uno de los más
sombríos rincones?
¿Qué instinto guiaba a aquel fantasma a
través de ciertas galerías tan estrechas que
parecían impracticables? ¿Por qué aquel ser
enigmático cuyos ojos veían en la más profunda
oscuridad, venía arrastrándose a las orillas del lago
Malcolm? ¿Por qué se dirigía obstinadamente a la
habitación de Simon Ford con tanta prudencia, que hasta entonces
había burlado toda vigilancia? ¿Por qué
ponía el oído en las ventanas y trataba de sorprender las
conversaciones a través de las puertas? Y cuando llegaban hasta
él algunas palabras, ¿por qué se levantaba su
brazo amenazando con el puño aquella tranquila morada?
¿Por qué, en fin, se escapaban estas palabras de sus
labios contraídos por la cólera?
-¡Ella y él! ¡Jamás!

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