Las indias negras
Capítulo XX El
penitente
Ese nombre había sido una revelación
para el ex capataz.
Era el nombre del último penitente de la mina
Dochart.
Antes de la invención de la lámpara de
seguridad, Simon Ford había conocido a este hombre terrible, que
con exposición de su vida, provocaba cada día las
explosiones parciales de hidrógeno. Había visto a aquel
ser extraordinario, arrastrarse en la mina, acompañado de un
enorme pájaro, especie de mochuelo monstruoso, que le ayudaba en
su peligroso oficio, llevando una mecha encendida a los sitios a que
Silfax no podía llegar con la mano.
Un día había desaparecido aquel viejo y
con él una niña huérfana que no tenía
más padres que él, que era su bisabuelo. Esta niña
era seguramente Elena. Quince años habían vivido en aquel
sombrío abismo, hasta que fue salvada por Harry.
El antiguo minero, dominado a la vez por un
sentimiento de piedad y de cólera, refirió al ingeniero y
a su hijo lo que el nombre de Silfax acababa de revelarle.
Esto aclaró la situación, Silfax era el
misterioso, buscado en vano por las profundidades de la Nueva
Aberfoyle.
-De modo ¿que usted lo conoce, Simon?
-preguntó el ingeniero.
-Sí, en verdad -respondió el capataz-,
el hombre del mochuelo. No era ya joven; debía tener de quince a
veinte años más que yo. Era una especie de salvaje, que
no se trataba con nadie y pasaba por no temer al agua ni al fuego.
Había elegido por su gusto el oficio de penitente, y esta
peligrosa profesión había trastornado sus ideas. Le
tenían por malo, y quizá no era más que loco.
Tenía una fuerza prodigiosa. Conocía la mina como nadie,
por lo menos tan bien como yo. Se creía que estaba bien; y yo le
suponía muerto hace muchos años.
-Pero -dijo Starr-, ¿qué quiere decir
con estas palabras: "me has robado el último filón
de mi antigua mina?"
-¡Ah! ¡Pues ahí está! -dijo
Simon. Hacía mucho tiempo que Silfax, cuya cabeza no estaba
buena, pretendía tener derechos sobre la antigua Aberfoyle.
Así, su humor era más terrible a medida que la mina
Dochart -su mina- se agotaba. Parecía que cada azadonazo le
arrancaba del cuerpo sus propias entrañas.
-Tú debes acordarte de eso, Margarita.
-Sí -respondió la escocesa.
-Ese nombre me ha recordado todo esto; pero, repito,
que le creía muerto, y no podía imaginar que ese
malhechor, a quien hemos perseguido, fuese el antiguo penitente de la
mina Dochart.
-En efecto -dijo Starr-, todo se explica ya. Una
casualidad habrá revelado a Silfax la existencia del nuevo
filón; y en su egoísmo de loco se ha constituido en su
defensor. Viviendo en la mina, y recorriéndola noche y
día, habrá sorprendido su secreto y sabido que me
había hecho llamar. Entonces escribió aquella carta,
arrojó aquella piedra contra Harry, destruyó las escalas
del pozo Yarow, tapió las grietas de la pared, y nos
secuestró siendo puestos en libertad gracias a Elena y a pesar
de Silfax.
-Todo eso es evidentemente lo que ha pasado
-respondió Simon. El penitente está ahora loco.
-Más vale así -dijo Margarita.
-No lo sé -añadió Starr, meneando
la cabeza-, porque debe ser una locura terrible la suya. ¡Ah!
Comprende que Elena no puede pensar en él sin espanto, y que no
haya querido denunciar a su abuelo. ¡Qué tristes
años debe haber pasado junto a ese viejo!
-Muy tristes -dijo Simon-, ¡entre ese salvaje y
su mochuelo no menos salvaje que él! Porque seguramente tampoco
ha muerto el pájaro. Nadie más que él apagó
nuestra lámpara, y quiso cortar la cuerda, que subía a
Harry y Elena...
-Y yo comprendo -dijo Margarita-, que el casamiento de
su nieta con nuestro hijo haya exasperado el rencor de Silfax.
-Sí, el matrimonio de Elena con el hijo de
quien cree le ha robado su filón, debe llevar su ira al
colmo.
-Sin embargo, es preciso que consienta -exclamo Harry.
Por más extraño que sea a la vida social, le haremos
conocer que Elena está hoy mucho mejor que en los abismos de la
mina. Estoy seguro, señor Starr, de que si le cogemos, le
haremos entrar en razón.
-No se discute con la locura, querido Harry
-respondió el ingeniero. Más vale sin duda conocer al
enemigo; pero no ha concluido todo, porque sabemos lo que es. Estemos
sobre aviso, y para empezar es necesario preguntar a Elena. No hay
más remedio. Ella comprenderá que ya su silencio no tiene
razón, y que conviene que hable, en interés mismo de su
abuelo. Importa, por ella y por nosotros, que podamos destruir sus
infames proyectos.
-No dudo, señor Starr -respondió Harry-,
que Elena hable de esto; porque ya sabe usted que hasta ahora se ha
callado por un deber; pero ahora hablará también por
deber. Mi madre ha hecho muy bien en llevarla a su cuarto, porque
tenía necesidad de descansar. Pero voy a buscarla...
-Es inútil, Harry -dijo con voz firme y clara
la joven, que entró en aquel momento en la sala.
Elena estaba pálida. Sus ojos decían
cuánto había llorado, pues estaba resuelta a hacer lo que
exigía su lealtad.
-¡Elena! -exclamó Harry,
dirigiéndose hacia la joven.
-Harry -respondió la joven, deteniendo con un
gesto a su novio, es preciso que tú y tus padres sepan la
verdad. Es preciso que sepan todo lo que se refiere a la joven a quien
han recogido sin conocerla, y a la quien Harry ha sacado del abismo,
tal vez para desgracia suya.
-¡Elena! -exclamó Harry.
-Deja hablar a Elena -dijo Starr, imponiéndole
silencio.
-Yo soy la nieta del viejo Silfax. Yo no he conocido
madre ninguna hasta que he entrado aquí -dijo mirando a
Margarita.
-Bendito sea ese día, hija mía -dijo la
escocesa.
-Yo no he tenido padre hasta que que he conocido a
Simon Ford, ni amigos hasta que mi mano ha tocado la de Harry. He
vivido sola quince años en los rincones más ocultos de la
mina, con mi abuelo. Con él, es decir poco; por él.
Apenas le veía; porque se ocultaba en las mayores profundidades,
que él sólo conocía. Era bueno a su manera para
mí; pero terrible. Me daba de comer lo que traía de
fuera; pero tengo el vago recuerdo de que me sirvió de nodriza
una cabra, cuya pérdida sentí mucho. Entonces mi abuelo
la reemplazó con otro animal, con un perro. Pero el perro era
alegre, y ladraba; y como el abuelo no quería ruidos, ni
alegría, sino sólo silencio, y no pudo acostumbrarse a
callar el perro desapareció. Tenía por amigo un
pájaro feroz, un buho, que al principio me horrorizaba, pero a
pesar de esta repulsión, me tomó tal cariño, que
yo se lo agradecía. Me respetaba más que a su amo, y aun
me inquietaba por él, porque Silfax era celoso. El buho y yo
procuramos que no nos viera juntos. Comprendimos que debíamos
hacerlo así... Pero les hablo demasiado de mí; y se trata
de ustedes...
-No, hija mía -dijo Starr. Di todo como
quieras.
-Mi abuelo miraba con malos ojos su vivienda en la
mina, por más que no le faltase espacio, y vivise muy lejos de
ustedes. Pero le disgustaba verlos ahí. Cuando yo le preguntaba
por las gentes de fuera, se ponía sombrío, no contestaba,
y permanecía mudo mucho tiempo. Pero cuando estalló su
cólera fue cuando supo que ustedes no se contentaban con su
antigua mina, y querían penetrar en la suya; y juró que
perecerían, si lo hacían. A pesar de su edad, sus fuerzas
son extraordinarias, y sus amenazas me hicieron temblar por ustedes y
por él.
-Continúa Elena -dijo Simon a la joven, que se
había callado para recoger sus recuerdos.
-Después de la primera tentativa de parte de
ustedes -continuó Elena-, y cuando mi abuelo los vio penetrar en
la galería de la Nueva Aberfoyle, tapió la entrada,
haciendo una prisión para ustedes. No los conocía sino
como sombras que vagaban en la oscuridad de la mina, pero yo no
podía pensar que unos cristianos iban a morir de hambre en
aquella profundidad; y con peligro de ser descubierta, les
proporcioné algunos días un poco de pan y agua... Hubiera
querido liberarlos, ¡pero era tan grande la vigilancia de mi
abuelo! ¡Iban a morir!
Jack Ryan y sus compañeros llegaron... Dios
permitió que los encontrase ese día. Los conduje hasta
aquí... A la vuelta me sorprendió mi abuelo. Su
cólera fue terrible que creía que iba a morir entre sus
manos. Desde entonces mi vida se hizo insoportable. Las ideas de mi
abuelo se extraviaron mucho más. Se llamaba rey de las sombras y
del fuego. Siempre que oía los golpes de sus picos en el
filón me pegaba con furor. Quise huir; pero me fue imposible,
porque me guardaba mucho. Por fin, hace tres meses, en un acceso de
demencia sin nombre, me bajó al abismo en que me han encontrado,
y desapareció, después de haber llamado en vano al buho
que me permaneció fiel. ¿Desde cuándo estaba
allí? Lo ignoro. Lo que sé es que cuando tú
llegaste, Harry, me sentía morir; y tú me salvaste. Pero
ya lo ves, la nieta del viejo Silfax, no puede ser la mujer de Harry
Ford, porque te va en ello la vida, la vida de todos.
-¡Elena! -exclamó Harry.
-¡No! -respondió la joven. Tengo que
sacrificarme. No hay más que un medio de salvarlos, y es volver
con mi abuelo. Amenaza a toda la Nueva Aberfoyle... No comprende el
perdón y nadie puede saber lo que el genio de la venganza le
inspirará. Mi deber es conocido; y sería la criatura
más miserable si dudase. ¡Adiós y gracias! ... Me
han hecho conocer la felicidad de este mundo. ¡Cualquiera que sea
mi suerte, mi corazón será siempre suyo!
Al oír estas palabras, Simon, Margarita y
Harry, traspasados de dolor, se levantaron.
-¡Cómo! -dijeron-, Elena,
¡pensarás abandonarnos!
Starr les apartó con un gesto de autoriddad, y
acercándose a Elena le cogió las manos.
-Está muy bien, hija mía -le dijo.
Tú has dicho lo que debías decir; pero oye lo que te
contestamos. No te dejaremos marchar, y si es preciso te detendremos
por la fuerza. ¿Nos crees capaces de la infamia de aceptar tu
generosa oferta? Las amenazas de Silfax son terribles; pero un hombre
no es más que un hombre, y tomaremos nuestras precauciones.
¿Puedes decirnos en favor del mismo Silfax sus costumbres y
dónde se oculta? No queremos más que una cosa, evitar que
te haga daño, y tal vez volverle la razón.
-Quieren un imposible -respondíó Elena.
Mi abuelo está en todas partes, y no está en ninguna. No
he sabido sus guaridas; no le he visto dormir nunca. Se ocultaba y me
dejaba sola ... Al tomar mi resolución sabía todo lo que
podían contestarme. Créanme. No hay más que un
medio de desarmar su cólera, y es que yo vuelva con él.
Es invisible, pero lo ve todo. Díganme, si no
¿cómo habría sabido todos sus proyectos desde la
carta de Simon hasta mi casamiento, si no tuviese esa facultad
inexplicable de saberlo todo? Creo que en su misma locura es un hombre
poderoso por su ingenio. Al principio me enseñó muchas
cosas. Me enseñó quién era Dios; y no me ha
engañado más que en un punto: me ha hecho creer que todos
los hombres eran pérfidos, y quería inspirarme odio a la
humanidad. Cuando Harry me trajo creyo que yo era sólo
ignorante. Era algo más: tenía cierto espanto. ¡Ah!
perdoname; pero los primeros días creía haber
caído en poder de los malvados, y pensaba escaparme. Lo que me
hizo conocer la verdad, Margarita, fueron, no sus palabras, sino su
género de vida, el verla amada y respetada por su marido y su
hijo. Despues, cuando he visto a estos trabajadores felices y buenos,
venerar al señor Starr, de quien creí que eran esclavos
cuando por primera vez vi a la población de Aberfoyle ir a la
capilla y arrodillarse, y rogar a Dios, y darle gracias por sus
bondades infinitas, me dije: "Mi abuelo me engañaba."
Pero hoy, iluminada por lo que me han enseñado, creo que
él está engañado. Voy, pues, a buscar los caminos
secretos por donde le acompañaba. Él me verá, le
llamare, me oirá, y ¿quién sabe si yo podré
volverle a la verdad?
Todos dejaron hablar a la joven, porque conocieron que
le convendría desahogarse entre sus amigos, con la generosa
ilusión de que iba a dejarlos para siempre. Pero cuando se
calló rendida, con los ojos llenos de lágrimas, Harry,
volviéndose a Margarita, dijo:
-Madre mía, ¿qué pensarías
del hombre que abandonase a la noble joven a quien acabas de
oír?
-Pensaría -contestó Margarita-, que ese
hombre era un infame; y si fuese mi hijo, renegaría de él
y le maldeciría.
-Elena ¿has oído a nuestra madre? Te
seguiré adonde vayas; y si persistes en marcharte, iremos
juntos...
-¡Harry, Harry! -exclamó la joven.
Pero la emoción era demasiado fuerte. Temblaron
sus labios y cayó en brazos de Margarita, que rogó al
ingeniero, a Simon y a Harry que la dejasen sola con ella.

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