Las indias negras
Capítulo VIII Una
explosión de dinamita
El experimento anunciado por el antiguo capataz
había salido bien. El hidrógeno precarbonado, como es
sabido, no se desarrolla sino en los depósitos
hullíferos. No podía pues ponerse en duda la existencia
de un filón del precioso combustible. ¿Cuál era su
importancia y su calidad? Eso se determinaría
después.
Tales fueron las consecuencias que el ingeniero dedujo
del fenórneno queacababa de observar; y estaban en un todo
conformes con las que había sacado Simon Ford.
"¡Sí", se dijo Jacobo Starr,
"detrás de esta pared se extiende una capa
carbonífera que nuestras exploraciones no han podido descubrir!
Es bien triste, porque es necesario rehacer todo el material de la mina
abandonada por espacio de diez años. ¡Pero no importa!
¡Hemos encontrado la vena que se creía agotada; y esta vez
la explotaremos hasta el fin!"
-Y bien, señor Starr -preguntó Simon
Ford-, ¿qué piensa de nuestro descubrimiento? ¿He
hecho mal en hacerle venir? ¿Siente usted haber hecho esta
última visita a la mina Dochart?
-¡No, no, mi antiguo compañero!
-respondió Jacobo Starr. No hemos perdido el tiempo; pero lo
perderíamos ahora si no volviéramos en seguida a la
choza. Mañana volveremos aquí. Haremos saltar esta pared
con la dinamita. ¡Descubriremos la superficie del nuevo
filón y después de sondearle, si tiene importancia,
formaré una sociedad de la Nueva Aberfoyle, con
grandísima satisfacción de los antiguos accionistas!
¡Antes de tres meses es preciso que hayamos extraído las
primeras toneladas de hulla!
-¡Muy bien dicho, señor Starr!
-exclamó Simon Ford. ¡La vieja mina va a rejuvenecer, como
una viuda que se vuelve a casar! ¡La animación de los
antiguos días volverá a empezar con los golpes de los
picos, palas y azadones, la explosión de los barrenos, el
arrastre de los vagones, los relinchos de los caballos, el crujido de
las cubas y el ruido de las máquinas! ¡Yo volveré a
ver todo eso! Espero, señor Starr, que no creerá que soy
demasiado viejo para volver a mi oficio de capataz.
-¡No, querido Simon, no ciertamente!
¡Usted es aun mas joven que yo!
-¡Y que Dios nos proteja! ¡Usted es
todavía nuestro viewer! ¡Ojalá la nueva
explotación dure muchos años, y yo tenga el consuelo de
morir sin ver su fin!
La alegría del pobre minero se desbordaba.
Jacobo Starr participaba de ella; pero dejaba que Simon Ford se
entusiasmase por los dos.
Sólo Harry permaneció pensativo. En su
memoria estaban presentes las circunstancias extraordinarias,
inexplicables, en que se había descubierto el nuevo
depósito, lo cual no dejaba de inquietarle para el porvenir.
Una hora despues Jacobo Starr y sus dos
compañeros estaban de vuelta en la choza. El ingeniero
comió con gran apetito, aprobando con el gesto todos los planes
que desarrollaba el anciano, y si no hubiese sido por el impaciente
deseo de que llegara el día siguiente habría dormido
mejor que nunca en la tranquilidad absoluta de la choza.
Al día siguiente, después de un
suculento almuerzo, Jacobo Starr, Simon Ford, Harry, y la misma
Margarita, tomaban el camino que habían recorrido la
víspera. Todos iban como verdaderos mineros. Llevaban
herramientas y cartuchos de dinamita para hacer saltar la pared. Harry
llevaba además de un gran farol, una lámpara de seguridad
que podía durar doce horas. Era más de lo necesario para
ir y volver, contando el tiempo preciso para una exploración, si
es que era posible.
-¡A la obra! -gritó Simon Ford, cuando
llegaron a la extremidad de la galería.
Y blandió con vigor una pesada palanca.
-¡Un instante! -dijo entonces Jacobo Starr.
Observemos si ha habido alguna variación y si el gas sale
siempre por entre las capas de la pared.
-Tiene razón, señor Starr
-respondió Harry. ¡Lo que estaba tapado, ayer, puede
estarlo también hoy!
Margarita sentada en una roca observaba atentamente la
excavación, y la muralla que se trataba de derribar.
Se cercioraron de que todo estaba como lo
habían dejado. Las grietas de los extractos no habían
sufrido ninguna alteración. El hidrógeno protocarbonado
se desprendía, aunque lentamente; lo cual dependía, sin
duda, de que desde la víspera tenía libre el paso. Pero
esta emisión era tan poco importante, que no llegaba a formar
con el aire exterior la mezcla detonante. Jacobo Starr y sus
compañeros no tenían, pues, nada que temer. Por otra
parte este aire se purificaba poco a poco ganando las altas capas de la
galería; y el carburo extendido en toda esta atmósfera no
podía producir ninguna explosión.
-¡Manos a la obra! -volvió a decir Simon
Ford.
Y en breve, bajo la acción, de la palanca
vigorosamente manejada, saltaron pedazos de la roca.
Esta pared se componía principalmente de
pudingas, interpuestas entre el gres y el esquisto, tales como se
encuentran casi siempre cubriendo los filones carboníferos.
Jacabo Starr recogía los pedazos que
hacía saltar la herramienta, y los examinaba con cuidado,
buscando en ellos algún indicio de carbón.
Este primer trabajo duró cerca de una hora, en
la cual consiguieron hacer una excavación bastante profunda en
la pared.
Jacobo Starr eligió entonces el sitio en que
deberían hacerse los huecos de las minaduras, trabajo que
llevó a cabo Harry con el escoplo y el martillo. En seguida
metieron cartuchos de dinamita en estos agujeros. Colocaron la mecha
embreada y un cohete de seguridad, que terminaba en una cápsula
fulminante, y la encendieron al nivel del suelo. Jacobo Starr y sus
compañeros se alejaron.
-¡Ah! señor Starr -dijo Simon Ford, que
era víctima de una emoción que no trataba de ocultar-,
¡nunca, nunca mi corazón ha latido tan fuertemente!
Quisiera atacar el filón yo mismo!
-¡Paciencia Simon! -dijo el ingeniero.
¿No tendra usted la pretensión de encontrar detrás
de esa pared una galería abierta ya?
-¡Perdóneme señor Starr!
-respondió el anciano. ¡Tengo todas las pretensiones
posibles! Si ha habido una fortuna en el descubrimiento de este
filón, ¿por qué no ha de continuar esta fortuna
hasta el fin? ...
La explosión de la dinamita se oyó en
breve. Un trueno sordo se propagó por el laberinto de las
galerías subterráneas.
Jacobo Starr, Margarita, Harry y Simon Ford corrieron
hacia la pared de la caverna.
-¡Señor Starr, señor Starr!
-gritó el viejo. ¡Se ha abierto la puerta! ...
Esta comparación de Simon Ford estaba
justificada por la aparición de un agujero, cuya profundidad no
podía apreciarse.
Harry fue a lanzarse por la abertura.
El ingeniero, completamente sorprendido con el
hallazgo de esta cavidad detuvo al joven.
-Espera a que el aire interior se purifique -le
dijo.
-Sí, cuidado con las exhalaciones mefiticas
-dijo Simon Ford.
Pasaron un cuarto de hora en una ansiedad terrible
esperando. El farol, colocado en el extremo de un palo, fue introducido
en la excavación y siguió luciendo con un brillo
inalterable.
-Anda Harry -dijo Jacobo Starr-, nosotros te
seguiremos.
La abertura producida por la dinamita era más
que suficiente para que pudiese pasar un hombre.
Harry, con el farol en la mano, entró sin
vacilar y desapareció en las tinieblas.
Jacobo Starr, Simon Ford y Margarita esperaron
inmóviles.
Un minuto -que les pareció inmenso-
transcurrió. Harry no volvía, no llamaba, Jacobo Starr se
aproximó al agujero y no vio ni aún el resplandor de la
lámpara, que debía iluminar la sombría
caverna.
¿Habría faltado el suelo de repente bajo
los pies de Harry? ¿Habría caído el joven minero
en alguna desigualdad de la roca? ¿No podía ya su voz
llegar a sus compañeros? El viejo sin querer oir nada iba a
penetrar a su vez por el agujero, cuando se descubrió un vago
resplandor que fue aumentándose, y se oyeron las siguientes
palabras de Harry:
-¡Venga señor Starr! ¡Ven padre
mío! El camino está libre en la Nueva Aberfoyle.

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