Las indias negras
Capítulo VI Algunos
fenómenos inexplicables
Sabido es lo que son las supersticiones en la alta y
baja Escocia. En algunos clanes los arrendatarios, reunidos por las
noches, se complacen en repetir los cuentos tomados del repertorio de
la mitología hiperbórea; la instrucción aunque muy
extendida en el país, no ha podido reducir aún al estado
de ficciones estas leyendas, que parecen inherentes al suelo mismo de
la antigua Caledonia. Aquel es aún el país de los
aparecidos, de los duendes y de las hadas. Allí se cree siempre
en el genio malhechor que no se aleja sino por medio de dinero; en el
seer de los Higlanders, que por la virtud de la doble
vista predice las muertes próximas; en el May-Moullach
que se presenta bajo la forma de una joven de brazos cubiertos de
vello, y anuncia a las familias las desgracias que les amenazan; en la
hada Braushie, que profetiza los acontecimientos funestos; en
los Brawnies a quienes está confiada la
conservación del mobiliario doméstico; en el
Urisk, que frecuenta más particularmente las salvajes
gargantas del lago Katrine, y en tantas otras.
No hay para qué decir que la población
de las minas debía suministrar su contingente de leyendas y de
fábulas a este repertorio mitológico. Si las
montañas de la Alta Escocia están pobladas de seres
quiméricos, buenos o malos, con mayor razón deben las
sombrías minas estar llenas de ellos, hasta en sus
últimas profundidades. ¿Quién hace temblar los
depósitos en las noches de tempestad? ¿Quién da la
huella del filón, aún no explotado? ¿Quién
enciende el hidrógeno carbonado y preside las terribles
explosiones, sino algún genio de la mina?
Ésta era a lo menos, la opinión
comunmente extendida entre esos supersticiosos escoceses. En verdad la
mayor parte de los mineros creían gustosos en lo
fantástico, cuando no se trataba, más que de
fenúmenos puramente físicos; y se habría perdido
el tiempo en querer desengañarlos. ¿Dónde
podría desarrollarse más libremente la credulidad que en
el fondo de estos abismos? Y las minas de Aberfoyle, precisamente
porque eran empleadas en el país de las leyendas, debían
presentarse más naturalmente a todos los incidentes de lo
sobrenatural.
Así, pues, las leyendas abundaban allí.
Es preciso decir también que ciertos fenómenos no
explicados hasta entonces, debían dar un nuevo alimento a la
credulidad pública.En el primer lugar, entre los supersticiosos
de la mina Dochart, figuraba Jack Ryan, el camarada de Harry. Era el
mayor partidario que se ha visto de lo sobrenatural. Transformaba todas
estas historias fantásticas en canciones, que le valían
grandes elogios en las veladas del invierno.
Pero Jack Ryan no era él único que
hacía gala de su credulidad. Sus camaradas afirmaban, con no
menor publicidad, que las galerías de Aberfoyle estaban
encantadas, que ciertos seres incorpóreos vagaban y se
aparecían en ellas, corno si fuese en las altas tierras de
Escocia. Y al oírlos se creería que lo extraordinario
sería que esto no sucediese. En efecto, ¿hay algo mas
propio que una sombría y profunda mina para los caprichos de los
genios, de los duendes, de los espíritus y de los demás
actores de los dramas fantásticos? Su decoración estaba
preparada, ¿por qué esos personajes sobrenaturales no
habían de ir a representar su papel?
Así razonaban Jack Ryan y sus camaradas de las
minas Aberfoyle. Hemos dicho ya que las diferentes bocas se comunicaban
entre sí por largas galerías subterráneas entre
los filones. Había, pues, bajo el suelo del condado de Stirling
una enorme masa mineral cruzada de túneles, atijereada por
pozos; una especie de hipogeo de laberinto subterráneo, que
parecía un inmenso hormiguero.
Los mineros de los diversos departamentos se
encontraban con frecuencia cuando iban o venían a su trabajo de
explotación: de aquí provenía la constante
facilidad del trato y de comunicar de uno a otro departamento las
historias que tomaban su origen en la misma mina. Las narraciones se
transmitían así con una rapidez maravillosa, pasando de
boca en boca, y creciendo, como siempre sucede.
Sin embargo, dos hombres más instruidos y de
temperamento más positivo que los demás, habían
resistido siempre esta corriente; y no admitían de ninguna
manera la intervención de los duendes, de los genios y de las
hadas.
Eran Simon Ford y su hijo. Y lo probaron bien con
seguir viviendo en la sombría cripta, después del
abandono de la mina. Tal vez la buena Margarita tenía alguna
afíción a lo sobrenatural, como toda escocesa. Pero se
veía reducida a contarse a sí misma estas historias de
apariciones; lo que por otra parte hacía con mucha
conciencía, para no perder la tradición.
Aunque Simon y Harry Ford hubiesen sido tan
crédulos como sus compañeros no por eso habrían
abandonado la mina a los genios y a las hadas. La esperanza de
descubrir un nuevo filón les habría hecho desafiar a
todas las legiones de duendes. No eran crédulos; no eran
creyentes mas que respecto de un sólo punto: no podían
admitir que el depósito carbonífero de Aberfoyle
estuviese totalmente agotado. Puede decirse con exactitud que Simon
Ford y su hijo tenían en este punto la fe del carbonero, esta fe
en Dios que nada puede conmover.
Así es que hacía diez años, sin
faltar un día, que obstinados, inmutables en sus convicciones,
el padre y el hijo cogían su pico, su pala y su lámpara e
iban buscando, tanteando la roca, con golpes secos, y escuchando si
producía un sonido favorable.
Mientras que las explotaciones no llegasen al granito
del terreno primario, Simon y Harry Ford estaban de acuerdo en que la
investigación inútil hoy, podía ser útil
mañana; y que no debía ser abandonada. Se habían
propuesto pasar la vida entera tratando de volver a la mina de
Aberfoyle su antigua prosperidad. Si el padre sucumbía antes de
encontrar un éxito feliz, el hijo debería tomar la
empresa por sí solo.
Al mismo tiempo estos dos guardianes apasionados de la
mina, la visitaban bajo el punto de vista de su conservación. Se
aseguraban de la solidez de sus pisos y de las bóvedas.
Estudiaban si había que temer un desprendimiento o si era
urgente condenar algún trozo. Examinaban las filtraciones de las
aguas superiores, las derribaban y las canalizaban,
dirigiéndolas a un sumidero, En fin, se habían
constituido voluntariamente en protectores y conservadores de, aquel
dominio improductivo, del cual había salido tanta riqueza
convertida después en humo.
En alguna de estas excursiones, Harry particularmente,
se quedó admirado ante ciertos fenómenos, cuya
explicación buscaba en vano. Varias veces, cuando seguía
algunas estrechas contra galerías, le pareció oír
ruidos análogos a los que hubiesen podido producir los violentos
golpes de un pico sobre la pared.
Harry, a quien no asustaba lo sobrenatural más
que lo natural, había acelerado el paso para sorprender la causa
de este misterioso trabajo. Pero el túnel estaba desierto. La
lámpara del joven minero, llevada por toda la pared no
pemiitía descubrir ninguna huella reciente del pico, ni del
azadón. Harry se preguntaba entonces si era juguete de alguna
ilusión acústica, o de algún caprichoso o
fantástico eco. Otras veces, al proyectar súbitamente una
luz fuerte hacia algún rincón sospechoso, había
creído ver pasar una sombra. Se había lanzado tras
ella... ¡Nada! A pesar de que no había ninguna salida que
hubiese permitido a un ser humano huir de su persecución. Por
dos veces en un mes, Harry, visitando la parte occidental de la mina,
había oído claramente detonaciones lejanas, como si algun
minero hubiese hecho estallar un cartucho de dinamita.
La última vez, después de minuciosas
investigaciones, había reconocido que un pilar se había
desviado por una explosión subterránea.
Harry examinó atentamente a la luz de su
lámpara la pared atacada por la minadura. No estaba formada de
una simple nivelación de piedras, sino de un muro de esquisto,
que había penetrado hasta esta profundidad en el piso del
depósito carbonífero. Aquel barreno, ¿había
tenido por objeto buscar un nuevo filón? ¿No se
había querido producir más que un desprendimiento de
parte de aquella pared de la mina? Esto fue lo que se preguntó
Harry, y cuando dio a conocer este hecho a su padre, ni el viejo
capataz, ni él, pudieron resolver la cuestión de un modo
satisfactorio.
"Es singular", se decía muchas veces
Harry; "la presencia en la mina de un ser desconocido, parece
imposible y, sin embargo, ya no puede ponerse en duda.
¿Habrá alguno más que nosotros que busque
también si existe alguna vena explotable? ¿O más
bien tratará de aniquilar lo que quede de las minas de
Aberfoyle? ¿Pero con qué objeto? ¡Yo lo
averiguaré aunque me haya de costar la vida!"
Quince días antes de éste en que Harry
Ford guiaba al ingeniero por el dédalo de la mina Dochart,
había creído llegar al fin de sus investigaciones.
Recorría la extremidad suroeste de la mina, con
un poderoso farol en la mano.
De repente le pareció ver que acababa de
apagarse una luz, como a unos cien pasos delante de él, en el
fondo de una estrecha chimenea, que cortaba oblicuamente el muro. Se
precipitó hacia la luz sospechosa...
¡Trabajo inútil! Como Harry no
admitía para los hechos físicos explicación
sobrenatural, dedujo de aquí que realmente vagaba por la mina un
ser desconocido. Pero por más que hizo, registrando con el mayor
cuidado, hasta los menores rincones de la galería, el ser
desconocido había desaparecido y no pudo llegar a ninguna
certidumbre.
Harry se encomendó, pues, a la casualidad para
descubrir este misterio. De tiempo en tiempo volvió a ver
aparecer resplandores que vagaban de un lado a otro como fuegos fatuos,
pero su aparición duraba lo que un relámpago; y era
preciso renunciar a descubrir su causa.
Si Jack Ryan y los demás supersticiosos de la
mina hubiesen visto estas luces fantásticas, no habrían
dejado seguramente de creer en algo sobrenatural. Pero Harry no pensaba
en ello siquiera. El viejo Simon tampoco. Y cuando hablaban los dos de
estos fenómenos, debidos indudablemente a una causa
física, decía el capataz: "¡Hijo mío,
esperemos! ¡Todo esto se explicará algún
día!"
Sin embargo, preciso es observar que nunca hasta
entonces, ni Harry ni su padre habían sido objeto de
ningún acto de violencia.
Si la piedra que había caído aquel mismo
día a los pies de Jacobo Starr había sido lanzada por la
mano de un malhechor, era el primer acto criminal de este genero.
Interrogado el ingeniero, fue de opinión que la
piedra se había desprendido de la bóveda de la
galería. Pero Harry no admitió una explicación tan
sencilla. La piedra, segun él, no había caído,
sino que había sido arrojada. Al menos de no haber chocado antes
con otro cuerpo, no hubiese descrito una trayectoria; sino hubiera sido
puesta en movimiento por una fuerza extraña.
Harry veía, pues, en esto una tentativa directa
contra él y contra su padre, y tal vez contra el ingeniero
también. Después de lo que sabemos, hay que convenir en
que tenía algún fundamento esta sospecha.

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