Las indias negras
Capítulo XIV Pendiente de un
hilo
En estas condiciones, con sus más caros deseos
satisfechos, la familia Ford era feliz. Sin embargo, hubiera podido
observarse que Harry, de un carácter generalmente un poco
sombrío, lo estaba más y más "por
dentro" como decía Margarita. Jack Ryan, a pesar de su buen
humor tan comunicativo, no consiguió
"sacársele".
Un domingo, en el mes de junio los dos amigos salieron
a dar u paseo por las orillas del lago Malcolm. En el exterior, el
tiempo estaba tempestuoso. Violentas lluvias hacían salir de la
tierra emanaciones abrasadoras. Apenas se podía respirar en la
superficie del condado.
Al contrario, en Villa Carbón calma absoluta,
temperatura suave, ni lluvia, ni viento. Allí no transpiraba
nada de la lucha de los elementos en el exterior. Por esta razón
algunos paseantes de Stirling y de los alrededores habían ido a
las profundidades de la mina buscando un poco de frescura.
Los discos eléctricos arrojaban un resplandor
que hubiese envidiado seguramente el sol británico, más
nublado de lo que conviene al sol del domingo.
Jack Ryan hacía notar este gran concurso de
visitantes a su compañero Harry; pero éste apenas
parecía que prestaba atención a sus palabras.
-¡Mira, Harry -le decía Ryan; mira
cómo se apresuran a venir a vernos! Vamos; desecha un poco esas
tristes ideas, para hacer mejor los honores de nuestra casa. Vas a dar
que pensar a todas esas gentes que se puede envidiar su suerte
allá arriba.
-¡Jack -respondió Harry-, no te ocupes de
mí! Tú eres alegre por los dos, y eso basta.
-¡Que el diablo me lleve! -replicó Jack
Ryan-, si tu melancolía no concluye por contagiarme. Mis ojos se
nublan, mis labios se cierran, la risa no puede salir de mi garganta;
mis canciones se me olvidan. ¿Qué tienes?
-Ya lo sabes, Jack.
-¡Siempre esa idea!...
-¡Siempre!
-¡Ah! ¡Pobre Harry! -respondió Jack
alzando los hombros-, si achacaras como yo, todo eso a los duendes de
la mina, estarías más tranquilo.
-Tú sabes que los duendes no existen más
que en tu imaginación; y que desde que empezó el trabajo
no ha vuelto a aparecer uno sólo en la Nueva Aberfoyle.
-Sea así, Harry, pero si los brujos no se dejan
ver, me parece que tampoco se ven esos seres a quienes tú
atribuyes esas cosas extraordinarias.
-Los encontraré, Jack.
-¡Ah! Harry. Los espíritus de la Nueva
Aberfoyle no se dejan sorprender fácilmente.
-Yo encontraré a tus espíritus -repuso
Harry con el tono de la más profunda convicción.
-De modo que pretendes castigar...
-Castigar y premiar, Jack. Porque si ha habido una
mano que nos ha aprisionado en aquella galería; ha habido otra
que nos ha socorrido. No. ¡Yo no puedo olvidarlo!
-¿Estás seguro de que esas dos manos no
pertenecen al mismo cuerpo?
-¿Por qué Jack? ¿Por qué
piensas eso?
-¡Demonio! ¿Sabes tú, Harry? Esos
seres que viven en los abismos... no son como nosotros.
-Son como nosotros, Jack.
-¡No, Harry, no! Por otra parte ¿no puede
suponerse que algún loco ha entrado?...
-¡Un loco! -respondió Harry-, un loco que
hubiese tenido tal serie de ideas! ¡Un loco que desde el
día que rompió las escalas del pozo Yarow no ha cesado de
hacernos mal!
-Pero ya no lo hace. En tres años no ha habido
ningún acto de maldad contra ti, ni contra los tuyos.
-No importa Jack -respondió Harry. Tengo el
presentimiento de que ese ser maléfico quien quiera que sea, no
ha renunciado a sus proyectos. No puedo decirte en que me fundo al
hablarte así; pero lo creo, y por eso quiero saber la causa de
todo aún en interés de la nueva explotación.
-¿En interés de la nueva explotacion?
-preguntó Jack Ryan asombrado.
-Sí, Jack -contestó Harry. Yo no se si
me equivocaré; pero veo en todo esto un interés contrario
al nuestro. He pensado muchas veces en ello, y creo no
engañarrne. Recuerdo la serie de acontecimientos inexplicables
que se encadenan lógicamente unos a otros. Aquella carta
anónima, contradictoria de la de mi padre, prueba desde luego
que ha habido un hombre que ha tenido conocimiento en nuestros
proyectos y que ha tratado de impedirlos. El señor Starr viene a
visitar la mina Dochart, y apenas entro con él es arrojada
contra nosotros una enorme piedra, y en seguida cortan la
comunicación con el pozo Yarow. Empieza la explotación;
un experimento, que debía descubrir la existencia de un nuevo
depósito, es hecho imposible por haber tapiado las grietas del
esquisto. Sin embargo, se demuestra su existencia, se encuentra el
filón, volvemos atrás; se produce un gran movimiento en
el aire; se rompe la lámpara; quedamos sumergidos en la
oscuridad; a pesar de esto llegamos a la sombría galería
... y no encontramos la salida; el agujero había sido tapiado, y
quedamos encerrados. ¿No ves en todo esto un pensamiento
criminal? Sí. Un ser invisible, pero no sobrenatural como
tú te empeñas en creer, estaba oculto en la mina y
trataba por un gran interés, que yo no conozco, de impedir el
acceso a ellas. ¡Sí, estaba! Un presentimento me dice que
aún está aquí, y ¿quién sabe si no
prepara de nuevo algún golpe inesperado? Te aseguro que aunque
arriesgue mi vida he de descubrirle.
Harry había hablado con una convicción
que impresionó a su compañero. Jack Ryan conocía
que Harry tenía razon, por lo menos en cuanto a lo pasado. Y
porque estos hechos tuviesen una causa más o menos natural no
eran menos indudables.
Sin embargo, el joven no renunciaba a su manera de
explicar los sucesos. Pero comprendiendo que Harry no admitiría
nunca la intervención de un genio misterioso, se limitó a
hablar del incidente que parecía inconciliable con la
malevolencia de que era víctima la farnilia de Simon Ford.
-Me veo obligado -dijo-, pues, a darte la razón
en algunas cosas. Pero, ¿me negarás que alguna hada
benéfica, llevándonos el pan y el agua, ha podido
salvarlos de? ...
-Jack -respondió Harry
interrumpiéndole-, el ser benéfico de quien tú
quieres hacer un ser sobrenatural, existe tan realmente como el ser
malévolo, y yo he de buscar a ambos en las profundidades de la
mina.
-¿Pero tienes algún indicio que pueda
guiar tus pasos? -preguntó Jack Ryan.
-Quizás -respondió Harry.
Escúchame bien. Al occidente de la mina, a distancia de cinco
millas, bajo las rocas que sostienen el lago Lomond, hay un pozo
natural, que se abre perpendicularmente. Hace ocho días he
querido sondear su profundidad. Pero mientras bajaba la sonda, y yo
estaba inclinado hacia su boca, me pareció que el aire se
agitaba en el interior, como si se moviesen las alas de un gran
pájaro.
-Alguna ave, perdida en las galerías interiores
de la mina -dijo Jack Ryan.
-No es eso todo, Jack -añadió Harry.
Esta mañana he vuelto al pozo; y escuchando con cuidado he
creído oír como una especie de gemido...
-¡Un gemido! -exclamó Ryan. Te has
engañado, Harry. Sería un soplo de viento... a menos que
un duende...
-Mañana -añadió Harry,
sabré a qué atenerme.
-¿Mañana? -preguntó Jack Ryan
mirando a su amigo.
-Sí. Mañana bajaré a ese
abismo.
-¡Harry, eso es tentar a Dios!
-No, Jack. Yo imploraré su auxilio para
bajar.
-Mañana iremos los dos al pozo con algunos
otros amigos. Atado a una cuerda larga me puedes bajar
subiéndome a una señal convenida. ¿Puedo contar
contigo, Jack?
-Harry -contestó Jack meneando la cabeza-, yo
haré lo que tú quieras. Sin embargo, te repito que haces
mal.
-Más vale hacer algo mal que tener
remordimientos por no haber hecho nada -dijo Harry con tono decidido.
¡Mañana, pues, a las seis, y silencio! Adiós
Jack.
Y para no continuar una conversación en la cual
Jack Ryan habría tratado de combatir su proyecto, Harry se
separó bruscamente de su amigo, y entró en la choza.
Es preciso convenir, sin, embargo, en que las
aprensiones de Jack Ryan no eran exageradas. Si había un enemigo
personal que amenazaba a Harry, si este enemigo estaba en el fondo del
pozo, a donde le iba a buscar el joven, indudablemente se
exponía a un peligro. ¿Y no había verosimilitud en
creerlo así?
"Por lo demás", se decía Jack
Ryan, "¿para qué darse tan malos ratos para
explicarme una serie de hechos que se explican tan fácilmente
por la intervención sobrenatural de los genios de la
mina."
A pesar de todo, al día siguiente Jack Ryan y
tres mineros de su brigada, acompañados de Harry, fueron al pozo
sospechoso.
Harry no había dicho nada de su proyecto ni a
Jacobo Starr ni a su padre. Por su parte Jack Ryan había sido
también bastante discreto para no hablar de ello. Los
demás mineros al verles partir habían pensado que se
trataba de una simple exploración en la capa vertical del
depósito.
Harry iba provisto de una larga cuerda, que
medía doscientos pies. No era muy gruesa, pero sí muy
fuerte; porque no debiendo subir ni bajar a fuerza de puños,
bastaba que pudiera soportar su peso.
Sus compañeros debían bajarle por la
sima y retirarle. Una sacudida en la cuerda serviría para
avisarles.
El pozo era bastante ancho. Tenía doce pies de
diámetro en la boca. Colocaron una viga, atravesada como un
puente, de modo que deslizándose por ella la cuerda, pudiese
permanecer en la dirección del eje del pozo; precaución
necesaria para que Harry al bajar no se golpease con las paredes
laterales.
Harry estaba dispuesto.
-¿Persistes en tu proyecto de explorar este
abismo? -le preguntó Jack Ryan en voz baja.
-Sí -respondió Harry.
Le ataron primero la cuerda a la cintura y luego por
debajo de los brazos, para que no oscilara el cuerpo.
Así Harry llevaba libres las dos manos. En la
cintura llevaba una lámpara de seguridad, y al lado uno de esos
anchos cuchillos escoceses, encerrado en una vaina de acero. Harry
pasó hasta el medio de la viga en que estaba la cuerda.
Después sus compañeros deslizaron la cuerda y se fue
sumergiendo lentamente en el pozo.
Como la cuerda experimentaba un ligero movimiento de
rotación, la luz de la lámpara iba, sucesivamente
alumbrando todos los puntos de la pared, y Harry podía
examinarlos cuidadosamente.
Las paredes eran de esquistos carboníferos, y
además demasiado lisas para poder subir por ellas.
Harry calculó que descendía con la
moderada velocidad de un pie por segundo. Tenía, pues, facilidad
para verlo todo, y para estar dispuesto a cualquier accidente.
Al cabo de dos minutos, es decir, a una profundidad de
ciento veinte pies apróximadamente, nada extraordinario le
había ocurrido. No había ninguna galería lateral
en las paredes del pozo, que se iba estrechando poco a poco en forma de
embudo. Pero Harry empezaba a sentir un aire más fresco que
venía de abajo, de donde dedujo que la extremidad inferior del
pozo comunicaba con algún agujero del piso interior de la
cripta.
La cuerda seguía deslizándose; la
oscuridad era absoluta; el silencio absoluto también.
Si algún ser viviente había buscado un
refugio en aquel misterioso y profundo abismo, o no estaba allí
entonces, o no manifestaba su presencia con ningún
movimiento.
Harry, más desconfiado a medida que iba
bajando, había desenvainado el cuchillo y le llevaba en la mano
derecha.
A una profundidad de ciento ochenta pies, Harry
conoció que llegaba al suelo. La cuerda se dobló, y no
bajó más.
Harry respiró un instante. No se había
realizado uno de los temores que tenía, esto es, que fuese
cortada la cuerda por la parte superior mientras bajaba. Además
no había encontrado ningún escondrijo en las paredes,
donde pudiese ocultarse alguien.
El extremo inferior del pozo era muy estrecho.
Harry se quitó la lámpara de la cintura
y la paseó por el suelo. No se había engañado en
sus conjeturas.
En el piso inferior se abría lateralmente un
estrecho agujero, de tal modo que le fue preciso agacharse para entrar
por él, y arrastrarse sobre las manos y las rodillas para
seguirle.
Harry quería ver en qué dirección
se ramificaba esta galería y si terminaba en algún
abismo. Empezó, pues, a andar a rastras. Pero muy en breve la
detuvo un obstáculo. Harry creyó sentir al tacto que
aquel obstáculo era un cuerpo que obstruía el paso.
Retrocedió de pronto por un sentimiento de repulsión;
después volvió a acercarse.
El tacto no le había engañado. Lo que le
había detenido era, en efecto, un cuerpo. Le cogió y
sintió que tenía heladas las extremidades, pero que no
estaba frío del todo. Cogerle, llevarle al fondo del pozo, y
proyectar sobre él la luz de la lámpara fue obra de un
instante.
-¡Un niño! -exclamó Harry.
El niño hallado en el fondo de aquel abismo
respiraba aún; pero su aliento era tan débil que Harry
pudo creer que iba a extinguirse. Era preciso, pues, sin pérdida
de tiempo, llevar a esta pobre criaturita a la boca del pozo y luego a
la choza, donde Margarita le prodigara sus cuidados.
Harry, olvidando todo lo demás, se ató
de nuevo la cuerda a la cintura, se sujetó la lámpara,
tomó el niño, sosteniéndole con el brazo izquierdo
contra su pecho y llevando él brazo derecho libre y armado, hizo
la señal convenida para que tiraran suavamente de la cuerda.
La cuerda se estiró y la subida empezó
con regularidad. Harry miraba a su alrededor con doble atención.
Ahora no era él solo el que corría peligro.
Todo fue bien en los primeros minutos de la
ascensión; y parecía que no podía sobrevenir
ningún incidente, cuando Harry creyó oír un soplo
poderoso que separaba las capas de aire en las profundidades del pozo.
Miró debajo de él y descubrió en la penumbra una
masa que se elevaba poco a poco y le rozó al pasar.
Era un enorme pájaro, cuya especie no pudo
conocer, y que subía a grandes aletadas. El monstruoso
volátil se detuvo, se cernió un instante, y despues
cayó sobre Harry con un encarnizamiento feroz.
Harry sólo tenía el brazo derecho para
parar los formidables picotazos del animal. Se defendió, pues,
protegiendo al niño lo mejor que pudo. Pero no era al
niño a quien atacaba el pájaro, sino a él.
Contrariado por la rotación de la cuerda no conseguía
herirlo mortalmente.
La lucha se prolongaba. Harry gritó con toda la
fuerza de sus pulmones esperando que sus gritos se oyesen arriba.
Y así debió ser, porque la cuerda
empezó a subir más de prisa.
Quedaba aún una altura de ochenta pies que
subir. El ave entonces abandonó el ataque directo.
¡Peligro mucho más terrible! Se arrojó sobre la
cuerda, se suspendió a ella y trató de romperla con el
pico, a dos pies sobre la cabeza de Harry, y por lo tanto, fuera del
alcance de su brazo.
A Harry se le erizaron los cabellos.
Se rompió un ramal. La cuerda iba cediendo poco
a poco, a, mas de cien pies sobre el fondo del abismo.
Harry dio un grito desesperado. Un segundo ramal se
rompió bajo el peso que sufría la cuerda medio
cortada.
Harry soltó el cuchillo, y con un esfuerzo
sobrehumano, en el momento en que iba a romperse la cuerda
consiguió cogerla con la mano derecha, por encima de la rotura
hecha a picotazos.
Pero aunque tenía puños de hierro,
sintió que la cuerda se deslizaba poco a poco entre sus
dedos.
Hubiera podido agarrarse bien a la cuerda con las dos
manos sacrificando al niño, que sostenía con un brazo...
pero ni aún quiso pensar en ello.
Jack Ryan y sus compañeros, alarmados por los
gritos de Harry, tiraban de la cuerda más
rápidamente.
Harry creyó que no podía ya salvarse. Se
inyectó su rostro. Cerró un momento los ojos, esperando
caer en el abismo; después los abrió.
El ave atemorizada, sin duda, había
desaparecido.
En cuanto a Harry, en el momento en que iba a soltar
la cuerda, que tenía ya agarrada por el extremo, fue cogido y
colocado en el suelo con la criatura.
Pero entonces vino la reacción, y Harry
cayó sin conocimiento en brazos de sus amigos.
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