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Las indias negras
Editado
© Ariel Pérez
9 de febrero del 2002
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Las indias negras
Capítulo XIV
Pendiente de un hilo

En estas condiciones, con sus más caros deseos satisfechos, la familia Ford era feliz. Sin embargo, hubiera podido observarse que Harry, de un carácter generalmente un poco sombrío, lo estaba más y más "por dentro" como decía Margarita. Jack Ryan, a pesar de su buen humor tan comunicativo, no consiguió "sacársele".

Un domingo, en el mes de junio los dos amigos salieron a dar u paseo por las orillas del lago Malcolm. En el exterior, el tiempo estaba tempestuoso. Violentas lluvias hacían salir de la tierra emanaciones abrasadoras. Apenas se podía respirar en la superficie del condado.

Al contrario, en Villa Carbón calma absoluta, temperatura suave, ni lluvia, ni viento. Allí no transpiraba nada de la lucha de los elementos en el exterior. Por esta razón algunos paseantes de Stirling y de los alrededores habían ido a las profundidades de la mina buscando un poco de frescura.

Los discos eléctricos arrojaban un resplandor que hubiese envidiado seguramente el sol británico, más nublado de lo que conviene al sol del domingo.

Jack Ryan hacía notar este gran concurso de visitantes a su compañero Harry; pero éste apenas parecía que prestaba atención a sus palabras.

-¡Mira, Harry -le decía Ryan; mira cómo se apresuran a venir a vernos! Vamos; desecha un poco esas tristes ideas, para hacer mejor los honores de nuestra casa. Vas a dar que pensar a todas esas gentes que se puede envidiar su suerte allá arriba.

-¡Jack -respondió Harry-, no te ocupes de mí! Tú eres alegre por los dos, y eso basta.

-¡Que el diablo me lleve! -replicó Jack Ryan-, si tu melancolía no concluye por contagiarme. Mis ojos se nublan, mis labios se cierran, la risa no puede salir de mi garganta; mis canciones se me olvidan. ¿Qué tienes?

-Ya lo sabes, Jack.

-¡Siempre esa idea!...

-¡Siempre!

-¡Ah! ¡Pobre Harry! -respondió Jack alzando los hombros-, si achacaras como yo, todo eso a los duendes de la mina, estarías más tranquilo.

-Tú sabes que los duendes no existen más que en tu imaginación; y que desde que empezó el trabajo no ha vuelto a aparecer uno sólo en la Nueva Aberfoyle.

-Sea así, Harry, pero si los brujos no se dejan ver, me parece que tampoco se ven esos seres a quienes tú atribuyes esas cosas extraordinarias.

-Los encontraré, Jack.

-¡Ah! Harry. Los espíritus de la Nueva Aberfoyle no se dejan sorprender fácilmente.

-Yo encontraré a tus espíritus -repuso Harry con el tono de la más profunda convicción.

-De modo que pretendes castigar...

-Castigar y premiar, Jack. Porque si ha habido una mano que nos ha aprisionado en aquella galería; ha habido otra que nos ha socorrido. No. ¡Yo no puedo olvidarlo!

-¿Estás seguro de que esas dos manos no pertenecen al mismo cuerpo?

-¿Por qué Jack? ¿Por qué piensas eso?

-¡Demonio! ¿Sabes tú, Harry? Esos seres que viven en los abismos... no son como nosotros.

-Son como nosotros, Jack.

-¡No, Harry, no! Por otra parte ¿no puede suponerse que algún loco ha entrado?...

-¡Un loco! -respondió Harry-, un loco que hubiese tenido tal serie de ideas! ¡Un loco que desde el día que rompió las escalas del pozo Yarow no ha cesado de hacernos mal!

-Pero ya no lo hace. En tres años no ha habido ningún acto de maldad contra ti, ni contra los tuyos.

-No importa Jack -respondió Harry. Tengo el presentimiento de que ese ser maléfico quien quiera que sea, no ha renunciado a sus proyectos. No puedo decirte en que me fundo al hablarte así; pero lo creo, y por eso quiero saber la causa de todo aún en interés de la nueva explotación.

-¿En interés de la nueva explotacion? -preguntó Jack Ryan asombrado.

-Sí, Jack -contestó Harry. Yo no se si me equivocaré; pero veo en todo esto un interés contrario al nuestro. He pensado muchas veces en ello, y creo no engañarrne. Recuerdo la serie de acontecimientos inexplicables que se encadenan lógicamente unos a otros. Aquella carta anónima, contradictoria de la de mi padre, prueba desde luego que ha habido un hombre que ha tenido conocimiento en nuestros proyectos y que ha tratado de impedirlos. El señor Starr viene a visitar la mina Dochart, y apenas entro con él es arrojada contra nosotros una enorme piedra, y en seguida cortan la comunicación con el pozo Yarow. Empieza la explotación; un experimento, que debía descubrir la existencia de un nuevo depósito, es hecho imposible por haber tapiado las grietas del esquisto. Sin embargo, se demuestra su existencia, se encuentra el filón, volvemos atrás; se produce un gran movimiento en el aire; se rompe la lámpara; quedamos sumergidos en la oscuridad; a pesar de esto llegamos a la sombría galería ... y no encontramos la salida; el agujero había sido tapiado, y quedamos encerrados. ¿No ves en todo esto un pensamiento criminal? Sí. Un ser invisible, pero no sobrenatural como tú te empeñas en creer, estaba oculto en la mina y trataba por un gran interés, que yo no conozco, de impedir el acceso a ellas. ¡Sí, estaba! Un presentimento me dice que aún está aquí, y ¿quién sabe si no prepara de nuevo algún golpe inesperado? Te aseguro que aunque arriesgue mi vida he de descubrirle.

Harry había hablado con una convicción que impresionó a su compañero. Jack Ryan conocía que Harry tenía razon, por lo menos en cuanto a lo pasado. Y porque estos hechos tuviesen una causa más o menos natural no eran menos indudables.

Sin embargo, el joven no renunciaba a su manera de explicar los sucesos. Pero comprendiendo que Harry no admitiría nunca la intervención de un genio misterioso, se limitó a hablar del incidente que parecía inconciliable con la malevolencia de que era víctima la farnilia de Simon Ford.

-Me veo obligado -dijo-, pues, a darte la razón en algunas cosas. Pero, ¿me negarás que alguna hada benéfica, llevándonos el pan y el agua, ha podido salvarlos de? ...

-Jack -respondió Harry interrumpiéndole-, el ser benéfico de quien tú quieres hacer un ser sobrenatural, existe tan realmente como el ser malévolo, y yo he de buscar a ambos en las profundidades de la mina.

-¿Pero tienes algún indicio que pueda guiar tus pasos? -preguntó Jack Ryan.

-Quizás -respondió Harry. Escúchame bien. Al occidente de la mina, a distancia de cinco millas, bajo las rocas que sostienen el lago Lomond, hay un pozo natural, que se abre perpendicularmente. Hace ocho días he querido sondear su profundidad. Pero mientras bajaba la sonda, y yo estaba inclinado hacia su boca, me pareció que el aire se agitaba en el interior, como si se moviesen las alas de un gran pájaro.

-Alguna ave, perdida en las galerías interiores de la mina -dijo Jack Ryan.

-No es eso todo, Jack -añadió Harry. Esta mañana he vuelto al pozo; y escuchando con cuidado he creído oír como una especie de gemido...

-¡Un gemido! -exclamó Ryan. Te has engañado, Harry. Sería un soplo de viento... a menos que un duende...

-Mañana -añadió Harry, sabré a qué atenerme.

-¿Mañana? -preguntó Jack Ryan mirando a su amigo.

-Sí. Mañana bajaré a ese abismo.

-¡Harry, eso es tentar a Dios!

-No, Jack. Yo imploraré su auxilio para bajar.

-Mañana iremos los dos al pozo con algunos otros amigos. Atado a una cuerda larga me puedes bajar subiéndome a una señal convenida. ¿Puedo contar contigo, Jack?

-Harry -contestó Jack meneando la cabeza-, yo haré lo que tú quieras. Sin embargo, te repito que haces mal.

-Más vale hacer algo mal que tener remordimientos por no haber hecho nada -dijo Harry con tono decidido. ¡Mañana, pues, a las seis, y silencio! Adiós Jack.

Y para no continuar una conversación en la cual Jack Ryan habría tratado de combatir su proyecto, Harry se separó bruscamente de su amigo, y entró en la choza.

Es preciso convenir, sin, embargo, en que las aprensiones de Jack Ryan no eran exageradas. Si había un enemigo personal que amenazaba a Harry, si este enemigo estaba en el fondo del pozo, a donde le iba a buscar el joven, indudablemente se exponía a un peligro. ¿Y no había verosimilitud en creerlo así?

"Por lo demás", se decía Jack Ryan, "¿para qué darse tan malos ratos para explicarme una serie de hechos que se explican tan fácilmente por la intervención sobrenatural de los genios de la mina."

A pesar de todo, al día siguiente Jack Ryan y tres mineros de su brigada, acompañados de Harry, fueron al pozo sospechoso.

Harry no había dicho nada de su proyecto ni a Jacobo Starr ni a su padre. Por su parte Jack Ryan había sido también bastante discreto para no hablar de ello. Los demás mineros al verles partir habían pensado que se trataba de una simple exploración en la capa vertical del depósito.

Harry iba provisto de una larga cuerda, que medía doscientos pies. No era muy gruesa, pero sí muy fuerte; porque no debiendo subir ni bajar a fuerza de puños, bastaba que pudiera soportar su peso.

Sus compañeros debían bajarle por la sima y retirarle. Una sacudida en la cuerda serviría para avisarles.

El pozo era bastante ancho. Tenía doce pies de diámetro en la boca. Colocaron una viga, atravesada como un puente, de modo que deslizándose por ella la cuerda, pudiese permanecer en la dirección del eje del pozo; precaución necesaria para que Harry al bajar no se golpease con las paredes laterales.

Harry estaba dispuesto.

-¿Persistes en tu proyecto de explorar este abismo? -le preguntó Jack Ryan en voz baja.

-Sí -respondió Harry.

Le ataron primero la cuerda a la cintura y luego por debajo de los brazos, para que no oscilara el cuerpo.

Así Harry llevaba libres las dos manos. En la cintura llevaba una lámpara de seguridad, y al lado uno de esos anchos cuchillos escoceses, encerrado en una vaina de acero. Harry pasó hasta el medio de la viga en que estaba la cuerda. Después sus compañeros deslizaron la cuerda y se fue sumergiendo lentamente en el pozo.

Como la cuerda experimentaba un ligero movimiento de rotación, la luz de la lámpara iba, sucesivamente alumbrando todos los puntos de la pared, y Harry podía examinarlos cuidadosamente.

Las paredes eran de esquistos carboníferos, y además demasiado lisas para poder subir por ellas.

Harry calculó que descendía con la moderada velocidad de un pie por segundo. Tenía, pues, facilidad para verlo todo, y para estar dispuesto a cualquier accidente.

Al cabo de dos minutos, es decir, a una profundidad de ciento veinte pies apróximadamente, nada extraordinario le había ocurrido. No había ninguna galería lateral en las paredes del pozo, que se iba estrechando poco a poco en forma de embudo. Pero Harry empezaba a sentir un aire más fresco que venía de abajo, de donde dedujo que la extremidad inferior del pozo comunicaba con algún agujero del piso interior de la cripta.

La cuerda seguía deslizándose; la oscuridad era absoluta; el silencio absoluto también.

Si algún ser viviente había buscado un refugio en aquel misterioso y profundo abismo, o no estaba allí entonces, o no manifestaba su presencia con ningún movimiento.

Harry, más desconfiado a medida que iba bajando, había desenvainado el cuchillo y le llevaba en la mano derecha.

A una profundidad de ciento ochenta pies, Harry conoció que llegaba al suelo. La cuerda se dobló, y no bajó más.

Harry respiró un instante. No se había realizado uno de los temores que tenía, esto es, que fuese cortada la cuerda por la parte superior mientras bajaba. Además no había encontrado ningún escondrijo en las paredes, donde pudiese ocultarse alguien.

El extremo inferior del pozo era muy estrecho.

Harry se quitó la lámpara de la cintura y la paseó por el suelo. No se había engañado en sus conjeturas.

En el piso inferior se abría lateralmente un estrecho agujero, de tal modo que le fue preciso agacharse para entrar por él, y arrastrarse sobre las manos y las rodillas para seguirle.

Harry quería ver en qué dirección se ramificaba esta galería y si terminaba en algún abismo. Empezó, pues, a andar a rastras. Pero muy en breve la detuvo un obstáculo. Harry creyó sentir al tacto que aquel obstáculo era un cuerpo que obstruía el paso. Retrocedió de pronto por un sentimiento de repulsión; después volvió a acercarse.

El tacto no le había engañado. Lo que le había detenido era, en efecto, un cuerpo. Le cogió y sintió que tenía heladas las extremidades, pero que no estaba frío del todo. Cogerle, llevarle al fondo del pozo, y proyectar sobre él la luz de la lámpara fue obra de un instante.

-¡Un niño! -exclamó Harry.

El niño hallado en el fondo de aquel abismo respiraba aún; pero su aliento era tan débil que Harry pudo creer que iba a extinguirse. Era preciso, pues, sin pérdida de tiempo, llevar a esta pobre criaturita a la boca del pozo y luego a la choza, donde Margarita le prodigara sus cuidados.

Harry, olvidando todo lo demás, se ató de nuevo la cuerda a la cintura, se sujetó la lámpara, tomó el niño, sosteniéndole con el brazo izquierdo contra su pecho y llevando él brazo derecho libre y armado, hizo la señal convenida para que tiraran suavamente de la cuerda.

La cuerda se estiró y la subida empezó con regularidad. Harry miraba a su alrededor con doble atención. Ahora no era él solo el que corría peligro.

Todo fue bien en los primeros minutos de la ascensión; y parecía que no podía sobrevenir ningún incidente, cuando Harry creyó oír un soplo poderoso que separaba las capas de aire en las profundidades del pozo. Miró debajo de él y descubrió en la penumbra una masa que se elevaba poco a poco y le rozó al pasar.

Era un enorme pájaro, cuya especie no pudo conocer, y que subía a grandes aletadas. El monstruoso volátil se detuvo, se cernió un instante, y despues cayó sobre Harry con un encarnizamiento feroz.

Harry sólo tenía el brazo derecho para parar los formidables picotazos del animal. Se defendió, pues, protegiendo al niño lo mejor que pudo. Pero no era al niño a quien atacaba el pájaro, sino a él. Contrariado por la rotación de la cuerda no conseguía herirlo mortalmente.

La lucha se prolongaba. Harry gritó con toda la fuerza de sus pulmones esperando que sus gritos se oyesen arriba.

Y así debió ser, porque la cuerda empezó a subir más de prisa.

Quedaba aún una altura de ochenta pies que subir. El ave entonces abandonó el ataque directo. ¡Peligro mucho más terrible! Se arrojó sobre la cuerda, se suspendió a ella y trató de romperla con el pico, a dos pies sobre la cabeza de Harry, y por lo tanto, fuera del alcance de su brazo.

A Harry se le erizaron los cabellos.

Se rompió un ramal. La cuerda iba cediendo poco a poco, a, mas de cien pies sobre el fondo del abismo.

Harry dio un grito desesperado. Un segundo ramal se rompió bajo el peso que sufría la cuerda medio cortada.

Harry soltó el cuchillo, y con un esfuerzo sobrehumano, en el momento en que iba a romperse la cuerda consiguió cogerla con la mano derecha, por encima de la rotura hecha a picotazos.

Pero aunque tenía puños de hierro, sintió que la cuerda se deslizaba poco a poco entre sus dedos.

Hubiera podido agarrarse bien a la cuerda con las dos manos sacrificando al niño, que sostenía con un brazo... pero ni aún quiso pensar en ello.

Jack Ryan y sus compañeros, alarmados por los gritos de Harry, tiraban de la cuerda más rápidamente.

Harry creyó que no podía ya salvarse. Se inyectó su rostro. Cerró un momento los ojos, esperando caer en el abismo; después los abrió.

El ave atemorizada, sin duda, había desaparecido.

En cuanto a Harry, en el momento en que iba a soltar la cuerda, que tenía ya agarrada por el extremo, fue cogido y colocado en el suelo con la criatura.

Pero entonces vino la reacción, y Harry cayó sin conocimiento en brazos de sus amigos.

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